Paola Delbosco además de presidente de la Academia Nacional de Educación es Doctora en Filosofía y profesora de ética
Paola Delbosco además de presidente de la Academia Nacional de Educación es Doctora en Filosofía y profesora de ética

Paola Delbosco nació en Italia, donde vivió hasta su juventud, por lo que aún conserva la tonada peninsular a pesar de estar arraigada hace años en el país. Aquí formó su familia y enriqueció su amplia trayectoria académica que inició al graduarse como doctora en Filosofía por la facultad de Filosofía y Letras de la Universitá degli Studi ‘La Sapienza’ di Roma. También Profesora de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Filosofía por la Universidad Católica Argentina, dedicó su vida a la investigación en temas educativos y a la enseñanza en prestigiosas instituciones nacionales. Recientemente fue nombrada presidente de la Academia Nacional de Educación. En su entrevista exclusiva con Visión Desarrollista además de analizar a la educación como herramienta de transformación social y promotora del desarrollo, nos invita a reflexionar sobre los valores éticos que nos definen como sociedad, así como el rol del Estado y la relevancia de que políticos y funcionarios tengan convicciones éticas. Nos comparte también su reflexión respecto a la grieta que nos enfrenta e impide consensuar un proyecto de desarrollo nacional: «No nos vamos a poner de acuerdo en todo, pero en algunas cuestiones seguro que sí. Donde haya acuerdo, se identifican las políticas públicas y se busca un camino que también sea común».


MÉRITO Y SOLIDARIDAD

¿La sociedad argentina es individualista?

Cierto individualismo a veces puede surgir del hartazgo por la difícil relación de los individuos en un país segmentado, donde el enfrentamiento ideológico no permite el diálogo y la cooperación. No diría que Argentina encarne un proyecto individualista, sino que, cuando se hace difícil la convivencia, tanto por un futuro desdibujado como por la imposibilidad de encontrar soluciones que sean aceptables por todos, uno busca la salida encerrándose en su mundo, o en su grupo. Ahí se corta el esfuerzo de buscar caminos de convivencia. Me parece que hace falta una buena dosis de coraje para exponernos a las ideas de los demás sin sentir que eso es ceder. En el fondo, vivir según valores éticos es conducirnos de tal manera que lo que hacemos sea simultáneamente bueno para nosotros y para los demás. A pesar de que en general la cultura actual, tan relativista, no cree posible compartir valores éticos, la vida de todos los días nos da muestras de lo contrario. Mucha gente se trata bien, mucha gente ayuda, mucha gente se hace cargo.

La ‘meritocracia’ estuvo en el centro del debate público en los últimos años, para algunos es la base de la justicia y para otros un individualisimo exacerbado. ¿Cómo lo definirías?

El mérito es visto a veces como el premio a una competición, en la que uno gana y los demás quedan excluidos. Pero el mérito puede ser visto también como el reconocimiento de los buenos efectos que mis acciones producen en otros. También como una preparación esmerada para esas acciones. La crítica a la meritocracia es en realidad una crítica a un contexto competitivo de juego de suma cero: si alguien es el mejor del curso, los otros no lo son. En ese contexto, que sin duda se apoya en algunas bases objetivas, como el rendimiento escolar, no se tiene en cuenta otros aspectos, que podrían hacer variar mucho la evaluación. Si cada persona es evaluada con base en cómo creció desde su inicio, los resultados serían otros, y no es necesario demonizar la referencia al mérito, sino más bien ampliarla, para tener en cuenta todos los recorridos de mejora. Creo que reemplazando la metáfora de la carrera de todos contra todos con la de algún juego cooperativo, la noción de mérito se enriquecería enormemente.

¿El éxito en nuestras sociedades se plantea como una lucha personal enfocada en el tener más que en el ser?

No simpatizo con definir a las personas según lo que ganan. «Un hombre de un millón de dólares», para indicar que se trata de alguien con éxito. Me parece de una notable pobreza antropológica. Conocemos gente que gana poco, y sin embargo son personas muy valiosas para la sociedad y además son felices de hacer lo que hacen.  Nos cuesta decir que son exitosas, pero es una buena idea separar la noción de éxito de la de bienes materiales. El economista italiano Stefano Zamagni afirma que muchos resortes de la producción económica no pasan por la plata, por el lucro, sino más bien por imaginar un aporte positivo sustancial de una persona a la vida de los demás, así que cada nuevo proyecto o emprendimiento, cuando es genuino, busca mejorar en algo la vida de las personas, y eventualmente poder vivir de ese acierto. Además, en un emprendimiento, el que organiza el trabajo de otros, no solo paga un sueldo, también tiene que lograr que la otra persona tenga ganas de trabajar, tenga ganas de aportar lo suyo al proyecto. Esto no se resuelve solo desde lo económico. Hoy hay una mayor búsqueda de trabajos significativos por parte de gente joven y bien preparada, que implica resignar inclusive buenas remuneraciones con tal de hacer algo que tenga sentido. Cuando las relaciones están solo basadas en la remuneración, no hay verdadero compromiso.

¿Por qué frente a la crisis de pobreza estructural hay valores como la solidaridad, la redistribución y la justicia social que no logran unanimidad frente a estos enfoques más individualista?

Si lo redistributivo se hiciera por canales genuinos, de gente que ayuda en serio, sin finalidades clientelistas, en proyectos auténticos y durables —como el del padre Pedro Opeka en Madagascar, por ejemplo— estaría garantizada la participación de voluntarios y beneficiarios, y los buenos resultados. En cambio, si el sistema es una pantomima de la distribución, si es una forma de dependencia prolongada, con beneficios económicos o electorales para los que distribuyen los bienes, no habrá efectos positivos en la sociedad. Estoy a favor de redistribución genuina que implique justicia y esfuerzo de parte de todos, salvo los que realmente no puedan. Pero no veo como solución permanente para una sociedad justa y ordenada la distribución de bienes sin contraprestación. El sistema de cooperativas es mucho más eficaz para resolver el tema del hambre y además también para restaurar la plena dignidad de cada persona.


UNA POLÍTICA PARA EL BIEN COMÚN

¿El problema es político?

Hay algo que en Argentina no se termina de entender: ese Estado protector de los pobres, paradójicamente, no achica su número, sino que lo extiende, al no proponer alternativas a la mera distribución de bienes. No digo que en las emergencias no sea necesario sacar a las personas del hambre y de la indigencia, pero se trata de períodos particulares, que no pueden transformarse en el modo habitual de vivir de la gente. Además, la generación de trabajo es muy positiva para las personas, no solo en lo económico: en lo relacional, en la autoestima, en la percepción de la propia dignidad como ciudadanos.

¿Pero la experiencia de la década del 90 no muestra que las consecuencias de un Estado chico pueden ser peores?

No me convence la idea de que el Estado debe ser mínimo para no trabar la búsqueda del interés propio de cada uno. Esto tiene un vicio de forma: implica imaginar una sociedad de pares, que no se da en la realidad. La sociedad está compuesta de seres humanos con un montón de diferencias y el Estado es el garante del bien común, por lo cual tiene que coordinar derechos y obligaciones, en base a lo que cada uno puede y lo que cada uno necesita. Distribuye con justicia, y sin trabar la iniciativa, porque si el Estado es un depredador fiscal, nadie se siente estimulado a emprender, o busca alternativas no leales. Tiene que haber un Estado que vele por el bien común y no sea una traba para las pequeñas o grandes iniciativas. Argentina necesita gente con iniciativas y otros que adhieran a esas iniciativas de manera genuina, y no simplemente por un interés material.

Hablaste del Estado como garante del Bien Común y de sus funcionarios como sus ejecutores. ¿Por qué no pasa eso?

En el fondo hay un problema ético. Un Estado que vele por el bien común requiere funcionarios idóneos, es decir una mayor cantidad de funcionarios con convicciones éticas, que estén al servicio del bien común usando para eso el poder que les ha sido entregado. Ellos están en la gestión del bien común. Si eso fuera así, la cosa funcionaria. Por suerte la gente joven todavía entra a la función pública o a la actividad política con este espíritu, con ideales y ganas de cambiar el país para que finalmente despegue. Lamentablemente, muchas veces chocan con pésimos hábitos de prepotencia y codicia, ya enquistados en los ministerios, municipios o instituciones. Los jóvenes entonces se escapan a emprendimientos propios ONGs, donde creen que las cosas se pueden hacer mejor, pero cuando estas crecen, muchas veces se encuentran con el mismo problema. Zygmunt Bauman define esa lucha por encontrar el modo justo de hacer las cosas como una inquietud ética, algo que te lo tenés que preguntar continuamente. El que quiere hacer las cosas bien, especialmente donde se maneja poder y dinero, debe estar éticamente inquieto, buscando continuamente el mejor camino para el bien común.  Tiene que haber un Estado con espíritu de servicio, con funcionarios éticos que busquen el bien común sabiendo que el poder les ha sido dado para eso.  Para que un país crezca, cuando hay muchas diferencias en el acceso a los bienes, como ocurre acá y en sus periferias, el Estado tiene que preocuparse de que las personas más carenciadas reciban los bienes necesarios.


EDUCACIÓN PARA REDUCIR DESIGUALDADES

¿La educación puede precisamente acortar las brechas entre estas desigualdades?

La educación es una instancia clave para el desarrollo del país. Cuanto mejor es la educación, tanto mejor desarrollo tiene el país.  Hace falta un enfoque específico para que el sector más rezagado alcance un grado óptimo de educación. Se debería distribuir la educación teniendo en cuenta la ‘desnutrición educativa’ que puede haber en determinados ámbitos. Con respecto a este tema, Juan Llach, cuando fue Ministro de Educación, propuso generar una escuela rica para pobres. No pudo implementarlo, pero era muy interesante: se trataba de que los profesores más preparados, con más mística, y con más convicción fueran a las escuelas de los sectores más rezagados. Así hay que hacer, y eso cambiaría notablemente el país, como ocurrió con Sarmiento cuando ofreció a todos los habitantes de Argentina, sea cual fuera su procedencia, una educación pública de calidad, ejemplo en toda Latinoamérica.

¿Ves viable iniciativas así desde el interés de los docentes?

A mi entender, podría ofrecérsele a las personas que sale de los institutos de formación docente con más potencial hacer sus primeras experiencias en estos lugares periféricos o carenciados, porque la energía inicial junto con la formación son fundamentales para despertar el interés de los alumnos y descubrir en ellos los talentos. En el tercer sector hay una experiencia exitosa con la ONG Enseñá por Argentina, que, repitiendo un modelo norteamericano, busca a personas que recién egresan de la facultad de todas las carreras, y les propone ofrecer un año de su profesión al país, a través de la educación en escuelas carenciadas. Empezaron con secundarios de barrios complejos, y la experiencia fue tan positiva, que muchos jóvenes profesionales repensaron su futuro, y se quedaron en la docencia, en lugar de desarrollarse laboralmente en el mundo empresario donde seguramente iban a ganar más plata. Y es por el impacto que vieron que tenían en la vida de esos jóvenes.

Contaste que el proyecto Escuelas ricas para pobres de Juan Llach no llegó a implementarse ¿Por qué crees no pueden generarse este tipo de políticas públicas en Argentina?

Él cuenta que ni miraron el proyecto, por la delicada situación económica del país, y por la debilidad del gobierno, dado que el rédito político de lo educativo es inutilizable en el corto plazo. Para que den frutos las iniciativas innovadoras en políticas educativas los tiempos son muchos más largos que los ‘vencimientos’ electorales, de dos o cuatro años. Parecería que a nadie le importa, porque si la cosa sale bien, quizás otros se lleven los laureles.  Por su rédito electoral lento, la educación no suele ser una prioridad política. Esto es por lo que hablábamos antes, se invierten los términos, tanto que parecería que la actividad política no es para el bien común, sino para la consolidación del poder como fin en sí mismo. Si lo que importa es, por sobre todo, retener el poder, entonces no interesa la educación, aunque sí sea una parte importante del bien común. Muchas veces sucede al revés: los políticos comienzan con hacerse eco de las criticas estudiantiles, para llegar al poder, para después desentenderse del asunto. Algo parecido pasó en el Mayo francés, en 1968, donde los rebeldes, como Daniel Cohn-Bendit, se hicieron conocidos por su posición crítica, pero el sistema los absorbió por completo.


SUPERAR LA GRIETA

¿Cómo entendés la grieta desde esta lógica del poder y la política que planteabas?

Transformar en  grieta las diferencias políticas, en una lógica de nosotros contra ellos, configura la propuesta de Ernesto Laclau llegar al poder, es decir, la constitución de un sujeto plural, el nosotros. Este sujeto plural se crea más fácilmente si hay una bandera de necesidades insatisfechas lo más genérica posible, porque toda especificación implicaría nuevos sujetos, y debilitaría la llegada al poder. Claramente, el sistema de la grieta es un sistema para cosechar rápidamente la adhesión de muchos alrededor de un proyecto poco determinado. Ese conglomerado de adherentes encuentra en el antagonismo la fuerza de su unión. Ojo, esta técnica del poder no es exclusiva de Argentina, ni tampoco de este tiempo. Es propia de movimientos de masas que empezaron hacia el final del siglo XIX, y floreció especialmente en las primeras y trágicas décadas del siglo XX.

Y el fenómeno de la gente que se fanatiza para un sector o para el otro, ¿cómo lo podemos entender?

Es la idea del sujeto plural, que me hace ruido, no porque no esté bien lo plural sino porque en lo plural tiende a disolverse la responsabilidad personal. Hay que compensarlo, porque podría haber un nosotros sin que se pierda al yo responsable. Es de mucha ayuda citar aquí a la filósofa judía Simone Weil —que no hay que confundir con su casi homónima Simone Veil— que decía que las afirmaciones de principios no las podés hacer desde un sujeto plural: «nosotros decimos» o “nosotros creemos”, porque esa es la mejor manera de ocultarnos en un sujeto colectivo, que diluye nuestra responsabilidad individual. Por ejemplo, en el nazismo actuaba un sujeto plural a través de afirmaciones y prácticas espeluznantes, que no se repetían a nivel personal. Nadie decía ni nadie admitió haber dicho, después de saberse los horrores del Holocausto: «Creo en el envilecimiento extremo y la destrucción de otro ser humano porque no pertenece a mi raza». De esto hay evidencias concretas, por ejemplo, en el juicio a Adolf Eichmann. Se amparaban en el sujeto plural. Una razón más para no caer en la trampa de la despersonalización en el sujeto plural. Hay que seguir preguntándose si lo que propone el grupo es un genuino aporte al bien común y si es ético, antes de adherir acríticamente. Sin debate y sin conversación no hay democracia ni verdadero progreso humano.

Frente a ese panorama, ¿cómo armamos esos puentes que superen la grieta?

Que pequeños grumos de personas que se animen a hablar, desde sus convicciones, con otros que piensen distinto, y busquen espacios comunes es un gran avance. El respeto significa reconocer el valor igual de las personas, por su intrínseca dignidad, y de ahí la lógica de la escucha atenta. No nos vamos a poner de acuerdo en todo, pero en algunas cuestiones seguro que sí. Donde haya acuerdo, se identifican las políticas públicas y se busca un camino que también sea común.  Yo creo mucho en el aporte de la gente joven, porque no están cautivados por esa lógica del poder como el único fin de lo político, aunque sí creo que es un medio. Esa búsqueda de consenso es fundamental, por más que no se pueden elegir todas las versiones del camino al bien común. Pero el mismo hecho de tener en cuenta las opiniones divergentes quizás ilumine aspectos de la realidad que no vemos o que no consideramos detenidamente, y permita encontrar consensos más articulados.

¿Consideras que el compromiso o virtud cívica son relevantes?

Michel Foucault, en su Genealogía del racismo, reflexiona sobre el poder. Pero no sobre cómo se lo alcanza, sino como se lo hace circular, y esta idea es muy fecunda, porque nos devuelve a todos la responsabilidad de hacer circular un poder equilibrado que lleva al bien común, y de frenar, en cambio, uno que es pura prepotencia. Porque, en realidad, el poder que tienen los políticos es nuestro, se lo hemos delegado. Por eso, cada ciudadano tiene siempre en sus manos la posibilidad de manifestarse frente al que está usando mal el poder que le delegó. Individualmente es difícil pero grupalmente si tiene efecto, y aquí rescato el poder de la multitud, que antes critiqué, cuando se trataba de una disolución de la responsabilidad individual. La diferencia es que, si se comparte colectivamente un reclamo, la cantidad de reclamantes lo hace más eficaz. Para evitar lo que señalé antes, tiene que haber un cuidado explícito de que el individuo no se ampare en decisiones colectivas sin recoger su parte de responsabilidad. Que haya reclamos y marchas puede ser legítimo, pero deja de serlo cuando las masas son llevadas como materia inerte para aumentar el volumen del reclamo de los eventuales líderes. Sin responsabilidad personal no hay participación política aceptable, y se cae en la masificación y las manipulaciones.

¿Creés Argentina está sumida en una crisis de valores?

La propia vida de las personas implica un sinceramiento respecto de sus valores. Uno siempre está analizando qué hacer, y si frente a una decisión solo piensa en el beneficio inmediato, quizás elija algo que puede implicar desventaja para otros, lo que es un desvalor. Si la definición de valor ético es que es una conducta buena para mí y simultáneamente buena para los demás, quizás haya que revisar continuamente lo que hacemos a la luz de esta idea. ¿Lo que estoy haciendo beneficia a otros? Hasta el cuidado de la propia salud satisface esta búsqueda de valor a través de lo que decido. Un ejemplo claro de esto, por el lado negativo, son las adicciones, que dan una satisfacción mínima al adicto, al mismo tiempo que desmejoran todo a su alrededor: las relaciones, la conducta, la economía. Hay que decidir otra cosa, antes de que la sustancia a la que uno es adicto o la conducta adictiva decidan por él, en contra de todos los valores que permiten una vida plenamente humana. El que gobierna, para promover el bien común en sus decisiones, necesita incorporar valores éticos en cada una de sus medidas. Pero también la oposición necesita ejercer su función según valores éticos, así que no solo impedirá que haya leyes que perjudican a algunos, sino también ayudará y colaborará en las leyes que benefician a todos. Vivir según valores significa esto. Es un poco utópico, pero las utopías sirven para señalar metas deseables, a las que uno intenta acercarse cada vez más.