El Global Innovation Index 2025 vuelve a ofrecer un diagnóstico claro sobre quiénes lideran el juego de la innovación y quiénes siguen en la periferia. Suiza, Suecia y Estados Unidos repiten en el podio; Corea del Sur y Singapur consolidan su avance sostenido; y China, por primera vez, entra al top 10 gracias a su capacidad de transformar conocimiento en productos, patentes y clusters tecnológicos que generan valor tangible y posicionamiento estratégico.
En América Latina, Chile lidera la región, seguido por Brasil, México y Uruguay. Argentina aparece séptima. No es un puesto vergonzoso, pero sí un reflejo de algo que los números por sí solos no dicen: seguimos siendo un país con “potencial no aprovechado”. Universidades con investigadores de calidad, centros tecnológicos con proyectos innovadores, pero un ecosistema que no logra conectar el conocimiento con el mercado y, mucho menos, con el desarrollo industrial sostenido.
El problema no se reduce a la inversión en I+D. Argentina invierte, y hay talento, pero el verdadero desafío es construir un ecosistema que vincule educación, empresa y Estado, donde la innovación tenga salida, escala y relevancia global. Mientras los países líderes consolidan clusters, protegen patentes, generan entornos previsibles para la inversión y estructuran cadenas de valor estratégicas, nosotros seguimos mirando desde afuera, esperando que el talento y las ideas “caigan” en la economía real.
Los indicadores lo muestran: Argentina tiene brechas significativas en capital humano especializado, infraestructura tecnológica y sofisticación del mercado. La producción de conocimiento existe, pero su transformación en valor económico tangible es limitada. Startups que nacen, pero no escalan; investigaciones que no llegan al mercado; proyectos que dependen de subsidios y fondos estatales, pero no logran convertirse en motores de empleo ni exportaciones.
Este escenario tiene un efecto directo en nuestra competitividad global y en nuestra inserción estratégica. La innovación no es un lujo académico ni un tema de moda: es una herramienta de desarrollo productivo y geopolítico. Países como China o Corea del Sur muestran que quien controla la capacidad de generar y transformar conocimiento controla buena parte del futuro económico y tecnológico. Argentina, mientras tanto, sigue sin consolidar sus ventajas comparativas: agroindustria avanzada, software, minería, biotecnología y energías renovables. Sectores con enorme potencial, pero que requieren un marco de reglas claras, estables y predecibles —jurídicas, fiscales y cambiarias— para que la innovación se traduzca en desarrollo económico y empleo de calidad.
El ranking del Global Innovation Index es más que un número: es un espejo que nos incomoda. Refleja la necesidad de políticas activas, consistentes y de largo plazo. La innovación sin salida al mercado no es innovación: es gasto, es oportunidad perdida, es atraso relativo frente a quienes sí lograron consolidar sus ecosistemas. Y es también una alerta: en un mundo donde la tecnología y el conocimiento determinan poder, quedarse atrás implica perder influencia y capacidad de decisión.
¿Cómo avanzar? Primero, fortaleciendo la conexión entre universidades, centros de investigación y empresas, para que los proyectos no queden en papers o presentaciones, sino que lleguen al mercado. Segundo, construyendo clusters regionales que concentren talento, inversión y desarrollo productivo en sectores estratégicos: agroindustria tecnológica, software, energías renovables, minería y biotecnología. Tercero, dando consistencia institucional: reglas claras, seguridad jurídica y previsibilidad fiscal y cambiaria. Cuarto, orientando financiamiento hacia proyectos que generen impacto tangible y escalable, en lugar de repartir fondos sin estrategia.
Argentina podría convertirse en un jugador relevante en la economía del conocimiento, pero requiere voluntad política, alineamiento con el sector privado y decisiones estratégicas que miren más allá de los plazos electorales. El país tiene recursos, talento y potencial; la pregunta es si tendremos la capacidad de construir un ecosistema donde la innovación deje de ser un lujo y se convierta en motor de desarrollo productivo y competitividad global.
En conclusión, la foto del Global Innovation Index 2025 debería incomodarnos. Argentina tiene todas las herramientas para liderar sectores estratégicos, pero hace falta transformar potencial en resultados concretos. No hay margen para la improvisación: innovar no es neutral. Quien no innova hoy, pierde mañana.
https://www.wipo.int/en/web/global-innovation-index/2025/index