*) Por Máximo Merchensky.

  1. Modelos de interpelación. El acceso del PRO al poder no es un triunfo de la nueva política sobre la vieja política. Tampoco es el triunfo del centroderecha por sobre el progresismo o el populismo. Es más precisamente el triunfo de una forma de interpelación política moderna y efectiva por sobre otra, clásica y caduca, en el marco de la crisis del kirchnerismo.
  1. Actores. El kirchnerismo, que instituyó las formas de las prácticas políticas hegemónicas posteriores a la crisis de 2001, es el actor central contra el cual se definen, por contraste y negación, tanto su oposición clásica (peronismo no kirchnerista, radicalismo residual, progresismo republicano liberal, izquierdismo) cuanto el macrismo en ascenso.

El kichnerismo

  1. El relato. El kirchnerismo construyó su modelo de interpelación desde el poder del Estado y con todos sus recursos, con la forma de relato, sobre la base de un inventario más o menos exhaustivo de lasverdades clásicas del progresismo argentino. Su autodenominó nacional y popular en esa línea ideológica. El progresismo fue el contenido del relato y se articuló con caracteres reivindicativos respecto del pasado, por oposición y contraste con el neoliberalismo de los años 90 y la dictadura de los 70.
  1. Populismo. El relato funcionó como clave de interpretación, en el plano del discurso, de una política populista sostenida desde todos los niveles del Estado, demagógica y más bien tradicional-nacionalista en las formas, y clientelar, cortoplacista e irresponsable en su contenido. El populismo instituyó una relación más o menos inmediata con determinadas demandas concretas de la ciudadanía y funcionó como parche eficaz a la crisis de representatividad posterior al año 2001, sustituyendo los canales de representación e interpelación clásicos del sistema político argentino.
  1. Reservas. La política populista se nutrió de las reservas de riqueza del país (la potencia del campo para generar divisas, la capacidad ociosa instalada desde tiempos de la Convertibilidad, el tipo de cambio inicialmente alto, el alto desempleo de origen, el salario real inicialmente deprimido en dólares, etc.), y paulatinamente las fue agotando. Sin esas reservas y el extraordinario contexto de precios internacionales, el populismo no hubiera podido existir ni extenderse en el tiempo.
  1. Contra las elites. En parte por su discurso reivindicativo, en parte porque aspiró en todo momento a quitarle los resortes de poder que detentaron históricamente, el kirchnerismo se enfrentó a las elites clásicas de la argentina, vg. la dirigencia política, el poder económico, los medios de comunicación, la inteligencia de centroizquierda liberal republicana, los líderes de opinión, el círculo rojo. Este enfrentamiento tomó diferentes formas: reparto de cargos públicos y candidaturas, intentos de cooptación, ofensivas judiciales, espionaje, presiones, carpetazos, extorsión. Una parte pequeña de las elites se plegó al kirchnerismo. La mayor parte fue subyugada y neutralizada de algún modo o bien se convirtió en abiertamente opositora.
  1. Militancia. En la medida en que las elites clásicas no pudieron funcionar como instancias intermedias en la relación con la ciudadanía (los medios de comunicación, con Clarín como extremo modélico, pasaron al campo opositor), el kirchnerismo alentó la formación de la militancia, financiada desde el Estado o como parte del Estado (empleo público sin funciones), con la consigna de repetir como una letanía el relato, y defender las verdades del progresismo argentino, vg. “aguantar los trapos”. La Cámpora se agota como fenómeno en ésto. Aquí el término militancia, por supuesto, es un eufemismo.
  1. Contradicciones y crisis. Las políticas populistas comenzaron a agotarse con el correr del tiempo. En primer término, desalentaron la inversión, particularmente la inversión de riesgo y de largo plazo. Eventualmente, agotadas las reservas a que hacemos referencia más arriba, forzaron la expansión fiscal, a expensas del sector privado, para extenderse en el tiempo. El resultado fue el estancamiento de la actividad económica y la inflación, mal disimulados y agravados por el creciente estatismo.

La oposición clásica

  1. Oposición. La oposición política al kirchnerismo se definió como su antítesis o negación, también en forma reivindicativa tradicional. Contra las formas crecientemente autoritarias del gobierno, reivindicó la institucionalidad republicana clásica, la división de poderes, el respeto de las garantías, etc. Contra el estatismo, reivindicó -con dificultades- el liberalismo económico moderado, el respeto del derecho de propiedad, la seguridad jurídica, etc.
  1. Con las elites. Las elites de poder tradicionales, tal como las definimos más arriba, en la medida en que fueron agredidas por el kirchnerismo, coincidieron tácticamente con la oposición política en sus reivindicaciones y en algunos casos se integraron directamente a ella. Esta coincidencia dio forma a la articulación de un polo de poder alternativo sobre la base del peronismo no kirchnerista, que se consolidó aunque a menudo fracasó en poner límites al kirchnerismo. El caso más claro de ese fracaso fue la imposibilidad de capitalizar el triunfo electoral sobre Néstor Kirchner en la elección parlamentaria de 2009, y de articular entonces una alianza parlamentaria más o menos estable y con gravitación efectiva. El Frente Renovador y la candidatura de Sergio Massa en 2013 y 2015 también expresó esa misma alianza y sus limitaciones.
  1. Crisis de representatividad. La oposición, aún en alianza con las elites clásicas, sufrió la vieja crisis de representatividad de las dirigencias argentinas con particular crudeza. El populismo monopolizó la relación utilitaria directa con la ciudadanía (consumo, subsidios, asistencialismo clientelar, empleo público) y tornó abstractas (por irrelevantes) las reivindicaciones republicanistas, inistitucionalistas, liberales, etc. La oposición sufrió permanentemente una escasa capacidad de representación, porque se quedó prendada de un modelo de interpelación anticuado que el kirchernismo, a su modo, había trascendido al instaurar el populismo.

El macrismo en ascenso

  1. Alternativa comunicacional. El macrismo desarrolló, más o menos a partir del 2010, una alternativa a la forma de comunicación política de la oposición y del kirchnerismo. El macrismo se propuso encarnar no un anti-relato (un relato con contenidos opuestos al kirchnerismo), sino un contra-relato o más bien un no-relato. A la posición reivindicativa del kirchnerismo y la oposición, opuso una mirada orientada al futuro y definida por elementos positivos. Frente al dictado admonitorio de recetas ideologizadas con anclaje en “intereses objetivos”, opuso una tesitura de proximidad y cercanía con los problemas más inmediatos de la gente, con apelaciones emotivas a la normalidad, el optimismo, la tranquilidad, la seguridad, la confianza, etc. Todo ello fue tildado de frívolo y superficial por la oposición clásica (la metáfora de los globos), y determinó que todo el sistema político argentino subestimara la política de comunicación macrista.
  1. Ciclos. Esta alternativa comunicacional sólo podía encontrar eco y servir de base a un proyecto de poder competitivo en la medida en que la sociedad demandase realmente un cambio bastante radical respecto del modelo populista. La muerte de Kirchner y la reactivación económica de 2010 extendieron el ciclo kirchnerista e hicieron posible la reelección de CFK, pero también, a la larga, profundizaron los rasgos reivindicativos, confrontativos y autoritarios del esquema de interpelación populista. Por eso sólo en la elección de 2015 el macrismo pudo mostrarse de manera sólida y cabal como una propuesta superadora tanto de la continuidad de ese modelo (Scioli) cuanto de la oposición clásica (Massa).
  1. Sin las elites. Mientras la oposición clásica tejió una alianza fuerte con las elites tradicionales (en particular las dirigencias gremiales y empresarias y los medios de comunicación, que habían sido destratados por el kirchnerismo), el macrismo en ascenso construyó su modelo de interpelación por el costado, al margen de las elites. Éstas en todo momento ejercieron presiones para que el macrismo se integrara a la oposición clásica, descreyendo del nuevo modelo de interpelación, que caracterizó siempre como ingenuo, naïf y condenado al fracaso. El periodismo y los líderes de opinión no kirchneristas también entraron en este juego denigratorio y despectivo. El macrismo resistió esas presiones, abonando así una relación de tirantez y desconfianza con las elites tradicionales, que lo acusaron en todo momento de no entender el juego, o de jugar a perder.
  1. Sin estructuras ni militancia. El macrismo desafió radicalmente la idea de que no se podía ganar elecciones nacionales sin estructuras territoriales. En 1997 Fernández Meijide ya había demostrado en la Provincia de Buenos Aires que las estructuras no eran invencibles y podían ser derrotadas (aunque en 1999 le devolvieron el golpe), y en 2009 De Narváez enseñó también que los caciques territoriales podían jugar partidas simultáneas en las elecciones generales. Pero el macrismo dio en 2015 un paso más, al enfrentar elecciones sin grandes estructuras, ni propias ni alquiladas, y ganar. La militancia rentada del kirchnerismo, por su parte, demostró su impotencia tanto en términos de interpelación cuanto de movilización electoral.
  1. Sin programa. El contenido de política, en particular su articulación en un programa coherente de medidas concretas, fue deliberadamente descartado por el macrismo en ascenso como herramienta de interpelación política. Siempre prefirió poner énfasis en transmitir ideas más bien emotivas (cercanía, positividad, futuro) o slogan más generales (unir a los argentinos, pobreza cero). El espacio del “candidato con propuestas” y equipos técnicos, etc., lo ocupó Massa, pero aquí también el macrismo desafió con éxito los preconceptos y su modelo de interpelación “blando” funcionó mejor que los programas más concretos y las definiciones más precisas de políticas.

Macri en el gobierno

  1. Una crisis diferente. La economía en la fase final de la gestión CFK se encontraba a las puertas de una crisis probablemente más grave que la de 2001, porque a diferencia de entonces el país no contaba (no cuenta) con las reservas con que contaba aquélla.  Por otra parte, aquélla crisis tuvo como manifestación clara la implosión de la convertibilidad y la devaluación, mientras que ésta crisis se caracterizó por el tic-tac de diferentes “bombas de tiempo” que el nuevo gobierno pudo desactivar, sin que golpearan violentamente a la ciudadanía.  No existe una clara conciencia de la gravedad de la situación.
  2. Control del Estado.  El acceso de Macri al gobierno estuvo signado por el desalojo del peronismo del control de la maquinaria estatal, lo cual implicó inmediatamente grandes desafíos en el plano político:
    • Debió tomar el control y abarcar las tres estructuras estatales más importantes del país y simultáneamente varios municipios del GBA, sin contar en las propias filas con cuadros políticos ni técnicos suficientes, ni con suficiente seniority;
    • Debió enfrentar la política de tierra arrasada de las administraciones salientes en la mayoría de esas instancias y reconstruir los procesos entre la toma de decisiones y la implementación efectiva de las políticas, muchas veces sin ni siquiera los elementos básicos de trabajo;
    • Debió y debe enfrentar estructuras políticas que, desalojadas del control y el manejo del presupuesto del Estado, aún en el mejor escenario (de buena voluntad), no están habituadas al ejercicio democrático de la oposición parlamentaria.
  3. Militancia antimacrista. El kirchnerismo desalojado del poder se refugió en las formas de la militancia opositora, repitiendo las fórmulas tradicionales del progresismo, el antiliberalismo, la reivindicación y el resentimiento. Esta forma de interpelación sólo repercute eficazmente hacia dentro del propio kirchnerismo en descomposición, y por el momento no encuentra eco en la ciudadanía. La llamada militancia, por otra parte, si bien continúa enquistada en diversas estructuras del Estado (con la forma de empleo público) o cuenta con algún financiamiento estatal (organizaciones sociales, cooperativas, etc.), ahora no accede directamente al presupuesto público.
  4. Cambio de escenario. Entretanto, el modelo de interpelación del macrismo en ascenso, que lo llevó al poder, se viene reproduciendo sin demasiadas variantes desde que Macri accedió al gobierno. El Gobierno privilegia también la comunicación directa con la ciudadanía y un mensaje blando y general, con forma de slogans y contenidos más emotivos que racionales. Las diferentes medidas concretas –duras– de gobierno (salida del cepo, eliminación de controles al comercio exterior y retenciones, acuerdo con los holdouts, blanqueo fiscal, etc.) se enmarcan de manera más o menos abstracta en ese mensaje. Frente al cambio de escenario y de escala, la persistencia en el mismo modo de interpelación tiene varias implicancias respecto de las elites y la ciudadanía.
  5. Tensión y desconfianza. Las elites, que no creían en el macrismo y apostaron en general a otro resultado electoral en 2015, mantienen una relación de tensión y desconfianza mutua con el Gobierno. Esto es cierto en particular respecto de la dirigencia política, gremial y empresaria tradicional, pero también es extensivo a la mayoría de los medios de comunicación y a muchos líderes de opinión. Un actor aparte lo constituye la Corte Suprema de Justicia, que en cierto modo expresa también a las elites. El hecho de que el Gobierno apueste a la relación directa con la ciudadanía y descrea de la capacidad de representación e intermediación de las elites abona la desconfianza y la tensión; pero también es cierto que muchas veces las propias elites, en su mezquindad y posición especulativa, no le dejan otra vía al Gobierno.
  6. Expectativas. La ciudadanía, por su parte, apostó al macrismo porque no se sintió representada por el kirchnerismo ni por la oposición clásica, pero el voto de confianza reconoce un límite más o menos material: los resultados. En este sentido, no sólo es necesario que el nuevo gobierno se aboque a resolver los problemas, sino que también importa que explicite de algún modo cómo los aborda y de qué manera pretende resolverlos. Los slogan generales, blandos, comienzan a aparecer como insuficientes.
  7. Slogans y problemas concretos. Los slogans refieren, por cierto, a problemas complejos: pobreza, narcotráfico, la grieta, el desempleo, etc. Pero tanto las elites cuanto la ciudadanía tienen plena conciencia de que los problemas complejos no se resuelven con expresiones de deseo, enunciados o voluntarismo, y demandan respuestas más sofisticadas y mejor articuladas. Aunque el gobierno ha tomado muchas medidas importantes, no existe una solución de continuidad articulada entre esas medidas duras y los slogans más blandos o generales.

Un programa y una alianza

  1. Intermediación. El modelo de interpelación macrista, que le sirvió para llegar al poder, parece tener dificultades ahora como herramienta de comunicación plena entre los diferentes actores en el nuevo escenario.  Ocurre que en la medida en que el macrismo se saltea a las elites, suprime las instancias intermedias de articulación política que se desenvuelven en la medida en que se involucra alguna forma de líderes de opinión. Las demandas de la ciudadanía carecen entonces de un embrague con las políticas del Gobierno, y viceversa.  Hay un agente o por lo menos un excipiente que no está funcionando.
  2. Confianza. El éxito del Gobierno en el abordaje de los problemas y la formulación y ejecución de políticas exitosas tiene como condición indispensable la confianza de los actores no sólo en que el Gobierno es fuerte, sino en que tiene una idea clara de hacia dónde va. Es cierto que esa confianza está, en buena medida, determinada por el resultado electoral de origen.  Pero también debe ser abonada, consolidada, fortalecida, más allá del fenómeno electoral de 2015, y no puede esperar o quedar a la expectativa del resultado comicial de 2017 (que parece ahora asomar prematuramente como requisito de consolidación política del Gobierno).
  3. Convencer. El gobierno tiene que convencer a la ciudadanía de que efectivamente puede imprimir una dirección nueva al país, y de que sabe cómo hacerlo. Tiene que invitar a una empresa común que, de antemano, aparezca como un horizonte posible, no difuso, sino concreto, en cierto modo al alcance de la mano. Las elites tienen un rol que cumplir en esta tarea y para eso también tienen que convencerse.  La forma de esta empresa colectiva, aunque parezca anticuado, parece ser un programa y la discusión de ese programa entre el gobierno y las elites.
  4. Inversiones y desarrollo. El programa de desarrollo debiera ser muy simple, alrededor de muy pocas prioridades claras y definidas, con el objetivo central de atraer inversiones en masa y desarrollar la economía (hacerla crecer sostenidamente), que al fin y al cabo es la única manera de generar trabajo genuino. Atraer inversiones en serio requiere señales muy claras, pero probablemente alrededor de unas pocas cuestiones nodales (menores regulaciones e intervención estatal en la economía, menor presión fiscal sobre el sector privado, menores costos laborales).  Estas señales no tienen por qué ser violentas: puede establecerse un camino paulatino, gradual o escalonado.  Pero esto también requiere explicar, convencer y confiar.
  5. Alianza estratégica. Parece realmente necesario que el Gobierno se plantee como prioridad el desafío de concretar una alianza estratégica con las elites. Los pasos dados en ese sentido no debieran agotarse en una buena relación con la Corte, las consultas técnicas con especialistas (Aranguren con los ex Secretarios de Energía), la relación fluida con los legisladores (Monzó) o los gobernadores (Frigerio), o la enunciación de algún tipo de “pacto social” gremial-empresario (Prat Gay). Tiene que cobrar una forma más orgánica, amplia y genuina, y sólo puede concretarse a partir de la generosidad y la buena voluntad de todos los actores.