Ricardo López Murphy quedó marcado por el discurso de Arturo Frondizi de diciembre de 1958. Fue el lanzamiento del plan de estabilización, una política de fuerte ajuste del gasto público. Ricardo recuerda a su familia escuchándolo alrededor de la radio y a su padre secándose la frente con un pañuelo, impresionado por lo anuncios. “Era estremecedor”, recuerda. Para él, los gestos pesan en política. Por eso contrasta el dramatismo del mensaje de Frondizi con la campaña alegre —él dice frívola— de Cambiemos en 2015, pese a la gravedad de la situación del país. Cree que aquel tono optimista condicionó al Gobierno a la hora de impulsar las reformas de fondo. “Los problemas eran dramáticos, estructurales”, afirma en la entrevista con Visión Desarrollista. Con tono sereno y didáctico, explica sus ideas en las oficinas de FIEL, un think tank del liberalismo argentino. Está demás decirlo: López Murphy no es desarrollista. Se reivindica orgullosamente liberal y opina que mucho de los que hoy se llaman desarrollistas son liberales vergonzantes. Aunque aclara que tiene diferencias con las ideas de Frondizi y Frigerio, destaca la transformación que llevó adelante el gobierno del 58 y la vocación por cambiar el statu quo. “Fueron políticas revolucionaria para la época”, sostiene.
PARTE 1 | LIBERALISMO Y DESARROLLISMO
En los últimos años se volvió a hablar del desarrollismo, hay una reivindicación de las ideas de Frondizi. ¿A qué creés que se debe?
Hay tres razones, dos positivas y una negativa. La primera es el recuerdo de una presidencia transformadora [la de Arturo Frondizi]. Argentina viene fracasando hace muchos años, el ingreso per cápita no crece desde hace 12 o 13 años, hubo una dramática caída de la inversión. Es lógico que una presidencia que produjo un cambio muy fuerte en la organización del país, muy sesgado a la inversión, produzca en la memoria social el recuerdo de que se puede hacer algo distinto. El segundo punto se encuentra en el mensaje de asunción de Frondizi, que proponía construir el desarrollo nacional en un marco de concordia y respeto de la legalidad.
¿Cuál es la negativa?
En Argentina la gente le tiene miedo al liberalismo. No importa por qué. Yo soy una persona muy liberal, no tengo esos complejos. Creo que con la intención de evadir el rótulo de liberales, algunos prefieren definirse como desarrollistas. En el actual gobierno también está muy asociado a que varios de sus dirigentes vienen de una tradición familiar fuertemente desarrollista. Es el caso de Rogelio [Frigerio] o de [Horacio] Rodríguez Larreta. Creo que la combinación de esos tres factores generó la reivindicación del desarrollismo. Y los puse en orden de importancia: primero la necesidad de dar un mensaje positivo, segundo la idea de la concordia y la legalidad, y por último el miedo al liberalismo. La segunda no se cumplió.
¿Por qué creés que el Gobierno falló en este punto?
Se subestimó la agenda de la concordia. Y es un problema muy grande. Una de las cosas que impresionaba del discurso de Frondizi es que no tenía un tono agresivo. Y eso generaba que mucha gente que no coincidía con él, o que discrepaba abiertamente, tuviera una actitud de respeto. En esa época eran comunes los discursos agresivos hacia los demás, después de 11 años de gobiernos peronistas.
¿Conociste a Frondizi en persona?
Si, claro. Él vivió mucho tiempo en Caballito [donde vivía López Murphy en su infancia]. Mi mamá viajaba con él en el subte hasta Plaza de Mayo, antes de que fuera presidente. Mi padre fue un adversario enconado de Frondizi y fue diputado nacional durante su presidencia. Eso creaba objetivamente condiciones de vinculación, que era más estrecha porque vivían en el mismo barrio.
Te definiste políticamente como liberal, pero es un término que no todos interpretan de la misma manera. ¿Qué es para vos ser liberal?
Sigo la tradición liberal argentina de [Juan Bautista] Alberdi, [Leandro] Alem y [Marcelo T.] Alvear. Estoy muy orgulloso de eso. Mi adscripción a las teorías liberales no es económica. Ese es un tema menor. Formo parte de una tradición filosófica y moral que tiene que ver con defender la división de poderes, controlar al que ejerce el poder, asegurar la igualdad ante la ley y evitar que alguien se pueda adjudicar el proyecto de mi felicidad. Con tener libertad y autonomía para decidir mi propio futuro. Creo que es muy malo que la defensa de las ideas liberales esté a cargo de economistas, porque en general empiezan por el lado equivocado.
Esa concepción del liberalismo es aceptada por una parte amplia del arco político, pero no pasa lo mismo con el enfoque liberal de la economía
Es verdad, existe un consenso muy fuerte a nivel mundial sobre las ideas nacidas de la Revolución Americana [1776]: el derecho a la felicidad, el derecho a la libertad y evitar el poder hegemónico. Esa batalla fue ganada. Lo que no significa que ya no haya autocracias o regímenes hegemónicos, que se disfrazan de elecciones pero en los que mandan siempre los mismos. La clave para saber dónde está la verdad es ver para dónde arranca la gente; nadie quiere vivir en esos países. Así lo confirma la historia: el derrumbe de la utopía sangrienta de la Europa oriental, la catástrofe de la Unión Soviética, la China de Mao, la boat people de Vietnam, los killing fields de Camboya, el desastre de Cuba. La economía de Cuba era cinco veces la de República Dominicana, hoy es el 70%. Una cosa atroz. Por no mencionar a Venezuela. El debate así planteado resulta muy sencillo. Enfocarlo con una mirada económica induce a poner los argumentos en el lugar equivocado.
¿Cuáles son tus diferencias con el desarrollismo?
Frondizi y Frigerio venían de una tradición política diferente al liberalismo.
¿Más cercana a la izquierda?
En el caso de Frigerio, claramente. Y también en el de Frondizi. Pero yo rescato las transformaciones que hicieron en el Gobierno: la privatización de las empresas alemanas, que habían sido tomadas durante la Segunda Guerra Mundial; la privatización del transporte de Buenos Aires; la racionalización del ferrocarril, que era una cosa anacrónica. Recuerdo que en 1956 iba a visitar a los hermanos de mi mamá en Lomas de Zamora y a las seis de la tarde se apagaba la luz. No había electricidad. Eso también se resolvió gracias a Frondizi. Fueron políticas revolucionarias para la época. Las rescato, aunque discrepo con muchas cosas que se hicieron.
¿Con qué cosas discrepás?
Con las ideas de que había que cerrar la economía y elegir los sectores estratégicos. No era lo mejor que se podía hacer, pero eso forzaba un debate inteligente, de todas maneras. Que uno no compartiera esa propuesta no quería decir que estuviera de acuerdo con el statu quo. Había que hacer algo. Y Frondizi tuvo una voluntad de hierro para cambiar el statu quo. Uno puede discutir si los contratos petroleros no deberían haberse licitado o si la forma jurídica y organizativa más razonable era que el presidente tuviera un delegado personal en YPF, pero lo que está claro es que produjeron una revolución inmensa en un área crítica y resolvieron una restricción externa que parecía imposible. Se produjo un alza espectacular de la producción. El país importaba masivamente [petróleo] y la falta de divisas era el bloqueo central del crecimiento económico. No soy desarrollista y tuve posiciones diferentes, pero rescato las características transformadoras de aquel gobierno.
Mencionaste debates inteligentes, ¿a cuáles te referías?
Todo lo nuevo sobre el ferrocarril se pensó en esa época, con el plan Larkin. Antes había existido la discusión, pero nadie se había puesto a pensar alternativas. También el planteo de Laica o Libre, que era el debate sobre si podía haber universidades privadas o no. Hoy sería disparatado plantear la posición anterior a Frondizi, pero hubo movilizaciones a favor y en contra de las medidas del presidente. Recuerdo el entusiasmo de uno y otro bando. Eran temas que provocaban debates inteligentes en la sociedad argentina. Todo esto generó en el país una atmósfera intelectual muy valiosa. Esto explica por qué Frondizi conmovió a varias generaciones. Por la novedad y la frescura de los planteos.
¿Considerás que el sistema económico argentino es liberal?
No, y creo que ahí viene la cuestión del desarrollismo. En general, el desarrollismo está asociado a la idea de que el Estado indica cuáles son las áreas que merecen un tratamiento diferente. Si hay algo que está vigente en Argentina es ese dedo del poder.
¿Dónde ves exceso de intervención del Estado?
En las 1.600 prohibiciones para importar, por ejemplo. Somos uno de los países más cerrados al comercio mundial. También en los regímenes de promoción industrial, hay algunos que son escandalosos. Pero, en general, la mentalidad de los protagonistas de la política nacional está de acuerdo con esa línea. Y Macri simpatiza con esas ideas.
¿Qué casos de promoción industrial son escandalosos?
Me extraña que no se le dé más importancia al caso de ALPAT (Álcalis de la Patagonia), que es un proyecto que viene de la época de Frondizi. Cuando se construyó, se le dio la promoción industrial y la mantuvo durante muchos años. Pero [Néstor] Kirchner, con Alberto Fernández, le renovó el régimen en 2005 porque la compró Cristóbal López. ¡A una fábrica ya construida! Eso debería ser un escándalo nacional.
Existe una idea bastante difundida de que en Argentina no puede funcionar con una economía muy abierta y liberalizada. ¿Vos creés que es viable?
Absolutamente, creo que nos iría muy bien. A largo plazo el nivel de vida subiría sustancialmente, pero la transformación tendría costos. Implicaría reasignar una buena parte de los recursos hacia otras actividades. Lo que aterra a la gente de las ideas de la libertad no es el final, sino la transición. Una fracción significativa de nuestra población no se ve competitiva, por eso tiene pánico. Para que la transición sea viable, tiene que dar una respuesta a esa fracción, que es mayoritaria.
¿Te referís a los que no se ven competitivos en el mercado laboral?
Es algo general, forma parte de todas las actividades de Argentina. Los académicos, por ejemplo, que no quieren que haya concursos transparentes de oposición y mérito. Argentina tiene problemas muy profundos propios de la edad media, con visiones gremiales corporativas. Hay una reticencia muy grande a un mundo competitivo y abierto.
¿Cuál creés que es el origen de esta visión?
Diría que comenzó en la década de los 30, se acentuó mucho en la posguerra y nunca lo pudimos revertir. Pero esto no tiene nada que ver con el pensamiento del desarrollismo, que nació con críticas con respecto a lo que había ocurrido en esos años. Era muy ostensible que Argentina se retrasaba.
PARTE 2 | EL GOBIERNO DE CAMBIEMOS
El presidente Macri hizo referencias en los últimos meses a Frondizi, incluso leyó en televisión algún fragmento de uno de sus discursos. ¿Te parecen comparables los dos gobierno?
No, el Gobierno no tuvo nunca ni el coraje, ni la decisión, ni la frontalidad que tuvo el de Frondizi. El ferrocarril empleaba a 220.000 personas, ¿saben lo que fue eso [la racionalización de los trenes]? También desarmó el Frigorífico Lisandro de la Torre, que era estatal. Él daba una orden y se cumplía. Y, la verdad, la energía usada para ejercer la represión fue inusual. La disposición para poner orden era extraordinaria. La sensación que uno tenía era que el gobierno gobernaba. Eso no tiene nada que ver con el gobierno actual.
¿Qué balance hacés del Gobierno de Cambiemos?
Tengo un balance pobre, como tiene el conjunto de la sociedad. Yo tenía pocas expectativas, porque conocía a los actores. Cuando Frondizi anunció en diciembre de 1958 el plan de estabilización, dio un discurso estremecedor. Yo era chico en esa época y no lo podía descifrar, pero veía que toda mi familia escuchaba el discurso por la radio como si estuviera en una misa y mi papá se pasaba el pañuelo por la frente porque lo impresionaban los anuncios. Pongan ese discurso en perspectiva con el bailecito y los globitos de Macri. Gestualmente no comunica. Cuando hay globitos y bailecito, la idea es que no hay un problema grande.
¿Se subestimó la situación?
El planteo era que si se llevaba al Gobierno un equipo que gestionara bien y no fuera corrupto, los problemas se resolverían. Peor eso no era la verdad. Los problemas eran dramáticos, estructurales. Y creo que sí, se subestimaron los problemas. Los gestos son muy decisivos para lo que sucede después. El ejemplo más conocido es el de [Winston] Churchill, pero es lo mismo con el discurso de diciembre del 58. Recuerdo esa noche, esa voz aguardentosa que le hablaba “a millones de argentinos” [imita la voz de Frondizi]. Era impresionante, me acuerdo de la preocupación de mi familia. Ese gesto cambió la perspectiva. A partir de ahí, nadie minimizaba lo que venía. Sabíamos que había en marcha un proceso que iba a ser muy difícil, muy exigente y que no había forma de evitarlo. Tengo la sensación, cuando escucho a los políticos actuales, de que hablan en un clima de frivolidad. Algunos hasta el ridículo, se están riendo todo el tiempo. Si ustedes pueden escuchar ese discurso van a notar la diferencia: era estremecedor.
Frondizi decía una frase: “Medida antipopulares, nunca; medidas impopulares, siempre que sa necesario”. ¿Era esa la diferencia?
Recuerdo una anécdota que contaban en esa época en mi casa. Una frase que escuché y me quedó grabada toda la vida. Contaban que [el canciller alemán Konrad] Adenauer, arrasada como estaba Alemania tras la guerra, convertida en un parking lot por los bombardeo, rechazó el dinero de los aliados para reconstruir la viviendas. “Yo quiero reconstruir las fábricas”, había respondido. Un dirigente político, no importa quien, le decía a mi padre: “Frondizi haría lo mismo que Adenauer, primero las fábricas y el trabajo y después la vivienda”. A este señor le parecía mal. Decía que Frondizi no tenía sensibilidad —un comentario injusto— y que había que hacer las viviendas y después ver de qué trabajábamos. Con lo años, a mi me pareció que Adenauer y Frondizi tenían razón: había que reconstruir el mundo del trabajo. Pero, además, lo más enconados adversarios de Frondizi ¡lo comparaban con Adenauer!. Era una lógica admirativa. Los adversarios le tenían respeto. Y Frondizi no andaba con vueltas, con discursos frívolos, ocurrentes.
¿Macri tendría que haber encarado el gobierno desde el comienzo con la misma actitud que Frondizi?
Si él hubiera enfocado el problema como una situación crítica, si el discurso de diciembre de 2015 hubiera sido como el de diciembre de 1958, la situación hubiera sido diferente. Implicaba un cambio de enfoque. Y un cambio gestual. Pero era muy difícil encarar los problemas después de la campaña electoral que habían hecho.
¿Por qué?
Mucha gente creía que Macri tenía la lámpara de Aladino. Que los problemas se iban a arreglar casi solos, que con él venía la alegría. Es difícil vencer a un candidato que promete que con él viene la alegría, los bailes, los globitos, las risas. Ahora, esa campaña tiene su costo. El día que querés encarar los problemas, la gente dice: “¿Y el baile y los globos? Yo no me enteré de ninguno de estos problemas”.
¿La campaña condicionó al Gobierno?
La campaña estuvo mal planteada porque estaba mal diagnosticada la descapitalización del país y los shock externos que había recibido. El precio de la soja bajó a la mitad en el segundo semestre de 2014, las exportaciones cayeron de 85.000 millones a 55.000 millones de dólares. Había que hacer una corrección muy grande.
En 2015 no se emprendieron las reformas que considerás que eran necesarias, pero este año hay elecciones de nuevo. ¿Sería diferente si hubiera un segundo gobierno de Cambiemos?
Estoy seguro de que el presidente aprendió la lección. Si algo tengo claro es que él no reiteraría los errores de la primera gestión. Los hechos fueron muy duros, fueron brutales.
¿Cuáles creés que son los principales desafíos que va a enfrentar el próximo gobierno?
Lo primero que hay que arreglar es el problema fiscal federal. Lo segundo es la institucionalidad monetaria y fiscal. El tercer punto es la organización económica: cuáles son las reglas del juego. No pretendo que sean las que a mí me gustarían, pero sí que dejemos la arbitrariedad. Que las reglas de juego no cambien cada seis meses y que el que invierta en Argentina sepa lo que le espera.
¿Por qué el primer problema es el fiscal federal?
En noviembre de 2015, la Corte Suprema transfirió el 15% de los recursos coparticipables que estaban asignados a ANSES a los Gobiernos provinciales. Eso produjo una catástrofe en las finanzas del Estado federal.
Este año se habló de construir consensos políticos, algo que la campaña electoral terminó opacando. ¿Hacen falta consensos entre la clase dirigente?
Yo diría que hace falta un Gobierno mayoritario. La idea no es pasar las reformas por accidente, o por la ventana del cuarto de atrás. Hay que generar incentivos para invertir y la percepción de que el país está en condiciones de lidiar con la crisis. Sería una inmensa oportunidad, porque el país puede movilizar fuerzas extraordinarias y en condiciones mucho más ventajosas que las que había en diciembre de 1958.
En Vaca Muerta, ¿por ejemplo?
Es un caso donde hay un potencial inmenso para movilizar recursos. Pero inmenso, inmenso. Eso, sin embargo, no se puede hacer con el riesgo país a 1.000 puntos. Ningún proyecto de inversión lo soporta. Hay que resolver estos temas y enfocarlos a través de un programa que goce de apoyo mayoritario. Y que sea llevado a cabo por un gobierno dispuesto a hacer respetar la ley y el orden.
PARTE 3 | LA NUEVA DERECHA
¿Qué opinás de la candidatura de José Luis Espert? El también se define como liberal
La idea de una tercera posición frente a los dos polos [el macrismo y el kirchnerismo] cosecha entre los decepcionados y los frustrados. Pero hay que ser realistas: la elección está polarizada. Y en las elecciones, en general, es raro que uno vote convencido. Se vota por el que se considera el menos malo. Los votos por convicción son excepcionales. Los votos a Frondizi y a Balbín eran votos de profundas convicciones, pero no creo que pase en esta elección. Creo que la posición [de Espert] va a ser importante en el debate, pero el resultado finalmente va a estar gobernado por la polarización.
En general, ¿cómo ves este nuevo movimiento asociado a las ideas liberales?
Es un fenómeno que se da a nivel mundial. Hay una rebelión contra los excesos del poder, contra los privilegios de la clase política. ¿Ustedes se imaginan que la legislatura de Santa Fe durante el gobierno de [Carlos] Sylvestre Begnis hubiera gastado seis veces más que la legislatura de Madrid? No era posible. Por la naturaleza de los actores. Hubieran pensado que eso era un abuso, una sinvergüenzada. Mi padre conoció a [Raúll] Uranga, que después fue gobernador de Entre Ríos. Todos ellos tenían una conducta personal que hacía imposible que se hicieran las cosas que se hacen ahora. Tenían un prestigio social muy grande. Siempre cuento una anécdota de Arnaldo Musich, que fue funcionario de Frondizi. Cuando dejó de ser presidente, Frondizi tenía que hacer un viaje a Europa y no tenía recursos para pagarlo. Musich se los facilitó y Frondizi se quejaba porque le había comprado un pasaje en primera y él quería viajar en económica. Con los políticos que tenemos ahora, eso no se le ocurriría a nadie. La idea de que los políticos son los únicos exitosos de esta sociedad, los únicos que viven bien, los únicos que en un país fracasado están bárbaro, eso genera una reacción que produce la antipolítica.
¿Creés que el rebrote del liberalismo es solo una reacción o algo duradero?
Lo veo como una cosa muy positiva. Veo que ha atizado el debate, que ha generado una visión más equilibrada de la sociedad que la que había antes. Como digo que nadie quería definirse como liberal, ¡todos querían ser de izquierda! Bueno, eso se acabó. Y se acabó, sobre todo, porque el impacto más grande de las ideas liberales es entre los menores de 35 años. Me parece que es algo que va a quedar.