Terminada la Segunda Guerra Mundial, el 8 de mayo de 1945, el mundo sintió alivio tras seis años de horror y destrucción masiva. Las armas se silenciaban, las sirenas se acallaban lo que significó que las bombas iban a dejar de caer desde el cielo sobre la población de las ciudades que se redujeron a escombros.
Un saldo devastador por doquier de ciudades destruidas con millones de desplazados de sus hogares sumado a grandes pérdidas económicas y una feroz crisis humanitaria.
El peor rostro de la humanidad fue una escena constante de todo el conflicto. Una exposición cruel de la miseria humana sin precedentes por el solo hecho de pensar diferente, profesar una religión y un repugnante racismo puro.
Las cifras varían pero se calcula que más de 50 millones de personas, entre militares y civiles, murieron durante la guerra. Pero toda tragedia tiene un comienzo.
¿Qué nos llevó a semejante barbarie?
El fin de la Gran Guerra en 1918 generó una esperanza en el viejo continente que se terminó convirtiendo en una pesadilla. Desde la Conferencia de Paz de París y sus consecuentes tratados de paz (Versalles, Saint Germain, Trianon, etc.) las tensiones étnicas y nacionalistas no aflojaron a pesar de los intentos en vano del presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, que planteó que se dejara de lado el revanchismo imperante, pero chocó con la posturas intransigentes del líder francés, Georges Clemenceau, y el premier británico, Lloyd George, que por debajo ambos se burlaban de la postura ingenua del estadounidense.
Además, el valor agregado en la complicada coyuntura económica de tanto países vencedores y vencidos, que conllevaron a reparaciones de guerra, inflación, devaluaciones y una reconversión industrial.
El descontento corría por las venas de las clases medias y bajas europeas. El horizonte era sombrío y veían que la política era incapaz de contener y arreglar la compleja situación. Sin un rumbo claro, se vieron seducidos a nuevas ideas autoritarias que imponían y garantizaban la ley y el orden. Encima rondaba la sombra desde el este del continente con la victoria de Vladimir Lenin en Rusia y el ensayo comunista de Béla Kun en Hungría en 1919, que era visto como un peligro latente.
Sin respuestas concisas, la bronca se expandió como un virus si cura. El Estado ineficaz era culpable de todo, el aumento de la conflictividad social iba en ascenso al eco revolucionario orquestado desde la Unión Soviética. El germen comunista debía ser contenido y aplastado. Amenazante total de las clases acomodadas, la solución se encontraría en un nuevo populismo de derechas que poco tenía que ver con el conservadurismo tradicional. Esa apuesta nueva fue el fascismo que imponía por la fuerza el fin de la irrupción y la imposición del orden. Emergerán las figuras de Benito Mussolini en Italia y en Alemania, Adolf Hitler. Ambos lideres supieron canalizar en beneficio propio los males y traumas que dejó la Primera Guerra Mundial. El revanchismo será una constante de sus discursos.
El Duce italiano de pasado socialista, adoptó esa ideología mezclada con patriotismo de corte radical sumando en un común denominador a trabajadores y la patronal en servicio del Estado. Otro movimientos en el continente adoptaron la misma metodología, pero le agregaron la religión como en España, Portugal y en un principio Austria antes de ser anexionada por los nazis. En el caso de la Alemania Nazi sumaron el racismo.
Estos partidos con intentos frustrados revolucionarios como la intentona golpista nazi en 1923, que terminó en un fracaso rotundo y con Hitler “encarcelado”, se adaptaron a la vida política con violencia a las latentes democracias débiles de estos países. La complicidad de los sectores económicos del poder, una clase media descontenta, la amenaza comunista y monarquías que veían en riesgo su existencia, como el caso italiano Víctor Manuel III y español Alfonso XIII, llamaron al poder a Mussolini y Miguel Primo Rivera. En el caso alemán, Hitler tras salir de la cárcel adopto una nueva estrategia de desgaste para llegar al poder. Los años veinte dieron estabilidad a la República de Weimar hasta el Crac del 29. Alemania colapso económicamente y fue el escenario propicio para el ascenso de los nazis. Otros regímenes de carácter autoritario con tintes fascistas también emergían en el continente.
Estados totalitarios que impusieron el orden a través del terror y terminaron con las libertades. Hubo voces disidentes que fueron calladas y el común de la sociedad aceptó al nuevo orden.
El germen del odio ya estaba implantado. Obsecuentes ante la posibilidad de una nueva guerra, Francia y Reino Unido dejaron que Hitler se haga del control de Renania y los Sudetes. Un león británico anticipaba hace años del peligro de Hitler y fue un crítico del apaciguamiento. Esa voz solitaria era Winston Churchill. No estaba equivocado. El líder nazi quería recuperar el honor alemán y su ambición expansionista no tenía techo. No en vano prometió un Tercer Reich de mil años.
Mientras el verano del 39 llegaba a su fin, los franceses habían disfrutado de sus terceras vacaciones consecutivas pagas. En cambio, el Reino Unido vivía momentos de crisis a lo largo y ancho del imperio. Temeroso ante la debilidad de Occidente que había demostrado ante Hitler, el líder soviético Josef Stalin daba el visto bueno para el pacto Ribbentrop-Molotov, el acuerdo de no agresión germano-soviético, que selló la suerte de Polonia.
A las 4.45 horas de la mañana del 1 de septiembre de 1939, las tropas de la Wehrmacht cruzaron la frontera con Polonia camufladas con el uniforme polaco y dieron inicio a la Segunda Guerra Mundial. Reino Unido y Francia declararon el 3 de septiembre la guerra a Alemania. El 13 de septiembre los soviéticos invadieron Polonia desde el este, según lo establecido en el pacto con los alemanes.
El mundo entraba de lleno en una agonía que duró 2.319 días. A diferencia de la Gran Guerra, la Segunda Guerra no solo se combatió en suelo europeo, sino que se expandió a lo largo del planeta. Con una estrategia innovadora la “Guerra Relámpago” era imparable y las hordas nazis se hicieron del control de Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia. Mientras tanto, los británicos sufrían de constantes bombardeos alemanes, que reducían sus ciudades en cenizas. Sin embargo, Gran Bretaña prevaleció.
Alemania, Italia y Japón firmaron un acuerdo en 1940 para unir sus fuerzas. En 1941, los nazis pusieron en marchar la Operación Barbarroja, la invasión total a la Unión Soviética. Sin embargo, los alemanes quedaron a las puertas de Moscú. Los japoneses querían ampliar sus dominios y hace años atosigaban a China con la quita de territorios y aniquilamiento de la población. Además, puso foco en algunas colonias europeas en Asia. El ataque de Japón a la base naval de Pearl Harbour, en Hawai, en 1941, supuso la entrada de Estados Unidos en el conflicto del lado de los Aliados.
La Batalla de Stalingrado, entre agosto de 1942 y febrero de 1943, marcó un cambio de rumbo en la guerra. La derrota nazi significó el comienzo del declive del régimen. Pero el fin del conflicto llegó con la entrada de los soviéticos en Berlín en 1945.
El Tercer Reich que según el líder nazi, Adolf Hitler, iba a dura mil años sólo duro doce años donde con su locura y malicia ensangrentó a todo el mundo.
El lado oscuro de la Segunda Guerra
A medida que el germen nazi se imponía en cada país al mismo tiempo de manera sistemática comenzaba la persecución étnica, política y religiosa, que se había iniciado en Alemania contra los judíos.
En diversos campos de concentración esparcidos por los territorios conquistados, los nazi aniquilaron a millones de judíos, pero también comunistas, gitanos, homosexuales y prisioneros de guerra. En total, 11 millones de personas murieron. Sin dudas, el Holocausto es la página más oscura y triste de la Segunda Guerra.
La tecnología también se hizo presente en el conflicto bélico con nuevas innovaciones en tanques, submarinos, buques de guerra y aviones bombarderos para atacar las ciudades enemigas.
Pero la fabricación de la bomba atómica fue el hallazgo armamentístico más resonante y, a su vez, más peligroso de la humanidad. Durante años, Estados Unidos en secreto puso en marcha el Proyecto Manhattan y la utilizó contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el 6 y 9 de agosto de 1945.
Al caer las bombas en un suspiro padecieron más de 200.000 personas por la explosión nuclear y los posteriores efectos que generó la radiación. Nunca más se han vuelto a utilizar armas atómicas en una guerra.
Xenofobia, odio y exterminio fueron las caras de la guerra. 80 años después el mundo parece no haber aprendido ciertas lecciones de la Segunda Guerra. Las guerras continuaron. El odio acompañado de la muerte del otro sigue siendo el camino para terminar conflictos tanto internos y externos.
Insólito aún florecen en la actual Europa y en otras partes del mundo ideas similares que fueron el germen propicio que originó el mayor conflicto armado de la humanidad, que se ven reflejados en los actuales partidos de ultraderecha. Del pasado se supone que debemos aprender para tener un mejor presente y futuro. En ocasiones funciona y lo que nunca se pierde es la esperanza en la humanidad.