En el complejo panorama político y social que atraviesa Argentina, la búsqueda de consensos emerge como una imperiosa necesidad para construir un camino de desarrollo sostenible. En este contexto, las reflexiones de Arturo Frondizi, plasmadas décadas atrás, adquieren una sorprendente vigencia al plantear la dualidad de desafíos: impulsar el crecimiento económico y, simultáneamente, promover la integración social como motor de dicho progreso. En este contexto, el presente que vive nuestro país nos lleva a analizar la trascendencia de los consensos en la actualidad política argentina, abordando aspectos clave como la estabilidad institucional, el papel del Congreso, la descentralización gubernamental y la construcción de políticas a largo plazo. En definitiva, se busca comprender cómo los consensos, más allá de ser meros acuerdos temporales, se erigen como cimientos sólidos para el desarrollo y la transformación duradera de la Nación.
Ya atravesado el proceso electoral se ha dejado atrás la etapa de las suposiciones, hoy nos toca tratar de comprender los capítulos diarios de un proceso incierto. La etapa de las extravagancias de campaña cesó en el momento en que asume el nuevo gobierno, allí podemos ver cuál ha sido después de todo el verdadero programa de gobierno.
El descrédito de la política y la irrealización de las demandas sociales son parte de la construcción de la Argentina actual.
El descontento, la desesperanza, el odio de la grieta, la bronca de la realidad diaria y tantos otros condimentos fueron el combustible del que se alimentó la maquinaria electoral de la democracia Argentina en la última elección. Con una característica peligrosa, es un combustible inestable.
Una vez pasada la elección, la inestabilidad que generan estos componentes se transmite al ejercicio del poder, socavando a diario la legitimidad de quienes ejercen el poder devenido de las urnas.
Por ello son tan importantes los consensos que brinden estabilidad a quien ha sido consagrado por la voluntad popular.
El camino elegido parece haber sido otro. Creer que en un país hiper presidencialista, como el que pretendió construir la reforma de 1994, se puede gobernar sin los otros poderes, termina siendo en cualquier tiempo un grave error y en estos tiempos una actitud temeraria.
Con los mismos de siempre pero a través de DNU, parece ser la foto más nítida del comienzo de gestión del gobierno de Milei – Villaruel – Macri, que hace su presentación pretendiendo anular el Congreso. Ello sabiendo que es el Congreso el que traza la diferencia entre posiciones personales y políticas de estado.
El Congreso, como representante del pueblo y de las provincias, debe ser respetado como el espacio legítimo para discutir y tomar decisiones cruciales para el país. El abuso de los DNU puede socavar el proceso democrático. Es fundamental instar a la reconsideración de esta práctica y promover un diálogo más abierto y participativo entre el Ejecutivo y el Legislativo para asegurar una toma de decisiones más equitativa y consensuada.
Sólo en épocas de las colonias se construían formatos de poder concentrados como el que anhelan quienes ensamblaron tan vasto instrumento mercantil (el DNU). Podrán los resortes constitucionales transformar las aspiraciones virreinales en un gobierno institucionalmente sólido, es lo que debemos preguntarnos.
La figura del virrey añorada por algunos sectores desde aquel 25 de mayo de 1810, es la base del pensamiento unitario en nuestro país, ya que representa la concentración del poder más que en una sola persona en una sola ciudad, con la triste y actual característica de estar destinado a la defensa intereses externos.
Federalismo
Si uno analiza alguna de las ideas sobre el federalismo que se han dejado ver entre la campaña y el comienzo del gobierno, es claro el error conceptual sobre los recursos nacionales y la composición político, territorial y económico de nuestro país.
Todos sabemos que las reformas en cada una de las provincias son necesarias e impostergables, cada una de ellas debe fortalecerse en su facetas institucional, económica y social. Pero ello debe ser parte de un proceso de reforma que permita que esa transformación se lleve adelante. Creer que el abandono de las provincias por parte del gobierno nacional actuará como pase de magia sobre la realidad es una cruel estrategia que impacta en cada uno de los argentinos que habitan el territorio nacional.
La Nación se compone de provincias, muchas de ellas preexistentes, creer que la Nación es un ente vacío compuesto de intereses externos es lo único que puede explicar la posición asumida por el gobierno nacional.
Una de las características positivas del último proceso electoral resulta de la elección de cuadros políticos con proyección para ejercer las gobernaciones de muchas de nuestras provincias, los que han sido el resultado de la construcción de peso político propio basados en la consolidación de estructuras de poder político provincial.
El federalismo argentino viene de un proceso de deterioro profundo de las autonomías de construcción política provincial, nacido entre otras cosas por el armado institucional de la Constitución de 1994, profundizado con el federalismo de amigos, pero también de la fragilidad económica de cada una de las provincias.
Por ello, si bien en una primera etapa puede resultar profundamente destructivo el proceso de desvinculación del gobierno nacional con las provincias, puede a largo plazo terminar generando un fortalecimiento de la autonomía político institucional de aquellas que asuman el desafío de adaptarse a esta nueva realidad.
Esto último será lo que trazará la línea entre quienes se trasformen en súbditos del virrey y quienes asuman el rol de caudillos federales.
Consensos básicos
Pero, ¿y si lo que Argentina necesita es un virrey para llevar adelante las transformaciones? La respuesta es simple, Argentina como todos los países desarrollados del mundo lo que necesita son consensos básicos.
A diferencia de los personalismos, tan de moda en el mundo actual, los consensos otorgan estabilidad en el tiempo.
No es posible proyectar el desarrollo de un país sin generar los consensos básicos que permitan lograr la continuidad de políticas de Estado a través del tiempo y los procesos políticos. En un país donde los extremos políticos rinden electoralmente y la palabra consenso es percibida con una valoración negativa por gran parte del electorado, es momento de no claudicar en la búsqueda de la integración de los argentinos.
Los disensos son parte de la vida democrática y hacen a la calidad de la democracia en la que vivimos. Pero cuando no se trata de disensos sino de antinomias, la democracia sufre el natural desgaste de no poder brindar respuestas a las necesidades de la sociedad.
Es importante tener presente que una cosa es construir consensos y otra muy distinta es constituir mayorías. Las mayorías se construyen sobre la fuerza de un espacio político en un momento determinado, los consensos se consolidan sobre la fortaleza de las políticas sobre las que recaen. Las políticas establecidas a través de la construcción de mayorías tienen la particularidad de no tener continuidad en el tiempo, duran lo que el proyecto político que las impulsa. En cambio, los consensos terminan incorporándose a las plataformas políticas otorgándole a los mismos la capacidad de proyectarse a través del tiempo, sin disminuir su capacidad de transformar la realidad. Por ello, es necesario que en una democracia donde los disensos fortalecen se logren acuerdos básicos sobre políticas de Estado que permitan comenzar a transitar el camino del desarrollo y dar respuestas a las deudas sociales que padece nuestro país.
Cada una de las transformaciones se nutren de los consensos para blindarlas de los cortoplacismos electorales de los que muchas veces se nutren las fuerzas políticas de nuestro país y que tantas veces han llevado al fracaso de las políticas públicas de mediano y largo plazo.
Cada uno de los consensos que se logren, implican tener una sólida conciencia de que es necesario llevar a la práctica valientes decisiones políticas, desligadas de las ataduras de “la próxima elección”, ya que no sólo se necesitan ejecutores técnicamente capacitados, sino un alto compromiso político que comprenda todos los sectores, que acompañe una determinación firme y sostenida de quien tiene a cargo la gestión ejecutiva, siempre sabiendo que nuestra historia ha demostrado una y otra vez que ninguna medida aislada funciona si no está asociada a un proyecto de Nación.
Consenso es el resultado de construcción de políticas comunes, donde la arquitectura para llevarlas adelante se basa en las coincidencias a mediano y largo plazo, desvinculando las mismas de las necesidades de la próxima elección.
De nada sirve pensar que una elección cambia el destino de nuestro país, las transformaciones que requiere nuestra sociedad deben atravesar un largo camino que se proyecte a través del tiempo y los cambios políticos que traen consigo las elecciones, para lo cual se deben generar los consensos básicos que permitan continuar las políticas de Estado a través del tiempo y los procesos políticos.
La legitimidad de los consensos se fortalece a través del tiempo, el ejercicio absoluto del poder se deteriora con el paso del tiempo y con ello las reformas impulsadas.
Muchas reformas son necesarias en nuestro país, pero ninguna por ejercicio absoluto del poder.