bioeconomía
El economista Roberto Bisang en una entrevista televisiva. / YouTube

Roberto Bisang cree que la bioeconomía es la clave para el desarrollo de Argentina en el siglo XXI. «La agricultura deja de ser una actividad primaria y se convierte en el primer eslabón de la cadena industrial de la biomasa», plantea este economista y profesor de la Universidad de Buenos Aires. Para Bisang la agenda de la bioeconomía es similar a la del desarrollismo, pero adaptada a los tiempos actuales y a los desafíos del desarrollo sostenible. Entre las principales ventajas del país destaca los recursos naturales, el desarrollo biotecnológico nacional, las capacidades empresariales y el capital humano. Entre los obstáculos, «ciertas creencias ancladas en el pasado».

El desarrollismo en la década del 60 entendía que la prioridad era la industria pesada. ¿Cuál debe ser el eje principal del desarrollo en la actualidad?

La bioeconomía. Es un nuevo modelo de desarrollo basado en la industrialización eficiente de la biomasa. Unos cuarenta países de desarrollo medio o alto están virando hacia esa dirección. Con la bioeconomía afloran nuevos vocablos: biocombustibles, bioplásticos, alimentos probióticos y nutracéuticos. La energía deviene en producciones biológicas renovables, derivadas de ciclos cortos de la naturaleza: los biocombustibles. Los bienes de capital consisten en seres vivos, preexistentes en la naturaleza y pasibles de mejoras, biotecnología mediante, para hacer más eficiente el proceso de fotosíntesis y la industrialización posterior de la biomasa. La industria utiliza convertidores biológicos como levaduras, enzimas, genética animal y vegetal. Los materiales provienen de monómeros y polímeros reproducidos sobre la base de la naturaleza, pero bajo procesos controlados. La agricultura deja de ser una actividad primaria y se convierte en el primer eslabón de la cadena industrial de la biomasa. La eficiencia no solo se basa en los procesos de transformación del producto principal, como en el caso del maíz en bioetanol, sino en la captura y valorización de los subproductos, como los derivados de la fermentación del maíz. Como verán, es una una agenda similar a la del desarrollismo. La diferencia es que en los años 60 el paradigma era el fordismo y el uso masivo de los materiales inertes y energías fósiles.

¿Qué papel ocupa la industria tradicional en este modelo?

La industria sigue siendo un motor relevante del desarrollo, ¿pero qué tipo de industria y para qué mercados? Las condiciones internacionales muestran un giro hacia las producciones sustentables, el abandono paulatino de las energía fósiles y de los materiales no renovables, demandas excedentes de alimentos y énfasis en productos y servicios intensivos en el uso de biotecnología. Hay que emprender una reindustrialización, pero mirando el futuro y no el pasado. En los sesentas las industrias de punta eran las producciones de insumos básicos y los sectores como el automotriz y la petroquímica. El desarrollismo hoy es reindustrializar con base en lo biológico. Ahí es donde están las mayores posibilidades de éxito competitivo. Se prevé un boom internacional en las próximas décadas y habrá múltiples ventanas de oportunidad derivadas de la ampliación de dos espectros tecnológicos que van convergiendo a una velocidad impresionante: las TICs y las biotecnologías.

¿»Reindustrializar con base a lo biológico» no es una forma de reeditar el modelo agroexportador con tecnología del siglo XXI?

No, porque es un concepto mucho más amplio. El agro tradicional estaba pensado para producir alimentos baratos. La bioeconomía es un modelo aplicado al desarrollo industrial y el entramado de insumos y servicios complementarios. La complejidad de las tecnologías aplicadas, la forma de organización en red, la flexibilidad para variar el mix de producción y la productividad alcanzada aleja esta actividad del campo tradicional y la asemeja a una industria a cielo abierto. El agro, además de su función tradicional, es la base de la química verde del futuro.

¿Cómo está posicionada Argentina para afrontar esta agenda?

Argentina está en una posición distinta a la que tenía en los sesentas y requiere una estrategia futura. Cuenta con dotaciones favorables para producir biomasa y un desarrollo de cierta valía en biotecnología. También con recursos empresariales, capital humano que puede aplicar a este modelo y una demanda internacional dinámica. Pero es obvio que el proceso no es automático, lineal ni exento de tensiones. Mudar hacia un modelo distinto es un cambio de largo plazo. Los resultados positivos se ven en décadas y los costos se pagan en el corto plazo. Los beneficiarios del modelo anterior son renuentes a deponer posiciones y, como diría Maquiavelo, los futuros ganadores no se arriesgan a plantear abiertamente una ruptura con el estatus previo.

¿Qué cadenas productivas creés que tienen mayor potencial en Argentina?

Existen algunos avances muy destacables en un núcleo acotados de producciones primarias, como la soja, el maíz, la carne, el maní, los limones o el trigo. Y no mucho más. Son producciones que se sustentan en una primera etapa industrial, fuertemente exportable: las harinas de soja, las carnes bovinas, aviares y porcinas. Queda por fuera una amplia gama de actividades. Falta un amplio camino por recorrer con base en la agregación de valor. Una vía es la transformación de granos en carne y leche. Eso también es industria. A partir de ahí se abre una serie de segundas vueltas industriales. Un ejemplo: la faena de un novillo no termina en la carne, existen subproductos como las grasas, los sebos, la sangre y los jugos biliares que son excelentes bases de materia prima industrial. Algo similar ocurre en los lácteos. Un paso más allá de los quesos y leches fluidas hay una multiplicidad de leches salubrizadas y existe una línea de industrialización del suero, que incluye la posibilidad de producir plásticos biodegradables a partir de ácido poliláctico.

¿Qué sectores nuevos podría desarrollar el país con un enfoque basado en la bioeconomía?

El primero es el de los biomateriales, un sector de desarrollo incipiente pero de crecimiento dinámico. Estos cubren desde suministros básicos, como la madera, las fibras textiles o los cueros, hasta otros derivados de procesos industriales complejos. Un capítulo especial es el de los bioplásticos, cuyo principal drive es la degradabilidad y la vuelta a la naturaleza en tiempos acotados. Se producen a partir de diversas fuentes de materia prima, en una suerte de química verde que convive con el modelo tradicional de materiales convencionales originados en la petroquímica o la metalurgia. Otro gran capítulo corresponde a los insumos y servicios asociados con el mantenimiento y la restauración de la salud humana. Por un lado, existe una amplia gama de medicamentos biológicos que son un reemplazo superador de los de origen farmoquímico. Por otro, se está desarrollando un enfoque de prevención de la salud denominado terapias génicas que comienza por identificar el origen génico del desequilibrio para personalizar la solución médica. Este segmento productivo ingresó tempranamente al concepto de la bioeconomía con las primeras vacunas autoinmunes y se consolidó en los años 80 con el uso de la biotecnología moderna en la producción de fármacos sensibles, como el caso de la insulina genética. Es una actividad con impacto potencial sobre el balance comercial, ya que los medicamentos e insumos médicos son rubros deficitarios. Finalmente, comienzan a valorizarse una serie de servicio ecosistémicos que no siempre son visualizados ni puestos en valor. Me refiero al uso y la presentación del paisaje como bases de la industria turística o la captura de carbono derivado de determinadas prácticas agrícolas, como los modelos silvopastoriles, los bosques artificiales y el reemplazo de energías fósiles por dendroenergías. También podemos incluir a toda la industria derivada de la química verde y los servicios ecosistémicos como la remediación del suelo. O sea que, levantando la vista, existen muchas alternativas industriales de alta potencialidad que deberán ser ensambladas con las preexistentes en el marco de una nueva industria.

Mencionaste los subproductos de la industria alimenticia, ¿pero qué impacto tiene en la producción de alimentos?

Primero, convengamos que está en pleno proceso de cambio el propio concepto de alimento. Bajo la idea de salud única, comienza a consolidarse la creencia de que la salud se construye y preserva a partir de hábitos alimenticios apropiados. En esa dirección está la demanda creciente de alimentos con atributos de nutrición adicional, llamados nutracéuticos, y los que son preventores de enfermedades, conocidos como probióticos. Una rápida visita a las góndolas permite verificar que nos estamos alejando del concepto de comida hogareña, es decir, la preparada en la casa con insumos genéricos, y vamos hacia otros alimentos más sofisticados y con mayores requerimientos. Esto se suma a las presiones regulatorias y las mayores exigencias de los consumidores, lo que torna crucial la información de respaldo sobre calidad, inocuidad y los contenidos de los alimentos.

Uno de los mayores desafíos del país es la generación de empleo y el desarrollo armónico en todo el territorio. ¿Qué puede aportar la bioeconomía en esa dirección?

Necesitamos repoblar el interior. Necesitamos más ciudades pequeñas o medianas del interior que en su ampliación sean polos de arraigo local e incluso destinos de relocalizaciones. Las emprendimientos basados en la bioeconomía, en especial los biocombustibles, tienen algunas ventajas adicionales en ese sentido. En primer lugar, son de menor escala que los asociados con los complejos petroquímicos, lo que deriva en un ecosistema empresario más equilibrado. En otro orden, implican menos costos de transporte de la energía y son más compatibles con desarrollos regionales y locales cercanos a las fuentes de abastecimiento de biomasa. Implícitamente tiene un marcado cariz ambientalista. Estos complejos energéticos garantizan la oferta de energía y al mismo tiempo sientan las bases para el desarrollo de complejos industriales adicionales derivados de subproductos y desperdicios. Así como la industria petroquímica de los años 60 generó polos de desarrollo aledaños a las refinerías, el impulso a las bioenergías abre oportunidades de repensar el desarrollo local. Los primeros avances de los complejos bioetanoles de Córdoba, Santa Fe y San Luis ilustran sobre posibles ciudades medias e industrializaciones de los aledaños entre el campo y la ciudad. Algo similar opera en las producciones sucroalcoholeras del noroeste.

Relacionaste la bioeconomía con la provisión de energía ¿Se puede resolver la cuestión energética desde allí como antaño hizo el desarrollismo con el petróleo?

La idea central es la siguiente: así como en los 60 la brecha energética y productiva se achica con el desarrollo de la industria del petróleo y la petroquímica, a futuro se torna necesario en mudar hacia una matriz energética predominantemente verde.

El ámbito de las bio-energías o energías renovables (biodiesel/aceites vegetales o base etanol/maíz/caña de azúcar o captura de desechos y conversión en gas metano) se basa en tecnologías que generan varios subproductos -glicerol, vinaza, aceites esenciales- que -nuevas tecnologías mediante- son el inicio de procesos industriales que hoy se abastecen de la industria petroquímica tradicional. A modo de ejemplo, si nos centramos en el biodiesel, los subproductos son la base de una multiplicidad de insumos de la denominada industria olefinica; así como en los 60 los aledaños rosarinos sentaron base a la petroquímica, seguramente y en vistas al futuro, pensando en los mercados internacionales, los déficit de balance comercial y la abundancia de subproductos derivadas de la molienda sojera inducirían a pensar a los “industrialistas” a profundizar el desarrollo aguas debajo de los aceites vegetales, el biodiesel, las lecitinas, la  glicerina y las múltiples derivaciones de los glicoles. Modelos similares pueden plantearse a partir del desarrollo integral del bioetanol producido en base a maíz y de la caña de azúcar. Metafóricamente hablando: cambiemos (o sumemos) al cracking de petróleo por el cracking de la soja y reemplacemos (o complementemos) la petroquímica por la “química verde”.

¿Qué se necesita para avanzar hacia un modelo como el que proponés?

Primero hay que fundamentar bien la estrategia y lograr ciertos consensos políticos básicos. Se necesita una visión que plantee la bioeconomía como una estrategia superadora de la idea sustitutiva previa, que integre los avances sectoriales del pasado y permita una transición socialmente aceptable. Y, fundamentalmente, que amplíe vía mercado internacional la base de acumulación y dé una respuesta a la generación de empleo. Es un modelo con bases competitivas sólidas. A diferencia del pasado, en el que copiamos tardíamente el fordismo metalmecánico, en este caso Argentina tiene la posibilidad de ingresar tempranamente a este nuevo esquema de desarrollo. Sin negar que los mercados globales no son sencillos, existen precondiciones que permiten ser optimistas. Considero que buena parte del problema para concretarlo está en el seno de la propia sociedad local.

¿Cuáles son esos problemas?

Existen ciertas creencias ancladas en el pasado respecto a la viabilidad de usar los recursos naturales como epicentro de la industrialización. Argumentan que [los sectores vinculados a los recursos naturales] tiene bajo poder multiplicador, anomia tecnológica y poca predisposición a la generación de empleo. Pero si revisamos estos preconceptos nos encontramos con una realidad palpablemente diferente. Por otro lado, los sistemas de promoción industrial guardan la impronta de sustentar actividades propias del pasado y que actualmente no pueden realizar una integración local ni cerrar la brecha de innovación con los parámetros locales. Seguimos promocionando desde hace décadas la industria electrónica, la automotriz y otras propias del fordismo tardío, a pesar de su bajo dinamismo, comprobado por la presencia declinante en el valor agregado industrial. Los recursos son escasos, por eso estos sistemas de promoción, que desvían recursos financieros, impositivos y en construcción de infraestructura, van en desmedro de las industrias a cielo abierto, que son las bioenergías, los biomateriales, las segundas transformaciones alimenticias y servicios biotecnológicos y ecosistémicos. Existe un contraste marcado entre el modelo de intervención y promoción de las industrias tradicionales propias del pasado sustitutivo y este modelo de industrialización biológico.


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