El maestro Atilio Stampone
El maestro Atilio Stampone

La muerte de Atilio, aun cuando sabíamos de su larga agonía, nos afecta y conmueve. Impacta en el nivel emocional y desafía a la inteligencia por los significados de una vida fecunda en lo artístico, consecuente en su conducta personal y pública, pero al mismo tiempo representativa de una época que se diluye en el tiempo.

En diversos sitios pueden leerse en detalle la mayoría de los tramos de su extensa y destacada trayectoria profesional que no tiene por lo tanto sentido repetir aquí (trabajó con músicos excepcionales y compuso obras muy valiosas, incluida la banda sonora de películas famosas y premiadas), más bien dediquemos este espacio a presentar otras dimensiones de este compañero de ideales y tareas de la política.

Se afilió al MID en 1982, cuando se reorganizaron los partidos políticos con el agotamiento de la dictadura militar y luego del desastre de Malvinas. Pero remarcaba, (nos tratamos mucho en esos años), que sus simpatías por Frondizi y las ideas desarrollistas venían desde 1958. Se comportó siempre como un cuadro del partido, siendo ya una celebridad pública por su obra musical y contra toda conveniencia personal.

El trato con Rogelio Frigerio, pleno de afectos, se desenvolvió también en esos tiempos en plenitud. Como se sabe, le dedicó un tango El Tapir, como lo hizo también con Frondizi, para quien compuso Impar. Incluyó ambos temas en un CD que dedicó a sus amigos, donde incorporó otras piezas memorables, como El Nino, dedicado a Antonio Salonia, su más cercano y entrañable amigo en las filas desarrollistas, con quien compartió en el barrio de Belgrano, donde vivían, un almuerzo cada mediodía de sábado, primero convocados por Miguel Unamuno y más tarde por Duilio Brunello, encuentro que era imprescindible para él y otros leales contertulios. Allí cultivaban la amistad y el compromiso por la Patria. En ese álbum mereció estar Mi amigo Cholo, dedicado al peridista Enrique Ardissone, con letra de Albino Gómez, un clásico.

La militancia de Atilio no era artificiosa, predicaba cada vez que podía sobre la necesidad de desplegar las fuerzas creadoras de la Argentina, de modo paciente y con un rigor infrecuente en los medios culturales y sus principales protagonistas. Era, también, un gran lector de historia mundial. Leía y repasaba prolijamente a Eric Hobsbawm y la primera vez que oí mencionar a Immanuel Wallerstein y El moderno sistema mundial fue de parte suya. En esto tenía no sólo una afición, sino toda una disciplina intelectual.

Con el cese de la dictadura militar SADAIC, la compleja entidad que recauda y administra los derechos autorales, fue intervenida por el gobierno alfonsinista en 1984. Atilio se comprometió con su reorganización y armó un grupo representativo de autores junto con Ariel Ramírez y Eladia Blázquez, entre otros. Así se implicó a fondo lo que en la jerga del partido se llamaba “militancia sectorial” (que consistía en trabajar en las organizaciones representativas para que ellas cumplieran su función del modo más integrador y transparente). Ganaron las elecciones y Atilio fue elegido presidente durante varios periodos intermitentes que suman casi un cuarto de siglo. En los últimos tiempos, lo fue de modo honorario. En aquella primera gestión restauradora, contaron con la crucial ayuda de Luis María Ponce de León, quien se desempeñó como Director General y pusieron el barco a flote.

Esa fue su casa profesional en las últimas décadas, siempre asistido por su fiel secretaria, Josefina. En lo deportivo, su pasión absoluta fue Racing. Iban a la cancha con Leopoldo Federico –cuenta otro fanático, Eduardo Lazzari– y Atilio se transformaba en un energúmeno que alentaba al equipo y denostaba al adversario por igual. “Pará, Atilio, pará”, le decía Federico, “que te va a dar un infarto”. Lo corrobora Toni, su hijo, compañero inseparable en las plateas del Club. Lógicamente, la camiseta albiceleste estaba al lado de su féretro en la sala mortuoria para despedirlo que se montó en la biblioteca del primer piso de SADAIC.

Stampone dirigió también la orquesta de Buenos Aires Juan de Dios Filiberto y recorrió el mundo, antes y después con diversas formaciones, presentando espectáculos de gran calidad. Esa experiencia lo convirtió en un sereno hombre de mundo que trasmitía una visión global donde incluía la política, la economía y la propia cultura en la que asumía y enfatizaba que las formas nacionales enriquecen el patrimonio de la humanidad.

Estudió en Roma, hizo extensas giras en países enfrentados como EEUU y la URSS y triunfó en las capitales europeas. En ningún momento esos éxitos se le subieron a la cabeza. Tenía conciencia de su aporte, pero sin desmedro del respeto a los grandes creadores de todos los tiempos.

Me permito aquí contar una anécdota: lo llamo un día por teléfono, atiende la simpática empleada que tuteaba a todo el mundo y escucho en el fondo un piano delicioso. Viene al teléfono y le digo “¿estás componiendo?, qué bueno lo que acabo de escuchar” y me responde: “es Rachmaninoff, estoy practicando”. O sea que no había descuido alguno en su actividad. Actitud que podría sintetizarse así: profesionalidad y responsabilidad.

Atilio Stampone contó siempre con el apoyo incondicional de su familia, tanto de la materna (su hermano le compró con mucho esfuerzo su primer piano) como de la propia, que constituyó con Lucía Carbó, la querida y recordada Cuca, una famosa locutora radial en los años 50 y 60. Con ella tuvo dos hijos, Toni y Silvia, que lo cuidaron con celo en los tiempos de la vejez. Varios nietos alegraron los años finales del viejo maestro.

Para completar traigo la anécdota (hay diversas versiones del mismo protagonista) sobre cómo se completó el célebre tango Afiches, tal como se la escuché al propio Atilio: “Homero (Expósito) paraba en el bar de la esquina muy cerca de mi casa y venía a comer lo que preparaba mi mamá. Así escuchaba una composición que yo estaba preparando, aún sin nombre. Un día llama por teléfono y le dice a mi mamá que yo me arrime con lápiz y papel que va a dictarme algo. Tomo nota y cuando voy a ponerlo en el pentagrama me doy cuenta que no hace falta modificar ni una sola nota, que todo cae perfectamente bien. Evidentemente sabía de música y había retenido mi composición a la perfección”.  El Polaco la convertiría muchos años después en un hito del tango moderno.

Por último diré que tuve el privilegio de escuchar a Pichuco y a Goyeneche en Caño 14, en los setenta. Gracias Atilio.

«Impar», el tango desarrollista, de Atilio Stampone