frigerio

Estas Conversaciones con Rogelio Frigerio fueron mi primera y única experiencia en una forma de diálogo paciente, laxo, meticuloso, ajeno a los apremios del reportaje corriente que busca extraer la noticia.

Sin embargo las Conversaciones, que fuimos grabando a lo largo de dos o tres encuentros semanales durante unos tres meses, no transcurren en un ámbito intemporal. Aunque buceáramos en el debatido proceso político de las dos últimas décadas, tan lleno de contradicciones y recurrencias ideológicas, y en el cual Frigerio estuvo comprometido abiertamente, era imposible hablar del pasado sin tener en cuenta el presente.

Como decía Benedetto Crocce, «mientras mi mente repasa un hecho histórico, voy componiendo la historia en que yo mismo me hallo».

Es muy posible, entonces, que Frigerio en muchas de sus respuestas haya «compuesto» una historia cautelosa, limpia
de contradicciones. Hasta donde pude traté de penetrar en el sinfín de negociaciones de trastienda que dieron fama a Frigerio de «eminencia gris», de hombre de secretos, capaz de manejar bajo cualquier gobierno informes de primera mano.

Pienso que algunas revelaciones en tomo de los arduos acuerdos con Perón son inéditas. Por allí es cierto, Frigerio
manifiesta discrepancias de fondo que en su momento calló.

¿Hasta dónde Frigerio está «componiendo» la historia?

Por supuesto, esa es una cuestión que necesita respuestas enriquecidas por el testimonio de los demás y en ese sentido si las Conversaciones suscitan réplicas esclarecedoras, mejor.

Creo que por temperamento Frigerio se siente muy cómodo, muy a gusto, cuando polemiza.

La dificultad está en que siempre se las arregla para retomar los argumentos del desarrollismo —petroleo, siderurgia, inversión de capitales— con lo cual el interlocutor se siente encorsetado en una superestructura de ideas.

Confieso que al principio me molestaban esas repetidas reincidencias, pero a medida que fuimos entrando en confianza me gustó descubrir que Frigerio era fervorosamente consecuente con sus ideas y que, además, a cada rato dejaba adivinar una voluntad casi obsesiva por sistematizarlas tesis prolijamente para convertirlas en invulnerables.

Procuré que las Conversaciones preservaran la coherencia de las ideas frigeristas y que la exposición, ubicada en el contexto político de los últimos veinte años y en el presente, por supuesto, resultase fluida e inteligible.

Para ello fue necesario ordenar y decantar el abultado material de los originales de la desgrabación sin perder lo
esencial.

Pero quiero agregar algo más respecto de la coherencia de las ideas frigeristas. Cuando iniciamos este trabajo tuve la
impresión de que las respuestas de mi interlocutor iban a ser impetuosas pero poco orgánicas.

Confieso mi equivocación. Aun cuando no estuviera de acuerdo con muchas de las tesis de Frigerio debí reconocer
pronto que se movía con un andamiaje de ideas sólidas, precisas y realistas, a mi juicio difícil de desmoronar, porque
fluctúan con una gran flexibilidad táctica, trascendiendo los esquemas conocidos de la política económica del capitalismo y del socialismo.

Quizá la clave del desarrollismo está en la evaluación estratégica que supo formularse en la década de los años
cincuenta cuando irrumpía en la escena internacional la «coexistencia pacífica». Pienso que esa evaluación le permitió enunciar ideas que superaban las posiciones antagónicas entre imperialismo y antiimperialismo y que si entonces pudieron ser combatidas hoy se comprenden mucho mejor.

A los 62 años Frigerio sigue siendo uno de los grandes personajes de la política argentina, que a diferencia de otros jamás ha dado la idea de que fue derrotado, aunque en realidad lo haya sido muchas veces en los últimos tiempos. Además, muy pocos hombres políticos argentinos han sido tan discutidos y muy pocos han estado en tantas ocasiones tan cerca del poder.

Fanor Díaz, 1977

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