
La gestión del equipo económico liderado por Luis Caputo, ha desplegado una estrategia que vuelve a colocar a la Argentina en el terreno de la especulación financiera. El plan responde al manual liberal vernáculo: tasas de interés altísimas para retener pesos y un dólar oficial barato como ancla nominal con la que se intenta contener la inflación. Lo inédito es que esta vez esta acompañado por un ajuste del gasto público, que si bien necesario en su momento, no puede perpetuarse sobre una población que lo haya asumido estoicamente.
Sin embargo hay una contradicción subyacente entre ambos esquemas: los altísimos intereses que la estrategia financiera nos hacen pagar terminando contrarrestando el ahorro del durísimo ajuste que se ha emprendido. Por mas que se presente el relato del “superávit fiscal”, el mismo no contempla este enorme costo financiero que con triquiñuelas contables se acumula como deuda futura pero real y que explicaremos a continuación.
El problema de fondo es la preminencia en la conducción económica enfocada en conseguir financiamiento como sea, evitar se vaya la plata a comprar dólares y patear para adelante los problemas, por sobre la implementación de un programa de desarrollo capaz de generar inversiones productivas genuinas y sustentables. Como reconoce el economista Roberto Cachanosky: “cuando uno todas las mañanas mira las noticias económicas se da cuenta de que el equipo económico, en lugar de digitar una política macroeconómica, maneja una mesa de dinero: suben la tasa de interés, licitan más bonos, bajan la liquidez del mercado”. De como reanimar y atraer inversiones a la economía real nada, al contrario, se destruyen capacidades estatales fundamentales para dicho cometido.
La economía nacional como una mesa de dinero
El mecanismo central es sencillo de describir, aunque complejo en sus efectos. El Estado emite títulos de deuda en pesos —LECAP, BONCER y otros instrumentos— que pagan intereses altísimos. Al subir estas tasas busca tentar a bancos, aseguradoras y fondos comunes a colocar allí su dinero en lugar de comprar dólares. La idea es frenar la presión cambiaria y absorber pesos del mercado para moderar la inflación. Los capitales entran atraídos por esa rentabilidad “segura”, mientras el Tesoro patea vencimientos hacia adelante y espera que el apoyo externo (FMI, préstamos internacionales, privatizaciones) le dé aire para sostener el esquema.
En el fondo, el plan no resuelve la escasez estructural de divisas, sino que aplaza el problema. Cada mes se renuevan letras y bonos mediante un rollover forzado, parte se paga, otra parte se capitaliza y el resto se cubre con nueva deuda. Se crea así la ilusión de estabilidad financiera, con la expectativa de que en el camino aparezcan inversiones productivas capaces de generar los dólares genuinos que la Argentina necesita. Pero la evidencia es clara: mientras el Estado concentre su energía en sostener la bicicleta, la inversión real queda relegada.
Caputo repite, en esencia, la receta que ya aplicó en 2018: usar deuda y tasas para sostener un equilibrio precario con la esperanza de que los dólares aparezcan después. Como entonces, lo que se prolonga es la trampa, no la solución.
Los intereses, gasto más alto que las jubilaciones
Los números oficiales muestran la magnitud del desequilibrio financiero. Estas tasas de interés que se aumentan para seducir a los inversores y evitar que se vayan al dólar son un gasto millonario que la gestión económica incurre y esconde abajo de la alfombra. Ya veremos por qué.
En julio de 2025, el Estado pagó intereses por $1,9 billones, llevando el resultado financiero a un déficit de $168.515 millones, pese a un superávit primario de $1,7 billones. Pero este superávit que el gobierno exhibe como éxito se apoya en varios atajos contables. Primero, la capitalización de intereses: Estos se acumulan y no figuran en el la cuenta de cada mes, y asi la deuda crece.
Expliquemos esto en detalle: En el caso de las LECAP que impulsa la gestión económica, los intereses no se pagan mensualmente sino que se capitalizan hasta el vencimiento, lo que significa que el inversor no cobra cupones periódicos, sino que al final recibe el capital más los intereses acumulados. Esta modalidad le permite al Gobierno maquillar las cuentas mensuales y evitar desembolsos de caja durante el período de la colocación, trasladando todo el costo al momento del vencimiento, y a la vez asegura que los bancos y fondos mantengan su dinero inmovilizado en pesos. Así, se construye la bicicleta financiera: tasas altísimas que atraen capitales locales para quedarse en estos papeles, frenando la presión sobre el dólar en el corto plazo, pero generando una bola creciente de deuda en pesos que se concentra en vencimientos futuros.
De hecho la Oficina de Presupuesto del Congreso advierte que, si se incluyen los intereses capitalizados —es decir, los que no se pagan sino que se suman al principal—, el déficit real fue cercano a $3,9 billones.
Lo más grave es que desde 2025 los intereses capitalizables superaron al gasto en jubilaciones y pensiones. En mayo y junio, alcanzaron $6,5 y $6,3 billones respectivamente, frente a $4,2 y $6,2 billones destinados a jubilaciones. En los primeros siete meses del año, los intereses sumaron $29 billones, más de lo que el Estado pagó en seguridad social. Es un fenómeno sin precedentes: la renta financiera se lleva más recursos que los jubilados.
Segundo, la diferencia entre superávit primario y financiero: se resalta el primero y se minimiza el segundo que es le verdadero porque incluye los intereses de la deuda. De hecho si hay que pagar intereses altos como esta otorgando el gobierno, puede ocurrir que el superávit primario, logrado por el ajuste, se transforme en un déficit financiero.
Tercero, el roll over de deuda: se considera un triunfo refinanciar el 70 u 80 % de los vencimientos, cuando en realidad es pagar deuda con más deuda. Eso es lo que están haciendo: paga deuda vieja con deuda nueva que suele pagar más interés.
Y cuarto, la indexación al CER, que mantiene bajos los pagos hoy pero acumula compromisos que estallan mañana. Es como la tarjeta de crédito: el resumen mensual puede parecer bajo si solo se paga el mínimo, pero el saldo se multiplica.
El problema no se queda en el terreno financiero a largo plazo, ya de por si preocupante: Nos afecta a todos ya y en lo concreto. Los bancos no prestan por debajo de lo que les rinde una letra del Tesoro, por lo que las tasas de consumo y de tarjetas de crédito se disparan. Financiar un saldo se vuelve impagable, atrapando a la clase media en su propia mini bicicleta financiera. Para las pymes, el crédito es prohibitivo, lo que asfixia la producción. El consumo se retrae, la recesión se profundiza y el supuesto orden monetario se paga con más desempleo y caída del nivel de vida.
El objetivo económico es simple: controlar la inflación. Para eso se mantiene al tipo de cambio oficial atrasado (por más bandas que haya ya se mostró que se interviene cuando se acerca al tope) , de modo que funcione como ancla para los precios. Para eso se suben las tasas de interés con el costo y peligro que estamos explicando. En apariencia, esto ayuda a frenar la inflación: los bienes importados y los insumos dolarizados se encarecen más despacio. Pero es un artificio con consecuencias conocidas.
Ya hablamos reiteradas veces del costo de la apreciación cambiaria: Al abaratar importaciones y encarecer exportaciones, la industria nacional pierde terreno. La brecha con los dólares financieros se amplía, alimentando expectativas de devaluación. Importadores adelantan compras aprovechando el oficial bajo, mientras exportadores retacean liquidaciones esperando un dólar más alto. El Banco Central queda así sin reservas genuinas. El desenlace es un círculo vicioso: cuando la presión es insostenible, se produce la devaluación brusca, que dispara la inflación y desarma el supuesto “ancla”, dejando a la economía más frágil.
Historia repetida
La Argentina conoce bien estos caminos. Las LEBAC de Macri, el Megacanje de Cavallo en 2001 y las tablitas de Martínez de Hoz en los ’70 tuvieron la misma lógica: deuda cara para contener desequilibrios inmediatos. Todos terminaron en colapso, fuga de capitales y un Estado más débil.
El paralelo con 2018 bajo la gestión de Federico Sturzenegger es inevitable. En aquel momento, el Banco Central también recurrió a ventas masivas de contratos de dólar futuro para intentar frenar la corrida cambiaria. La apuesta terminó mal: el Central quedó expuesto con un pasivo en dólares gigantesco, las reservas se agotaron y el gobierno de Macri tuvo que recurrir a un rescate récord del FMI. El episodio mostró que los futuros son un arma de doble filo: permiten contener una corrida en el corto plazo, pero multiplican los compromisos financieros si la tendencia del mercado no se revierte.
Por supuesto que la solución no es el populismo irresponsable derrochador del gasto público. El kirchnerismo, siguió el otro atajo que nos llevó al precipicio. Al quedar fuera del crédito internacional, financió el déficit con emisión monetaria y organismos estatales como ANSES o el Banco Nación. Incluso hasta también usó dólar futuro en 2015 para contener expectativas de devaluación. Ese modelo sostuvo el gasto social, pero al costo de inflación, atraso cambiario y cepo.

El gran merito de Milei que puede perder sentido
Sí hay que reconocer que, a diferencia de otros gobiernos de tinte liberal como el de Macri o el propio Martínez de Hoz, la administración Milei logró, en apenas meses, lo que parecía imposible: un recorte real del gasto público de magnitudes históricas. En este sentido, puede decirse que hubo una decisión política audaz que nadie se animaba a tomar y enfrentó un déficit crónico que llevaba años.
Ahora bien, en primer lugar podemos hablar de la manera de como fue esa reducción del déficit. El Estado había que reducirlo, sin dudas, pero evitando el riesgo de perder valiosas capacidades estatales, sobre todo a nivel tecnológico. Ni hablar el recorte a la obra pública en un país que necesita integrarse y conectarse mejor.
Desde una mirada desarrollista, la lección es clara: el equilibrio fiscal es condición necesaria, pero no suficiente. Ajustar por ajustar, sin una estrategia de desarrollo, puede terminar en un Estado con menos capacidad, menos inversión y más desigualdad. En el corto plazo, Milei consiguió mostrar disciplina. En el largo plazo, el riesgo es que se haya debilitado la única herramienta capaz de sacar a la Argentina del ciclo de crisis recurrentes: un Estado con capacidad de planificar, invertir y orientar el desarrollo productivo.
Eliminar ministerios, disolver organismos, paralizar la obra pública, freezar jubilaciones y reducir drásticamente los subsidios derivó en un superávit primario récord que nadie puede negar. Y la motosierra quizás fue necesaria pero ya se vuelve un problema serio: implica costos sociales y perdidas de capacidades estatales y de infraestructura que son una hipoteca para nuestro futuro. El caso del Hospital Garrahan —ajustado en partidas que no mueven el amperímetro fiscal pero son esenciales para salvar vidas— ilustra lo riesgoso de aplicar la motosierra indiscriminada en lugar de un bisturí selectivo.
Si para colmo como ya demostramos, ese gasto ahorrado e licua o pierde con el enorme gasto que implica el aumento de la tasa de interés, para evitar que «el mercado» vaya espontáneamente al dólar, el esfuerzo que hacemos todos los argentinos se vuelve inocuo (por más que esa deuda se patee para adelante).
A esto se suma una paradoja política: un gobierno que se proclama libertario y anticasta aplica la motosierra a beneficios para discapacitados al mismo tiempo que enfrenta denuncias por coimas en la compra de medicamentos. Ajustar el gasto mientras se tolera, e incurre a gastos por corrupción, no es algo virtuoso ni eficiente.
El panorama desde la lógica desarrollista
Frente a este esquema el panorama no es alentador. En el corto plazo, el gobierno puede seguir mostrando ese falso superávit y cierta calma cambiaria si logra seguir refinanciando la deuda en pesos y mantener el dólar oficial atrasado. Pero la presión sobre las reservas crece y las tasas altas asfixian la economía real. Y el esquema de roll over y prestamos del FMI esta lejos de ser duradero. Caputo lo tiene que saber bien de su fracaso en la gestión de Macri.
El temor al retorno del kirchnerismo y el logro de la baja del gasto y la inflación (aunque ya vimos con estas graves incoherencias y costos), posiblemente augure un resultado favorable al oficialismo en octubre, aunque claramente no contundente.
Sin embargo el problema no es que no se invierte porque el empresariado tiene miedo al retorno del kirchnerismo, sino porque la gestión económica es, como describimos en esta nota, incapaz de resolver los desafíos estructurales de la economía argentina y especializada en triquiñuelas y mecanismos de atracción al siempre voluble capital financiero.
Entonces, más allá de un triunfo electoral., como pasó con Macri en 2018, sino llegan inversiones productivas genuinas y el Banco Central continúa vendiendo futuros por miles de millones, se acumulará un pasivo en dólares insostenible. Las inconsistencias serán sumamente evidentes y alarmantes para los mismos especuladores con lo que Caputo y sus funcionarios dirimen la economía del país todos los días y no habrá tasa de interés que evite la corrida al dólar. Entonces, lo que ya sabemos de nuestra dolorosa experiencia: se volvería a disparar la inflación y desarmaría el relato del orden y estabilización, generando una nueva desilusión social y política.
Ojala no pase, pero la evidencia histórica y la misma doctrina desarrollista son determinantes respecto a como se desenvuelven y concluyen estos proyectos. Al menos esperemos sirva para comprender que los dos extremos del péndulo son parte de mismo problema y que Argentina no esta condenada a optar solo entre populismo inflacionario y liberalismo financiero. Necesita un proyecto desarrollista que ordene el gasto público sin destruir la eficiencia del Estado y que, con un rol activo como promotor y articulador de la inversión privada, genere dólares genuinos a través de la producción, la industria y las exportaciones con valor agregado. Esa es la única estabilidad que puede sostenerse en el tiempo sin artilugios financieros ni derroche populista y esa es la lucha que tenemos que seguir dando desde el lugar que nos toca.