El gerundio expresa la acción de educar, que requiere al menos tres actores: el sujeto que se educa, quien le imparte conocimientos y, no menos necesario, el contexto en que este proceso dialéctico se lleva a cabo a todo lo largo de su vida.
De hecho, el proceso educativo es una cadena de acciones sociales que se verifica en ambientes y cultura determinados. Robinson Crusoe, en la isla solitaria en que sobrevivió se educó a sí mismo como actor teniendo como referencia su lengua, sus saberes anteriores, los riesgos de ser canibalizado por peligrosos visitantes enemigos, su esperanza de volver a la civilización y, como si todo eso fuese poco, con una estructura jerárquica sobre su “esclavo”, Viernes. El arquetipo del hombre solitario que nos legó Daniel Defoe es también, por definición, un ser social. ¿Por qué incluimos al contexto como un actor más en el proceso educativo? Porque en él nos referimos ante todo a personas (familia, maestros, autoridad, compañeros) y aunque estén presentes realidades físicas (casa, escuela, ciudad, etc.) ellas son a su vez obra de otros hombres, es decir, evidencias y factores culturales.
Provisoriamente podemos concluir, entonces, que educarse es, fundamentalmente, una integración necesaria al medio en que nacemos y crecemos. Se educa el humano desde el momento de nacer, buscando por instinto su alimento. Aprende sobre su condición en su ambiente primigenio: la familia y su habitación. La potencialidad biológica del núcleo originario lo proyecta al conjunto social y le asigna funciones sobre las que él tendrá diversas opciones, más amplias cuanto numerosas sean las aperturas y saberes adquiridos en el proceso de formación inicial.
De este razonamiento elemental deriva la obligación democrática de ofrecer a todos los niños una educación suficiente como para su desempeño en la vida que va a transcurrir ante todo como hijo, y luego como alumno, estudiante, trabajador, ciudadano… Esto no empieza por la escuela, sino por la nutrición, sin la cual no habrá condiciones físicas adecuadas para el aprendizaje. Alimentar niños desnutridos en la escuela es necesario, pero ello no suple aquello que debe recibir en su hogar en los primeros meses de vida. De allí que la lucha por garantizar la igualdad sea una política integral, no un suplemento o un sucedáneo para tranquilizar conciencias de cabotaje. A esa visión integral de la persona y la sociedad tributa el desarrollismo, que no se resume en un programa partidario.
La acusación denostadora de economicismo no sólo es falsa, es sobre todo una muestra de ignorancia sobre las necesidades y realidades humanas. Dice mucho más sobre quien la aplica que acerca de los grandes desafíos que enfrentan todas las sociedades, cada una con sus particularidades histórico-culturales. Como la “política cultural”, la educativa impregna todas las acciones colectivas. Requiere visión de conjunto, ambición de bien común, herramientas universales aplicadas a realidades concretas, esa es la sustancia del patriotismo.