Discurso pronunciado en el Plaza Hotel de Buenos Aires en la comida ofrecida al presidente de los Estados Unidos, Dwight Eisenhower, el 26 de febrero de 1960.
Excelentísimo Señor Presidente de los EE.UU. de América:
Os doy la bienvenida en nombre del pueblo argentino, que ve en vos al soldado ilustre que condujo una de las hazañas bélicas más memorables de la historia y al eminente estadista empeñado en ganar para el mundo una paz permanente, fundada en la libertad, la democracia y la justicia.
Los argentinos reconocemos en Vuestra Excelencia una imagen viva del carácter de América. Descendiente de inmigrantes, sois símbolo elocuente del crisol de razas de los hombres y mujeres de nuestro continente, sois el fruto del propio esfuerzo.
Vuestra historia, Señor Presidente, es la del hombre americano, que nada espera del azar ni del esfuerzo ajeno y que se siente orgulloso de ser único autor de su destino.
Tal es la estirpe de los hombres que han forjado la grandeza de los Estados Unidos.
Esta visita asume para nosotros un significado muy especial. Se realiza en vísperas de negociaciones de profunda gravitación para nuestro tiempo, en las que llevaréis la doctrina, las inquietudes y las aspiraciones de Occidente para contribuir al establecimiento de las condiciones básicas de la paz y la convivencia entre todos los países del mundo. El pueblo argentino apoya firmemente todo esfuerzo y toda iniciativa dirigidos a mejorar las relaciones entre los estados. Los argentinos somos hombres de paz, hemos crecido y progresado a su amparo. Rechazamos como inmoral y contraria a la ley de Dios toda conquista fundada en el derecho de la guerra. Aspiramos, como el pueblo norteamericano, a vivir en un mundo pacífico y civilizado en el cual conquistaremos nuestro lugar merced al trabajo y al sacrificio. Estamos seguros de que, en un mundo liberado para siempre del horror de la guerra, los valores espirituales que nos definen prevalecerán, porque están fundados en la sagrada dignidad del hombre. Tenemos la certeza de que la causa de la libertad y la justicia es invencible y por eso miramos con confianza el porvenir. Estamos también firmemente convencidos de que nuestra generación y las sucesivas recibirán el beneficio de la más grande transformación científica y tecnológica que haya experimentado la humanidad en toda su larga y dramática historia. Ya está ante nuestra vista, con toda la evidencia del hecho histórico, la inevitable unidad del género humano, fruto de esa transformación y de una poderosa conciencia moral, cada día más exigente.
La atenta vigilancia de la coyuntura contemporánea nos determina a poner de relieve nuestro derecho a participar de las decisiones que se adopten en el concierto internacional con el propósito de mejorar la convivencia entre todos los pueblos del mundo. Este derecho, común a todas nuestras naciones hermanas, es consecuencia de la unidad de la historia de nuestro tiempo. Cualquier lesión a este principio involucra, directa o indirectamente, vulnerar una de las vigencias fundamentales de la democracia concebida en el orden internacional.
Vuestra visita, Señor Presidente, tiene además, para América latina, otro valor más próximo. Es la culminación de un proceso de profundas consecuencias en el ámbito mundial. Vuestra nación, que se mantenía aislada de los acontecimientos que se desarrollaban fuera de sus fronteras, ha debido asumir la más decisiva responsabilidad en el mundo actual. Somos conscientes de las dificultades que el pueblo norteamericano afronta para adecuarse a esta realidad que obedece a un proceso histórico ineludible. Invirtió enormes recursos para salvar a Europa de la destrucción y de la ruina. Ayudó a la reconstrucción tanto de sus aliados como de sus adversarios. Ahora, cumplida su misión en la rehabilitación de otras naciones, vuestro país enfrenta el problema de alcanzar una paz mundial duradera y, consiguientemente, el de adaptar su propia economía a la nueva situación. Estados Unidos debe producir para la paz y tiene que adecuarse a las poderosas corrientes del intercambio comercial que abarca el mundo entero.
En estas condiciones, la participación del pueblo norteamericano en el ámbito de la cooperación económica internacional es inevitable. Así lo habéis comprendido, Señor Presidente, con ese claro instituto práctico del hombre estadounidense que prefiere siempre el directo lenguaje de los hechos. El estratega que planeó las más complicadas operaciones de la guerra debe enfrentar ahora la tarea de planear la batalla de la paz.
Dicha cooperación tiene dos objetivos impostergables: el fortalecimiento y la expansión de la economía mundial y la aceleración del desarrollo de los países rezagados, condición indispensable para lograr el crecimiento armónico de todas las naciones, impuesto por la hora actual.
Más de dos tercios de la población del mundo vive en los países menos desarrollados del Asia, África y América latina. Esta circunstancia torna imperativo comprender de manera cabal sus necesidades y sus aspiraciones.
De la justa esperanza que alientan en la conciencia de esos pueblos y de la respuesta adecuada que se dé a sus anhelos de mejoramiento económico y social dependerá, en buena medida, el destino del mundo libre. Estamos convencidos de que la democracia conduce a esa respuesta, de allí nuestra fe profunda en su capacidad para demostrar que la liberad no sólo es compatible con el bienestar sino que constituye el instrumento más apto para alcanzarlo y consolidarlo.
Estos países ya no se resignan a vivir en la escasez y en el atraso. Están firmemente decididos a participar del progreso contemporáneo, al que han contribuido directa o indirectamente con sus sacrificios. Sólo cabe preguntarse si lo harán en la libertad y en la democracia o si recurrirán a la dictadura para imponer a sus pueblos grandes privaciones.
La Nación a que pertenecéis, Señor Presidente, cree que el progreso de los pueblo son debe hacerse a costa de la degradación del hombre. Argentina participa también de esa creencia y aspira a desarrollarse para dignificar al hombre y no para someterlo. Busca alcanzar altos niveles culturales y materiales sin que de ello resulte el más mínimo menoscabo de su dignidad y de su soberanía ni del señorío de sus habitantes.
Verificamos hoy con satisfacción que nuestros hermanos del Norte prestan la atención que merece esta Latinoamérica que coordina sus esfuerzos para impulsar su desarrollo económico y para asegurar bienestar y cultura a sus pueblos. En mi visita a vuestro gran país, señalada por la más cordial y comprensiva recepción de todos los sectores sociales, comprobé que pueblo y gobierno comprenden cabalmente que ésta es la hora de América.
También nosotros lo comprendemos. Señor Presidente. Tenemos la seguridad de que el éxito de la empresa que afrontan nuestros pueblos sólo será alcanzado mediante el esfuerzo sostenido que cada país esté dispuesto a realizar. Pero debemos señalar también que, dados el ritmo de crecimiento que requieren nuestros países y la intensidad de las aspiraciones de sus pueblos, ese esfuerzo debe ser adecuadamente complementado por las diversas formas de integración regional y de cooperación hemisférica y mundial en las cuales el aporte de los Estados Unidos tiene una importancia fundamental.
Sabemos que el camino a recorrer está sembrado de dificultades. Demandará a nuestros pueblos sacrificios transitorios pero costosos. Vosotros, los norteamericanos, sabéis por experiencia que la grandeza de una nación se forja en la lucha constante de su propio pueblo. El credo americano, el de toda América, es el de la libre iniciativa de los hombres y de los pueblos. Sabemos que a América latina la haremos los latinoamericanos si sabemos trabajar con fe y con sacrificio y si eliminamos las trabas que obstaculizan la expresión de las aptitudes creadoras del hombre.
Por nuestra parte, los argentinos no requerimos nada que no podamos retribuir con nuestro propio trabajo. Estamos dispuestos a participar de todas las formas de cooperación económica interamericana e internacional sobre la base de una asociación de naciones libres y en pie de igualdad, sin concesiones contrarias a nuestra más absoluta autodeterminación.
Sois, Señor Presidente, representante de un pueblo que está dispuesto a colaborar con sus hermanos del Sur con el concepto inequívoco de que el progreso de América latina es una de las más firmes garantías de su propio bienestar y de su propia seguridad. nada conviene más a la economía en constante expansión de la nación norteamericana que el progreso de las economías de las restantes naciones del continente.
A su vez, en lo que hace a la Argentina, la colaboración económica y técnicas de vuestra nación contribuirá a acelerar el proceso de desarrollo de nuestro país, maduro ya para su armónico desenvolvimiento y con un futuro que se ofrece pleno de extraordinarias posibilidades. Permite también la ampliación y complementación de los respectivos mercados y abre amplias perspectivas de intercambio cultural y comercial. La política de Estados Unidos de apoyar los planes de expansión económica debe ser seguida por otras naciones altamente industrializadas como un medio más para la comprensión internacional.
Puedo aseguraros, asimismo, que todo lo que recibimos a través de la cooperación externa para impulsar nuestro desarrollo económico, es y será incorporado a planes reales y concretos, de manera tal que el efecto de esa colaboración será mensurable en términos de progreso y de bienestar social permanente.
Hemos defendido permanentemente el derecho de los pueblos a disponer de su propio destino. Hemos defendido los fueros sagrados del hombre, la libertad y la justicia. Nuestro destino americanista no excluyó ni excluye nuestra vocación universal. Fue un eminente argentino quien sintetizó ese hondo sentir cuando expresó: “América para la Humanidad”.
He afirmado antes que ésta es la hora de América. Es la hora del continente americano, integrado en el concierto pacífico de todos los pueblos de la tierra: la hora de un continente unido, asociación de pueblos vigorosos y prósperos, que aporte a la experiencia del mundo el espíritu de la aventura joven, hija de la libertad y de la esperanza, que ha sido el rasgo distintivo de la epopeya americana.
Señor Presidente:
La Argentina es, desde hoy, vuestro hogar, cálido y fraterno. Que Dios os acompañe en vuestro paso por la tierra de los argentinos.
Arturo Frondizi