Me corresponde desarrollar, en esta Jornada de Homenaje a Arturo Frondizi, a diez años de su fallecimiento, la vinculación entre su figura y trayectoria, con la república democrática. Este último es un concepto de pertenencia intima a la esencia del radicalismo, pues la lucha emprendida desde la Revolución del Parque tenía ese norte, ese objetivo: implantar para la Argentina no sólo una forma de gobierno republicana y representativo federal, como marca la Constitución Nacional, sino también democrática, con la tutela para todos los derechos y garantías allí estipulados.
La vinculación de Arturo Frondizi con la Republica Democrática se exterioriza por vez primera en 1930, cuando el ex presidente, por entonces un joven abogado que se negaba a recibir el diploma de honor con el cual había sido distinguido de manos del usurpador de la democracia, adscribió a las luchas que procuraban devolver al país al camino de la institucionalización y la transparencia pública. Por esa época, apenas anterior a la concreción de su ficha de afiliación al radicalismo en 1932, vivió jornadas de agitación extrema, que incluso llevaron a conocer la cárcel del comisario Leopoldo Lugones (h) cuando pasó en cautiverio veinte días en Villa Devoto.
Decía Frondizi después: “ De muchacho recién incorporado al radicalismo yrigoyenista asistí, como otros millares de argentinos de mi generación, al espectáculo del fraude, a las maniobras para impedir el esclarecimiento del escándalo de las carnes, valientemente denunciado por Lisandro de la Torre, quien solo entonces comprendió el sentido de las luchas de Yrigoyen, el enlodamiento del régimen en episodios como el de las concesiones eléctricas, que me tocó denunciar en la Convención Metropolitana del Radicalismo y que me costó un balazo, afortunadamente disparado con mala puntería. Esa experiencia sirvió para ir formando en mi espíritu la convicción de que las luchas inseparables del rescate de la capacidad de decisión nacional sobre la economía y de la formulación de un programa integral, capaz de afirmar la legalidad sobre la satisfacción de los intereses de las distintas clases y sectores que integran la sociedad.”
Son sus palabras, que escribiera más de medio siglo después de aquél aciago 6 de septiembre, en las que resumen, con brevedad y concisión, su pensamiento de férreo compromiso político con la democracia, así como con el sostén del sistema, el desarrollo inclusivo, que- a mi entender- constituye su referencia a un programa integral, que subestima la afirmación de la legalidad y la satisfacción de las distintas clases sociales.
Recuerdo en particular que Frondizi, cuando explicaba la doctrina del desarrollismo hablaba de desarrollo económico, seguido por nuevas formas sociales. Esto es, le preocupaba como cuestión principal, no secundaria, la inclusión social. Ese concepto que también nos distingue a nosotros, a los que nos definimos como social demócratas, lo que podría desconcertar a cualquier historiador que guste encasillar la realidad en trazos blancos y negros. Mi larga experiencia ha terminado enseñándome que los que pensamos parecido somos los que más nos peleamos entre nosotros, y vaya que nos hemos peleados entre radicales después de las dolorosa escisión de 1956, que para bien del país no debió haberse producido.
El Frondizi político desde su militancia radical recorrió el arduo camino de los líderes, en una carrera política plena recorrida escalón por escalón, escaño por escaño, como debe ser… Recordar esa carrera es esencial, pues es imposible la referencia a su vinculación con la república democrática, si no repasamos sus pasos políticos. En 1933 fue uno de los oradores a la muerte del más grande mentor de la república democrática, Hipólito Yrigoyen. Muy joven, casi en el límite de la edad que marca la carta orgánica de la Unión Cívica Radical, fue elegido en 1935 delegado a la Comisión Metropolitanal. En 1946 dio comienzo a su trayectoria como diputado nacional, en el bloque tan recordado de los “44”:; después, al ser reelecto, obtuvo la mayor cantidad de votos de todos los candidatos, por aquel sistema de tachas que regía entonces. Desde las páginas de “Crisol”, “tribuna Libre” y “Acción Radical” expuso la doctrina partidaria, ala par que desempeño como abogado la defensa de los presos políticos –entre ellos, Ricardo Balbín-. Acompaño ese desempeño profesional, dando pelea política por los derechos del hombre en momentos en qué hacerlo significaba no sólo el riesgo físico (este último es de la esencia de la lucha política), sino la necesidad, que desde luego asumió, de integrar organizaciones como la Liga de los Derechos del Hombre, que por su vinculación con la izquierda luego, en épocas del pero “macartismo”, pudieron afectar su carrera, pero no se arredró por ellos. Cualquier texto de historia más o menos serio refleja lo que pensaba de él el Departamento de Estado o el Foreign Office: lo consideraban un demagogo, un populista y un marxista; no era eso, a pesar de lo contradictorio de los términos, poca cosa en términos de peligro, en tiempos de la llamada de la guerra fría y los conflictos con Corea del Norte.
El ex presidente contó en una ocasión, que cierta vez encontró en una reunión a un hombre mayor, quien le preguntó si sabía quién era, y si además sabía que le debía en parte la vida. Resulto ser Julio Prestes, el candidato que había ganado las elecciones en Brasil en 1930, pero fue impedido de acceder al poder y luego perseguido de tal forma por Getulio Vargas, que sólo cedió a perdonarle la vida ante un pedido de personalidades políticas extranjeras encabezadas por Arturo Frondizi.
Pero volvamos a las escisión del radicalismo en 1956, la que en definitiva llevó a Frondizi a ejercer la más alta magistratura del país, un honora a menudo doloroso, de soledad constante, en una sucesión de años de ánimos agitados, en que imperaba muchas veces el espíritu de revancha y “gorilismo”, paisaje poco recomendable en el cual la democracia como sistema de vida no era tenida muchas veces en cuenta. Ni siquiera tampoco la forma republicana de gobierno –no ya la democracia como valor que tutela los derechos positivos- merecía el respeto que hoy aparece como indisputable.
Desde la Presidencia de la Nación, como cabeza de una adminsitración que fue jaqueada desde cada uno de los extremos de la política nacional –en general, cuando sus enemigos son los extremismos, el camino que emprende un dirigente por lo común termina siendo el correcto- Frondizi supo cumplir su rol de defensor de la democracia, así como lo había hecho antes desde su militancia en la Unión Cívica Radical, partido que lo había proclamado su candidato a vicepresidente integrando la formula con Ricardo Balbín, y al que dirigió como Presidente del Comité Nacional en momento de grave zozobra para la patria. Los viejos radicales recordamos aún con orgullo y emoción su inolvidable pieza radiotelefónica del 27 de Julio de 1955, en la cual nuestras banderas históricas fueron expuestas con brillo y valentía.
Otro de sus grandes méritos fue la concepción de la democracia como única forma de tutelar integralmente los derechos humanos. Hacía finales del primer año de su gobierno, en el Día Universal de los Derechos Humanos, en con memoración de la Declaración Universal de los derechos del Hombre de 1948, diez años después, el 10 de diciembre de 1958, Frondizi habló al pueblo, en un mensaje que, como aquél del 27 de Julio de 1955, también fue trasmitido por radiodifusión, rescatando el orgullo que la circunstancia constituía para América, nuestra América, la del Sur, pues en nombre de esos derechos habían reclamado en su hora la independencia de la madre patria.
Dijo “la fe en los derechos humanos, que presidió las luchas de la emancipación de los pueblos de América, debe presidir también su realización nacional. El pueblo argentino ha comprendido que no hay verdadera realización nacional sin respeto a la condición sagrada del ser humano y ha comprendido también que no hay libertad verdadera sin garantías de una efectiva justicia y seguridad social. Estos son conocimientos alcanzados a través de la experiencia, a veces cruenta y dolorosa, vivida por los pueblos de América Latina, donde hay millones de seres que padecen atraso espiritual y material y luchan por alcanzar los niveles de vida que corresponden al prodigioso adelanto de nuestro tiempo”.
Desde luego, casi medio siglo después, sigue siendo éste reclamó muy actual, una bandera a seguir, que enarboló un presidente que además era un político avezado y probado intelectual. Ambas cualidades le hicieron entender que la defensa de lso derechos humanos constituye enl estandarte de un trípode esencial que se enlaza con la modernidad- ¿Qué otra cosa era su proyectó de desarrollo económico sino haber sabido antes lo que vino después?- y la legalidad, concepto este último de íntima vinculación con las instituciones, que Frondizi procuró defender aún a a sabiendas de su caída inminente.
Ha habido cuestiones que separaron a Frondizi (al político y al presidente) de su origen partidario, la Unión Cívica Radical, al punto que aquella escisión de 1956 se transformó en quiebre cuando años después fundó junto con otro hombre apasionado, Rogelio Frigerio – su compañero de gobierno, a quien ante aquellos que procuraban su alejamiento, comparó Frondizi con Harry Hopkins, -la figura central del trust de cerebros de Franklin Delano Roosevelt-, el Movimiento de Integración y Desarrollo, partido que aún enarbola con orgullo aquellas banderas del desarrollismo. Fuera de ese quiebre posterior, la administración de Arturo Frondizi, cuyo partido aún era la Unión Cívica Radical Intransigente, mantuvo una política exterior independiente, heredera de la que implantaría Hipolito Yrigoyen, y sus esfuerzos por mantener a Cuba dentro de las naciones americanas, a despecho de las fuertes presiones de los EEUU, se ajustó a las mejores tradiciones argentinas.
Pero aquello que separa, termina fusionándose en un camino común, en el asentamiento de las bases de un programa en el cual se plasme la unión nacional, en el que las diferencias persistan, pero cedan cuando está en juego el futuro del país democrático, su inserción definitiva en el mundo, un mundo distinto de aquél de las luchas de las décadas del 50 y los 60, pero tanto más complicado y difícil, que necesita del concurso de todos para lograrlo.
Estoy absolutamente persuadido que existe un símbolo en la carrera de Arturo Frondizi, engarzado con los conceptos que venimos desarrollando, al que debemos prestar especial atención, pues más que un testimonio asemeja, a un legado aún por cumplir, el de la lucha conjunta de Latinoamérica en procura de un futuro mejor. Se trata de su último mensaje como Presidente de la Nación, vertido en la carta que dirigiera el 27 de Marzo de 1962 al senador nacional Alfredo Garcia, presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical Intransigente. En verdad, debe reconocer en la pieza, un coraje pleno de fuerte contenido doctrinario.
Es una carta muchas veces citada aunque en algunas oportunidades mutilada, tal vez con la intención de alterar, conscientemente o no, su contenido y hacerlo más grato a los oídos de las derechas de entonces, y mucho más de las derechas de ahora.
Ese fue un momento que la historia argentina debería recordar por siempre, en definitiva, – insisto- como un legado esencial del ex presidente. Pareciera que la mejor manera de cerrar estas breves palabras, es que compartamos algunos de esos conceptos de la carta, los que no siempre se citan. Lo que vino después en el devenir de la historia argentina, la caída de Illia, la dictadura, la represión, la guerra de Malvinas, asemeja a una cruel secuela de lo que Frondizi indudablemente previó y a lo que llamó “guerra social”, una violencia de la que por fortuna salimos entre todos con la democracia recuperada, pero que aún está en deuda no solo en el desarrollo de todas nuestras potencialidades de riqueza, sino en especial respecto a la nunca alcanzada igualdad, que en algunos atardeceres grises, se nos antoja cada vez más lejana. Leo “… Permaneceré en mi puesto en esta lucha que no es mía ni sólo del pueblo argentino. Se esta librando en nuestra América; la están librando a lo largo y ancho de todo el mundo los pueblos que se levantan contra la opresión y el privilegio y combaten por la libertad, la justicia y el progreso del género humano….”
“Nuestros enemigo –los enemigos del pueblo argentino- quieren mi renuncia. Con mi renuncia se prepara una parodia institucional, sobre las bases de una democracia restringida que excluya a todos los sectores populares y, como consecuencia ineludible, una despiadada represión contra el pueblo con la que me han amenazado continuamente. Esta es, por lo tanto, y lo digo aquí con tanta solemnidad, la razón fundamental de mi obstinada y tenaz negativa a renunciar a mi cargo o a terminar con mi vida. Quienes se atrevan a sacarme del gobierno por la fuerza o a eliminarme físicamente deberán asumir ante la historia la responsabilidad de haber desatado en la Argentina la represión popular y su inevitable consecuencia: la guerra social”.
Vaya pues mi homenaje a este presidente argentino, con cuya gestión se puede estar en desacuerdo en muchos aspectos, pero que a través de su permanente afirmación desarrollista, abrió un camino que necesariamente deberán transitar los argentinos.