Uruguay
El politólogo uruguayo Gerardo Caetano

El domingo 30 de junio se celebran las elecciones internas nacionales en Uruguay. El oficialismo se enfrenta al desafío del recambio generacional. Los tres líderes más importantes del Frente Amplio —Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori— rondan los 80 años. Los candidatos que competirán en las internas tienen entre 44 y 62 años. El intendente de Montevideo, Daniel Martínez, lidera las encuestas. “ Las mediciones de popularidad lo consolidan como el primer líder de una generación menor que llegó a mezclarse entre quienes eran los líderes más populares de Uruguay en los últimos 15 años”, destaca el intelectual Gerardo Caetano. El reconocido historiador y politólogo uruguayo repasa en una entrevista exclusiva el escenario electoral y los desafíos que deberá enfrentar el próximo gobierno.

¿Qué se pone en juego en las próximas elecciones en Uruguay?

Esta es una campaña especial, hay un contexto de mucha crispación. En los estándares uruguayos, claro, que son menores que los argentinos. Es un test porque la sociedad uruguaya está enojada, como todas las sociedades hoy. Y esos descontentos pueden generar comportamientos electorales imprevistos. 

A pesar del descontento, ¿considerás que el Frente Amplio es el favorito?

Yo sería cauto. Me cuesta evaluar que el Frente Amplio hoy sea el favorito. Hay una gran incertidumbre. Las encuestas están midiendo para una interna que no es obligatoria. Los márgenes de error son enormes. 

¿Cómo viene la interna del Frente Amplio?

Hay cuatro candidatos. Daniel Martínez es el favorito. La única candidata que le podía hacer competencia efectiva era Carolina Cosse, porque era respaldada por el MPP [la facción del expresidente José Mujica]. Pero Martínez ha confirmado su preeminencia desde que tomó licencia como intendente. Todas las encuestas lo dan arriba. Los otros dos candidatos son Mario Bergara y Óscar Andrade, pero están lejos.

¿Por qué es el favorito Daniel Martínez?

Martínez es un hombre del Partido Socialista que ya ha estado cerca de la candidatura presidencial. Las mediciones de popularidad lo consolidan como el primer líder de una generación menor que llegó a mezclarse entre quienes eran los líderes más populares de Uruguay en los últimos 15 años, que son todos frentistas: Tabaré Vázquez, José Mujica y Danilo Astori. 

¿Cuál es la trayectoria de Martínez?

Ha tenido una trayectoria importante. Fue dirigente sindical de ANCAP a la salida de la dictadura y jugó un rol importante en lo que fue la reconfiguración de la central sindical (PIT-CNT). Luego tuvo una etapa por la actividad empresarial y fue económicamente exitoso. Durante el primer gobierno de Vázquez fue presidente de ANCAP y luego Ministro de Industria. Después se planteó una candidatura a presidente, pero no cuajó. Todavía estaban fuertes los liderazgos de Astori y Mujica. En 2010 sonó como candidato cantado para la Intendencia de Montevideo, pero el respaldo del MPP a la candidatura de una dirigente comunista también frustró ese intento. Luego ocupó una banca en el Senado. Finalmente, ganó en 2015 la Intendencia. 

¿Cuál es el perfil ideológico de Martínez? 

Es un hombre de gestión, no de elaboración ni de reflexión ideológica. Ha querido, de alguna manera, dar las mismas señales que Vázquez. Son bastante parecidos, porque Vázquez es un hombre para nada ideológico, es un médico que no tiene las lecturas de un militante de izquierda. 

¿Qué significaría para Uruguay un triunfo de Martínez?

Primero hay que ubicar lo que sería un triunfo frenteamplista. Este tercer gobierno del Frente Amplio ha generado muchos descontentos, incluso en filas de frenteamplistas.

¿Por qué?

Tabaré Vázquez asumió en 2015, en el fin de la década dorada, y marcó una opción muy clara de mantener lo logrado. Pero no ha habido grandes transformaciones. Ha tenido la virtud no menor en América Latina, de no caer en recesión. El promedio de la década dorada de los commodities fue de entre el 5% y el 6%, un crecimiento muy grande. Desde 2015, el promedio ha sido entre el 2% y el 2,5%. Pero Uruguay mantiene 16 años de crecimiento económico ininterrumpido. 

¿Cómo evaluás la gestión económica?

La meta del Gobierno era terminar con un déficit fiscal del 2,5% y va a terminar con 4,6%, o más. Eso es un déficit muy grande que limita las posibilidades de que el Estado se convierta en un inversor fuerte. Con respecto al consumo, hubo un incremento muy claro bajo los gobiernos frenteamplistas. Y eso ha sido un motor. Pero el consumo se está moderando. Y a eso se le suma un problema de empleo. En los últimos cinco años se han perdido 50.000 empleos. Y si bien la tasa de desocupación no es muy alarmante, estamos hablando de 8,2%, la pérdida y la no generación de empleo es problemática. 

¿Hay algo más detrás del descontento?

Ha sido más bien un gobierno mediocre en cuanto a sus logros. Contrasta mucho el primer gobierno de Vázquez, que fue un gobierno muy exitoso y terminó con un altísimo nivel de popularidad. Se fijó una serie de metas que no cumplió. Y se lo ha visto a él sin vigor para relanzar un proyecto de transformación.

¿Qué metas no se cumplieron?

En educación se fijaron varias, que tendían a bajar el indicador más grave, que es la altísima deserción a nivel de secundaria superior. Ahí no se movió la aguja para nada. 

¿En qué otro punto creés que se avanzó poco?

Las políticas sociales, que fueron tan exitosas en la década anterior, están llegando a sus límites. Con el desastre de la crisis de 2002, la pobreza alcanzó el 39,9% y la indigencia el 4,7%. Esos números eran aterradores para Uruguay. El Frente bajó esos indicadores en 2017 a 7,8% de pobreza y 0,2% de indigencia. Es un gran logro, pero se está llegando a una capa de pobreza dura. Con las políticas de transferencia monetaria tradicionales va a ser muy difícil continuar la baja de la pobreza. Hay que pensar en nuevas políticas sociales. 

¿Cómo cuáles?

¿Cuál era la gran novedad en políticas sociales de este gobierno? El Sistema Nacional de Cuidados para atender a la gran víctima del trabajo no remunerado, que termina haciéndose cargo sin salario de los cuidados de los niños, de los ancianos y de los discapacitados, que es la mujer. Una de las grandes transformaciones de la sociedad uruguaya de los últimos 10 años es un empoderamiento muy fuerte de las organizaciones feministas. El Sistema Nacional de Cuidados era un gran tema, pero avanzó muy poco. El presupuesto no fue el adecuado para un plan de mayor vigor. 

¿Qué desafíos va a tener el próximo gobierno?

Confrontar una situación económica que, si bien no es crítica, está en un estado de estancamiento. Hay una caída de la inversión y esto es un tema crucial. Uruguay necesita un nivel de inversión cercano al 20% del producto para que realmente haya una economía en crecimiento. En estos últimos cinco años la inversión extranjera bajó. Hoy Uruguay tiene un nivel de inversiones bajo en comparación con la región. 

¿Qué otros temas son prioritarios?

El tema seguridad, que es un factor en el que hace mucha apuesta la oposición.

¿Es realmente un problema la inseguridad?

Para los uruguayos sí lo es. Hay un dato fundamental y es que estamos hablando de una sociedad muy envejecida. Si comparas los delitos con la media latinoamericana, y sobre todo con los grandes núcleos de delito del continente más violento sin guerra, los números uruguayos no son alarmantes. Pero la percepción de inseguridad es enorme. Es una sociedad con miedo. El Frente Amplio primero lo encaró como un problema social. No se avanzó y se han generado problemas severos. Hay una demanda, sobre todo de gente más orientada a la derecha, de cero tolerancia a la delincuencia. En esa línea está la propuesta de reforma constitucional «vivir sin miedo», que consiste crear una guardia nacional de hasta 2.000 efectivos militares, subordinada a sus mandos y al Ministerio de Defensa en coorinación con el Ministerio de Interior.

¿Qué pretende conseguir esa propuesta?

Un shock de seguridad sobre la base de la mano fuerte. Tiene otros puntos, como la posibilidad de allanamientos, el fortalecimiento de las penas, el  cumplimiento pleno de las penas sin anticipación de libertad, y la posibilidad de la pena perpetua. Todo eso rompe mucho la tradición uruguaya. Sin embargo, se juntaron en poco tiempo 405.000 firmas, lo que va a habilitar la reforma constitucional que se va a plebiscitar junto con las elecciones.

¿Quién es el principal adversario del Frente Amplio?

Todo el mundo tiende a pensar, y las encuestas lo confirman, que el favorito es Lacalle Pou. Pero han ocurrido cosas en la campaña. Por ejemplo, Sanguinetti —dos veces presidente, a los 83 años, después de haberse retirado de la política— se metió de precandidato presidencial. Y Sanguinetti tiene una competencia interesante, que es Ernesto Talvi. Es un economista que durante mucho tiempo dirigió un Think Tank, el Ceres. Es un hombre con ideas y está haciendo una buena campaña, muy orientada a lo programático. La interna donde el debate es más fuerte es la colorada. Esto ha revitalizado al Partido Colorado, que estaba en el 6% de intención de voto, disputando el cuarto lugar, y ahora está creciendo.

¿Qué representa Lacalle Pou?

Lacalle Pou tiene 47 años, para la media de la política uruguaya es un político muy joven. Y hay todo un viejo herrerismo al que él desplazó y que tiene posturas mucho más a la derecha. Lacalle Pou ha apostado programáticamente a una perspectiva más centrista. 

De hecho, su eslógan es «evolucionar»…

Quiere consolidar la idea de que no plantea un cambio refundacional, sino una evolución. En donde lo bueno se mantiene y lo que no es bueno, se cambia. Pero a muchos votantes tradicionales del herrerismo no les satisface esa idea. Hasta te podría decir que les satisface más el discurso de Sanguinetti, que es un discurso de barricada contra la izquierda.

¿Cómo viene en las encuestas?

En las últimas encuestas está bajando, pero sigue primero. Después está la figura de Sartori, que yo no creo que prospere. Sartori está sin nada: no tiene programa, es un outsider total, nunca votó, vivía afuera del país, dice que la política no le interesaba, hasta que hace cinco meses le interesó. Sin embargo, tiene eso de la novedad. Y lo dan creciendo dentro del Partido Nacional. 

¿Qué cambio podría significar un triunfo del Partido Nacional?

Un gobierno de Lacalle no implicaría un giro a la ultraderecha, ni siquiera un giro ultraliberal, como en otros países de América Latina. Sí sería un giro hacia políticas más liberales. La propuesta de Lacalle sería el ajuste fiscal, bajar impuestos, bajar el combustible y que la economía no vuelva a crecer por la inversión pública sino atrayendo inversión extranjera. 

¿Por qué no aparecieron en Uruguay fenómenos de polarización, como se dan muchos países actualmente? 

Creo que en Uruguay hay sectores que quieren una grieta, a la uruguaya. Pero no parece haber condiciones para ello. Uruguay todavía tiene algo que está desapareciendo en Europa y en América, que es una base de acuerdo de régimen. Que el favorito de la oposición plantee como su lema de campaña «evolucionar» no tiene que ver con una propuesta de grieta. Que el favorito del gobierno de izquierda, Daniel Martínez, tenga un perfil tan de gestión y tan de negociación, tampoco perfila un escenario de grieta. 

¿Qué grupos quieren generar un escenario de grieta?

Algunos medios de comunicación. O el Ejército, con su candidato Manini Ríos, que emerge en un momento tremendo. Él ha hecho campaña siendo Comandante en Jefe con un discurso muy duro. Hubo errores muy grandes, una conducción muy equívoca de la política militar.

¿Equívoca en qué sentido?

Durante casi cinco años fue ministro de Defensa un exlíder tupamaro, Eleuterio Fernández Huidobro. Él eligió a Guido Manini Ríos, un hombre de la Logia de los Tenientes de Artigas, la logia golpista de los sesenta y setenta. La contraparte fue dejar quieto lo que tiene que ver con la verdad, la justicia y la memoria. Frente a estos temas, el MNL [Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros] siempre ha tenido una actitud muy dual.

¿En qué sentido dual?

Para el MNL y para buena parte de la dirigencia de izquierda, el tema del juzgamiento, de ir a fondo en justicia y verdad sobre lo ocurrido durante la dictadura no ha sido un tema prioritario. 

¿Por qué? 

En puridad, creo que un planteo radical de verdad echaría luz sobre episodios en los que el MNL y algunos grupos que llegaron a la izquierda armada saldrían muy mal. Mujica lo ha dicho de manera muy gráfica: «Este tema no tiene solución hasta que nos muramos quienes estuvimos en un lado y en el otro». Es el típico encuentro de los combatientes, en donde finalmente los que empuñaron las armas monopolizan un poco la ejecutoria heroica de ese momento y hay una especie de perdón recíproco. Lo que ocurre es que la sociedad no está en esa. Y las organizaciones de derechos humanos no están en esa. 

Señalaste que los principales candidatos son moderados. ¿Dónde ves la crispación?

Existe a nivel de la ciudadanía, muy estimulado por el mundo de las redes y por otros lobbys que quieren para Uruguay una propuesta de grieta. Esto no tiene una traducción en el campo político partidario, pero hace que la campaña sea bastante más crispada que las tradicionales. 

¿Ves un riesgo de mayor polarización a mediano plazo?

Ahí ya tengo más dudas. La vocación isleña uruguaya es muy difícil de mantener en una América Latina tan confrontada. Lo que pasa en Argentina, Brasil, Venezuela, Nicaragua, Colombia, EEUU, Europa… tarde, pero llega.