El ministro Martín Guzmán afirmó este jueves que su idea no es «un país de impuestos bajos y gasto público bajo». Fue su intervención en el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICYP). Con esta declaración, el ministro sugiere que le parecen bien los niveles actuales de presión fiscal y gasto público. Lamento decir que no estoy nada de acuerdo.
¿Le parece bien al ministro un gasto público consolidado superior al 40% del PBI con la productividad actual de la economía? El promedio entre 1960 y 2001 había sido del 25% del PBI. ¿Le parece bien una presión fiscal del 34%, que ajustada por la informalidad es del 45%? Este nivel impositivo es el segundo más alto del mundo, según el Banco Mundial. ¿Le parece bien que se haya dado via libre a los gobernadores para restituir ingresos brutos? Es una contrarreforma impositiva que deshace los avances que se habían logrado en 2017 y reestablece el peor de los impuestos en términos de competitividad, el más distorsivo. ¿Le parece bien subir el impuesto a las ganancias para las empresas al mismo tiempo que se atrasa el tipo de cambio?
El gasto público actual se destina a transferencias sin ningún foco, con subsidios a los servicios públicos que son pro ricos, como el mismo Guzmán reconoció en una reunión del Consejo Federal Argentina Contra el Hambre. También se gasta en empleo público improductivo en provincias y municipios que actúan como subsidios al desempelo. El número de empleados públicos provinciales por cada mil habitantes aumentó un 40% desde 2004.
Me desilusionan profundamente las afirmaciones del ministro Guzmán. Si Argentina no ataca el problema del peso del gasto público y la presión impositiva, es imposible que salga del estancamiento y que la inversión recobre dinamismo.
No se trata de ser ofertista ni ortodoxo, se trata de mirar la realidad y plantear las soluciones necesarias para volver a crecer y generar empleo genuino de calidad.