Cada cuatro años una ciudad ocupa el centro de atención mundial durante un par de semanas. Tokio tuvo que esperar un año más debido a la pandemia de COVID-19. Los Juegos Olímpicos son una gran vidriera, como lo demuestra el caso de Barcelona 1992. La capital catalana aprovechó el evento para posicionarse y dio inicio a un proceso de transformación urbana. La contracara es el elevado costo que exige organizar un acontecimiento de esta envergadura. Río de Janeiro fue la primera sede sudamericana en la historia y el impacto económico fue negativo pare el desarrollo local. ¿Cuándo beneficia y cuándo perjudica a un país la organización de los Juegos Olímpicos? ¿Es buena idea celebrarlos en un país subdesarrollado? Este es un recorrido histórico por las ediciones de los Juegos Olímpicos y el balance que dejó en cada ciudad. Desde Montreal 76 hasta Tokio 2020, los más caros de la historia.
El prestigio es uno de los principales argumentos a favor de organizar los Juegos Olímpicos. El evento es una acción de propaganda enorme y una forma de generar softpower. Un caso emblemático es el de Berlín 1936, celebrado en pleno auge nazi. También Moscú 1980 y Los Ángeles 1984, durante los últimos años de la Guerra Fría. O Pekín 2008, que fue un escenario para mostrar al mundo cómo era la nueva China.
Buenos Aires se postuló cinco veces como anfitriona. La última, en 1997 para los Juegos Olímpicos de 2004 y no pasó de la segunda ronda. El éxito de los Juegos Panamericanos de 1995 en Mar del Plata el entusiasmo de la convertibilidad motivaron el proyecto, que hubiera desviado fondos millonarios en plena crisis económica. Atenas fue sede en 2004 y el costo puso en jaque a una economía inestable y vulnerable como la griega.
Los mayores costos de la organización del evento son la construcción de instalaciones deportivas y, sobre todo, las inversiones en infraestructura que requiere una ciudad para adecuarse al acontecimiento. Estas inversiones repercuten en la modernización de la ciudad y provocan un aumento transitorio en la actividad económica antes, durante y, en algunos casos, después de los Juegos Olímpicos. Los ingresos directos provienen de los derechos de transmisión, los contratos con los patrocinadores, las ventas de entradas y otros productos derivados. La evaluación de impacto requiere analizar qué uso tendrá posteriormente la infraestructura construida y si los aumentos en la actividad económica —por ejemplo, debido al turismo— se sostienen en el tiempo.
Las críticas más comunes contra la organización de los Juegos Olímpicos señalan que los costos siempre son mayores que los beneficios y terminan recayendo en los contribuyentes durante años. También sostienen que el evento no genera puestos de trabajo fijos, sino temporales, en especial vinculados a la construcción y que buena parte de la inversión se destina a bienes poco útiles una vez terminada la competición, verdaderos elefantes blancos. Con respecto al turismo, explican que la llegada de millones de visitantes se ve en parte compensada la disminución de viajes de los turistas frecuentes.
De Montreal 76 a Pekín 2008
Los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976 fueron tan caros que provocaron déficit que arruinó las finanzas públicas. La mala administración y el costo desproporcionado dejaron una deuda de cerca de 1.500 millones de dólares, que Canadá tardó tres décadas en saldar. El último pago de la deuda fue 2006. Cuatro años más tarde se celebró Moscú 1980, que dejó un déficit moderado. La edición siguiente fue en Los Ángeles y se destacó por su bajo presupuesto y el financiamiento a través participación de la iniciativa privada por el patrocinio y los derechos televisivos. El resultado fue un superávit pequeño. Dato político: EEUU boicoteó los juegos de Moscú y no envió representantes, la Unión Soviética hizo lo mismo cuatro años después. Seúl 1988 también logró un superávit, aunque fue solventada por el sector público.
Barcelona 92 es reconocido como el modelo más exitoso de posicionamiento y transformación urbana a través de los Juegos Olímpicos. La celebración fue una bisagra en la historia de la ciudad y generó un gran avance para la economía local. La inversión superior a los 13.000 millones de dólares y, aunque no generó un superávit el evento en sí, el efecto a largo plazo fue muy positivo, tanto en el plano económico y como en el social. Atlanta 1996 demandó una inversión mucho menor y no se registraron pérdidas netas, sin embargo, la ciudad no contó con el impulso económico y social que inicialmente buscaba. La inversión privada volvió en Sidney 2000, acompañada de una muy fuerte inversión estatal. Aunque en un comienzo se registró un superávit, una auditoría pública detectó dos años más tarde que había inversiones no contabilizadas y el resultado final fue un elevado déficit real.
Atenas 2004 es un caso aparte. El país arrastraba desequilibrios macroeconómicos y un alto gasto público. Sin embargo, se eligió esta sede por su importancia simbólica: en 1996 se habían cumplido 100 años de los primeros Juegos Olímpicos en la era moderna, que se habían celebrado justamente en Atenas. Grecia destinó gran parte de sus recursos a renovar su infraestructura, con la esperanza de ganar protagonismo como una ciudad europea de comercio y turismo y posicionarse como el centro de las actividades económicas y culturales de la zona del Mediterráneo oriental. Grecia terminó enterrada en deudas y generó un magro nivel de ingresos por entradas y patrocinio. Las obras fueron financiadas casi en su totalidad con dinero público y esto contribuyó al colapso económico que se produjo años después.
Pekín 2008 fue uno de los Juegos Olímpicos más caros de la historia. Si se contabilizan todas las inversiones, más allá de lo específico para los juegos, China destinó 40.000 millones de dólares. Gran parte de la inversión estuvo destinada a vivienda, carreteras, sistemas de tránsito e infraestructuras, pero también en el combate de la contaminación ambiental. Con el propósito de establecerse en la inmensa y pujante clase media china, los 12 patrocinadores oficiales más importantes invirtieron cerca de 870 millones de dólares. Pekín 2008 fueron un buen ejemplo sobre cómo utilizar los Juegos Olímpicos como herramienta diplomática. China aprovechó el evento para mejorar sus relaciones políticas, aunque no logró limpiar con esto su imagen con respecto a las violaciones de los derechos humanos y la censura en los medios de comunicación.
De Londres 2012 a Tokio 2020
Londres 2012 fue celebrada en un contexto de crisis global. Esto explica los objetivos que se planteó Reino Unido para el evento: dinamizar el empleo y la economía. Cerca de 70.000 londinenses que estaban desempleados encontraron trabajo como gracias a la organización de los Juegos Olímpicos. Al igual que Barcelona, Londres se enfocó en la transformación urbana, especialmente en la parte este de la ciudad. El financiamiento fue mayoritariamente público y superó los 12.000 millones de libras, el equivalente al 1,74% del gasto público de Reino Unido en aquel año.
Rio de Janeiro 2016 fueron los primeros Juegos Olímpicos en América del Sur. La postulación de Brasil tenía buscaba posicionar al país geopolíticamente como el líder regional y como un actor global. Se celebraron solo dos años después del mundial de fútbol de 2014 y tenía como objetivo maximizar la utilización de las inversiones. La inversión fue de 13.000 millones de dólares, entre fondos públicos y privados. El costo fue superior a lo presupuestado y el retorno menor al esperado. «La promesa de que los Juegos Olímpicos dejarían el legado de una ciudad segura para todas las personas, no fue cumplida», describe un informe de septiembre de 2016 de Amnistía Internacional. Y concluye: «En cambio, persiste un legado de violaciones de los derechos humanos».
El presupuesto de Tokio 2020 aumentó debido a la postergación por la pandemia y se convirtió en la edición más costosa de la historia: se prevé una inversión de 15.840 de dólares, según Bent Flyvbjerg, profesor de la Universidad de Oxford que escribió un estudio sobre el exceso de presupuestos olímpicos. Hasta ahora la más cara había sido Londres 2012, considerando solo las inveresiones directamente destinadas al evento. Las perspectivas económicas no son nada alentadoras: la limitación al turismo y las tribunas cerradas son solo parte del problema, agravado por la reticencia de patrocinadores que no consideran positivo a su estrategia comercial apoyar un evento de este tipo en plena crisis sanitaria. Japón, sin embargo, puede obtener un beneficio simbólico: una imagen de resiliencia y capacidad de realización frente un contexto tan adverso. Eso sí, a un costo muy elevado.
Un activo geopolítico
La clave para que los Juegos Olímpicos tengan un impacto positivo en un país está en la planificación y la visión de largo plazo. Barcelona y Londres son prueba de ello. La transformación urbanística es uno de los grandes beneficios cuanto el evento está diseñado con inteligencia, pero el mayor activo es el softpower que genera. La oportunidad de generar prestigio global.
Los países pequeños y los subdesarrollados tienen que analizar con cuidado la conveniencia de este tipo de eventos. Río de Janeiro y, en especial, Atenas evidencian los riesgos de destinar recursos tan importantes para organizar los Juegos Olímpicos. Grecia sufrió una honda recesión y crisis de deuda producto del déficit excesivo; Brasil obtuvo pocos beneficios en el mediano plazo y comenzó luego una larga etapa de inestabilidad política e institucional.
China, en cambio, entendió claro el sentido de este acontecimiento: el mayor rédito es político, no económico. Los Juegos Olímpicos son un lujo para las naciones más desarrolladas.
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