Diciembre es un mes caliente. Y este año estuvo teñido por el recuerdo del estallido de 2001. Abundaron los especiales por el aniversario número 20 de la gran crisis Argentina. También hay similitudes entre aquel entonces y la actualidad que se prestaron para las comparaciones. Algunas tremendistas, como la de Ramón Puerta, quien asumió como presidente interino tras la renuncia de Fernando De la Rúa: «Hoy Argentina está en una situación económica mucho peor que en 2001». No fue un exabrupto, Puerta repitió el diagnóstico en varias entrevistas, aunque admitió la importancia de la red de contención social que existe hoy. Lo cierto es que en este diciembre como en aquel hay una negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en marcha, un Gobierno nacional debilitado tras una derrota en las elecciones de medio término y una coalición oficialista en tensión. Otros paralelismos tal vez sean exagerados.
El jueves se conoció la evaluación expost del FMI sobre el crédito que otorgó en 2018 al Gobierno de Mauricio Macri. Fue una bomba. El organismo cuestionó la política económica de Cambiemos, a la que calificó de «demasiado frágil». Apuntó que la estrategia debería haber incluido mayores controles a la salida de capitales, una reestructuración de la deuda y un enfoque diferente para abordar la inflación. El FMI destaca el carácter multicausal de la inflación y señala que no fue efectiva la política centrada solo en reducir el déficit fiscal.
El Frente de Todos celebró a medias el informe. El ministro de Economía, Martín Guzmán, cuestionó la falta de una mayor autocrítica del FMI. «El crédito era realmente absurdo y no se utilizó para nada bueno», cuestionó. Una declaración fuerte para un funcionario que encabeza en este momento la renegociación de la deuda con el organismo.
La evaluación expost dio aire a los cuestionamientos hacia el macrismo, al que acusan de haber tomado una deuda para «financiar la fuga de capitales». Lo cierto es que el gobierno de Mauricio Macri adoptó desde el comienzo de su mandato una política de ajuste gradual del déficit fiscal y recomposición de las reservas internacionales, que estaban en un nivel mínimo cuando asumió. Esta estrategia dependía en gran medida del acceso al crédito externo, que llegó en cantidades considerables gracias a las tasas de interés elevadas que pagaba Argentina. Es un mecanismo conocido como carry trade y que muchos países utilizan cuando necesitan aumentar el ingreso de divisas. El problema es que genera una dinámica muy sensible a los vaivenes de la economía internacional. Y es lo que pasó en 2018, cuando la suba de la tasa de interés en EEUU provocó una fuerte salida de capitales en el país. El auxilio del FMI buscó reemplazar la deuda privada por un crédito del organismo, más estable y a una menor tasa. La esencia del plan era, justamente, compensar los efectos del carry trade. Algo que, a su manera, reconoció el propio Macri. La idea difundida de que el gobierno de Cambiemos «se endeudó con el FMI para financiar la fuga de capitales» es parcialmente cierta y también malintencionada: no hubo un aumento en el stock de deuda, sino un reemplazo de un tipo por otro.
Sin presupuesto
La renegociación con el FMI es una de las mayores preocupaciones que tiene por delante el gobierno, que la semana pasada sufrió un duro revés cuando el Congreso Nacional rechazó el presupuesto. Alberto Fernández es el primer presidente desde el retorno de la democracia al que le votan contra un presupuesto. Más allá del rechazo de esta ley en sí, la derrota envió un mensaje complicado de cara a las negociaciones con el Fondo, que exige un consenso amplio para llegar a un nuevo acuerdo. Una de las críticas del organismo liderado por Kristalina Georgieva al plan de Macri fue, precisamente, que no haya tenido el respaldo de la oposición de entonces. ¿Puede lograrlo el Frente de Todos? El ambiente en el Parlamento sugiere que va a ser difícil. En la sesión del viernes pasado, el presidente del bloque oficialista, Máximo Kirchner, dio un discurso encendido en el que echó culpas a la oposición por la crisis actual y pidió que se hiciera cargo. Esto desencadenó el rechazo del presupuesto, aunque el oficialismo no contaba con los votos para aprobarlo de todos modos. ¿Error involuntario o jugada premeditada? No está claro. En cualquier caso, muestra que la tensión del nuevo mapa político se trasladó al recinto.
La oposición, sin embargo, no está en una situación de clara ventaja. Este jueves sufrió una derrota con tintes vergonzosos en la votación sobre la reforma del impuesto a Bienes Personales. Juntos por el Cambio impulsó un aumento del mínimo no imponible para los contribuyentes de menor patrimonio, pero el Frente de Todos logró aprobar una propuesta diferente, que incluía un aumento en la alícuota para los patrimonios más altos y los activos en el exterior. La oposición perdió por un solo voto. Una diputada estaba aislada por COVID y otros dos, de viaje. El resultado es un «empate en desaguisados parlamentarios», según el periosta Carlos Pagni, para algunos la voz más clara del establishment.
Diciembre tiene mala prensa. Es señalado como el mes de los estallidos sociales. Algo que no ocurrió, por el momento, en Buenos Aires. Pero sí en Chubut. La sanción de una ley que habilitaba la explotación minera a cielo abierto en la zona de la meseta central despertó una ola de indignación que se propagó por toda la provincia y tuvo episodios violentos, como el incendio de la Casa de Gobierno en Rawson o el ataque con bombas molotov de la redacción del diario El Chubut, en Trelew. Tras varios días de protesta y represión policial, el gobernador, Mariano Arcioni, dio marcha atrás. El martes pasado la legislatura derogó la ley que había sancionado unos días antes.
La disputa entre los partidarios y los opositores de la minería a grane escala es más que un problema provincial. Está en el corazón del modelo económico que tiene Alberto Fernández en la cabeza. La minería es su gran apuesta, el sector que impulsó con mayor claridad y al que ve mayor potencial para atraer inversiones y generar divisas. No es casualidad que la discusión entre ambientalismo y extractivismo se haya recrudecido en los últimos meses. El presidente tiene en agenda la presentación del Plan Estratégico para el Desarrollo Minero de Argentina (PEDMA), pero no todavía no se hizo público porque está esperando un mejor momento, donde genere menores resistencias. Chubut demuestra que tiene razones para ser cauteloso.
Argentina, sin embargo, puede estar frente a una oportunidad histórica más allá del potencial del sector minero. Tal vez la más importante en 60 años, según el economista Federico Poli. La pandemia alteró el funcionamiento normal de la economía global y puso en crisis el modelo basado en cadenas globales de valor. La Casa Blanca tomó nota de esto y, en especial, de los riesgos a lo que está expuesta la economía de su país por la elevada dependencia de China. Por eso, la administración de Joe Biden trazó una estrategia que apunta al nearshoring, es decir, a relocalizar parte de la producción de las empresas de EEUU en países con mayor afinidad. Entre ellos, en América Latina. Poli considera que este cambio en la visión estratégica de Washington puede ser el más importante para la región desde la Alianza para el Progreso promovida por John F. Kennedy en los sesenta. Y una oportunidad que Argentina podría aprovechar para reindustrializarse.
América Latina también está cambiando. El domingo pasado triunfó Gabriel Boric en las elecciones de Chile y completó el giro hacia la izquierda que venía experimentando el país desde 2019. Tras el estallido social y la elección para la Asamblea Constituyente, que redactará una nueva constitución para reemplazar la sancionada por la dictadura de Augusto Pinochet, Chile parecía que vivía la mayor transformación política del país en medio siglo. La primera vuelta de las presidenciales, sin embargo, habían planteado un interrogante: ¿el futuro era de izquierda o de extrema derecha? Los partidos tradicionales habían quedado fuera del balotaje, en el que se enfrentarían el ultraderechista José Antonio Kast y el izquierdista Gabriel Boric. El temor al auge de la extrema derecha fue motivo de discusiones y análisis. El triunfo de Boric finalmente enterró ese miedo y abrió un nuevo interrogante: ¿puede ganar impulso una nueva izquierda latinoamericana?
Diciembre es un mes de cambios inesperados. Cuando muchos ya están contando los días para que termine el año, la agenda política se acelera. Enero, en cambio, es un mes de vacaciones. Y sabemos que en vacaciones todo puede pasar.