Con el egocentrismo que nos caracteriza, los argentinos creemos estar viviendo una maldición que nos impide progresar: la división profunda de nuestro país que se ha dado en llamar la grieta. Este enfrentamiento interno, sin embargo, está lejos de ser una exclusividad nacional. Se replica en el resto de Occidente, incluso en este Lejano Oeste que es Latinoamérica.
Mucho se ha comentado acerca de los mapas electorales de las últimas elecciones argentinas. Las zonas más pobres, que son el norte del país y los conurbanos de las ciudades, votan al peronismo mientras que los centros urbanos ricos y las zonas rurales más productivas votan a Cambiemos. Tenemos al campo y los servicios más competitivos de un lado de la grieta. Del otro, al sector de servicios más informal, los sectores dependientes de la ayuda estatal y las producciones menos competitivas.
Esto no tiene nada de original: se replica en EEUU y numerosos países de Europa. En gran medida, la raíz es la misma y está vinculada a cuestiones económicas de base. Para empezar, el centro industrial del mundo se trasladó en grandísima medida a Asia. Primero a Japón, luego Corea del Sur, los tigres asiáticos y hoy a China. Asia logró concentrar la parte del león de la industria global. ¿Qué pasó con los trabajadores donde esas industrias estaban instaladas en el pasado?
En los casos más exitosos, las economías desarrolladas evolucionaron hacia el sector servicios más productivo. Algunas conservaron las industrias con alto valor agregado: no se fabrican Rolex en China. Otras mantuvieron industrias como fuentes de trabajo en condiciones de fuerte protección. Finalmente, mucha gente quedó en situación de virtual desocupación. Grandes contingentes de población reciben ayudas estatales en distintas formas, en un extremo que va desde las ayudas al paro en Europa —con montos que serían la envidia de casi todos los asalariados argentinos— a la virtual supervivencia del más apto en EEUU.
A esta situación hay que agregar el gran cambio tecnológico de la economía 4.0 que convierte en obsoletos los puestos de trabajo en un ritmo acelerado. Es así que cada vez más personas encuentran que sus trabajos ya no son necesarios.
El mundo está divido entre aquellos que lograron insertarse en la economía actual y aquellos que no. Y Argentina forma parte de ese mundo. La solución a esta división no pasa por el triunfo de uno u otro bando, que por el balance de fuerzas imperante es de imposible realización, sino por dar un salto al desarrollo del país que incluya a cada vez más gente.
La potenciación al máximo de los sectores más productivos de Argentina, tanto los históricos como los más nuevos, es una condición necesaria para esto, pero no se debe agotar allí. Debe servir como una plataforma para nuevas actividades económicas que amplíen la productividad del país. Para esto, es fundamental abandonar la actual mentalidad de trinchera y arribar a consensos básicos que vuelvan a pavimentar el camino del desarrollo.