La supervivencia del régimen de Irán

Tras el conflicto de 12 días con Israel y Estados Unidos, la República Islámica busca reinventarse para mantenerse en el poder, aunque choca con la intransigencia de los ayatolás

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Un iraní sostiene un retrato del líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, entre banderas nacionales de Irán durante una manifestación en Teherán, el pasado martes. ABEDIN TAHERKENAREH (EFE)
Un iraní sostiene un retrato del líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, entre banderas nacionales de Irán durante una manifestación en Teherán, el pasado martes. ABEDIN TAHERKENAREH (EFE)

Luego de los ataques de Israel y Estados Unidos, la sociedad iraní quedó profundamente convulsionada por los sucedido que se suma al descontento creciente por la grave crisis socioeconómica que azota hace décadas al país persa.

Desde una perspectiva de optimismo absoluto, el presidente iraní, Masoud Pezeshkian, de línea moderada, cree en la posibilidad latente de un cambio real para el país. Aunque la corta guerra de 12 días, contra Israel y la breve participación de Estados Unidos, generó un riesgo extremo y existencial para la teocracia.

Si bien el ataque de Israel era terminar con las aspiraciones nucleares de Irán, también, coqueteó con la idea de poner fin al régimen de los ayatolás, y el premier israelí, Benjamín Netanyahu, tuvo intenciones de eliminar al ayatolá Alí Jamenei, líder supremo del país.

La Revolución iraní

Hace 46 años que existe la República Islámica. En la revolución de 1979, se respiraba en las calles de Teherán tiempos de cambio y se gritaba a viva voz «Allah Akbar» (Dios es grande). Varias facciones políticas habían participado en el derrocamiento del Sah Mohamed Reza Pahleví. Sin embargo, había una figura religiosa que unía a todas la formaciones heterogéneas, el ayatolá Ruhollah Jomeini, predecesor de Jamenei, había prometido una Irán con prosperidad y libertad que rompió con las cadenas autoritarias del Sah, supeditado de Occidente, principalmente de Estados Unidos e Israel.

Nada de eso sucedió. Inmediatamente comenzaron a surgir diferencias entre los que habían luchado para adoptar un sistema democrático sobre un gobierno teocrático.

La primera victima fue el presidente de la República Islámica, Abolhassan Banisadr, que fue apartado del poder luego de más de un año al chocar con los ayatolás y debió huir a Francia. Como toda revolución corrió sangre a lo largo y ancho de Irán. Miles fueron ejecutados para consolidar al nuevo gobierno teocrático.

Temeroso de que la revolución penetre en su país, el dictador iraquí, Saddam Hussein, invadió Irán en 1980. La guerra duró ocho años, dejando en el camino casi 500.000 muertos, de mayoría iraní. Varios excombatientes actualmente conforman la élite gobernante y militar del país, que vieron caer a sus camaradas en combate y mantienen una fe ciega expresa en defensa al régimen teocrático.

Tras la guerra hubo un denominador común profundo que consideró a los estadounidense culpables de todos los males por su apoyo militar a Iraq durante la guerra y profundizó su compromiso con los valores que emana la revolución.

El sistema se consolidó con el paso de los años y los posibles cambios han resultado imposibles de concretarse. Parece inviable una convivencia entre el clericalismo y el secularismo, más que nada por la posición extrema de los ayatolás que impiden toda iniciativa liberal reclamada en los últimos años por los más jóvenes.

Durante estas cuatro décadas de vida de la República islámica, hubo confrontaciones violentas, cuando miles de personas salieron a las calles, en 2009, para manifestar su descontento contra la reelección del presidente Mahmoud Ahmadinejad porque consideraban que la elección fue robada.

La campaña fue intensa con varios debates presidenciales televisados que fue visto por millones de personas que se inclinaban por el Movimiento Verde liberalizador del expremier, Mir-Hossein Moussavi.

La esperanza de un verdadero cambio se desvaneció con la intervención de la Guardia Revolucionaria y acólitos al régimen que arremetieron a golpes a los manifestantes durante días posteriores a los comicios.

Tras estos acontecimientos quedó en evidencia las dos realidades opuestas de la República Islámica, una que busca la libertad con cambios profundos y la otra anacrónica cerrada en sí misma.

Si bien hubo otras protestas por los graves problemas socioeconómicos, la más reciente en 2022, cuando una joven, Mahsa Amini, fue repudiada por la “policía de la moral” por no cubrirse el cabello con un hiyad. Fue arrestada y golpeada lo que conllevó a su muerte. El movimiento se extendió rápido por toda Irán indignados por lo acontecido y cansados que unos viejos clérigos deban decirles a las mujeres cómo deben vestirse. La teocracia debió retroceder y concedió algunos cambios. Muchas mujeres en la actualidad no llevan puestos el hiyad.

¿Supervivencia o cambio real?

Queda en evidencia que, ante cada intento de cambios, el régimen actúa con mano dura donde refleja sus instintos de supervivencia, pero al mismo tiempo se refleja cierta debilidad al no poder superar sus problemas socioeconómicos y se acrecienta un malestar en la sociedad que aún no logra capitalizar ese descontento alrededor de un movimiento o una persona que lidere un cambio real.

A este escenario, se suma que hay una sensación de humillación total por lo acontecido en las jornadas de ataques israelí y estadounidenses a las instalaciones nucleares, militares y la eliminación de miembros de la Guardia Revolucionaria y científicos.

El espacio aéreo iraní fue totalmente ocupado por Israel y EEUU. Además, los espías del servicio de inteligencia exterior israelí, el Mossad, se infiltraron en los niveles más alto de la seguridad militar y política de Irán. Inexplicable en un país totalitario y vigilado como Irán haya sucedido semejante infiltración.

Las malas noticias son una constante cotidianidad para Teherán. Financiados por la República Islámica, sus proxies Hezbollah, en el Líbano, el revés en Siria, y Hamas en la Franja de Gaza, sufrieron una destrucción operativa que llevará tiempo regularizar.

Independientemente del fracaso en varios frentes, el líder supremo, Alí Jameini, de 86 años, insólitamente declaró que «la República Islámica ganó». Aunque se respira ciertas tensiones en el aire por la crisis que dejó la guerra. Pezeshkian es partidario de una reforma liberalizadora y de recomponer las relaciones con Occidente a través de un nuevo acuerdo nuclear. Esto choca con los clérigos, que mantienen reticencia y desconfianza. Sin embargo, muchos analistas señalan que el ala moderada iraní está a favor de adoptar un sistema meramente democrático con el fortalecimiento de las instituciones y convertir al líder supremo en una figura decorativa. Básicamente se apunta a una república con oportunidades para las nuevas generaciones y que las mujeres estén empoderadas.

El panorama a corto plazo no se ve un amanecer de cambio. Pero se presentan ciertas contradicciones dentro de la élite gobernante. Jamenei insistió que los ataques israelí y estadounidenses a las instalaciones nucleares no habían afectado para nada su funcionamiento. Sin embargo, el ministro de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi, manifestó todo lo contrario que si habían sufrido daños graves.

El mayor escollo hacia una nueva Irán sigue siendo la intransigencia del sistema actual. Su desconfianza a un nuevo acuerdo nuclear es total. Mantienen la idea latente de enriquecer uranio, situación inaceptable para Israel y Estados Unidos.

La revolución se sigue apoyando en su mayor brazo de sostén y seguridad, la Guardia Revolucionaria, compuesta entre 150.000 y 190.000 miembros. Es la institución más poderosa del país. Posen una amplia red en sectores claves de la economía y actúan en consecuencia en la supervivencia del régimen.

Ya lo han demostrado en cada intento real de cambio actuando con ferocidad y violencia desmedida, arrestos y ejecuciones. Esto genera terror, miedo,  incertidumbre y cansancio en la sociedad iraní que ve con desesperanza lejana un cambio real en el país.

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