*) Por Francisco Uranga | @PatxiUranga

“En la región existen dos modelos. Uno es el bolivariano. El otro es el de la libertad”. La sentencia fue dictada por el ex presidente chileno Sebastián Piñera durante su visita a Buenos Aires, en la primavera de 2009. Es cierto que los reduccionismos, las simplificaciones y las expresiones efectistas no son propiedad exclusiva del líder de Renovación Nacional, el partido centroderechista que gobernó el país trasandino entre 2010 y 2014, sino una característica compartida por muchas personalidades públicas, pero es igualmente cierto que a su afirmación le caben todas estas calificaciones. El problema con esta concepción del mapa político regional es que no refleja solo la opinión personal de un dirigente, sino una visión compartida por una parte considerable del arco político latinoamericano, que, por cierto, encuentra recepción y amplificación en los medios de comunicación.

La antinomia piñerista tiene algunas fallas evidentes, como darle una importancia exagerada al “modelo bolivariano”, que no es realmente un modelo ni una alternativa seria para los países de la región. La expresión mejor institucionalizada del mismo, el ALBA, no logra superar el plano de la retórica antiimperialista, y desde hace un tiempo el liderazgo Venezolano quedó circunscripto a la influencia política que le otorga Petrocaribe, el programa por medio del cual vende hidrocarburos en condiciones de pago preferenciales al resto de los países adheridos. Esto explica la pérdida de gravitación fronteras afuera que sufrió a raíz del derrumbe del precio internacional del petróleo, derrumbe que profundizó la honda la crisis económica de los últimos meses y dejó al desnudo las inconsistencias del modelo bolivariano, augurando un dramático final para el proyecto chavista. Sin embargo, tal vez el error más grosero en el análisis del ex presidente chileno sea obviar que en Sudamérica sí conviven dos modelos, cuya relevancia política y económica es mucho mayor: el Mercosur y la Alianza del Pacífico; dos formas casi opuestas de entender cómo deben insertarse los países del continente al mundo del Siglo XXI.

El debate en torno a cuál de las opciones reales de integración regional existentes es la más conveniente para alcanzar los objetivos estratégicos de Argentina quizás sea el más importante que tenemos por delante. Algunas voces ya han comenzado a cuestionar públicamente la idea de seguir insistiendo en la profundización del Mercosur, apuntando que un acercamiento al país de Piñera podría ser una mejor alternativa. En ese sentido se pronunció hace unas semanas el Dr. Nicolás Sarlenga, miembro del CEN, en su artículo “¿Puede ser Chile nuestro aliado estratégico?”. Esta lectura tiene, al menos, un argumento de peso a su favor: existe un amplio consenso entre los analistas internacionales sobre el cambio geopolítico que está trasladando el eje de la economía global del Océano Atlántico hacia el Pacífico, proceso que se viene desenvolviendo desde hace unos años y se consolidará en las próximas décadas. Frente a este nuevo escenario, Chile sería el aliado natural para los intereses argentinos, ya que le brindaría una salida rápida y directa hacia los mercados asiáticos. Al mismo tiempo, nuestro país sería la vía más económica para que Chile acceda al Atlántico y llegue en forma directa a Europa y a África, que en un futuro no tan lejano podría convertirse en un destino atractivo para los productos elaborados en Sudamérica.

El corredor bioceánico Aconcagua

Sin embargo, pensar en Chile como una salida “rápida y directa” hacia el Pacífico parece más una expresión de deseos que una meta realizable, al menos en el corto plazo. Un sólo dato sirve para ilustrarlo: a pesar de su cercanía, más del  80% de la carga que circula entre ambos países es transportada por vía marítima. No es necesario ser un especialista para imaginarse el motivo; la Cordillera de los Andes, una barrera de miles de metros de altura, divide en dos partes el Cono Sur, erigiéndose en el mayor obstáculo para un transporte ágil y económico entre ambos países. La situación incluso podría agravarse en el corto plazo, si se cumplieran las proyecciones que dan cuenta de una inminente saturación en la capacidad de circulación del principal cruce transandino, el Paso Cristo Redentor, que une a la Provincia de Mendoza con la Región de Valparaíso y concentra el 66% de la carga transportada por tierra.

En octubre de 2009  fue firmado el “Tratado de Maipú”, por medio del cual Argentina y Chile crearon el Ente Binacional encargado de licitar el proyecto del Corredor Bioceánico Aconcagua, una iniciativa privada que se perfila como la obra de integración transversal más importante para la región en los próximos años. Esencialmente, consiste en la construcción de un túnel ferroviario de 52,5 km de largo, que atravesará la cadena montañosa a pocos metros de altura desde su base. Se emplazará en un punto cercano al Paso Cristo Redentor, con una capacidad de carga casi 8 veces superior a la actual. Por sus características técnicas, si fuera acompañada de obras de restauración de la red ferroviaria argentina, permitiría comunicar por tren a los principales puertos argentinos con los puertos chilenos. Siendo optimistas, la obra podría estar finalizada recién para 2022.

El Corredor Bioceánico Aconcagua es un excelente ejemplo del tipo de asociaciones que pueden lograrse entre ambos países. Una obra de infraestructura que fortalecerá la integración física, agilizará el transporte y facilitará el acceso a nuevos mercados. En otras palabras, una obra con evidentes beneficios mutuos. Si bien es cierto que exigirá acuerdos adicionales, relacionados con la regulación aduanera, necesarios para simplificar los trámites y facilitar el tráfico de mercancías, está muy lejos del tipo de alianza que compartimos con los miembros del Mercosur.  La geografía exige cooperación para abordar temas puntuales de interés común, pero encarar un proceso de integración económica es algo absolutamente diferente.

No al ALCA, ¿sí a la Alianza del Pacífico?

ALCA… ALCA… ¡al carajo!. El estadio mundialista de Mar del Plata era un hervidero, miles de personas festejaban la ocurrencia del presidente Venezolano Hugo Chávez. Corría noviembre de 2005 y, con motivo de la IV Cumbre de las Américas que se realizó en la ciudad balnearia argentina con la presencia de George W. Bush, el líder bolivariano organizó una contracumbre que fue escenario de una pintoresca protesta contra el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Sin embargo, a pesar de ser la cara más visible y el portador de las formas más extravagantes, no fue Chávez quien realmente frenó la ambiciosa propuesta que impulsaba el presidente estadounidense. Con un estilo mucho más discreto, presidente de un país que cultiva una diplomacia muy cuidada y que fue durante todo el Siglo XX el aliado estratégico de EE.UU. en América del Sur, Lula Da Silva dictó sentencia de muerte al ALCA, quitándole su apoyo a la idea de establecer un espacio de libre comercio entre Alaska y Tierra del Fuego.

Naturalmente, el fracaso diplomático de 2005 no significó el punto final a las pretensiones de la Casa Blanca en la región, pero sí las puso en stand by y forzó a un cambio de estrategia. Al Tratado de Libre Comercio (TLC) sellado en 2004 con Chile, sumó en los años siguientes otros similares con Perú y Colombia, ambos suscriptos en 2006. Finalmente, los tres países firmaron el 28 de abril de 2011 la “Declaración de Lima”, dando origen a la Alianza del Pacífico, junto con un cuarto miembro no sudamericano: Méjico. ¿Qué tienen en común los cuatro integrantes del bloque?. Todos ellos tienen TLC con la potencia norteamericana.

En junio de 2014, la IX Cumbre de Jefes de Estado de la Alianza del Pacífico decidió iniciar conversaciones con los miembros del Mercosur para “alcanzar niveles de convergencia” entre ambos bloques, según lo expresó la entonces flamante presidente chilena Michelle Bachelet. El mejicano Enrique Peña Nieto fue aún más lejos y afirmó: “Estamos abiertos. Hay propuestas para que otros países, eventualmente en un futuro cercano, puedan ser miembros de la Alianza del Pacífico”. Siguiendo ese impulso, en noviembre del año pasado se concretó la primera reunión de ministros de Relaciones Exteriores de los países integrantes de ambos bloques, donde se destacó la importancia de “abrir un diálogo entre Mercosur y la Alianza del Pacífico” para buscar “puntos comunes”. La existencia de un diálogo regional es una buena noticia, desde cualquier punto de vista, pero la propuesta de fondo fuerza a agudizar el análisis para comprender las posibilidades concretas y los límites reales con los que se topará una posible “convergencia” entre ambos bloques.

¿Sudacas o Latinos?

A la muy compleja tarea de compaginar concepciones tan disímiles como las existentes en ambos bloques, hay que agregarle un problema adicional: es un rompecabezas al que le sobra una pieza. Existe una discusión, ya instalada en ciertos círculos, en torno a cuales deben ser los límites geográficos del proceso de integración regional. Una de la posiciones, lideradas por Brasil, traza en el canal de Panamá la línea demarcatoria, definiendo a Sudamérica como su espacio de influencia. Del otro lado de la mesa, Méjico propone una concepción latinoamericanista, englobando en un mismo conjunto a la región que comprende desde la península de Yucatán hasta la Patagonia. Sin embargo, hace mucho tiempo que Latinoamérica es un ámbito de coincidencias culturales y divergencias políticas y económicas. En términos estratégicos, Méjico pertenece a América del Norte, región a la que se encuentra económicamente consustanciada (EE.UU. concentra casi el 80% de sus exportaciones), y tiene pocos o nulos intereses compartidos con las economías de América del Sur.

El mayor punto de divergencia es el vínculo que cada uno construyó con China. Los países sudamericanos establecieron una alianza estratégica con la República Popular basada en la elevada complementariedad de sus economías, cuyo eje central es el abastecimiento de alimentos, combustibles y minerales. Muy diferente es la relación de China con Méjico, país cuyas exportaciones no son mayoritariamente commodities, sino manufacturas industriales destinadas casi en su totalidad al mercado estadounidense, donde compiten directa e intensamente con los productos del país asiático. Esto explica el débil intercambio comercial entre ambos: apenas el 2% de las exportaciones mejicanas parten rumbo a China.

A partir de las consideraciones anteriores, queda claro por qué la Alianza del Pacífico, bloque dentro del cual Méjico representa casi el 60% del PBI, es una construcción política poco adecuada para alinear los intereses estratégicos de los países de la región y lograr su inserción efectiva en el escenario internacional. Aun así, vale la pena destacar algunas características que surgen del estudio de este nuevo proyecto de integración económica.

Un destino atractivo para las inversiones

Sin dudas, la iniciativa estrella de la Alianza del Pacífico es el Mercado Integrado Latinoamericano (MILA), un mercado bursátil común donde se integraron las bolsas de valores de los cuatro miembros. Este proyecto está enfocado hacia uno de los objetivos principales del bloque: mostrarse como un destino atractivo para las inversiones extranjeras. El éxito en este sentido es innegable. En 2013, el bloque recibió Inversiones Extranjeras Directas (IED) netas por un 4% del PBI conjunto de sus integrantes. Si solamente se consideran los tres países sudamericanos, esta cifra es aún más elevada: 5,3%. El caso chileno se destaca especialmente, ya que alcanzó el 7,3%. En contraste, el Mercosur captó, ese mismo año, IED por un 3% del PBI conjunto de sus miembros, y Argentina solo un 1,7%.

Relacion IED PBI

Una potencia exportadora

Los apologistas de la Alianza del Pacífico suelen señalarla como una potencia exportadora y sacan este argumento a relucir como símbolo de su superioridad frente al bloque surgido del Tratado de Asunción. A primera vista, los números parecieran darles la razón: considerando únicamente las ventas realizadas por cada bloque hacia países que no son miembros, los datos muestran que el monto exportado por la Alianza del Pacífico superó en un 46% al del Mercosur, en 2013. Como intuitivamente se puede imaginar, la mayor parte corresponde a las ventas de México a EE.UU. Limitándonos a las exportaciones extrazona de Colombia, Perú y Chile, viendo al conjunto de países como una sola unidad, éstas representaron solo un 45% de las ventas del Mercosur hacia el resto del mundo. De todas formas, por el tamaño de sus economías, el tridente sudamericano de la Alianza del Pacífico, con exportaciones que representan un 19% de la suma de sus PBI, expone un perfil exportador más intenso que el Mercosur, donde dicho indicador ronda el 11%.

Relacion Exportaciones PBI

Más que un bloque, una vidriera

Una peculiaridad de la Alianza del Pacífico es su raquítico comercio intrabloque. Mientras en la Unión Europea el comercio intrazona representa un notable 60% del total de la suma de las importaciones y las exportaciones, y en el Mercosur la misma variable alcanza un saludable, aunque modesto, 14%, el comercio entre los miembros de la Alianza del Pacífico llega a duras penas al… ¡3,6%!. Observando más detenidamente estos números, encontramos que la interacción de Méjico con sus pares es de un pobrísimo 1,5%, lo que confirma que esta relación es más retórica que económica, mientras que el bloque sudamericano de la alianza concentra el 8% del comercio exterior de sus tres miembros. En el reverso de la misma hoja, encontramos que los flujos comerciales desde estos países hacia China, EE.UU. y la Unión Europea presentan un patrón común: en todos los casos suman más del 50% de sus exportaciones.

La escasa vinculación comercial entre las partes deja al desnudo la esencia de un proyecto construido a partir de una lectura geopolítica equivocada y conformado por un núcleo de países cuyas mayores coincidencias son el interés por mostrarse en la vidriera del mundo como un destino apetecible para las inversiones y el compartir modelos económicos con un perfil fuertemente exportador, pero de espaldas a América del Sur.

Incompatibilidad de caracteres

El contraste entre los modelos difícilmente podría exagerarse. En primer lugar, con la llamativa excepción venezolana, Brasil es el principal destino para las exportaciones del resto de los miembros del Mercosur, dado que absorbe entre el 20% y el 30% de las mismas, según el caso de cada país. Una segunda diferencia, probablemente más importante que la anterior, es que el liderazgo del bloque está compartido por las dos economías más diversificadas e industrializadas de Sudamérica: Brasil y Argentina. Este punto es crucial y representa el mayor impedimento para la pretendida “convergencia” entre los bloques. El aperturismo colombiano, peruano y chileno, sustentado en los TLC firmados con las principales potencias del mundo, colisiona directamente con los intereses de los sectores industriales brasileños y argentinos, que ostentan cierto cariz proteccionista.

Recientemente, el analista internacional Jorge Castro afirmó que entre los industriales de ambos países existía un “temor legítimo” a una posible apertura económica, especialmente hacia la República Popular China. ¿El motivo?. Debido a su baja productividad, no  están en condiciones de competir en un marcado global sin restricciones. Esta condición de atraso relativo es la causa madre de la acelerada devaluación del real en lo que va del 2015; por medio de la política monetaria, Dilma Rousseff busca recuperar posiciones en materia de competitividad.

Descartada la vía de una abrupta apertura económica, por las catastróficas consecuencias económicas, sociales y políticas que implica el efecto desindustrializante que traería aparejado, la prioridad debe estar fijada en un incremento constante y acelerado de la productividad industrial. Hasta tanto se logre la convergencia entre la productividad de los sectores industriales argentinos y brasileños con los índices correspondientes a las economías más competitivas, quedará abierto un abismo entre los dos bloques más influyentes en este hemisferio del continente.

Peso de Brasil en SudaméricaEl gigante del sur

Concentra prácticamente la mitad del territorio, de la población, del PBI y de las Inversiones Extranjeras Directas de América del Sur. Dentro de la región, es el principal socio comercial de China, que se perfila como el gran protagonista del sistema capitalista global en los albores del Siglo XXI. Brasil es, por su peso específico y el lugar que ha sabido ganarse dentro del escenario internacional,  la gran potencia de estas latitudes. Si existe una posibilidad de equilibrar la balanza del poder político mundial a favor de Sudamérica, reside en la capacidad del país carioca de consolidar su liderazgo regional, como carta de negociación frente al resto de los bloques económicos y, particularmente, con el enorme y creciente mercado chino. La esperanza de evitar quedar limitada a ser la proveedora de materias primas de la economía asiática dependerá de la cohesión interna que pueda lograr la región bajo la capitanía de Brasilia.

Tal vez consciente de las insalvables diferencias que imposibilitan emprender un proceso de integración económica en Sudamérica en el corto plazo, Brasil dio un paso adelante y lanzó en 2008 la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), donde los doce países de la región tienen representación.  Con el propósito de impulsar proyectos de infraestructura a escala continental, promover la estabilidad regional y constituirse en una plataforma de proyección internacional, es una movida menos pretenciosa que el Mercosur, al menos visto desde el plano de la integración económica, pero más adecuada a la realidad regional actual. A largo plazo, queda pendiente el desafío de refundar el Mercado Común del Sur o encarar una nueva propuesta que rescate del olvido su espíritu original y lo extienda a toda Sudamérica. ¿Podremos conseguirlo algún día?. Sólo si Brasil decide asumir su liderazgo y Argentina muestra voluntad de acompañarlo, dos actitudes que aún no se han manifestado claramente. Mientras nuestro país siga extraviado en sus dilemas internos y en sus problemas macroeconómicos, tendrá plena vigencia la máxima de “Pepe” Mujica: “Argentina no acompaña un carajo la integración regional”.

Francisco UrangaFrancisco Uranga

Director de Visión Desarrollista

 

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Consultar Anexo con los cálculos correspondientes a este artículo.

Fuentes: