Es usual que escuchemos, tanto en un sobrio debate académico como en una apasionada charla de café, que la Argentina está dentro del cuadro de los países “en vías de desarrollo”. En buen romance, sería algo como “no somos Alemania, pero tampoco Haití”. Nosotros en cambio afirmamos que el problema de Argentina es el subdesarrollo.
Y si bien incluso suena hasta como una frase hecha y aceptada, todo buen desarrollista sabe que tal afirmación no sólo es errada sino que es sumamente peligrosa. Es errada porque en primer lugar tal taxonomía no se condice con la esencia del concepto de desarrollo. Se es desarrollado o no se es. Rogelio Frigerio, a quien le enfurecía terriblemente escuchar que alguien utilizara el término “en vías de desarrollo”, explicaba que “entre subdesarrollo y desarrollo hay una diferencia de calidad, de estructura, que no son estadios de un mismo crecimiento y que en consecuencia el pasaje de una situación a otra no puede ser obra del desenvolvimiento espontaneo de las tendencias en curso, sino que supone un cambio estructural” [1]. Se podría decir que en todo caso “en vías de desarrollo” no es otra cosa de decir que un país es subdesarrollado pero no tanto como otros países más visiblemente subdesarrollados. Lo concreto es que es un grave error emplearlo para caracterizar el grado de “desarrollo relativo” o “subdesarrollo relativo” de un país.
Sin embargo, no es semántico el gran peligro de esta frase sino más bien actitudinal. Argumentar que somos un país en vías de desarrollo es negar que somos subdesarrollados, ¿y cómo podremos entonces salir del subdesarrollo si no empezamos por reconocer tal realidad? Esta fue precisamente la exhortación, que Arturo Frondizi esgrimió contra una sociedad que no tomaba conciencia de la dramática condición en que se encontraba el país: “No es una cuestión académica ni sentimental decidir si somos o no subdesarrollados. De esta decisión teórica emana toda la política práctica del crecimiento económico, o sea la diferencia entre el conformismo y la ilusión que nos predican tos partidarios del «statu quo» y la actitud crítica, combatiente y realista de quienes comprendemos cabalmente la urgencia y la profundidad de la política que hay que seguir para liberarnos del atraso y la dependencia».[2]
Tan severa cita no deja dudas. La concientización de tan dramático diagnóstico es el primer paso para generar la actitud necesaria para su resolución. Luego ciertamente se necesitará el valor, la determinación y el patriotismo para ir en contra de férreas e inevitables resistencias. Orgullosamente, aquí también tenemos en Frondizi, Frigerio y en quienes los acompañaron, abundancia de ejemplo e inspiración.
Caracterización del subdesarrollo
¿Cuándo podemos decir que un país es subdesarrollado? Según Rogelio Frigerio, no es el ingreso por habitante ni el nivel sociocultural de un país lo que determina si un país es desarrollado o subdesarrollado. Considera que un país es subdesarrollado “cuando su estructura productiva está incapacitada para engendrar un crecimiento autosostenido”[3]. Ese es, por lo tanto, el “rasgo común para países que tienen diferencias cuantitativas y culturales entre sí tan grandes como la Argentina y cualquiera de las naciones afroasiáticas.” [i][4] .
Frigerio resumió las características generales de las economías subdesarrolladas en cinco puntos:[5]
- Una estructura productiva moldeada en función del factor externo
- Falta de integración interna de la económica en razón de que ésta está integrada al factor externo
- Alta participación de las actividades primarias en el producto
- El sector industrial no está completamente integrado, dependiendo de la importación de bienes intermedios, maquinarias y equipos
- El intercambio comercial se caracteriza por una alta participación de los productos primarios en las exportaciones y de los productos industriales en las importaciones.
Hay incluso otros síntomas mucho más tangibles y cotidianos que evidencian la condición subdesarrollada de un país. Los enumera el propio Frondizi[6] : una alta tasa de crecimiento demográfico, baja renta per cápita, baja tasa de formación de capital, ineficiencia de los servicios, falta de intercomunicación regional, burocratización del aparato estatal, conciencia nacional deficiente en los grupos empresarios, entre otros.
Párrafo aparte merece la industrialización, temática que desarrollé en otro artículo. Simplemente aquí recordar que no es un mero capricho sino el infaltable instrumento de transformación económica y social que por excelencia han implementado históricamente los países hoy desarrollados.
Hoy como ayer (y peor también)
Sin embargo, no es necesario que analicemos cuestiones meramente macroeconómicas para palpar el subdesarrollo argentino. La crisis del 2001 fue la evidencia concreta de que nos podemos replegar a lo más profundo de la miseria, del desconcierto y de la agonía. Allí nuestra condición subdesarrollada se evidencio a flor de piel. Aún así, paradójicamente , sería la propia recuperación posterior lo que hizo aún más evidente nuestra condición de país subdesarrollado: luego de la reactivación inicial que generó la macro- devaluación, Argentina sostuvo una elevada tasa de crecimiento. ¿Nos tornamos entonces capaces de autofinanciar nuestro crecimiento y, por lo tanto, dejamos atrás el subdesarrollo? Definitivamente no. Salimos adelante porque el mundo jugó a nuestro favor, a partir del incremento espectacular de los precios de las materias primas. Quizás la palabra clave para entender políticamente al subdesarrollo sea el término dependencia. Lo decía Frigerio “En esto consiste el subdesarrollo argentino: en su vulnerabilidad a los factores externos”. [7] Es cierto que en mundo globalizado la dependencia de por sí es más fuerte incluso en los países desarrollados. Pero en nuestro caso es vital o fatal. Ese es precisamente el punto. La ausencia o debilidad de estos factores puede determinar crisis sociales y políticas tan graves como la acontecida hace ya quince años. Y en esto nos parecemos más a Haití que a Alemania. También es cierto que nuestros recursos naturales fueron el punto de partida determinante de nuestra recuperación, sí. Pero no esperemos sean por sí solos el medio para ingresar al mundo desarrollado. El desarrollo es el resultado del trabajo, la producción y el ingenio humano en una economía diversificada e integrada tanto en la industria como en los servicios. Que tengamos inmensos recursos naturales es una ventaja si se aprovechan en este sentido, o una condena si determinan el eje y sentido de nuestra economía. Este es el cambio estructural que nos puede sacar del subdesarrollo y que aún sigue postergado.
Los últimos años han dado cuenta del agotamiento del modelo populista de crecimiento, que a pesar de los incentivos a la demanda, como el aumento del gasto público y de los subsidios económicos, y de políticas de ingresos, como los controles de precios, no pudo evitar que el país ingrese en un período de estanflación y se viera obligado a implementar controles a las importaciones para atenuar el impacto de la pérdida de competitividad de la economía y el cepo cambiario para evitar la fuga de divisas. La reaparición de la restricción externa, evidencia y nombre técnico de la “incapacitada para engendrar un crecimiento autosostenido”, confirma en la práctica otra máxima desarrollista: crecimiento no es desarrollo. Es fundamental comprender que no se puede alcanzar el desarrollo a partir de la acumulación cuantitativa sobre una estructura subdesarrollada, sino que es necesaria la transformación de esta estructura. En conclusión, luego de una década con condiciones internacionales excepcionales para nuestro país, nos encontramos con la cruda realidad de dejamos pasar una oportunidad inédita para lograr el desarrollo. Eso no quita que reconozcamos el mérito de este gobierno de haber logrado “estar mucho mejor que en el 2001”, tragicómico parámetro que ellos mismos utilizan para justificar logros de gestión.
Por todo esto se vuelve impostergable reconocer la realidad ¡Cuán vigente la exhortación de Frondizi! ¡Qué necesario recordar sus palabras! Más cuando se niega, oculta y falsea públicamente la pobreza y hasta nos tomen el pelo diciendo que hay más pobres en Alemania. Pero aún ante la burla y el engaño de nuestros representantes prevalece el sentido común, la vivencia cotidiana de recorrer, no ya el conurbano profundo, sino las mismas zonas aledañas a los barrios residenciales de la clase media argentina que nos indican lo que nuestra situación es incluso más dramática que en aquel entonces: Hoy la pobreza es estructural. La miseria es la evidencia tangible y cotidiana del subdesarrollo.
Exhortación Final
Como clamó valientemente Frondizi muy a su pesar, admitamos también que somos un país subdesarrollado. Sólo desde allí podremos cambiar tan dramática situación. ¿La solución? Si bien el contexto mundial cambió y hoy existen nuevos instrumentos políticos para incorporar en el diseño de un programa de desarrollo, volver la vista hacia la experiencia desarrollista del ’58 al ’62 parece un paso obligado pues nunca como entonces se comprendió y se enfocó la resolución de esta cuestión…. La táctica, los medios e instrumentos, pueden ser diferentes a los propuestos en aquel entonces (o no), pero la estrategia para la resolución de nuestra problemática nacional se mantiene vigente y continua sustentándose, sin lugar a dudas, en concebir a “la integración, como condición sine qua non del desarrollo.”[8]
[1] Rogelio Frigerio. Economía Política y Política Económica Nacional. 1981
[2] Arturo Frondizi. El Movimiento Nacional
[3] Rogelio Frigerio. La integración Regional instrumento de los monopolios
[4] Fanor Díaz. Conversaciones con Rogelio Frigerio
[5] Rogelio Frigerio. Economía Política y Política Económica Nacional. 1981
[6] Arturo Frondizi. El Movimiento Nacional
[7] Rogelio Frigerio. El Estatuto del subdesarrollo
[8] Rogelio Frigerio. Las Condiciones de la Victoria.