Arturo Frondizi amaba el Sur. Con el corazón y con la cabeza. Era parte esencial en su proyecto de Nación. Por eso nuestro profundo reconocimiento a las autoridades de la provincia y de la ciudad por haberle dado su nombre al conocido como Circuito Chico, uno de los lugares más hermosos de la Tierra.
Su personalidad fue genuinamente excepcional. Más allá del político, del intelectual, del estadista, su condición humana fue especial, y estamos aquí para evocarla.
Don Arturo nunca empleaba la primera persona del singular —salvo que se tratara de funciones específicas del presidente, o de asumir responsabilidades—, sino la primera del plural. De tal modo, Arturo Frondizi titulariza para la historia un pensamiento, un paquete de ideas, una forma de razonar los temas, una obra de gobierno, que no le pertenecen en exclusividad.
Una personalidad así, capaz de simbolizar un aporte de tal relevancia, no se forma en un día. Además de sus lecturas, siempre atento a todo, es el resultado de diálogos con sus padres, con sus hermanos, con Luis Dellepiane, Mario Bravo, Moisés Lebenhson, Ricardo Balbín, Emilio Donato Del Carril, desde luego con Frigerio, Odena, Merchensky, Prieto, Real, con Alende, Noblía, Sylvestre Begnis, Monjardín, Julio Oyhanarte, Uranga, Gómez Machado, Gelsi, Vítolo, Uelschi, Blejer, Villar, Mac Kay, Del Mazo, Salonia, Acuña Anzorena, Cáceres Monié —el último que estuvo hasta que vinieron a detenerlo en aquella larga noche del 29 de marzo de 1962—. Y de Río Negro, Guido, Castelo, Sauter, Lutz, Barría, Gancedo, Gaitán, Izco, Larreguy, Balladini, Nebbia, Clinton Williams, y tantos otros que vienen a la memoria pero desbordan el tiempo del que dispongo. Cada cual a su modo, en su momento, en su medida. Unos mucho más, otros menos, pero todos ingresaron en su impronta, y eso se refleja en una expresión muy suya: no hay enemigo chico, y de todos se puede aprender.
Sin perjuicio del hilo conductor que las vincula, se ha hablado de tres etapas en su vida: el político, el estadista, el predicador. En las dos primeras, mis recuerdos están al cobijo de la intensa militancia de mi padre en la UCR y la UCRI; los de la tercera, se intensifican en la irrestricta solidaridad laboral y política de mi madre, y allí mi relación con él se hizo muy estrecha.
La primera etapa fueron treinta años de lucha, de resistencia, de oposición. Responsable, fundada, constructiva, pero resistencia a los conservadores, a los militares, a los peronistas, a los liberales. Fue al final de esa etapa, a partir de la Convención radical de 1956, en la campaña electoral del 58, que este personaje singular, como a tantos, me encandiló para siempre. Resultó incomparable la fuerza ascendente de su candidatura; la penetración de su mensaje de “pan, techo, cultura y libertad”, de “paz social, legalidad para todos, desarrollo económico”; frente a los ataques encarnizados que recibía desde diversos frentes, su respuesta serena de “yo no ataco, ni siquiera me defiendo, dejo el ataque para los que tienen tiempo que perder, porque estoy dedicado en cuerpo y alma a sembrar el grano fecundo del resurgir argentino”. Fue un soplo de aire fresco, de comprensión, de reconciliación, de grandeza espiritual, de unidad, de integración del territorio y la economía, de despegue, de inserción en el mundo. Del mismo modo, se hizo notable la mutación que su mensaje fue experimentando, desde aquella verdadera trinchera de combate, a medida que se aproximaba la responsabilidad de gobernar a la Argentina para todos, y de enfrentar con seriedad y precisión cada uno de los grandes problemas argentinos.
Allí se destaca, se evidencia en la etapa del gobierno, y se proyecta en la tercera etapa, lo que -a mi juicio- de las ideas que titulariza nuestro homenajeado permanece intacto, como un aporte para el presente y el futuro, a pesar del tiempo transcurrido y de las diferencias que pueden señalarse en el país y en el mundo. Obviamente, no voy a destacar su honradez, su desprendimiento, su entrega, su desinteresada consagración al bien común, porque eso está en la base de esta recordación.
Me refiero a lo que ha dado e llamarse el método de análisis, compuesto de la convergencia razonada, inteligente, enhebrada, de una serie de directivas y actitudes, hacia una visión programática, orquestal, sinfónica, de la realidad argentina y mundial.
Por ejemplo: la aptitud y la actitud para diferenciar lo principal de lo accesorio, concentrándose en lo primero sin descuidar lo segundo; la necesidad del diagnóstico certero, objetivo, imparcial, desapasionado, sobre la realidad en la que actuar; en base a él, la definición del rumbo de marcha, lo que requiere escuchar a todos y enfocarse en la verdad; comprender que dada la cantidad y profundidad de las transformaciones a enfrentar, debe alentarse la construcción de un poder que se asiente en la alianza de clases y sectores sociales, cuyos intereses objetivos coinciden (al menos transitoriamente, por la etapa histórica de que se trata), en la necesidad del rumbo de marcha elegido; definir con precisión las prioridades , en función no solamente de la importancia intrínseca de cada una, sino atendiendo también a la oportunidad, y a las influencias de unas sobre otras para maximizar los resultados conjuntos; asegurar un ritmo para su ejecución, y controlarlo de manera permanente, porque el transcurso del tiempo sin resultados deshilacha los consensos; medidas antipopulares, nunca, medidas impopulares, cuantas veces efectivamente hagan falta; profundizar aquello que nos une, y preguntarse ante cada circunstancia, en cada disyuntiva, ¿qué nos hace más nación?; explicar lo que se hace cuanto y lo mejor que se pueda.
Así procedió, como uno de tantos ejemplos, cuando ya electo y antes de asumir invitó a radicarse en el país a las principales fábricas automotrices, sabedor de que ello traccionaría la necesidad de mejorar la red caminera, la extracción de petróleo, la producción de combustibles y lubricantes, la fabricación de acero, la petroquímica, rápida expansión de la oferta educativa, la inserción internacional, la paz social, la atracción de inversiones, la integración vertical y horizontal de la economía y de la sociedad.
Pasados esos cinco o seis años del gobierno, el derrocamiento, la prisión, ese Frondizi de 55 o 56 años, ya canoso del todo, comienza sus tres décadas finales, que serían de ajuste de su propio pensamiento luego de una experiencia vital; una etapa también ajetreada, pero de profunda y obligadamente serena reflexión y análisis.
Más por imposición de las circunstancias que por vocación, retoma la dirección de su partido (UCRI, luego MID), ya con la íntima convicción, —y decisión—, de que no volvería a ser Presidente de la República.
De esta larga y para mí fructífera etapa, rescato algunas anécdotas que lo pintan en su integridad:
En mi primera conversación adulta con él, estando ya recibido o por recibirme de abogado, en una cena de cuatro con Doña Elena y Mamá (5 de enero, su aniversario de casados), me pregunta a boca de jarro: «a usted, Enrique, ¿le gusta la política?». Superficial e imprudente le respondo: «Sí, pero no tanto la vida de comité, como el estudio de los problemas». Condescendiente me dice «está bien, pero sepa que si hace política y no estudia los problemas no hace política, sino solo agitación; pero si estudia los problemas y no hace política nunca va a cambiar la realidad». Tiempo después vería el concepto en Unamuno, al señalar la doble función del político: buscarle ideas a los hombres, y buscarle hombres a las ideas».
En la misma cena le pregunté «cuándo nació su vocación política, en la mesa familiar. ¿En el secundario, en la universidad, cuando rechazó la medalla de Uriburu? Me dijo, como dudando si hacerlo: «Usted no lo va a creer, pero nunca he tenido vocación política. Todos mis actos en la política han sido el producto de mi voluntad, no de mi vocación». E hizo mención al general romano que antes de la batalla se hacía atar al caballo para superar sus miedos, y luego era el más duro y audaz en el combate.
En esa misma ocasión le pregunté «Doctor, ¿cómo se ve usted en el futuro?». Me dijo: «Cómo me veo no sé, seguramente en la acción política, pero me sueño a menudo en el sur, preso, en una habitación blanca, con algunos libros en la mesa de luz, pero muy feliz porque en el país se estarían haciendo las cosas que creo hacen falta». Les confieso que cuando anoche entré a mi cuarto en el Tunquelén, comprendí más este recuerdo.
Dos anécdotas referidas por nuestro amigo Antonio Salonia. Después de la ruptura de la UCR, luego de la Convención de Tucumán (1956) —y esto explicaría la división de la UCR—, Frondizi le pidió a su amigo Luis Mc Kay, que también lo era de Balbín, que hiciera una gestión por la unidad. Daban vueltas manzana en torno al Comité Provincia, Mac Kay argumentaba, y en un momento Balbín le djo: «Valoro la intención, pero no insistas Luisito, las fuerzas armadas no van a permitir que Arturo sea presidente, y yo no puedo privar a la UCR de la posibilidad de gobernar a la Argentina».
A pocos días de asumir sus cargos, Mac Kay Ministro de Educación visitó a Frondizi en Olivos e invita a su joven Subsecretario Salonia. Caminaban por los jardines. Arturo Frondizi le preguntó cuáles eran los principales problemas. Mac Kay le respondió: «Lo que me tiene loco es una puja entre nuestros correligionarios por ocupar tres cargos, la Dirección de la Biblioteca Nacional, del CONICET, y del Fondo Nacional de las Artes». Frondizi le respondió: «¿Pero ahí no están Borges, Houssay y Victoria Ocampo?» Mac Kay le respondió que sí, pero que eran enemigos declarados de su gobierno. Frondizi el dijo: «Mirá Luis, lo que te pido es que hagas el máximo esfuerzo para que los tres acepten quedarse en sus cargos; son personas de bien, de enorme prestigio, y prestigian al país y al gobierno; ¿qué importa que sean opositores, si hacen bien su tarea?».
Y una referida por el ex Diputado Miguel Aidar, en la que posiblemente haya estado también mi padre: una delegación de diputados nacionales visitaron al presidente objetando la designación del doctor Cárcano como Canciller: «Es conservador, los hemos combatido toda la vida, en nuestra filas sobran los candidatos «. Frondizi les respondió: «Sí, señores diputados, éste presidente, en ejercicio de sus atribuciones, ha designado el canciller que estima más apropiado. Es un hombre honrado, respetado, y de gran prestigio. Será él quien le informe a su amigo de la infancia, el presidente Kennedy, las razones por las que he recibido al Che Guevara, en un intento más para que Cuba no se separe de la OEA».
Excedido en el tiempo, cierro con dos referencias: a) con lo que él mismo pidió se inscriba en su tumba, en la bóveda de la familia Faggionato en el Cementerio de Olivos, y que expresa su humildad y su condición humana: «Fue un ser humano, amó a su patria»; b) he invocando una representación de la que carezco, creyendo interpretar a mi generación de argentinos, a este hombre excepcional le digo con toda humildad y con cierta vergüenza, disculpas, doctor, por no haber tenido el talento y el coraje como para continuar su derrotero.
Muchas gracias.