Los anuncios apocalípticos han dejado de ser fenómenos marginales para convertirse en un eje comunicacional del gobierno libertario. Se trata de una verdadera política de Estado que consiste en advertir a la población de que vendrán días peores y que eso será responsabilidad de las insensatas gestiones anteriores. Si bien la principal carga acusatoria se dirige, con sobrados motivos, hacia las gestiones kirchneristas, no debe olvidarse que el vuelco electoral hacia la opción Milei eliminó de paso la representatividad del PRO en el marco de la alianza Juntos por el Cambio.
En esas condiciones políticas configuradas y resueltas en el plano electoral parecería que se extingue la grieta que ha enfrentado y dañado la sociedad argentina durante las últimas dos décadas cuando en realidad se reconfigura. Ya hemos definido antes esa grieta como un sistema estable bicoalicional y conservador en el peor de los sentidos, con una perspectiva estatucuista, para que nada cambie aunque parezca que el chisporroteo de la grieta se lleva puesto al país, lo que en realidad no ocurre, pero daña profundamente los estados de ánimo y las conciencias. Con esta versión a ultranza que propone la nueva administración, habría que remodelar profundamente el sistema institucional y la organización económica y social. Una revolución que no podríamos tampoco denominar como conservadora puesto que no deja (o pretende) nada en pie. Donde antes había una sociedad con muchísimas dificultades de funcionamiento se intenta establecer un sistema único de libre mercado para bienes, servicios, personas y hasta ideas, aunque en este aspecto la intolerancia es la nota principal. A la población en general se la bombardea con la consigna de que vienen tiempos difíciles, de mucha penuria, pero se le dice también que ese sacrificio es necesario para reorganizar la economía y que llevará al menos tres décadas para superar las consecuencias de una sucesión de gestiones intervencionistas perniciosas para la libertad. No viene a cuento aquí describir la debilidad conceptual de esos argumentos, sino destacar una consecuencia práctica de su ocupación, que consiste en ampliar y profundizar la caída de los ingresos populares que tal política tiene como objetivo principal.
El ajuste no es nuevo como propuesta de reordenamiento de la economía pues ha sido casi el único criterio que se ha señalado como indispensable y que en las ocasiones en que se ha intentado llevar a cabo ha fracasado, según el caso (Planes Austral y Primavera, Convertibilidad y otros menos publicitados) a distinto tipo de velocidad según su presunto éxito inicial. A esos intentos reiterados los hemos calificado como la política del ajuste perpetuo, aunque no se ha revisado aun en profundidad la raíz conceptual que expresan: que eliminando gastos superfluos la economía respira y, de forma natural, el país se recupera. A los efectos de su implementación no importa que lo deseable no ocurriera, porque se trata de una presunción ideológica, no de un programa de gobierno aunque se lo presente como tal. La novedad es que esta vez el sacrificio que se le impone a la población, y en modo alguno a la “casta”, será mucho más severo y producirá mayor sufrimiento. Un verdadero tsunami que agudizará la fragmentación social existente.