Varisco
Sergio Varisco, durante la campaña a intendente de 2019. / Facebook

Una multitud se agolpaba en la puerta de la Bond Street, en Buenos Aires. Señoras de saquito y cartera colgando del antebrazo, señores de saco y corbata; muchas canas. Un hombre solo, contra la fachada de una casa de la vereda de enfrente. Un grupo de jóvenes radicales agitaba una bandera rojiblanca y cantaba que eran la vida, eran paz, eran los juicios a la junta militar. Desde el quinto piso del edificio que está encima de la galería, dirigentes de la UCR saludaban y lanzaban boinas blancas. Era 30 de octubre de 2008 y festejaban los 25 años de democracia en el departamento del expresidente Raúl Alfonsín. En la calle, el hombre solo tenía los brazos cruzados y apretaba las manos contra las axilas, como si sostuviera una bolsa pesada e invisible. Tenía el mentón clavado contra el pecho, miraba hacia abajo, parecía concentrado en la punta de los zapatos, el cuello formaba un ángulo extraño. Una posición aparatosa que comenzó a adoptar cada vez con mayor frecuencia y con gestos más exagerados, según sus conocidos, después del accidente automovilístico en el que casi se había matado.

—Disculpe, ¿usted es Sergio Varisco?

Varisco se veía cansado y disperso. Quedaban pocos rastros de aquel joven y eficiente empleado que había comenzado a trabajar en la Justicia de Entre Ríos en los ochenta. Se mostró parco en una conversación breve y volvió al ensimismamiento.

De cerca era menos carismático que desde el estrado. Apenas un año antes lo había visto en el auditorio de la Biblioteca Popular de Paraná, donde dio un discurso conmovedor junto al actor Luis Brandoni. Siempre fue un buen orador. En la puerta de la casa de Alfonsín, en cambio, se lo veía apocado. Y muy solo. No era el protagonista de aquel festejo. Podría haber organizado en Paraná un homenaje a su padre, Humberto Varisco, el primer intendente tras el retorno de la democracia. Pero tenía razones para estar preocupado por otros temas. El año anterior había perdido por primera vez una elección municipal y había sido condenado por homicidio culposo por la muerte de la concejal radical Mercedes Lescano. El sábado 20 de diciembre de 2003, Lescano iba en el asiento del acompañante cuando el Volkswagen Gol que manejaba Varisco chocó de frente contra un camión. Él se salvó de milagro; ella no. La familia de Lescano denunció a Varisco por abandono de persona. Fue condenado y cumplió la pena con una probation.

El accidente fue una bisagra en la vida de Varisco, que tenía una buena imagen en la capital entrerriana. Se lo recordaba como un intendente joven y progresista; el más prometedor de los dirigentes radicales de una provincia donde la UCR mantiene todavía hoy un peso territorial importante. Llegó a la intendencia en 1999 y en 2003 se postuló para la gobernación. Perdió, pero obtuvo el 34% de los votos. La UCR sacó ese año menos del 3% a nivel nacional.

Aquella noche de 2008 en calle Santa Fe no se imaginaba que una década después iba a estar nuevamente al frente de la Municipalidad de Paraná y se iba a haber ganado el mote de narcointendente en los medios nacionales.

La primera foto que se conoce de Varisco con el narcotraficante Daniel Tavi Celis es de la campaña de 2011. Se los ve caminando juntos por un barrio. El radical volvió a perder aquellas elecciones municipales, pero la alianza con Celis se convirtió en un pilar de su armado político en la ciudad. «Era el puntero perfecto, su gente colocaba carteles y pasacalles con tanta eficiencia y disciplina que parecía un ejército», resumía en aquellos años un concejal de Cambiemos. La relación con Celis se convirtió en el mayor dolor de cabeza del exintendente, que fue condenado en 2019 a seis años de cárcel por narcotráfico. Murió, de hecho, mientras cumplía la pena de prisión domiciliaria. Pero Tavi también trajo alegrías a Varisco: en 2015 le dio una mano importante para organizar la campaña que lo llevó de vuelta al poder. Por eso, el entonces concejal de Cambiemos prefería llamar a Varisco por su segundo nombre: Fausto, como el personaje de Goethe que pactó con el diablo.

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— ¿Y si no se puede presentar?

Un grupo de radicales discutía sobre la salud del intendente Sergio Varisco, internado desde la víspera de navidad. Varisco comenzó el 2019 en una cama de la Clínica Favaloro, en Buenos Aires. Le habían practicado cuatro by pass; los dirigentes de la UCR no sabían más que eso. El estado del intendente era un secreto herméticamente guardado por su círculo íntimo. Las sospechas se habían disparado después de la decisión de extender el receso administrativo: la Municipalidad estuvo cerrada durante todo enero, a pesar de que debía volver a funcionar el 18. Con febrero llegaron los rumores. Faltaban tres semanas para el cierre de listas y la posibilidad de que el mandatario no se postulara generaba un sinfín de versiones.

— Dicen que están midiendo la imagen de la novia.

— ¿De Claudia Acevedo?

— No, no creo. ¿Y si postula a la hija?

— El carisma no se hereda.

— Pero no va a entregar la estructura a nadie ajeno a la familia.

— ¿No lo conocen? Es un animal político. Se va a presentar sí o sí. Aunque se muera en la campaña.

— Me dijeron que el médico le advirtió que tiene que parar, que el corazón no le va a aguantar.

— Es lo mejor que le podría pasar, quedaría como un mártir.

Cuando faltaban menos de dos semanas para la presentación de las candidaturas, tres fotos pusieron fin a los rumores. En ellas, Varisco recorre obras públicas junto a su hija, Lucía Varisco —que fue electa diputada provincial en junio de 2019—. Tiene puesta una chomba celeste mal planchada que le queda grande y evidencia cuánto peso perdió durante el mes y medio que estuvo internado. Se lo ve pálido y sonriente junto a una retroexcavadora en el Anfiteatro de Paraná, en el Parque Urquiza; estrechando la mano de un albañil con una gorra amarilla de la UOCRA; mirando los alambres de hierro que sobresalen de la obra del planetario municipal. Las fotos, posteadas en la cuenta oficial de Facebook la Municipalidad, iban acompañadas del texto «Varisco reasumió la Presidencia Municipal».

Lo que no decían las redes sociales era que el intendente aún no estaba en condiciones de trabajar. La ley de municipios le exige que asista en persona a la oficina o, en caso contrario, debía asumir la viceintendenta, Josefina Etienot, una de las mayores críticas de Varisco. La dirigente de PRO se opuso a su propio intendente incluso con más fuerza que el peronismo local. Este conflicto motivó la extensión del receso hasta finales de enero, para evitar que Etienot tomara el control. Pero el tiempo se había cumplido. Varisco encontró una solución práctica: cambió la dirección de la Municipalidad a su domicilio personal.

La sola idea de que el intendente no se presentara a la reelección era absurda para sus correligionarios. El apellido Varisco dominó el radicalismo paranaense desde el retorno de la democracia. Solo hubo una elección desde 1983 en la que no figuró el nombre de ningún miembro de la familia en la boleta electoral de la ciudad. Sergio, su hermano o su padre la encabezaron en nueve ocasiones. Solo en cuatro triunfaron.

Varisco se presentó finalmente a las elecciones de 2019 y obtuvo el 35% de los votos. Un nivel de apoyo sorprendentemente alto, al menos para mí. Aunque cayó ante el peronista Adán Bahl, no se fue a su casa repudiado. No hubo marchas ni escraches. Tan solo seis meses después, fue condenado por narcotráfico.

La ironía es que Varisco sí tuvo que enfrentar un reclamo en público durante el último año de su mandato. Un vecino lo encaró en la puerta de su casa y le dio una trompada que lo despatarró por la vereda y le fracturó la cadera. Sin embargo, no le objetaba sus acuerdos opacos con los narcos, sino el incumplimiento de una promesa de campaña: conseguirle un trabajo.

Los vínculos con los narcos quedaron probados en la justicia y se conocían desde hacía tiempo. Los periodistas Daniel Enz y José Amado relatan la causa en forma detallada en el libro Territorio narco, en el que aseguran que la relación de Varisco con el narcotráfico comenzó a finales de los noventa, cuando daba sus primeros pasos en la política. En la última gestión, sin embargo, la narcopolítica dio un salto cualitativo. La banda de Tavi Celis se financió con contratos de la Municipalidad, usó los camiones de recolección de residuos para distribuir drogas y hubo funcionarios de primera línea involucrados con el tráfico de estupefacientes.

Varisco
Allanamiento de la Policía Federal en las oficinas de la Municipalidad de Paraná, el 9 de octubre de 2018. / Télam

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Existían dos imágenes públicas de Sergio Varisco. En Paraná era un dirigente respetado, en Buenos Aires era difícil encontrar a alguien que lo elogiara. Durante el gobierno de Mauricio Macri, en la Casa Rosada se contaba que  el intendente se quitaba los zapatos en las reuniones con el presidente y se dormía en las reuniones con los funcionarios nacionales.

El momento de mayor tensión entre Varisco y el gobierno nacional quizás haya sido cuando la entonces ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, publicó un tuit donde anunciaba el procesamiento del intendente junto a una advertencia: «Quien se ponga del lado equivocado tendrá su castigo. Para nuestro gobierno no existen amigos ni privilegios que nos frenen en nuestro camino hacia una Argentina sin narcotráfico». Las críticas porteñas fueron aprovechadas por los abogados defensores de Varisco y sus asesores de comunicación, que trataron de instalar la idea de que era un perseguido político. Muchos de sus seguidores creyeron esta versión. No veían a Varisco como un delincuente, sino como el líder que siempre había estado cerca.

— Una vez vino Nelson Castro a dar una charla en el Teatro 3 de febrero y llamamos a Sergio para que se diera una vuelta. Llegó enseguida, con su vaquerito gastado de siempre— recuerda una militante radical que lo conocía desde chico. Varisco cultivaba un perfil de austeridad franciscana y desinterés por lo material. Incluso sus adversarios le reconocían virtudes: que caminaba los barrios, que conocía la ciudad palmo a palmo como pocos, que era un apasionado de la política, que no se enriqueció en la función pública, que era “un hombre de la democracia”. Había algo en Sergio Varisco de líder popular como los de antes. “El cierre de Varisco en Paraná en 2015 fue el acto más peronista que ví en mi vida”, destaca un dirigente político porteño con varias campañas encima. Le impresionó la masividad, los bombos y lo plebeyo, para ser un acto radical. En un artículo publicado en Página Política con motivo de su muerte, el periodista Pablo Bizai contrapone el trabajo territorial de Varisco al aburguesamiento del peronismo local. ¿Algo de todo esto explica que la sociedad perdone sus pactos con los narcos?

Con la muerte de Varisco, el libro de Enz y Amado cobra más importancia. Es un registro escrito de la complicidad de su último gobierno con el narcotráfico. Y un antídoto para evitar la tentación de olvidar la historia reciente. O dejarse confundir por la simpatía que generan los dirigentes conocidos de toda la vida, que caminan la calle y andan con el vaquerito gastado de siempre.

Porque un intendente narco es un intendente narco, aunque sea uno de los nuestros.