El monetarismo puro es un anacronismo doctrinario que no tiene vigencia en parte alguna del mundo, excepto en la estrategia de los economistas y dirigentes que oponen la estabilización al desarrollo como pretexto para no hacer el desarrollo.

Por eso es necesario calificar como maniobra diversionista toda política aplicada en un país subdesarrollado que se afirme en el concepto de que la estabilidad monetaria debe preceder a la política de inversiones y que el desarrollo no puede fomentarse mientras no se haya ordenado previamente la estructura financiero-administrativa.

El ordenamiento fiscal, la reducción del parasitismo burocrático y del déficit del Estado y sus empresas, son medidas indispensables para acelerar la formación de ahorro al reducirse la presión tributaria sobre la economía privada y para canalizar las inversiones públicas y privadas hacia los sectores reproductivos. Una política enérgica de inversiones exige, efectivamente, esta racionalización fiscal. Lo que no es justificable es que se subordine el desarrollo de la producción a las necesidades de este ordenamiento. Es imperdonable que se quiera equilibrar el presupuesto aumentando los gravámenes a la actividad productiva y postergando los gastos fiscales en obras de desarrollo. No puede aceptarse que el saneamiento financiero se ejecute implacablemente en el marco de una economía deprimida y crónicamente deficitaria como es la de los países subdesarrollados. Ni que se proclame abiertamente que se provoca la contracción de la demanda global para evitar presiones inflacionarias y para proceder a la eliminación de empresas antieconómicas. La aplicación de estos correctivos en el cuerpo de una economía estancada no solamente contraría la experiencia universal, que demuestra que esta política es fatal para el desarrollo del país, sino que tampoco obtiene los resultados normalizadores buscados: no se puede reducir la burocracia en un mercado de trabajo en el que aumenta la desocupación, ni se detiene el alza de los precios al contraerse meramente la demanda global porque se sabe perfectamente que sólo la oferta creciente de bienes en el mercado produce la estabilidad de precios. La inflación es inseparable de una economía de escasez. El resultado de esta política pretendidamente antiinflacionaria es siempre más inflación, más pobreza, más retroceso.

En cambio, si la política monetaria se subordina a la de desarrollo, como ocurre en las naciones adelantadas, la estabilidad es resultado del proceso dinámico de la economía y la moneda se sostiene en la base firme de la expansión de la producción. Cuando se aplican los frenos y restricciones monetarias para controlar la inflación en una economía de abundancia, el vigor de la estructura económica absorbe adecuadamente el impacto sin que se altere la tendencia al crecimiento; basta con aflojar de nuevo los frenos una vez logrado el efecto moderador, para que la economía recupere su ritmo expansivo. Estados Unidos es un ejemplo típico de esta flexibilidad monetaria siempre condicionada al mantenimiento del desarrollo sostenido. Allí se consideran normales el déficit presupuestario y de la balanza de pagos y cierto nivel de inflación y se tiene especial cuidado de no aplicar medidas de contención monetaria que puedan llevar a un receso económico grave.

La estabilidad monetaria, por sí sola, no revela solvencia económica, como no significa riqueza el atesoramiento de oro y divisas, ni el superávit de la balanza de pagos como dato aislado. Algunas repúblicas de América central tienen monedas fuertes y saldos positivos en su comercio exterior, pero permanecen en el atraso y la pobreza.

En cambio, la Europa de posguerra se reconstruyó contrayendo fuertes deudas y emitiendo para financiar las inversiones. Se persiguió la estabilidad monetaria después de iniciado el despegue económico, no antes, como ocurrió con la reforma monetaria francesa de 1952.

La inflación en los países subdesarrollados tiene una fuente principal y varias fuentes secundarias. La principal es el deterioro de los términos de intercambio, es decir, el déficit de la balanza comercial y de pagos. Se trata pues de un fenómeno estructural y como tal debe ser tratado.

El remedio para esta inflación de fuente estructural no es la estabilidad monetaria per se, sino el desarrollo que transforme esa estructura. Estabilizar al nivel del subdesarrollo equivale a congelar la estructura atrasada. En el curso de un desarrollo prioritario y acelerado es necesario y posible ir introduciendo paulatinamente ajustes monetarios hasta que producción y circulación de medios de pago se nivelen relativamente. Así, el valor de la moneda reflejará el grado de desarrollo de la riqueza social. Entonces, el valor de la moneda no se medirá por la cantidad de pesos con que se adquiere un dólar sino por la cantidad de bienes que se adquiere con determinada cantidad de pesos.

(Rogelio Frigerio, noviembre de 1968.  Fragmento de “El carácter de la crísis crónica de la economía argentina y la estrategia para superarla”, en Alonso Aguilar y otros, Desarrollo y Desarrollismo, 1969)