inflación
El ministro de economía, Martín Guzmán, en una conferencia de prensa. / argentina.gob.ar

El ministro Martín Guzmán reconoció esta semana que la inflación es un problema y que bajarla es un objetivo de la política económica. Nos explicó por televisión que la inflación es un fenómeno multicausal y que el gobierno se vale de una batería de herramientas para enfrentarla en sus múltiples causas.

Por un lado, decir que la inflación es un fenómeno multicausal es una forma lateral de insistir en la tesis heterodoxa de que no es un fenómeno exclusivamente monetario. Insistencia en alguna medida trivial, pues no debe haber economista, siquiera el monetarista más obtuso, que pueda afirmar tal cosa. Pero en general el pensamiento ortodoxo insiste en que la inflación es un problema básicamente monetario.

Por otra parte, decir que la inflación es un fenómeno monetario es una perogrullada. La inflación es un problema económico, a primera vista, monetario. Es decir, un problema cuya externalización es monetaria. Pero es más que eso. Es un problema que tiene causas diferentes a las exclusivamente monetarias. Y Guzmán agrega: muchas causas diferentes.

Insiste Guzmán: como el gobierno anterior trató la inflación como un fenómeno unidimensional, utilizó sólo la política monetaria como instrumento para combatirla. Y terminó con altísima inflación. La alternativa propuesta por el gobierno sería, pues, usar muchos instrumentos para abordar múltiples causas.

Una mirada desarrollista de la inflación

El pensamiento económico heterodoxo o progresista suele relativizar la inflación como problema y privilegia, en cambio, la ocupación y la distribución del ingreso. Aquí se inscribe el ministro Guzmán. El pensamiento ortodoxo, por su parte, se propone ante todo domar la inflación y mantenerla a raya. Considera la emisión monetaria una suerte de semilla de todos los males de una economía, por eso es monetarista.

Las ideas ortodoxas están muy extendidas y se repiten hasta el cansancio. Pero la política económica de la inmensa mayoría de los países transita un equilibrio entre entre la ortodoxia y el pragmatismo. Reconoce tácitamente que la estabilidad es esencial para el buen funcionamiento de la economía, y por eso es ortodoxa y monetarista en tiempos normales (al punto que la inflación es un fenómeno que prácticamente no existe en el mundo). Pero se permite licencias heterodoxas en tiempos de crisis, y en general lo hace sin miramientos. Tanto la crisis de 2009 como la pandemia actual son pruebas de que los gobiernos y los bancos centrales queman los libros e intervienen violentamente cuando las circunstancias lo ameritan. Pero lo hacen, en todos los casos, porque pueden hacerlo, porque cuentan con un activo crítico: la confianza ganada y sostenida en su habitual ortodoxia.

(Excurso metodológico: decir que la inflación es multicausal no nos acerca a resolver el problema. La ciencia procura buscar las causas más profundas y darles su lugar correcto en la estructura de la teoría. Así, dentro de cada problema que se estudia, hay fenómenos más profundos y estructurantes, determinantes, y fenómenos más superficiales, determinados e influidos por aquéllos otros. La teoría busca entender la interrelación entre ellos dentro del todo estructurado.)

A la idea ortodoxa que trata de explicar la inflación por el exceso de moneda, el desarrollismo clásico opone una mirada alternativa enfocada en la productividad de la economía.

El problema es la baja productividad

Si se la mira desde el punto de vista de su sector externo, Argentina tiene tradicionalmente dos economías. Una economía asentada sobre la extraordinaria productividad del agro, que es eficiente, barata, competitiva, genera saldos exportables y produce divisas. Y otra economía —que es todo el resto, todo lo demás—, donde hay de todo (mayor y menor eficiencia, mayor y menor competitividad), pero que la contrabalancea: demanda divisas.

Los saltos del tipo de cambio a que nos tiene acostumbrados la historia económica argentina, son la consecuencia de este desbalance y de la dificultad de la economía argentina para elevar su productividad global. Es la baja productividad del conjunto de la economía argentina, su ineficiencia, sus altos costos lo que determina en última instancia la inflación.

En el trabajo La economía argentina y su conflicto distributivo estructural, Pablo Gerchunoff postula que existen dos tipos de cambio ideales, en diferentes niveles: uno técnico y otro político (más bajo). Este concepto muestra que el precio del dólar puede retrasarse artificialmente pero siempre, al final, da un salto porque hay algo más problemático debajo. Y este algo es la productividad global de la economía.

El problema argentino no es, pues, la maldición del agro, sino la maldición de una economía que no es competitiva porque lleva décadas de desinversión. Y un gobierno que siempre procura salidas multidimensionales sin enfocarse en la dimensión central que debería orientar y ordenar todos los aspectos de la política económica: la inversión. El mismo Estado cuyo altísimo costo y bajísima calidad también determina la pobre productividad global de la economía, mientras la elevadísima presión fiscal ahuyenta la inversión privada.