Ciudad de Godoy Cruz en la provincia de Mendoza. Fuente: Municipalidad de Godoy Cruz
Ciudad de Godoy Cruz en la provincia de Mendoza. Fuente: Municipalidad de Godoy Cruz

En principio resulta importante mencionar que la Argentina es un país grande (el octavo del mundo con 2,78 millones km²) , diverso y con una enorme heterogeneidad que ha quedado evidenciada fuertemente en esta pandemia que continuamos transitando. Las persistencia y ampliación de las desigualdades socio-territoriales son la característica más relevante de nuestro territorio y el desafío a futuro.

La cuestión que motiva este breve artículo, y se plantea desde el título, parte de la convicción sobre la potencialidad que tienen las subdisciplinas la de geografía política, la geopolítica y el ordenamiento territorial para intentar revertir esta realidad. Realidad que hoy nos arroja datos abrumadores como que, para el segundo Semestre de 2020 -según datos oficiales- el porcentaje de población bajo la línea de la pobreza ascendía a 42,20%. Sumado a eso ha crecido también la desigualdad pues el índice de Gini en nuestro país aumentó de 0,434 en 2019 a 0,451 en 2020.

En este contexto, el abordaje multidisciplinar resulta inevitable, ya que no existe la posibilidad de una sola mirada o acercamiento sobre la realidad que se presenta tan compleja. En el corpus de la geografía y el ordenamiento territorial se han desarrollado (y se continúan de forma permanente) algunos conceptos que pueden resultar muy propicios a la hora de conocer del territorio de forma integral para así poder delinear políticas públicas que permitan no sólo manejar la contingencia, la urgencia, sino también establecer los objetivos a largo plazo que nuestro país y nuestra institucionalidad parece haber olvidado.

El concepto de territorio es uno de ellos, largamente discutido ha sido objeto de diversos abordajes conceptuales que fueron complejizando su definición, pero podemos decir que, aún con matices y diferencias, se ha arribado a una definición más actual que sostiene que el territorio es un ámbito espacial de ejercicio del poder y de dominio político (Moraes, 2006). Esto viene a dar por tierra las visiones más ingenuas que minimizan o hasta excluyen de su estudio las cuestiones de poder, los intereses económicos, el impacto de los grandes poderes mundiales y locales también.

De esta manera se hace empírico el concepto de espacio y permite definirlo como un ámbito terrestre delimitado de ejercicio excluyente del poder. Conjuga desde una perspectiva integradora: la naturaleza, lo político–jurídico y lo económico, al igual que lo simbólico cultural. Este último punto resulta también crucial pues lo territorial no puede ser entendido, explicado y transformado, si no se incorpora la dimensión simbólica y cultural, es decir, lo que los especialistas comenzaron a llamar la territorialidad (Rincón García, 2012).

Estas conceptualizaciones se tornan útiles para abordar territorios complejos como el territorio nacional, con diferentes devenires históricos en su interior, con distintas cosmovisiones, realidades productivas, institucionalidades dispares y tantos otros aspectos que se podrían mencionar. Conocer y gestionar esa diversidad parece volverse clave en un mundo con transformaciones vertiginosas, con fenómenos que se desarrollan en múltiples escalas con impactos muchas veces no contemplados.

Plantearse que implica entonces el desarrollo, el desarrollo sostenible, el desarrollo territorial parece ser una tarea compleja e inabarcable, pero a la vez inevitable. Entendemos que, en principio, el desarrollo implica la organización e integración de la creatividad y los recursos de cada país para poner en marcha los procesos de acumulación en sentido amplio como afirmaba Aldo Ferrer. Este proceso no puede delegarse en factores exógenos ya que los mismos, librados a su propia dinámica sólo pueden desarticular un espacio nacional y estructurarlo en torno a centros de decisión extranacionales y, por lo tanto, frustrar los procesos de acumulación, vale decir, el desarrollo (Aldo Ferrer, 2007).

Los estudios críticos sobre desarrollo plantean la necesidad de abordar temas como en análisis de los discursos del desarrollo, la deconstrucción conceptual, la performatividad, ciertas etnografías del desarrollo, varias metodologías de la ecología política, ética ambiental en su tratamiento de la asignación de valores, estudios de género, epistemología crítica y enfoque poscolonial. Estas herramientas que plantea Eduardo Gudynas (2017) tienen la potencial de promover alternativas para una nueva conceptualización del desarrollo que píense desde los territorios y sus comunidades.

¿Cómo hacerlo? De donde partimos y hacia donde podemos ir

Nuestro punto de partida, como todos percibimos, es complejo. Como principal problema, se evidencia el desarrollo de un modelo agroexportador, tachado por muchos especialistas como neoextractivista (Svampa, 2019), que marca una fuerte concentración en lo económico y social. El proceso de concentración económica, la disparidad regional estructural y las desigualdades al interior del territorio se acrecientan día a día sin que haya una política de Estado a largo plazo capaz de mitigar alguno de esos grandes problemas.

Modelos territoriales nacionales- Fuente 1816-2010-2016 Plan Estrátegico Territorial Bicentenario
Modelos territoriales nacionales- Fuente 1816-2010-2016 Plan Estrátegico Territorial Bicentenario

Indudablemente carencia de un modelo de Nación y sociedad consensuado agrava la falta de acuerdo acerca del modelo de desarrollo o, mejor dicho, de los modelos de desarrollo en disputa. Los especialistas en el tema sostienen que resulta indispensable el rol del que juega el Estado ante los nuevos desafíos que plantea la definida por Oszlak (2020) como “era exponencial”, signada por cambios tecnológicos, sociales y culturales que se producen cada vez con mayor rapidez. Sostiene el autor que sólo el Estado, con el activo involucramiento de la ciudadanía y las organizaciones sociales, podría poner freno a los excesos de un transformismo tecnológico sin cauces, sin valores, que solo obedece a los despiadados principios del mercado.

Los arriba enunciados son, muy escuetamente, los principales problemas nacionales que deben ser abordados a partir de una gestión y planificación integral del territorio, que, a pesar de algunos esfuerzos realizados, como lo ha sido el Plan Estratégico Territorial – en sus diferentes versiones-, sigue siendo una materia pendiente. Asimismo, y atendiendo a la multiescalaridad que se planteó en el plano teórico, entendemos que resulta fundamental plantear una política de desarrollo y planificación que tenga como prioridad esencial el ordenamiento, la planificación territorial y la integración regional con el imperativo de la justicia territorial.

Los factores que definen una estructura territorial y su dinámica son numerosos, indudablemente tres de ellos —territorio, población y economía— son fundamentales-. Es por ello que resulta necesario mejorar nuestros análisis y para poder plasmar las singularidades, heterogeneidades, homogeneidades y formas en las que se representan los fenómenos considerados hacia el interior de las unidades territoriales. Necesitamos conocer a fondo las cadenas productivas, continuar el esfuerzo de recabar información geolocalizada para gestionar con mayor precisión, conocer la capacidad de carga de nuestros territorios, analizar los impactos ambientales acumulados de las actividades humanas, diseñar mejor el crecimiento de nuestras ciudades, incluir a las poblaciones en las decisiones de gobierno, en definitiva, entender las territorialidades que mencionábamos al comienzo para generar políticas públicas asertivas que tiendan a un desarrollo más armónico y equilibrado.

Este replanteo de la idea de lo nacional, en nuestro criterio, debe hacerse a partir de fortalezas, pero atendiendo y estudiando las debilidades relativas y los problemas. La República Argentina con sus 2,8 millones de kilómetros cuadrados continentales hoy y en el futuro es en sí una gran fortaleza, tiene en su seno los recursos más escasos del siglo XXI: energía, alimentos, agua dulce, tecnología y el recurso que más escaseará hacia finales del siglo XXI: territorios (Koutoudjian, Reyes y Caruso, 2020).

Entendemos que el desequilibrio territorial, a mediano y largo plazo, acrecienta las vulnerabilidades del país, determinando un incremento de cualquier coeficiente de inseguridad, a la vez que tiende a magnificar las desigualdades, a reducir las posibilidades de desarrollo de los habitantes de las distintas regiones acentuación de los flujos migratorios y desequilibrio demográfico que implica “vaciar regiones” y “hacinar” sectores urbanos.  Estos fenómenos pueden ser abordados desde la geografía, la geopolítica y el ordenamiento territorial con enfoques complementarios y concretos para la elaboración de políticas públicas que apunten a evitar la profundización de las crisis sociales y la tendencia al debilitamiento del Estado-Nación. Malena Lucia Reyes 2021. ordenamiento territorial