Xi Jinping, desde el 15 de marzo de 2013, presidente de la República Popular China.
Xi Jinping, desde el 15 de marzo de 2013, presidente de la República Popular China.

El último Congreso del Partido Comunista de China celebrado en octubre del año pasado marcó un antes y un después. Xi Jinping se convirtió en un virtual emperador chino del Siglo XXI con un control amplio del poder sin precedentes desde la época maoista. Xi, con este tercer mandato de cinco años por delante (acumula diez en el poder), dejó atrás la postura impuesta del líder reformador Deng Xiaoping, quien transformó al gigante asiático en una potencia capitalista y económica, de sólo dos periodos en el poder para evitar el culto a la personalidad que impuso el todopoderoso Mao Zedong.

Con el poder absoluto asegurado el líder chino enfocó su administración en recuperar la economía golpeada durante los tres años que significó la pandemia del COVID-19 que atrajo estrictas restricciones sumado a medidas energéticas que generaron problemas en la producción de varias industrias entre ellas las tecnológicas, la crisis inmobiliaria y la tensión constante por la supremacía mundial con los Estados Unidos. La primera medida adoptada por Pekín a comienzos de este año para paliar la crisis económica fue levantar los férreos controles estrictos que se aplicaron para contener al COVID que provocó una reactivación del crecimiento de la actividad económica que se expandió en el primer trimestre con un 4,5%. La expansión se logró gracias al consumo interno, la inversión gubernamental en infraestructura y un sorpresivo repunte de las exportaciones en marzo. Con estos números se espera que China pueda cumplir el objetivo de expandir la economía alrededor de un 5% en el corriente año superando al del 2022 que fue de sólo 3% uno de los peores resultados económicos de China en décadas. Aunque algunos analistas económicos presagian que no podrían crecer nada en el segundo trimestre.

A pesar de que Xi dio pequeñas muestra de alivio a los excesivos controles estatales que viene aplicando a la economía china que genera espanto y ahuyenta a los inversores tanto chinos como extranjeros con una verborragia desafiante acusa a las potencias occidentales de querer contener el crecimiento de China, principalmente el apuntado es el gigante del norte: Estados Unidos.

Frente a este escenario Xi mantiene la postura de confrontar abiertamente ante las sanciones y restricciones impuestas por Washington a las empresas chinas y a su creciente despliegue militar en Asia, con la mirada puesta a la defensa de Taiwán reclamada por la República Popular como una provincia más.

Si bien desde la asunción de Joe Biden se buscó aflojar la tensiones entre ambas potencias, sin embargo, diferentes incidentes como el globo de vigilancia espía chino que sobrevoló el espacio aéreo estadounidense y la acusación de la administración Biden de que Pekín estaba considerando enviar apoyo letal a las fuerzas rusas que luchan en Ucrania agregando que el régimen de Xi muestras señales de ambigüedad con respecto a la invasión rusa con un apoyo considerado a Moscú. El ida y vuelta con EE. UU supuso para Xi aplicar un nuevo rumbo en las relaciones internacionales. China siempre se mostró como una potencia que busca expandirse a través de tratados económicos y comerciales haciendo pie en varias naciones subdesarrolladas con la promesas de crecimiento. Bajo esa idea lanzó la nueva Ruta de la Seda un programa de financiamiento para construir una red extensa de infraestructura logística con la exclusividad que participen empresas y material humano chinos. El ojo chino puso su mirada en África, Asia Central, Medio Oriente, Latinoamérica y algunos países europeos. Variados acuerdos alrededor del mundo trajeron varias sutilezas de cómo es el manejo de China con estos acuerdos y lo que se considera ciertas trampas para obtener recursos naturales y de infraestructuras como el caso de Sri Lanka que recibió varios préstamos para la realización de un aeropuerto internacional y un nuevo puerto que no era necesario. Al no poder abonar lo endeudado a China, Colombo le entregó parte de su soberanía con el control del puerto y de 15.000 acres de tierra a su alrededor por 99 años.

A pesar de esos contrapuntos polémicos, Xi aspira a intentar avanzar como una especie de mediador de confianza entre naciones en disputas y además atraer a aliados estadounidenses para imponer su hegemonía y disminuir la influencia de Washington.

En ese sentido, recibió en Pekín con todos los honores a su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, al que consideró “un viejo amigo del pueblo chino”. En eso encuentro Xi logró de Lula una fuerte crítica hacia el dominio del dólar estadounidense en el comercio, además elogió al régimen chino e hizo comentarios infortunados sobre la guerra de Ucrania. Dicha visita el mandatario brasileño visitó un centro de investigación del gigante chino de las telecomunicaciones Huawei, que está sometido a sanciones por parte de Estados Unidos. Estás actitudes del líder del PT generó resquemor en Washington. Pero la realidad que Lula se llevó de China varias iniciativas de inversiones chinas para su país. Un dato no menor es que Brasil es el mayor socio comercial de China.

Si bien desde el comienzo de la invasión rusa a Ucrania, China evitó condenar el ataque de su aliado el presidente ruso, Vladimir Putin, sin embargo, tampoco respaldó abiertamente a Rusia. Pero si hizo hincapié en el papel de EE. UU en el conflicto donde consideró legítimo el reclamo de Putin, que veía como una amenaza la expansión de la OTAN sobre los países que formaban el Pacto de Varsovia. China señaló que EE. UU. había decidido en forma unilateral y sin ningún sustento legal ni autorización de la ONU los ataques a Afganistán e Irak. El régimen de Xi repudió además las sanciones económicas impuestas contra Moscú. Sin embargo, tras varios intentos en vanos de un acercamiento como mediador del conflicto por su cercanía con Putin, Xi accedió y tuvo su primer contacto vía telefónica con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, donde se comprometió que su «posición central es promover conversaciones de paz», y prometió enviar una delegación a Ucrania para ayudar a buscar un «entendimiento político».

En ese escenario Xi recibió al presidente de Francia, Emmanuel Macron. La intención de Xi es clara y apunta a reestablecer los vínculos diplomáticos con Europa tras el aislamiento de tres años por el COVID. De su par francés obtuvo declaraciones significantes. Macron alabó la autonomía del bloque europeo y advirtió de que Estados Unidos no le arrastraría a una guerra por Taiwán. Además, Xi se colgó una medalla nada modesta que fue lograr el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán, acérrimos enemigos históricos, para reanudar las relaciones diplomáticas tras siete años de ruptura. El príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, elogio el papel internacional en la busca del dialogo de Xi al calificar “el papel constructivo” de China a Oriente Medio, una reacción indirecta sutil hacia su aliado histórico EE. UU y su rol en la región.

Estos logros de Pekín fueron acompañados con una campaña de prensa de medios estatales chinos con fuertes criticas a la hegemonía estadounidense y de su política interior a la que consideran contraria a los derechos humanos señalando los problemas raciales y la violencia armada. También, arremetieron, aprovechando la filtración que hubo de documentos del Pentágono para poner de relieve cómo Washington ha estado espiando a sus aliados.

Sin embargo, el mayor problema de Pekín sigue siendo la problemática alrededor de Taiwán. La económica que se centran en las restricciones estadounidenses a las exportaciones de semiconductores avanzados a China y las polémicas visitas de la expresidente de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi a suelo taiwanes y la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, a Estados Unidos donde se reunió con representantes en el Capitolio. Tras su visita se firmó un acuerdo para comprar material bélico para prevenir cualquier intento de invasión de Pekín a la isla.

Las maniobras militares conjuntas de EE. UU con Filipinas generó el repudio de China, además, mira con recelo la alianza con Vietnam; de la alianza militar con países de la periferia china como Japón, Corea del Sur, Australia e India que conforman el Quad, una especie de OTAN en Asia, y el Aukus, que asocia a Londres, Washington y Canberra para armar a Australia de una flota de submarinos nucleares con mirada defensiva hacia China.

Xi se siente cercado por su mayor competidor mundial. La base de inteligencia que instaló China en Cuba hace seis años es una nimiedad ante semejante cerco militar estadounidense alrededor de la República Popular. Para contrarrestar el “dominio estadounidense” Xi armó un encuentro Asia Central-China con el fin de expandir su influencia y ambiciones regionales. Junto a las exrepúblicas soviéticas: Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán donde se puso en foco la profundización en materia de cooperación económica. La intención de Xi es clara y precisa: ocupar el vacío de la zona de la órbita rusa debilitada por el conflicto en Ucrania.

Todos estos movimientos generaron un enfriamiento en las relaciones de ambas potencias que generó una traba para un encuentro diplomático durante meses que se pudo concretar el pasado mes de junio con la visita del secretario de Estado, Antony Blinken, a Pekín donde mantuvo varias reuniones bilaterales entre ellas con el mismísimo Xi Jinping.

Hubo una frialdad latente en las conversaciones y pocos entendimientos. Las concesiones brillaron por su ausencia. Ninguno cedió a las presiones del otro. La pava entre las superpotencias se mantiene en plena ebullición y el punto clave para que no explote se enfoca en la disputa caliente sobre Taiwán. La inquina y la desconfianza no cesan. Mientras tanto Xi mantiene el equilibrio internacional con mano dura en algunos puntos del planeta y de manera amistosa en otros.