La presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a la izquierda, y la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, saludan durante una reunión en Taipei./ Taiwan presidential Office - AP picture alliance
La presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a la izquierda, y la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen, saludan durante una reunión en Taipei./ Taiwan presidential Office - AP picture alliance

La Cancillería china acaba de anunciar una serie “contramedidas” en respuesta a la reciente visita a Taiwan por parte de la Presidenta de la Cámara de Representantes de los EEUU, Nancy Pelosi. Entre dichas medidas se destaca la cancelación de reuniones militares clave (Theater Commanders Talk; Defense Policy Coordination Talks; Military maritime Consultative Agreement)  y la cooperación bilateral en temas relevantes como el cambio climático, el crimen transnacional y la repatriación de inmigrantes ilegales.

También ha anunciado que impondrá sanciones personales a Pelosi y a sus familiares cercanos, lo que constituye un gesto de excepcional dureza en las relaciones internacionales puesto que este tipo de sanciones generalmente se reserva para casos de personas u organizaciones ligadas al terrorismo.

A ello se suma el inicio de las mayores maniobras militares chinas en la región incluyendo el lanzamiento de misiles (cinco de los cuales llegaron a la Zona Económica Exclusiva de Japón) que en los ojos de Taipéi equivalen a un bloqueo marítimo y aéreo.

La contundencia de la respuesta china, sumada a las flamígeras declaraciones de Beijing tanto en la previa como luego de la visita de Pelosi pareciera ser otro síntoma de la crudeza con la que emerge y se despliega la alta política internacional en estos días.

Cabe recordar que Taiwán es el lugar donde se establecieron en 1949 los nacionalistas chinos al mando de Chiang Kai-shek luego de haber sido derrotados por Mao Zedong, fundando las bases para una democracia de tipo liberal y capitalista de alto desarrollo humano. Desde aquel año, los gobiernos del continente y de la isla de Taiwán sostienen simultáneamente que son la verdadera China, si bien la mayoría de la comunidad internacional mantiene contactos oficiales solamente con la China continental (Beijing), pero reservando contactos oficiosos y en temas de baja política (culturales, económicos) con Taipéi.

Si bien la administración Biden desaconsejaba esta visita de Pelosi, que es la siguiente en la sucesión presidencial de los EEUU luego de la vicepresidenta Kamala Harris, la delegación congresista se dirigió a la isla esgrimiendo como razones el apoyo a la democracia y los derechos humanos. Así lo explico en su escala en Seúl cuando sostuvo que: “Si no denunciamos la situación de los derechos humanos en China por intereses comerciales, perdemos toda la credibilidad  y autoridad moral para hacerlo en cualquier otra parte del mundo”.

La crisis en la frontera de Ucrania o el retorno de la alta política

El panorama que se abre

El desarrollo de este episodio nos permite realizar algunas observaciones sobre el estado de las relaciones internacionales. La primera es que en el contexto de la invasión rusa a Ucrania, se aprecia una cada vez más explícita y brutal demostración de poder por parte de las potencias, poniendo a tope de la agenda los asuntos de seguridad internacional (alta política), incluso si ello trae aparejado el sacrificio de intereses comerciales o económicos (baja política). De hecho, en otras visitas similares que tuvieron lugar en el pasado China no hubo una reaccionó con la vehemencia de ahora. Esto constituye un síntoma de la confianza y autopercepción de poder basado en el crecimiento sostenido de su poder militar y su cada vez mayor influencia en la arena internacional.  Todo esto dentro de un panorama geopolítico global donde comienza a verificarse en términos de seguridad internacional un peligroso clivaje entre las democracias liberales y los sistemas políticos autoritarios e iliberales (China o Rusia).

Si bien los analistas coinciden en que China aun no tendría la confianza como para lanzarse a un ataque para anexar Taiwán, algo ha cambiado radicalmente luego de la invasión rusa a Ucrania: antes parecía imposible que un país utilice la amenaza o el uso de la fuerza (prohibidos por la Carta de la ONU), pero esa línea parece haberse borrado y nadie sabe con certeza cuál será el nuevo punto de equilibrio.

Desde el punto de vista de la Argentina, que reconoce al gobierno continental de Beijing como la única China pero mantiene una oficina comercial en Taipéi, una eventual invasión china merecería el más delicado análisis. Por una parte, en espejo con la Cuestión de las Islas Malvinas, nuestro país apoya la política de “una sola China”  e integridad territorial mantenida por Beijing, pero por el otro, no debería soslayarse que estaríamos ante el uso de la fuerza, prohibida por el derecho internacional público, contra una democracia liberal por parte de un régimen autoritario. En este sentido, las relaciones internacionales podrían estar girando hacia opciones cada vez más excluyentes, y donde las pretendidas neutralidades o ambigüedades pueden terminar teniendo grandes costos, como ocurrió con nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial.