Ucrania
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, en conferencia de prensa. / Twitter (@KremlinRussia_E)

En un movimiento inesperado, Vladímir Putin echó este lunes por la borda las negociaciones para aliviar la tensión con Ucrania. En un duro discurso, el presidente de Rusia anunció el reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk, las dos provincias del Donbás, una zona minera en el este de Ucrania. Acto seguido, ordenó el envío de tropas rusas a la zona, en clara violación del derecho internacional. Donetks y Lugansk están en disputa desde 2014, cuando milicianos separatistas prorrusos tomaron el control de una parte del territorio y comenzaron a reclamar la independencia. El reconocimiento de la independencia se enmarca en la pulseada de Rusia con EEUU y la presión de Putin para que Ucrania no ingrese a la OTAN.

La jugada de Kremlin desconcertó a la diplomacia europea, pero no a la estadounidense. Washington venía advirtiendo hacía tiempo sobre la posibilidad de una invasión al Donbás. Unos 3,5 millones de habitantes viven en los territorios bajo control de las autoproclamadas República Popular de Donetsk y República Popular de Lugansk. Las milicias separatistas, sin embargo, no controlan la totalidad del Donbás, sino apenas un tercio de su territorio. Del otro lado de la frontera ficticia de 400 kilómetros aguardan las fuerzas armadas ucranianas. 

Los argumentos de Putin para justificar el envío de tropas rozaron el desconocimiento al derecho de Ucrania para ser un país independiente. En los sesenta minutos que duró el discurso del lunes subrayó que el país vecino había formado históricamente parte del territorio de Rusia y que la mayoría de la población en la zona disputada eran habitantes de origen ruso. Lo último es cierto, pero no es la historia completa. En realidad, los habitantes rusos ocuparon el Donbás tras las hambrunas de 1932 y 1933, conocidas como el Holodomor o el genocidio ucraniano. En aquellos años, Ucrania era parte de la Unión Soviética y sufrió la colectivización de la tierra impulsada por Josef Stalin. El resultado de esta política fue una hambruna que mató a millones de ucranianos. El número de víctimas es imposible de determinar. En el libro La hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania, la historiadora y periodista estadounidense Anne Applebaum sostiene que murieron al menos 3,9 millones de ucranianos. Para esconder los malos resultados de la colectivización y ocultar la masacre, Stalin envió ciudadanos rusos para que ocuparan esas tierras. Sus descendientes son los habitantes del Donbás en la actualidad.

El origen de la guerra del Donbás

Desde la caída de la Unión Soviética, la relación entre Ucrania y Rusia ha sido tirante. Y la tensión escaló tras las revueltas de 2014, conocidas como el Euromaidán. El entonces presidente de Ucrania, Víktor Yanukóvich, a pesar de su afinidad con Moscú, había comenzado años antes el proceso de incorporación del país a la Unión Europea. A la hora de firmar el acuerdo de asociación, sin embargo, se negó. Esta decisión desató las protestas de los sectores proeuropeos y terminó con la renuncia de Yanukóvich en febrero de 2014. La caída del presidente desencadenó dos conflictos: la anexión de Crimea por parte de Rusia y la rebelión de las milicias separatistas en el Donbás.

Moscú ocupó militarmente Crimea en 2014 y organizó en marzo de ese mismo año un cuestionado referéndum que aprobó, con más del 96% de los votos a favor, la anexión de la península a la Federación Rusa. Un camino similar siguieron los separatistas del Donbás.

El 7 de abril de 2014 fue proclamada la República Popular de Donetsk. El 11 de mayo se celebró un referéndum de autodeterminación tanto en Donetsk como en Lugansk en el que la independencia ganó por el 89%. Al día siguiente se proclamó la República Popular de Lugansk. Kiev considera ilegal estas votaciones, que no fueron reconocidas por la comunidad internacional. De hecho, el artículo 73 de la Constitución de Ucrania señala expresamente que los problemas que puedan «alterar el territorio» del país se deben resolver «exclusivamente a través de un referéndum de todos los ucranianos». Es decir, no solo los habitantes de la zona en conflicto.

La guerra del Donbás comenzó con la rebelión separatista y continúa hasta la actualidad. Durante ocho años, Rusia apoyó financiera y militarmente a los separatistas, pero no participó en forma directa en el conflicto ni reconoció la declaración unilateral de independenca de Donetsk y Luganks. Hasta el lunes pasado.

Putin: de la defensiva a la ofensiva

La tensión entre Kiev y Moscú escaló nuevamente en 2021, cuando el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, formalizó el pedido de que el país se incorporase a la OTAN. Putin estaba a la defensiva, bajo la amenaza de quedar rodeado por la alianza del norte. El primer paso para cambiar esta dinámica fue la movilización de tropas rusas hacia la frontera con Ucrania, a finales del año pasado. La decisión de este lunes demuestra la determinación de Putin para salir de esta encrucijada.

El Kremlin cuestiona la expansión de la OTAN hacia el este de Europa, una región que considera su zona de influencia. Asegura que la Alianza Atlántica se había comprometido en 1991 a no extenderse para incorporar a los exmiembros del Pacto de Varsovia a cambio de que Moscú aceptara la reunificación de Alemania. A pesar de que el secretario actual de la OTAN, Jens Stoltenberg, niega que se haya acordado ese límite, la revista alemana Der Spiegel reveló el 18 de febrero un documento confidencial que avala el reclamo de Moscú.

La OTAN tiene presencia en la actualidad en los países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia), Polonia, Rumania y Bulgaria. Putin considera ese despliegue una amenaza latente en sus fronteras. En lo que considera su zona de influencia, solo Bielorrusia, gobernada por el autócrata Aleksandr Lukashenko, mantiene una alianza férrea con Rusia. La decisión de Moscú de enviar tropas al Donbás, sin embargo, ya provocó un efecto adverso para Putin: Suecia y Finlandia están considerando por estas horas la incorporación a la OTAN.

El giro político de este lunes canceló los preludios diplomáticos y los acercamientos que había mantenido Putin con el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz. También las conversaciones entre el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, y su par estadounidense, Antony Blinken, para organziar un encuentro entre Putin y el presidente de EEUU, Joe Biden.

Sanciones contra Moscú

Las lluvias de sanciones y bloqueos financieros contra Moscú no tardaron en llegar. EE UU, la Unión Europea (UE) y Reino Unido pusieron en listas negras a varias empresas y bancos rusos que son manejados por una red de oligarcas que responden al régimen. Los principales damnificados fueron ​el VEB, uno de los principales bancos de inversión y desarrollo de Rusia, y el banco militar (PSB), considerado fundamental para el sector de defensa del país. La intención de las potencias occidentales es golpear a la industria armamentística, que representa el 25% de las divisas que genera Rusia, y minar el apoyo de los oligarcas a Putin.

Alemania había mantenido una actitud abierta y dialoguista con Moscú. El movimiento de Putin dejó descolocado a Scholz, que tomó la drástica decisión de suspender la construcción del gasoducto Nord Stream 2. Es un duro golpe para Putin: una de sus cartas más importantes es la dependencia que tiene la UE con el gas ruso. La UE busca suministros alternativos de gás; una opción es Turquía,a través de Azerbaiyán. Turquía mantiene una relación con altibajos con Rusia, es miembro de la OTAN y está a favor del ingreso de Ucrania a la alianza. Las otras posibilidades son Argelia o acudir a los yacimientos del Mar del Norte.

Si bien Putin puede a corto plazo soportar la turbulencia que genera las sanciones gracias a las reservas internacionales acumuladas por Rusia, unos 630.000 millones, la situación se tornaría insostenible en el largo plazo. La economía rusa no figura entre las diez más importantes del mundo.

Una pieza clave en este nuevo ajedrez es China, que apoyó inicialmente la posición de Putin pero luego suavizó su postura. En los últimos días, Pekín llamó al díalogo para volver a los Acuerdos de Minsk, que pactaron el cese de hostilidades en las provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk. Unos acuerdos que han sido violados en forma reccurrente desde su firma en 2014. Independientemente de cómo continúen la escalada del conflicto, China seguirá apoyando a Rusia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas como lo hizo en 2014 cuando se abstuvo en la votación de las sanciones por la invasión de Crimea. El gigante asiático ve también una oportunidad, mientras duren las saciones, para ocupar nuevos mercados en África y América Latina, donde compite con Rusia y Occidente.

La disputa entre China y EEUU explica en parte la actitud de Washington. A pesar de la avanzada Rusa y de las sanciones impuestas, Biden manifestó públicamente que mantiene la puerta abierta para intentar una solución por la vía diplomática. A EE UU no le conviene desviar la atención en su puja con China por el liderazgo global. 

Putin es consciente tanto de las limitaciones estratégicas de EEUU como del poco interés de la OTAN de ingresar en un conflicto abierto en Ucrania. Aunque jugó fuerte, sería extraño que avanzara más allá de los  territorios ocupados por los separatistas. En este escenario, tanto Rusia como EEUU pueden mostrar algunos logros como éxitos propios. Moscú, el  reconocimiento de la independencia de Donetsk y Lugansk y haber frenado la expansión de la OTAN; Washington, haber evitado una invasión a Ucrania que llegara hasta Kiev, que es el peor escenario. Paradójicamente, quizás esta demostración de fuerza de Putin sea el primer paso hacia una salida del conflicto.