El superávit energético récord: oportunidad histórica para un desarrollo integral

El récord de la balanza energética marca un giro histórico en la macroeconomía argentina. Pero su verdadero valor dependerá de si se convierte en motor de industrialización o queda como un alivio coyuntural

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YPF se convirtió en la principal empresa exportadora de petróleo de Argentina, de la mano de su creciente producción de shale oil en Vaca Muerta, la ampliación de la infraestructura de transporte y, especialmente, la consolidación de las ventas a Chile a través del Oleoducto Trasandino (OTASA).
YPF se convirtió en la principal empresa exportadora de petróleo de Argentina, de la mano de su creciente producción de shale oil en Vaca Muerta, la ampliación de la infraestructura de transporte y, especialmente, la consolidación de las ventas a Chile a través del Oleoducto Trasandino (OTASA).

En julio, la balanza comercial energética registró un superávit de USD 217 millones, lo que elevó el saldo acumulado de los primeros siete meses de 2025 a USD 3.949 millones, el mayor en 35 años. Según la Secretaría de Energía, las exportaciones del sector alcanzaron en ese período USD 6.108 millones, con un crecimiento interanual del 7,9 %, mientras que las importaciones retrocedieron, consolidando así el aporte de Vaca Muerta y la infraestructura asociada al nuevo gasoducto como motores del cambio en el frente externo argentino. El saldo energético, que hace apenas diez años era un agujero de más de 12.000 millones de dólares anuales, se va convirtiendo en un blindaje vital de la ajuiciada balanza comercial general.

Y si hablamos de proyecciones el panorama es mas que alentador. Se prevé que para 2030 las exportaciones de combustible y energía superen los US$30.000 millones y van a estar por encima de los productos primarios de origen agropecuario, que ese año rondarían los US$26.000 millones.

Para un país crónicamente necesitado de divisas, el superávit energético consolida un frente externo más estable y reposiciona a Argentina en el mapa regional como oferente de energía. Sin embargo ¿alcanza este hito para lograr el desarrollo? ¿ o puede ser acaso el disparador de un proceso virtuoso que nos lleve a dicho objetivo?

Para la BCR, la diferencia entre exportaciones e importaciones de energía ya es la más elevada del siglo y según los propios datos de la Secretaría de Energía, si se incluyen los primeros siete meses del año, se registró un superávit del sector de US$3949 millones.
Para la BCR, la diferencia entre exportaciones e importaciones de energía ya es la más elevada del siglo y según los propios datos de la Secretaría de Energía, si se incluyen los primeros siete meses del año, se registró un superávit del sector de US$3949 millones.
El rol clave de una YPF estatal

Pero primero lo primero: Destacar que en este entramado, el papel de YPF como empresa estatal adquiere una relevancia estratégica. Tras su reestatización en 2012 —con todos los debates que esa decisión suscitó— se inició la etapa decisiva de exploración y puesta en producción masiva de Vaca Muerta. Hasta entonces, el recurso era conocido en términos geológicos, pero carecía de la escala y las inversiones necesarias para hacerlo viable. La decisión de YPF de destinar miles de millones de dólares en exploración y en los primeros pilotos de fractura hidráulica —junto con acuerdos pioneros con Chevron y otras firmas— permitió demostrar la factibilidad técnica y económica del shale argentino. Ese esfuerzo inicial, en un contexto de desconfianza internacional hacia el país, abrió la puerta a la llegada posterior de grandes compañías globales y sentó las bases del boom productivo actual.

Hoy YPF no es solo un operador más en el negocio del shale, sino el instrumento con el que el Estado argentino puede orientar inversiones, negociar condiciones en los mercados internacionales y asegurar que parte del excedente energético se reinvierta en la economía nacional. Lejos de ser una excepción, Argentina se inserta en la lógica de las grandes potencias energéticas: Qatar controla su gas a través de QatarEnergy, Noruega lo hace mediante Equinor, Brasil con Petrobras y Arabia Saudita con Saudi Aramco. Todas estas compañías estatales se han convertido en vehículos para la internacionalización de sus países, para el financiamiento de fondos soberanos y para la planificación de largo plazo. YPF, con su trayectoria histórica y su actual liderazgo en Vaca Muerta, debe cumplir esa función de “empresa madre”, capaz de articular la asociación con privados sin perder la capacidad de conducción estratégica que solo un actor público puede garantizar.

Como señala el especialista Ignacio Gadano, las grandes expansiones de la industria petrolera argentina respondieron siempre a la combinación de abundancia de recursos, apertura a capital local e internacional y una YPF presente como actor decisivo. La actual etapa no es la excepción.

La apuesta al GNL: competir con gigantes

El plan energético oficial apunta a dar un salto internacional con el gas natural licuado (GNL). A partir de 2027, Argentina planea exportar a gran escala mediante terminales flotantes de licuefacción ya contratadas, con capacidad inicial cercana a 2,5 millones de toneladas anuales. Para 2028 se prevé sumar otra unidad de 3,5 MTPA, y el proyecto “Argentina LNG” contempla inversiones de hasta 25.000 millones de dólares en infraestructura y gasoductos.

El potencial es real: gracias a los costos bajos del shale gas, Argentina podría producir GNL competitivo por debajo de US$3 el millón de BTU, posicionándose frente a gigantes como Estados Unidos, Qatar y Australia.

Sin embargo, el plan conlleva riesgos y sobre todo limitaciones: enormes inversiones sujetas a ciclos internacionales, necesidad de estabilidad regulatoria y la posibilidad de que la estrategia quede confinada a la exportación de gas procesado sin derrames industriales internos.

¿Por qué nadie se acuerda de la petroquímica?

La mirada desarrollista: de saldo coyuntural a plataforma estructural

Desde la óptica desarrollista, el superávit energético alcanzado por la Argentina no constituye un fin en sí mismo, sino apenas un punto de partida. El verdadero éxito no se mide en términos de balances contables coyunturales, sino en la capacidad de transformar esos resultados en competitividad y agregado de valor: ventajas estructurales que permitan diversificar el aparato productivo y avanzar hacia una industrialización sostenida.

La historia argentina ofrece pruebas contundentes. El autoabastecimiento petrolero logrado por la política de Arturo Frondizi en los años sesenta permitió revertir décadas de déficit energético, pero la falta de continuidad en la estrategia petroquímica y de industrialización aguas abajo limitó el potencial transformador de aquella conquista (además de que para Frondizi y Frigerio el autoabastecimiento era un medio para ahorrar divisas y afrontar así desafíos mayores: la siderurgia).  La lección es clara: sin planificación estratégica ni desafíos (inversiones) estructurales  los logros en el frente externo se diluyen en el corto plazo.

En este sentido, la energía no puede ser concebida únicamente como un instrumento fiscal o cambiario. La energía es, en términos desarrollistas, una palanca de transformación productiva. Reducir costos para la industria, garantizar gas y electricidad estables y orientar esos recursos hacia sectores de alto valor agregado es la verdadera medida del éxito. De lo contrario, el superávit corre el riesgo de transformarse en un espejismo macroeconómico.

La industrialización aguas abajo es condición necesaria. Argentina no puede exportar hidrocarburos en bruto y, al mismo tiempo, importar derivados de mayor complejidad. El gas y el petróleo de Vaca Muerta deben ser la base de una nueva oleada de inversiones en petroquímica, fertilizantes, plásticos, insumos industriales y, en paralelo, energías renovables e hidrógeno verde.

El Estado tiene un rol insustituible como arquitecto del proceso. No se trata de reeditar esquemas de estatismo ineficiente ni de delegar todo al laissez-faire del mercado global, sino de fijar reglas estables, garantizar infraestructura de transporte y logística, y articular incentivos para el desarrollo de capacidades locales. La experiencia internacional lo confirma: los grandes jugadores del mercado energético —desde Qatar hasta Noruega— construyeron su competitividad sobre una planificación estatal de largo plazo, en alianza con inversión privada.

Asimismo, el desarrollo energético debe ser regional y social. El boom de Vaca Muerta dinamizó Neuquén y Río Negro, pero el desafío es extender los beneficios más allá del núcleo geográfico de la explotación. Infraestructura social, vivienda, servicios públicos y capacitación laboral en la Patagonia, junto con la integración de proveedores de otras regiones, son condiciones indispensables para evitar la concentración de rentas y costos sociales y ambientales que erosionen la legitimidad del proceso.

Por último, la visión desarrollista exige pensar en la resiliencia internacional. El mercado de GNL abre oportunidades, pero expone al país a vaivenes de precios, a la competencia feroz de gigantes y a una transición energética global que avanza hacia la descarbonización. Apostar todo al gas licuado sería repetir la dependencia de un único recurso. La clave está en diversificar exportaciones, integrar renovables a la matriz y prepararse para un futuro en el que la demanda global de hidrocarburos pueda reducirse de forma significativa.

Conclusión

El superávit energético récord de 2025 es, sin dudas, un motivo de celebración. Marca un cambio estructural tras décadas de dependencia importadora y abre un horizonte de protagonismo internacional. Pero su verdadero valor no está en las divisas que ingresan, sino en lo que se hace con ellas. Si se utilizan únicamente para equilibrar coyunturalmente la macro, el logro quedará reducido a un respiro transitorio. Solo si se invierten en industrialización, diversificación y desarrollo tecnológico podrá convertirse en la base de un proyecto de desarrollo nacional sostenido. Esa es la diferencia entre una oportunidad pasajera y una verdadera transformación estructural eje sine qua non del desarrollo.


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