
Hace más de 19 años que en Bolivia gobierna el Movimiento al Socialismo (MAS). Hubo una excepción de la interrupción democrática de un año que encabezó Janine Añez en 2019, actualmente presa. Durante ese período el hombre fuerte del país andino fue el jefe cocalero Evo Morales del MAS, partido que él mismo fundó en 2006, y ostentó la presidencia de Bolivia en tres ocasiones (2006-2009, 2010-2014 y 2014-2019).
En vano intentó obtener un cuarto mandato en el 2019. Primero convocó a un referéndum para poder presentarse a un nuevo período presidencial. Los bolivianos votaron por el «no». Morales alegó que el resultado representaba una proscripción política y con el aval del Tribunal Constitucional pudo ser candidato.
Sin embargo, los comicios fueron declarados fraudulentos con la alegación de un intento de «golpe de Estado» por parte de Morales. Nada de eso existió. En pleno conteo de los votos, el oficialismo detuvo los resultados. Al día siguiente, de manera mágica Morales tenía los diez puntos necesarios para ganar en primera vuelta. La reelección era un hecho. Ante la sospecha de fraude, la reacción de la sociedad fue espontánea. Hubo varias protestas con grados de violencia en las calles y el descontento social era creciente.
Sin salida y ante un evidente vacío de poder, entonces la histórica Confederación Obrera Boliviana pidió la dimisión de Morales. La iniciativa estuvo acompañada por el jefe de las Fuerzas Armadas, Williams Kaliman, de buena relación con el presidente. Acorralado Morales aceptó la sugerencia, dimitió y partió al autoexilio rumbo a México y luego hacia Argentina. Desde allí, el jefe cocalero denunció un golpe de Estado a su gobierno.
Previo a las elecciones del 2020, desde el autoexilio, Morales actuó como jefe de campaña de Luis Arce, su ministro de Economía entre el 2006-2019. Con la victoria presidencial en primera vuelta de su delfín, Luis Arce, el MAS retornaba al poder. Pero las internas del partido empezaron a florecer un año antes y fueron una constante durante todo el mandato presidencial de Arce.
La división del MAS fue total entre Arce y Morales, con altos grados de violencia a lo largo y ancho del país, que conllevaron a una crisis institucional y socioeconómica. Arce con la intención de controlar la agenda política del país puso sus ojos en los opositores a los que persiguió como el caso del férreo opositor, Luis Fernando Camacho, exgobernador de Santa Cruz, que fue detenido ilegalmente en su casa y encarcelado acusado de “terrorismo” por la crisis que llevó al derrocamiento de Evo Morales en 2019.
Además, el 26 de junio del 2024, en un episodio que generó varias suspicacias, el jefe del Ejército Juan José Zúñiga tomó el Palacio Quemado. El militar sublevado fue detenido, pero manifestó que todo el movimiento efectuado fue obra de Arce. Rápido de reflejos, Morales acusó a Arce de fingir un «autogolpe».
Candidatura truncada
Morales agitó la idea de ser candidato a la presidencia del país. Esta movida acentuó aún más el enfrentamiento contra Arce. Finalmente, Morales renunció al partido en febrero de este año, y se disponía a competir con un nuevo partido.
Sin embargo, sus intentos fueron en vanos porque la justicia lo imposibilitó a presentarse a las próximas elecciones. La causa es que la reelección presidencial está limitada a dos mandatos sean consecutivos o discontinuos.
Además, Morales actualmente se encuentra prófugo tras ser imputado por el delito de «trata de personas agravado» y pedofilia. Desde su escondite en la provincia del Chapare, el expresidente calienta el clima con amenazas de posibles actos de violencia y llamó a votar en blanco y nulo en las elecciones. También, fogonea el ausentismo. Su postura fue duramente criticada por Arce, que declinó su candidatura a la reelección en mayo pasado.
Ante este escenario encarnizado dentro del MAS, el partido llega dividido en tres facciones a las próximas elecciones presidenciales del próximo domingo 17 de agosto.
¿Cambio de signo político?
En medio de las internas partidarias del oficialismo, el país andino atraviesa una grave crisis política y socioeconómica principalmente por la falta de divisas, destinadas en su mayoría a subsidiar combustible y alimentos, lo que ha afectado al sector productivo sumado a una inflación del casi 25% y una economía estancada hace años.
El contexto caótico que se respira en Bolivia abre la posibilidad de un cambio de signo político. La principal figura de la oposición es Samuel Doria Medina, de 66 años, del Frente de Unidad Nacional (UN), que nuclea a varios partidos de centro con orientación conservadora. Tanto la izquierda como la derecha llegan a estos comicios fragmentada.
Doria Medina, empresario millonario exitoso y exministro de Planificación del presidente Jaime Paz Zamora, va por su cuarto intento de acceder a la Casa Grande del Pueblo. Bajo el lema de su campaña ¡100 días carajo!, Doria Medina propone estabilizar al país en sus primeros cien días de gestión. Sabe de antemano que deberá aplicar un ajuste necesario para contrarrestar el déficit fiscal.
Sin embargo, dentro de su programa apuesta a recuperar los dólares eliminando el mercado negro de divisas, recortar los subsidios a los combustibles para cerrar el agujero fiscal, cerrar empresas públicas que solo generan pérdidas, devolver la autonomía al Banco Central, abrir las puertas al comercio y la inversión extranjera. Además, aspira a descentralizar la gestión del litio, que podría ser una gran fuente riqueza para el país, y apostar por sectores como el agro, el turismo y la tecnología.
Doria Medina lidera las encuestas con una intención de voto del 21,5% seguido por Jorge «Tuto» Quiroga , que fue vicepresidente del general Hugo Banzer dos décadas atrás que lo sucedió en el poder tras su muerte, con el 19,6%. En el tercer lugar se ubica el exmilitar y empresario neoliberal, Manfred Reyes (actual alcalde de Cochabamba) con el 8,3%, en cuarta posición aparece el candidato de Morales, Andrónico Rodríguez con 6,1%, Rodrigo Paz con el 5,8% y Eduardo del Castillo con el 2,1%, apoyado por Arce.
Lo insólito que la campaña que promueve Morales del voto nulo y blanco muestra una intención de voto del 21,7%, que supera a todos los candidatos. Aunque, también, reina la indecisión entre los votantes. Con estos números seguramente habrá segunda vuelta que se celebrará el 20 de octubre. El sistema boliviano exige al menos 50% para ganar en primera vuelta o un mínimo de 40% y una diferencia de diez o más puntos sobre el segundo.
Además, se elige la mitad de la Cámara de Diputados (63 bancas) y la totalidad del Senado compuesto por 36 escaños. Será fundamental ver como queda compuesto el Poder Legislativo esencial para la gobernabilidad del próximo presidente. Y la atención girará si Morales y sus militantes acatarán los resultados probables de una victoria conservadora en paz y sin violencia.