Chile
Un joven sostiene una bandera de Chile durante las protestas del 21 de noviembre de 2019, en Santiago. / Fiorella Gonzaga (flickr.com)

El pinochetismo tuvo el final que se merecía: un desplome rotundo. La Constitución Política de 1980 era el vestigio más claro de la dictadura militar y este domingo los chilenos votaron a los representantes de la asamblea que redactará una nueva Carta Magna. Los grandes ganadores del domingo fueron los candidatos independientes, que obtuvieron el 45% de los votos y 48 de las 155 bancas de convencionales constituyentes. El espectro político chileno sufrió un giro brusco a la izquierda, que se refleja en dos resultados. Primero, los independientes son en su mayoría de orientación progresista. Segundo, la alianza de izquierda entre el Frente Amplio y el Partido Comunista superó a la ex Concertación. El mal desempeño electoral tanto del partido de Sebastián Piñera y como de la coalición de Michelle Bachelet tienen una lectura simple: un voto castigo al establishment en su conjunto. Y es un anticipo de lo que puede pasar en las presidenciales de noviembre de este año.

El frente de derecha Chile Vamos tuvo una noche negra y no cumplió con el objetivo de sumar un tercio de los convencionales constituyentes, lo que le hubiera dado poder de veto. Para aprobar la nueva constitución se necesitan dos tercios de los votos. Por lo tanto, entre la oposición de izquierda y centroizquierda, los independientes y los convencionales que representan a los pueblos originarios pueden elaborar un nuevo texto constitucional sin tener en cuenta a la bancada conservadora. «No estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de la ciudadanía», reconoció el presidente Piñera tras conocer los resultados.

El domingo también se elegían alcaldes y gobernadores. En Santiago se dio un resultado con una carga simbólica fuerte: el triunfo del Partido Comunista para la alcaldía. Irací Hessler, de 30 años, derrotó al candidato de derecha, Felipe Alessandri, y será será la primera alcandesa comunista en la historia de la capital chilena.

Preocupaciones argentinas

Entre aquella imagen de un grupo de jóvenes saltando los molinetes del subte de Santiago en protesta por el aumento del pasaje y las elecciones de este domingo, Chile dejó de ser lo que se suponía que era: una isla de estabilidad, un ejemplo de neoliberalismo exitoso, un país modelo. Al menos así lo veían los sectores liberales de Argentina, a tal punto que el mismo Mauricio Macri declaró en una conferencia en el Palacio de La Moneda.: «Soy un gran admirador del modelo chileno y de todos los avances que se han logrado en Chile en las últimas décadas».

Si los logros del modelo chileno en las últimas décadas son inocultables, también lo son sus limitaciones. La fórmula de estabilidad con desigualdad es lo que saltó por el aire en la oleada de protestas masivas que derivó en la convocatoria a una asamblea constituyente, que había sido postergada por el COVID-19. La imagen del iceberg que se popularizó en las redes sociales durante el pico de las protestas lo resume bien. Muestra en la superficie el aumento del transporte público y en el fondo, enumera: educación privada para ricos, salud privada para ricos, crisis jubilatoria, salarios miserables, trabajo precarizado, agua privatizada, el séptimo país más desigual del mundo, fuerzas se seguridad corruptas, elite política alejada de la sociedad.

Las repercusiones locales del batacazo electoral no se hicieron esperar. Algunos intelectuales liberales coincidieron en una interpretación negativa, alarmada, sobre el resultado del domingo en Chile. El economista Eduardo Levi Yeyati tuiteó esa misma noche: «¿Podemos decir que Chile ha ingresado oficialmente en la trampa del ingreso medio?». Por su parte, el historiador Pablo Gerchunoff publicó: «Hace unos veinte años le dije a un muy conocido economista chileno que nosotros vivíamos en un despelote pero que ellos tenían el despelote por delante. Me miró con una sonrisa condescendiente. Le voy a escribir».

La caída del faro neoliberal

El escepticismo liberal argentino sobre el cambio político en Chile era previsible. Este sector político veía al país vecino más como un futuro inevitable que como un modelo realmente virtuoso. Lo mejor que Argentina puede aspirar a ser: estabilidad y desigualdad, su futuro sudamericano. «Un sí se puede que en realidad es un no se puede», como definen Martín Rodríguez y Pablo Touzón en La grieta desnuda. Para los politólogos, el macrismo promovió una «aceptación resignada de las condiciones sociales y económicas que nos tocaron«. En esa clave se entiende el disvalor que ven los liberales en la industria nacional, un sector que diferencia a Argentina de otros países de la región. Un caso evidentemente es Chile, una economía basada en recursos y servicios.

Mauricio Macri plantea con involuntaria claridad esta concepción del país en un párrafo de su libro de memorias, Primer tiempo, cuando dice: «En el conurbano no hay turismo, no hay generación de energía, el desarrollo de la economía del conocimiento aún es bajo. Y el conurbano no cuenta con la gran locomotora del campo». Esta es la explicación que da el expresidente a por qué la recesión tuvo un mayor impacto en el conurbano y Juntos por el Cambio sufrió allí una dura derrota electoral en 2019. La descripción es sorprendente por lo que ignora. El conurbano es la zona más industrializada del país y fue el corazón del modelo de sustitución de importaciones. La crisis del conurbano es la crisis de la industria nacional.

La perspectiva de completar en Argentina el proyecto desindustrializador y enfocado en recursos naturales y servicios, o en su versión aggiornada de bioeconomía y economía del conocimiento, se topó desde un comienzo con resistencias internas: las clases medias, la memoria de un país orgullosamente industrial, el peronismo. Ahora tendrá además un espejo donde reflejar su espanto: un Chile que no se resigna a un destino de desigualdad a cambio de estabilidad.