Una clave que se está esclareciendo respecto a la deficiente gobernanza sanitaria frente a la pandemia es el rol de la sociedad civil. Efectivamente, el vínculo entre gobernantes y gobernados da la medida del desempeño político, y en este caso, afecta el devenir de indicadores epidemiológicos. Más allá del debate sobre la incidencia de las clases presenciales en el incremento de los contagios, lo que es indiscutible es que una medida no sirve si no se lleva a cabo.
Ante la ausencia de un Gabinete Estratégico Operacional Interdisciplinario responsable, las nuevas restricciones reiteran los errores pasados que no ejecutaron interdicciones focales, teniendo en cuenta la complejidad de esta sindemia, a partir de testeos, rastreos y trazabilidad.
Se interpreta como «recrudecimiento», «nuevo brote» o «segunda ola», lo que en definitiva representa el desarrollo espontáneo de la pandemia en su natural difusión epidémica, en una clara muestra del vacío de comprensión científica.
Resulta indudable que una pandemia compone un complejo no solo sanitario sino político, económico y social, donde los conflictos de interés y colisiones ideológicas serán inevitables. Por ello mismo, se trata de construir herramientas de gestión que permitan navegar la gobernanza con la rigurosidad metodológica necesaria al mismo tiempo que con la flexibilidad política indispensable.
Una reingeniería de la gobernanza sanitaria
Señalaré sólo tres aspectos clave de esta reingeniería. Primero, una nueva gerencia pública, con agenda por etapas y gestión por resultados, que permitiría el monitoreo transparente de las partidas presupuestarias, lo cual evitaría manejos arbitrarios y espurios. Además de cuentas claras, se obtendría una mayor confianza ciudadana.
Segundo, el manejo de la información y la comunicación debe centralizarse en una Oficina de Comunicación Oficial. Se evita así el «caos comunicacional» que se genera entre la proliferación de expertos, políticos, periodistas y demás opinólogos que terminan por generar más miedo, incertidumbre y angustia.
En tercer lugar, la Formación Médica. La fortaleza del sistema médico para contener un aluvión epidémico es la que condiciona la estrategia a seguir, y la solvencia de conocimientos epidemiológicos (dominio epistémico) es la que evita caer en la confusión e improvisación por incapacidad de reconocer la complejidad y actuar en consecuencia.
Si algo deja en claro la pandemia es la necesidad de formar y valorar a los médicos que sí tenemos en las especialidades que faltan y en su distribución geográfica adecuada; por no hablar del escaso personal de enfermería y de kinesiología con formación específica.
Estas claves ayudarían a que los disensos sociales —más que los políticos o partidarios que sólo perduran en la medida que se apoyan en aquellos— sean prevenidos, cuando respondan a mala comunicación u otra mala praxis gubernamental; y que no se conviertan en un escollo insalvable, cuando respondan a genuinas dificultades de la población.
La sociedad en su conjunto, desde sus instituciones hasta la gente de a pie, puede procesar las problemáticas sociales y generar respuestas propias y alternativas a las inicialmente planteadas desde las autoridades, que deberían significar una oportunidad para mejorar dichas medidas, corrigiendo o rectificando con más pericia, según el caso.
En suma, una sociedad civil involucrada y activa con reclamos constructivos puede y tiene que ser un factor que sume, complemente y mejore la ecuación de gobernanza. La salud pública se construye entre todos a partir de lograr una gobernanza democrática.