trigo
Campo de trigo. / Kinshuk Sunil (flickr.com)

El desarrollo del trigo transgénico resistente a la sequía es el hito más importante de la ciencia argentina en lo que va del siglo XXI. El proceso ya lleva más de 20 años de investigación y aprobaciones. Hay que cuidarlo de los prejuicios.

Podríamos decir que la historia del trigo transgénico comenzó en 1981, cuando Raquel Chan volvió a Rosario después de recibirse como bioquímica en la Universidad Hebrea de Jerusalem. Chan ingresó entonces ad honorem al CEFOBI (Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos). En los años siguientes se doctoró en la Universidad de Rosario y se fue a Estrasburgo, donde hizo un posdoctorado en el que estudió en profundidad un alga unicelular llamada euglena gracilis. Es un alga versátil: tiene muchos cloroplastos que producen la fotosíntesis cuando recibe luz, pero se alimenta de otras formas cuando está en zonas oscuras.

Cuando regresó de Estrasburgo a Argentina, Chan fue convocada por la Universidad Nacional del Litoral para crear el Instituto de Agrobiotecnología del Litoral (IAL). Una buena ciencia básica y de calidad va a dar lugar a una buena biotecnología, era el pensamiento de Chan. La pregunta que guió el trabajo del IAL desde el principio fue: ¿cómo hacen las plantas para adaptarse al ambiente? Es una pregunta muy compleja, porque son distintas las proteínas y los genes que logran ese efecto.

Para comprender la importancia de esta historia hay que entender el estado de avance de la ciencia. Recién en el 2000 se identificó por primera vez el mapa genético de una planta, la arabidopsis thaliana. Tiene 25.498 genes, que codifican proteínas de 11.000 familias y en los que hay cerca de 1.500 factores de transcripción. Los factores de transcripción son las proteínas que ayudan a que un gen se apague o se encienda. Cuando se enciende, genera las proteínas que tienen una función en la planta. Y ahí llega el primer gran paso de Chan y su equipo.

Los investigadores del IAL detectaron una familia de factores de transcripción que estaba solo en las plantas: la HD-ZIP. Si solo está en las plantas, se relacionan a su particular adaptación al ambiente, concluyeron. Entonces decidieron experimentar con la inserción de genes de girasol en la a arabidopsis thaliana. El girasol es una planta muy resistente a la falta de agua.

Chan pudo identificar en 1994 el ADN que generaba el HD-ZIP en el girasol. En 1998 encontró el gen HB4. El procedimiento consistia en extraer genes del girasor, aislarlos, clonarlos e insertarlos en la arabidopsis thaliana. La planta modificada era sometida a estrés, por ejemplo, a la falta de agua. Así detectó en 2002 que las plantas que tenían el gen HB4 crecían más que las que no. Se había transferido la resistencia a la sequía del girasol. Fueron 21 años de trabajo, pruebas, hipótesis y experimentos antes de decir eureka.

El descubrimiento tuvo una ventaja adicional. Para defenderse de la falta de agua, las plantas cierran las estomas y dejan de producir fotosínteis. El gen HB4 engaña a la planta y le hace creer que no existe un estrés hídrico, por lo que sigue produciendo.

Pero faltaba un paso más. Salir del laboratorio.

La alianza con Bioceres y la aprobación

En 2001 se fundó Bioceres, con 23 productores agropecuarios que invirtieron 600 dólares cada uno. El objetivo era financiar investigaciones científicas que contribuyeran a la agroindustria. La empresa se asoció con el IAL y el CONICET, algo clave para el desarrollo. Bioceres representó la posibilidad de escalar las investigaciones del equipo de Chan: poner a prueba el concepto, caracterizar en plantas modelos y realizar pruebas de campo.

En 2008 llegó la primera prueba de campo para el trigo y en 2009 para la soja. Ambas fueron un éxito. El trigo resistente a la sequía tiene una productividad 20% superior en condiciones normales y hasta un 40% superiores en situaciones de sequía extrema, según Bioceres.

La empresa comenzó el proceso para aprobar el uso en el mercado de la soja HB4 y al trigo HB4. Se enfrentó con la paradoja de cualquier innovador: ser el primero tiene sus ventajas y desventajas. Y aprobar una tecnología de este tipo es un proceso arduo y complejo. Argentina aprobó en octubre de 2020 el uso de trigo transgénico; es el primer país que lo autoriza, aunque condicionada a que Brasil otorgue un permiso. Brasil es el principal comprador del trigo argentino.

La autorización tuvo que pasar distintas etapas. Primero, la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agrícola (CONABIA) debe validar que el trigo transgénico no es perjudicial para el ambiente, que el gen cumple la función que dice y que tiene estabilidad genética y fenotípica. Es decir, que el producto no va a mutar genéticamente o en apariencia. Luego pasa al SENASA donde se realiza de un estudio nutricional y uno toxicológico para asegurar que el producto sea aptos para consumo de seres humanos.

Después de todo eso, Argentina suma una etapa adicional, que es propia del país: el permiso del área de Mercados del Ministerio de Agricultura de la Nación. Esta instancia busca asegurar que otros países van a comprar la nueva variedad de trigo. Bioceres no tiene que lograr solo que se apruebe en Argentina, si no también en los principales destinos: Brasil, China, Canadá. Una tarea titánica para Bioceres.

Por eso vuelvo al principio. El trigo HB4 es una innovación científico tecnológica desarrollada entre el CONICET, una universidad nacional y empresarios argentinos, con más de 20 años de estudios y aprobaciones. Es algo trascendental para nuestro desarrollo. Debatir y mejorar, todo. Criticar por postura, nada.