
Economista graduado de la UBA, Darío Vazquez (@vazrodando) es también Magíster en Desarrollo Económico de la UNSAM y Doctor en Ciencias Sociales de la UBA. En su trayectoria académica, formó parte del Centro de Estudios de la Estructura Económica (UBA) y del Centro de Estudios Económicos del Desarrollo (Escuela IDAES, UNSAM) y hoy cuenta con una beca posdoctoral del CONICET. Además, es docente de diversas universidades nacionales, como la UNSAM, la UNLAM y la UBA. Sus investigaciones se enfocan en temas de desarrollo económico, desde la perspectiva de la economía industrial y de la innovación. Desde una mirada sectorial, se ha especializado en el estudio de la dinámica competitiva y tecnoproductiva en los sectores de dispositivos médicos, movilidad eléctrica y energías renovables, tanto a nivel nacional como internacional.
Con este bagaje como base, en esta entrevista Vazquez ofrece un análisis profundo sobre el estado actual del sistema científico-tecnológico argentino — particularmente en momentos de ajuste presupuestario público — y reflexiona sobre cómo estas tensiones impactan en las capacidades institucionales y productivas del país.
ACTUALIDAD DEL SISTEMA CIENTÍFICO Y TECNOLÓGICO ARGENTINO
Darío muchas gracias por esta entrevista ¿Cómo es la vida de un becario del CONICET en estos tiempos?
Darío Vazquez: El sistema de ciencia, tecnología e innovación nacional atraviesa un momento muy complejo. El proceso de ajuste que sufren todas las reparticiones públicas no parece estar orientado por una estrategia de desarrollo clara ni contemplar la preservación de determinadas capacidades en ese sistema. Recientemente, tuvimos la suerte de que se produjo un streaming (“Underwater Oases of Mar Del Plata Canyon: Talud Continental IV”) que permitió observar a nivel masivo la utilidad de las investigaciones no solo del CONICET sino también de otros organismos del sistema científico-tecnológico, pero lo cierto es que muchas veces no se llega a conocer el grado de amenaza que el ajuste está generando sobre las actividades de estas entidades y cómo esto puede repercutir a largo plazo sobre nuestras vidas, en cuestiones tan fundamentales como el ambiente, la salud, la educación, entre otros. El desfinanciamiento de organismos como la Agencia, el CONICET, el INTI o el INTA tiene consecuencias muy directas no sólo sobre la calidad de vida de los ciudadanos sino incluso sobre el entramado productivo y diversas actividades económicas que se nutren de las investigaciones de primer nivel que se realizan en esos lugares.
¿Por qué es tan importante la inversión en ciencia y tecnología en un país como el nuestro?
La verdad es que no hace falta que yo diga la importancia de la ciencia y la tecnología para el desarrollo de un país. Lamentablemente hay miradas que postulan que la ciencia no debería ser una prioridad nacional, que los desarrollos científicos y las tecnologías deberían ser adquiridas desde el exterior de manera acrítica. Esa visión, que claramente se encuentra en muchos sectores afines al gobierno, es lo que explica el proceso de desfinanciamiento de todas las instituciones que aportan al desarrollo científico y tecnológico. Sobre todo, se notó mucho en lo que es la Agencia de Promoción de la Ciencia y Tecnología, que justamente tenía fondos asignados para financiar proyectos científicos (muchos de estos fondos provenientes de acuerdos de cooperación internacional y por lo tanto ni siquiera provenientes del erario público), sin embargo, la Agencia no ha ejecutado ni un peso desde el año pasado y esto pone en riesgo, sobre todo, la compra de insumos y máquinas para la investigación.
Y también, en el CONICET se nota claramente que, desde la asunción de este gobierno, no hay nuevos investigadores de planta. Hay mucha gente que fue evaluada a través de concursos en base al mérito académico y que fue seleccionada para ser parte de la planta del CONICET, pero que no es efectivizada desde ese momento. Además, no se publican los resultados de algunos concursos y no se abren nuevos.
En mi caso, que lo tomo como un reflejo más de muchos otros, haber contado con el incentivo y el apoyo del sector público para mis investigaciones durante muchos años y hoy notar el desinterés hacia nuestras trayectorias, solo genera frustración y aumenta la incertidumbre, lo que en última instancia amenaza las posibilidades del sistema para retener recursos humanos y capacidades que, en muchos casos, son valiosas y han sido apoyadas durante años por el esfuerzo de la sociedad. Muchos investigadores hoy están dejando el país sin perspectivas de regresar y otros tienen que salir a buscar trabajos que complementen su salario (que ha quedado sumamente desactualizado), frenando o incluso dejando truncas líneas de investigación de muchos años que podrían mejorar la vida de la población.
Algunos de los argumentos que dan para estas medidas es que muchas veces se tratan de estudios o investigaciones que no impactan en la economía, o como que te dicen, «no, están investigando si Néstor era el Eternauta», ese tipo de cosas. Pero, ¿Cuál es la verdadera realidad de la investigación científica orientada a la producción, a la tecnología en la Argentina?
Hay dos problemas en ese razonamiento. El primero es pensar que absolutamente todas las actividades humanas tienen que tener un rédito económico y que solo justifican su existencia de esa forma. Eso contradice básicamente a toda la historia humana; sin desmerecer la importancia de esos roles, el ser humano es mucho más que un productor o un consumidor. El segundo problema es que sencillamente es falso que muchas de esas investigaciones no generen beneficios económicos o no tengan impacto directo o indirecto sobre la economía. Por poner un ejemplo, los principales defensores del INTA frente a los intentos de recorte del organismo son los propios productores (en especial, los pequeños), que se benefician de esas investigaciones y que reconocen el beneficio económico que generan esas investigaciones en la sociedad. Pero el INTA no es el único organismo que articula bien con el sector privado. Hay muchas experiencias de vinculación exitosas entre universidades y empresas en Argentina en cuanto al desarrollo de productos o mejoras de procesos productivos. En el sector de dispositivos médicos, que es el que investigué con mayor profundidad, hay empresas nacionales que construyeron su éxito a partir de incorporar a la innovación interactiva con universidades y otros organismos como parte de su cultura organizacional. Entre muchos otros ejemplos, podemos mencionar a Adox, conocida en la pandemia por el desarrollo conjunto con la Universidad Nacional de San Martin de un spray germicida en base a nanotecnología; Promedon, una empresa líder en la producción y exportación de implantes urológicos, con varias filiales en el exterior y que tiene varios desarrollos conjuntos con instituciones como el CEPROCOR de Córdoba; Opulens, productora de un software (junto a investigadores de la UBA) para diseño y producción de lentes recetados, el cual es licenciado a laboratorios ópticos de más de 50 países.
Debemos comprender que la inversión en ciencia y tecnología es rentable en términos económicos y potenciadora en términos sociales: no sólo tiene efectos positivos sobre la productividad de los sectores existentes y la calidad de los productos y servicios sino que, en el largo plazo, puede ser el origen de innovaciones que generen un flujo de acumulación de capital que sobrepasa a los costos de la inversión. Cuando la demanda de soluciones a problemas técnicos es satisfecha con respuestas locales, no solo se resuelve una necesidad social sino que el círculo virtuoso de aprendizaje es enriquecedor y económicamente conveniente, porque se generan capacidades en el territorio que difunden la innovación y las buenas prácticas.
¿Qué crees habría que mejorarle al sistema científico para que tenga mayor impacto en el desarrollo??
Un problema importante en Argentina es la escasa demanda del sector productivo de conocimiento tecnológico aplicable. Se ha tratado de resolver con políticas públicas que no han sido conocidas, pero han tenido algunos casos exitosos. El Fondo Argentino Sectorial (FONARSEC), por ejemplo, que financiaba plataformas tecnológicas que tenían como condición ser conformadas por un representante del sector privado en conjunto con un equipo de investigación del sistema tecnológico argentino, con una lógica muy inspirada por el Triángulo de Sábato: un equipo junto a una empresa que debía estar involucrada y tenía que ser desarrollo de punta: biotecnología, nanotecnología. De esas experiencias surge indirectamente una empresa como ChemTest que desarrolló los kits de diagnóstico que primero lo hizo para brucelosis animal, luego para el Chagas y posteriormente para la pandemia. Sin ese apoyo no hubiera sido posible porque esa primera interacción logró que se conozcan actores fundamentales. El primer proyecto no salió bien, pero después, cuando se organizaron mejor, generó en el mediano plazo la apertura de una empresa que hoy produce kits de diagnóstico contra brucelosis bovina, muchas enfermedades animales y otras humanas, entre ellas COVID. Esto va en el sentido de lo que decíamos antes: lo que a priori puede ser visto poco rentable o muy incierto en sus resultados, podría llevar a largo plazo a soluciones tecnológicas con aplicación económica y con generación de empleo de calidad. No se trata de apoyar cualquier proyecto, pero sí de entender que todos los países desarrollados realizaron apuestas en este sentido.
Argentina cuenta, en este sentido, con capacidades de base muy interesantes, que se han ido desarrollando a lo largo de los años y en muchos casos gracias a políticas públicas. Por ejemplo, la producción de biotecnología aplicada en el país es de excelencia mundial, tanto para aplicaciones de salud como agropecuarias. Aún desde una condición de país periférico que difícilmente pueda disputar los mercados mundiales más protegidos y exigentes, sí tiene proyección internacional y se encuentra, en términos de sus capacidades, a la altura de países como India, Brasil o China. El desarrollo de la biotecnología en el país reconoce distintos hitos por lo menos desde la década de los ochenta (como el Programa Nacional de Biotecnología), con empresas insignia como Biosidus o Bagó, pero desde la creación del MinCyT en 2006 asistimos a un proceso de acumulación de conocimientos en torno a un sistema que se va tornando dinámico. El resultado del apoyo continuo en esta área se visualiza en muchos productos, entre los cuales se destaca el desarrollo de la vacuna contra el COVID, una vacuna que no podía competir con las Pfizer o Moderna, pero que para nichos específicos fue muy útil, como para el pediátrico. (Referencia a ARVAC). Otro caso es el del desarrollo del evento HB4 de la soja resistente a la sequía, desarrollada por un equipo de investigación del CONICET y comercializado por la empresa Bioceres. Hay muchos otros.
LA INVERSIÓN EN I+D EJE DEL DESARROLLO MUNDIAL
¿Se toma conciencia de esto? ¿Qué hacen los países desarrollados del mundo?
En el mundo está claro que el desarrollo científico y tecnológico es fundamental. Se nota muy claramente en el caso de China, que es tal vez el caso más patente en los últimos años de un país que apostó por la inversión en tecnología. Sobre todo, en lo que fue el plan «Made in China 2025», que fue hecho en 2015, pero ya desde mucho antes de eso.
¿Cómo fue la estrategia china?
Lo que hicieron fue principalmente establecer una serie de sectores objetivos donde se propusieron pegar un salto tecnológico, digamos. Y hay una selección de sectores a los que apuntan en su momento, justamente desde vehículos eléctricos, que hoy en día son líderes, hasta equipamiento médico incluso. Eran productos en los que estaban lejos de ser competitivos pero, justamente, hacer política industrial es intentar desafiar la estructura actual de los mercados, hacerse un lugar y disputar los liderazgos. Puede haber distintos tipos de objetivos para una política industrial, pero en líneas generales se orienta a lo que se suele denominar «catch-up», o acumular ventajas competitivas dinámicas.
¿El caso chino es el ejemplo reciente más claro de como políticas industriales e investigación y desarrollo aplicadas al desarrollo de sectores y así adquirir ventajas competitivas que naturalmente no tenián, y rompieron así con esa idea de que los países tienen que hacer solo aquello que tienen ventajas competitivas naturales?
Hay un documento bastante reciente que analiza el plan Made In China 2025 y sus objetivos, que fue encargado por la Cámara de Comercio de Estados Unidos. Lo interesante es que no todo fue “éxito”: este documento concluye que hubo sectores en los que verdaderamente lograron esos objetivos, otros en los que no, y otros en los que lo hicieron parcialmente. Por ejemplo, uno de los objetivos que tenían era el desarrollo de aviación, algo en lo que no lograron ser líderes. Está claro que no todo lo que se propone desde un inicio sale bien. En todo se invierte, y hay plata que obviamente va a terminar siendo, vamos a decirlo mal y pronto, «tirada», porque de eso se trata justamente hacer política en un mundo incierto. Pero el camino es tener objetivos claros, precisar metas y tratar de llegar hacia su cumplimiento.
De hecho, al analizar el marco general de lo que consiguió China, sobre todo, el progreso en vehículos eléctricos, resulta impactante. No sólo en vehículos eléctricos sino en toda la tecnología vinculada a eso, porque justamente el gran desarrollo que tuvieron es poder construir capacidades internas de producción de baterías, de litio para esas baterías, y en general de minerales críticos. De hecho, controlan y tuvieron en vilo en los últimos meses al mundo con el control de las tierras raras, y la capacidad de poder tener una gran integración vertical y un control de todos los eslabones de la cadena. Una vez que lograron pegar el salto tecnológico, hoy sobrepasaron a Tesla y a todos los grandes jugadores que venían desde el comienzo.
Tesla que también tuvo apoyo estatal, porque si no, pareciera que el mercado la hizo de la nada ¿no?
Tuvo grandes subsidios estatales, sí, no solo para vehículos eléctricos y sus estaciones de recarga, sino para todos los negocios que mantiene (como baterías estacionarias), lo que incluso se extiende a otras empresas vinculadas a Elon Musk, como SpaceX. Pero, poniendo el foco en Tesla, se trata de una empresa que tiene entre sus principales negocios el desarrollo de los vehículos eléctricos, un mercado en el que fue pionero y líder durante varios años. Y que hoy en día está en caída en prácticamente todos los mercados, salvo algunos. Tesla está perdiendo mercado contra las empresas chinas en Europa y en todos los mercados que no son Estados Unidos.
Y ni que hablar en China. En China tenía Tesla presencia, la sigue teniendo, pero hay una cantidad de empresas automotrices chinas que es espeluznante y que todas ellas están ganando porciones de mercado. Algo en escala nuestra pasa con el fenómeno de lo que fue la expansión de la industria automotriz durante el frondizismo, que en ese momento se generaron los incentivos para crear una gran cantidad de terminales automotrices aunque después se vio que era inviable para lo que era el tamaño del mercado argentino y quedaron solo algunas. El punto es que en China hay tantos incentivos a la producción de vehículos eléctricos que tienen una cantidad de fabricantes automotrices impresionante.
PYMES Y CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Pienso en todos los cambios tecnológicos en el marco de la Cuarta Revolución Industrial donde la IA es el emergente más famoso pero que hay tantos otros como la robótica, la VR ¿Qué implicancias tiene no acompañar, desde el Estado promoviendo la investigación e innovación tecnológica a las pymes por ejemplo en el marco de un proceso de Industria 4.0?
Implica un costo altísimo. Es que en el marco de una economía a nivel mundial sujeta al cambio tecnológico, mucho más exigente y competitiva, se vuelve imprescindible incorporar estas tecnologías que cada vez que uno las ve se maravilla. Para una PYME es un desafío enorme, pero al mismo tiempo el salto competitivo también lo es. Y ahí tiene que estar el Estado ayudando con financiamiento blando, con capacitaciones que no son grandes gastos y podrían permitir que los que ya tienen mercados externos los mantengan y los que no, puedan empezar a vislumbrar exportar. Pienso sobre todo en los mercados externos para PYMES porque es un desafío para el sector productivo.
¿Las pymes lo pueden hacer por si mismas, o merced al influjo del «mercado»?
Las PYMES están asfixiadas. Viven el día a día y administran como pueden. Antes los problemas eran los insumos y las importaciones, ahora, al revés, con la competencia de las importaciones. Tuvieron muchos años con el mercado cerrado y no considero que eso esté mal per se: el equilibrio tiene que estar de base en la protección de la industria infantil, aunque uno de los problemas históricos de Argentina es que no logra establecer los mecanismos para soltarle la mano a muchas de esas industrias. Pero, en general, sin políticas activas del Estado no es posible en la estructura del mercado actual desafiar la protección que tienen las empresas de otros mercados ni generar equilibrar la balanza para las empresas pyme. No se va a generar una industria de la nada y no va a crecer lo que hay por sí solo en un contexto como este.
Asumiendo esa necesidad del Estado, en los países desarrollados subsidian a la industria, le reducen costos, e incluso ayudan a sus empresas a ganar mercados afuera. Un ejemplo es el de la empresa Vestas, que suele contar con apoyo del Fondo de Impacto Danés a la hora de competir en licitaciones en el extranjero. Cuando Vestas intenta vender y equiparte el parque eólico, tiene el respaldo de un fondo de Dinamarca que ofrece préstamos para financiar la compra de una gran parte del capital necesario para poner los generadores. Ese tipo de herramientas existen, son lícitas y el mundo en desarrollo debería actuar en consecuencia. Si los países desarrollados apuestan a la política industrial y la cancha está desnivelada, hay que asumirlo y jugar con esas reglas, lo que no significa jugar sucio sino equiparar ese desbalance. Ese es el rol del Estado.
Y también reducir el costo argentino…
Ni hablar, por ejemplo en el tema de logística. Es un problema muy grande que a un empresario local le convenga más traer el mismo producto desde China que de otro rincón del país. La cuestión logística es esa necesidad de mejorar la infraestructura: desde el puente, la ruta, el tendido eléctrico, la red Wi-Fi. El riesgo que implica una inversión, por ejemplo, en nuevas líneas de transmisión eléctrica, lo tiene que asumir el Estado. Si se quiere promover la inversión privada en molinos eólicos en el sur, muchas veces existen áreas que no tienen el tendido eléctrico desarrollado para conectar a los molinos al sistema. La inversión necesaria implica una gran cantidad de plata sujeta a un riesgo muy alto para un inversionista individual, y ese costo es muy alto para un proyecto privado solamente. Lo viabiliza el Estado. Luego de eso, si se decide que la explotación la hace el público o el privado es otra discusión.
EL ROL DEL ESTADO DESARROLLISTA Y EL MODELO PRODUCTIVO
En base a todos estos desafíos ¿Qué relevancia tiene el pensamiento desarrollista hoy para afrontarlos de manera exitosa?
Desde el contexto actual, si tomas no sólo a Frigerio o Frondizi sino incluso a los autores del estructuralismo latinoamericano, como Prebisch o Furtado, el principal aporte que tienen para nuestra actualidad es justamente el rescate de la visión del Estado como un planificador del desarrollo, en colaboración con el sector privado. No se puede deslindar, en mi opinión, un proceso de desarrollo de ninguna de las dos partes (el Estado y el sector privado), eso es algo que también muestra China. Pero pensar un desarrollo económico y social requiere, sobre todo, una entidad que dirija eso, que lo oriente y ese es el Estado. El mercado no puede orientar esos proyectos porque opera con una lógica competitiva y no cooperativa, ni involucra en sus ecuaciones de rendimiento a las posibles externalidades tanto negativas como positivas asociadas. Lo que se necesita es un instrumento que genere posiciones de dirimir conflictos y posiciones colaborativas en pos de objetivos superiores. Yo creo que, en ese marco, todos los autores del pensamiento latinoamericano tienen valiosos aportes para dar.
Más allá de eso, está la cuestión de cómo han ido cambiando también los tiempos. A medida que pasan los años, tiendo a pensar que en el momento en que vivían Frondizi o Frigerio había una oportunidad mayor para la Argentina de poder orientar al capital extranjero a que colabore con ese proceso de desarrollo. Yo creo que hoy en día está mucho más difícil, por la propia posición de la Argentina. Por “posición” me refiero no solo a lo geográfico sino también al tamaño de mercado e incluso a una cuestión de reputación. Incluso, actualmente, el capital extranjero tiene mucho poder de decisión, mucho más que en ese momento. En aquellos años había Estados que tenían muchas más herramientas para orientar procesos de desarrollo que hoy.
Sí, e incluso los fondos e inversiones que pueden aparecer en primera instancia no se suelen orientar a encadenamientos productivos sino a movidas financieras…
Sí, es muy difícil orientar esos capitales a que verdaderamente generen encadenamientos industriales, generen empleo local y que no lo generen ese empleo afuera, porque en última instancia el empleo se va a generar, pero la pregunta siempre es dónde, ¿no? ¿Se va a generar acá o en otros países? Entonces creo que el desafío de agregar valor, el desafío de generar empleo local, el desafío de generar desarrollo regional es mucho más difícil hoy que en ese momento, y aún en ese momento era difícil.
¿Crees que es viable este proyecto de país donde el Estado no cumple ese rol orientador y las prioridades las define exclusivamente la competitividad de los sectores y su capacidad para atraer inversiones?
Me quedan dudas de que haya un proyecto claro de país, más bien parece haber una apuesta a que, en términos de caja, sea sostenible en el largo plazo únicamente prendiendo una vela a la maduración de inversiones mineras y petroleras, a partir de la extracción de esas rentas para la exportación sin valor agregado, en formato de enclave.
Comparto. El típico esquema liberal de producir aquello que somos competitivos (sin importar mucho el agregado de valor) campo, minería, gas y economía del conocimiento (servicios). Suena hasta lógico pero , ¿Alcanza para dar trabajo directo o directamente a 50 millones de argentinos?
No, yo creo que no, pero incluso suponiendo que sí, ¿para qué nivel de vida de esos 50 millones de argentinos? ¿Para una sobrevida nada más, o para generar verdaderamente una sociedad desarrollada e inclusiva?
Si bien existen los límites económicos para muchos proyectos, creo que en última instancia los límites los ponen las sociedades sobre los modelos económicos. Creo que este modelo puede ser socialmente sostenible si se lo banca la sociedad, pero que, indefectiblemente, va a generar un país mucho más desigual.
En términos de problemas como la restricción externa, si se genera un flujo de divisas positivo continuo a partir de la minería y la energía, los equilibrios macro pueden cerrar, pero no creo que cierre el equilibrio social. Principalmente porque creo que las pretensiones de la sociedad argentina son mucho mayores de las que propone un modelo como este, donde principalmente lo que se desarrollan son enclaves. Recién en segundo plano se piensa en la generación de empleo local, proveedores locales. Es la lógica del RIGI, que establece como urgente la cuestión de atraer capitales y divisas y cualquier otro efecto positivo parece darse por descontado.
EL SECTOR DE LOS DISPOSITIVOS MÉDICOS
Te especializaste en tus investigaciones sobre el sector de Dispositivos Médicos. ¿De que se trata? ¿Qué potencial productivo exportador tiene?
El sector abarca productos muy variados, que pueden ir desde un barbijo o una jeringa de muy baja complejidad tecnológica, a un resonador magnético o un tomógrafo computado. Es muy amplio y, en esa variedad, la regulación (aunque cambia de país en país) identifica productos de alto riesgo que requieren muchos ensayos para su aprobación, mientras que en otros casos es más sencilla. El sector de dispositivos médicos tiene la particularidad de que tiene estándares a cumplir y como hay en juego vidas humanas las regulaciones son muy importantes. Hay muchas barreras a la entrada, no cualquiera puede ponerse a producir dispositivos médicos, sobre todo los más complejos.
En Argentina, el sector no tiene mucha prensa, con excepción del período de pandemia. Es un sector chico en comparación al resto de la estructura industrial nacional, ya que representa un 0,6% del valor agregado bruto industrial. Sin embargo, tiene un potencial de exportaciones importante. Son 400-500 empresas, casi todas PYMES, y en cuanto a la variedad, Argentina fabrica un espectro amplio de productos, pero solo en algunos de esos productos es muy competitivo a nivel internacional, por lo que en última instancia son unas seis empresas las que concentran el 70% de las exportaciones del sector. El caso que se conoció en la pandemia es el de los respiradores. Hay dos empresas cordobesas muy competitivas que los fabrican y los exportan: una de ellas tiene una filial en Brasil y otra en EE. UU. No hay que dar por descontado que cualquier país cuenta con empresas como esas.
¿Cuál es la potencialidad del sector?
Podría exportar mucho más de lo que exporta. Hay conocimiento, hay recursos humanos capacitados. Genera empleo de calidad y sobre todo tiene la capacidad de generar aprendizajes. Pero también hay muchos desafíos y obstáculos que dificultan a las empresas crecer y posicionarse. Por ejemplo, los problemas de escala del mercado argentino que, por razones históricas, resultan en buena parte de que la compra pública está muy descentralizada y no genere escala. Este obstáculo es, en otro sentido, una oportunidad para enfocarse al desarrollo del potencial exportador porque con el mercado interno no alcanza, entonces hay que mirar a la exportación para ser competitivo.
¿Y por qué no pueden lograr el salto de exportar? ¿Cuáles son los desafíos?
Uno de los desafíos tiene que ver con la cuestión regulatoria. La infraestructura del sistema de habilitaciones y certificaciones acá está bastante incompleta y los requisitos de la ANMAT son muy elevados para los productores nacionales del sector. ANMAT permite que, con muy poco tiempo de trámites, aproximadamente dos meses, un producto importado sea habilitado para ser comercializado localmente, mientras que un producto nacional requiere pasar por pruebas y ensayos de mínimo seis meses a un año, según la complejidad. El argumento de ANMAT es que el producto importado entra rápido porque ya fue ensayado en el país de origen. En tanto no existe una infraestructura de certificaciones completa y dinámica ni una red de laboratorios amplia para todos los tipos de ensayos, la posición de ANMAT es casi inevitable. Pero a los productos importados que provienen de países de alta vigilancia se los deja pasar con facilidad y eso es un problema de competencia para el productor local.
Brasil tiene otra visión sobre el tema, basada en la cuestión de la reciprocidad: aunque el producto venga de un país de alta vigilancia sanitaria, vas a pasar por todos los ensayos que hacen los productos locales, de esa manera se iguala la cuestión. El tema es que Brasil sí tiene una infraestructura de certificaciones que no ralentiza completa y aceitada en el proceso. En última instancia, como se trata de un sector que no tuvo políticas de promoción específicas (como sí tuvo la industria del software, por ejemplo), acumula además otros problemas de carácter general en la industria argentina, como la falta de conexión del sistema científico y la producción, el costo logístico, entre otros, que hace que el establecimiento de esas regulaciones termine generando una barrera a la entrada muy importante. Es cierto que en la pandemia sí la ANMAT aceleró los tiempos muchísimo y los actores actuaron de una manera mucho más coordinada y eso se notó. Después de la pandemia, todo volvió a la antigua normalidad.
Además de la cuestión regulatoria, hay un tema con la compra pública. En el sistema de salud está muy fragmentada y en los ámbitos que hay compra pública está muchas veces financiada por organismos internacionales que terminan excluyendo por diversas vías a productores nacionales para proveer localmente. Por ejemplo, se firma un acuerdo con estos organismos que financian, pero ese organismo pone entre sus requisitos que los productores tengan una certificación internacional de producción de dispositivos médicos. Y el que vende localmente y cumple con las regulaciones locales no necesita una certificación internacional para operar normalmente. Sería buenísimo que la tenga pero es un costo más. Todo se traduce en más barreras.
Usemos el caso como ejemplo, ¿Cómo puede ayudar el Estado para que exporten mas? (que es lo que hacen todos los países desarrollados)
Hay sectores que tienen muchas PYMES que fabrican productos finales que tranquilamente pueden tener mayor presencia internacional, como el de dispositivos médicos. Sería importante que el Estado les viabilice bajo distintas formas la posibilidad de ir eliminando barreras para que puedan competir en igualdad de condiciones.
Por otro lado, hay sectores que son capital intensivo y quizás la estrategia no es apuntalar a las PYMES. Siempre es importante un entramado de proveedores locales, pero también a veces tener un gran campeón nacional en algún sector es importante. La estrategia exportadora tiene que hacerse sector por sector.
En el caso del sector de dispositivos médicos, el Estado puede ayudar mucho, desde poner stands en ferias internacionales financiando certificaciones como la ISO 13485, que es la típica del sector. Es clave, pero privativo para una PYME si no sabes que ya tenés el cliente. O incluso brindar asesoramiento. Es muy importante en este contexto revalorizar el rol del sector público en el desarrollo, orientador para generar políticas industriales. No es posible eso con un estado mínimo, el ajuste en los gastos por sí mismo no va a generar dinámicas de desarrollo interesantes para la sociedad. En ese marco, sin tener un proyecto a largo plazo de ciencia y tecnología o incluso de determinados consensos básicos intersectoriales y de los partidos políticos, es muy difícil generar un proyecto de desarrollo sostenible política, social y ambientalmente. De hecho, no hablamos de lo ambiental hasta el momento, estamos discutiendo en un nivel “primigenio”, pero son debates que debemos ir incorporando. Por ejemplo, no reducir la cuestión a “sí o no a la minería”, sino tener en cuenta bajo qué condiciones se desarrolla la minería.
¿Cómo podemos pensar en un Estado eficiente en países subdesarrollados, que no tienen capacidades institucionales?
La respuesta es que se hace camino al andar. Un aprendizaje que debe atravesar cualquier organización o institución implica tener bien claros los objetivos e ir fijando metas y tener consensos básicos sobre, por ejemplo, qué sectores priorizar, cómo va a quedar la distribución entre ganadores y perdedores y cómo se va a compensar a los perdedores o de qué manera se va a reorientar a estos para que sean ganadores. Todo ese tipo de cosas tienen que ser pensadas, no se pueden dejar a la buena del mercado porque son personas, familias las que están en juego, e inevitablemente un rol director de un proceso de desarrollo implica un Estado más grande, pero a la vez eficiente y profesional que el que tenemos hoy. Hacia eso hay que ir, desde ya que podría hasta ser inevitable que, en el transcurso, surjan ineficiencias, pero se trata de ir superando eso hacia algo mejor. Antes hablábamos de China: no descarto que China haya tenido casos de malgasto de los dineros públicos, pero tienen bien claros los objetivos y avanzan hacia eso, y en última instancia esas pérdidas se compensan con el desarrollo logrado. Y a medida que el Estado se jerarquiza comienza también a adquirir las capacidades para minimizar esos casos. Al contrario, un Estado mínimo no puede contar con capacidades de control, aún si quisiera.
Ese Estado mínimo que debe ordenar la macro, dar seguridad (a los exitosos del sistema) y que el desarrollo se de espontáneamente. Ni hablar da la salud y la educación pública, «que las puede brindar el privado» , olvidándose que en un modelo social y productivo sin verdaderas oportunidades de inclusión, son pocos los que pueden acceder…
Ordenar la macro es muy importante, pero hay otras cuestiones de fondo que siempre se terminan postergando. Justamente un buen ejemplo es el debate sobre qué sistema de prestación de salud queremos. ¿Queremos un sistema universal y predominantemente público o queremos una salud totalmente privatizada y con acceso para algunos? ¿O qué tipo de modelo intermedio preferimos, en caso de así quererlo? Creo que este es un debate que hace muchos años que en la Argentina no se da. Fuimos pasando desde los años 40, con una fuerte presencia del sector público y las obras sociales, a un sistema fragmentado y descentralizado, totalmente desconectado, digamos, ineficiente. Pero también desconectado de muchas necesidades sociales, lo que creo que no le sirve a casi nadie. Tal vez en sí, una de las preguntas importantes sería: ¿necesitamos o queremos ser un país que pretenda tener una buena calidad de servicio de salud para la mayor parte de su población? ¿O sencillamente que cada uno, en base a su mérito personal y a su nivel de ingreso, consiga eso?
Si las respuestas a estas preguntas se van a dirimir exclusivamente en el mercado y de manera competitiva entre los distintos actores involucrados, es difícil que se organice una iniciativa coherente y eficaz para abordar esos problemas. Lo mismo se puede pensar en otros ámbitos. ¿Queremos priorizar un sistema de transporte mucho más basado en transporte público o preferimos necesitar exclusivamente del auto propio para poder llegar de manera rápida a un lugar?.
¿Cómo crees se deba dar ese debate tan necesario?
Creo que esas cuestiones deben debatirse en las sociedades en general, que son ellas las que deben definirlas. Muchas ya lo han hecho y fijaron un rumbo, pero nosotros hace rato que esos debates los posponemos en función de la macro y de oportunismos de distinto tipo. Hasta incluso tenemos una cierta confianza ciega en la macro, como si a partir de generar la estabilidad se va a resolver por decantación todo lo demás. Es difícil, sin embargo, que se generen procesos de desarrollo legítimos y sostenidos sin lograr un verdadero involucramiento de la sociedad, que aumente los esfuerzos cooperativos entre todos los actores sociales. Esto no invalida el rol del mercado, por el contrario, se trata de poco a poco poner a los mercados a jugar en función del desarrollo. En ese sentido, el sector científico tecnológico tiene un aporte crucial: apuntalar la acumulación de conocimientos en la sociedad y generar, de manera consensuada con otros actores, la consolidación de capacidades en el territorio y el cumplimiento de logros compartidos.