El domingo pasado fue una postal del tablero ideológico en América Latina. Los extremos prevalecen y marcan un obstáculo para llegar a los acuerdos para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Queda en evidencia la difícil concreción de la avenida del medio. Pero hay excepciones: en ocasiones, los mensajes de entendimiento penetran en un sector de la sociedad y logran inclinar la balanza. Es el caso de Ecuador.
A pesar de que no era el favorito, el banquero y exponente de centroderecha Guillermo Lasso se impuso en el ballotage en Ecuador por cinco puntos sobre el correista Andrés Arauz. La segunda vuelta estuvo marcada por la polarización entre los dos candidatos, pero la campaña de Lasso supo interpretar al electorado y pudo acceder al premio mayor. Era la tercera vez que Lasso se postulaba a la presidencia.
Los hegemonía que instauró durante 14 años la Revolución Ciudadana llegó a su fin. Los errores constantes del expresidente Rafael Correa, exiliado en Bélgica, perjudicaron a su candidato, el economista Andrés Arauz. Correa apeló a la vieja receta de la victimización por sus causas de corrupción, a las que califica de falsedades dentro de una operación de lawfare, y mantuvo el discurso intacto desde 2007 en contra de la banca. El lavado de cara nunca llegó y tampoco pudo seducir al electorado indígena que había optado por Yaku Pérez en primera vuelta. De hecho, el voto nulo captó el 13,25% de los sufragios y tuvo una mayor incidencia en la zona de la sierra andina, donde casi un tercio de los votos fueron nulos.
Lasso mantuvo la plataforma de su electorado, pero logró ampliar los apoyos de cara al ballotage. Sumó el respaldo tácito del socialdemócrata Xavier Hervas, tejió una alianza con el alcalde de Guayaquil, el socialcristiano Jaime Nebot, supo entenderse con parte del electorado socialista y envió señales amistosas hacia los votantes de Yaku Pérez.
La agenda de Lasso para el triunfo se centró en promesas vinculadas a políticas de género a las mujeres. Se acercó al colectivo LGBTQ y, pese a su historia antiabortista y sus vínculos con Opus Dei, se mostró abierto a evaluar una consulta popular para despenalizar el aborto. Correa, por el contrario, manifestó públicamente su oposición intransigente al aborto legal. Lasso visitó distintos sectores de la población, sobre todo a los que están en condición de pobreza y a los que viven en las áreas rurales. Muchos campesinos no lo habían votado en la primera vuelta y depositaron en él su voto de confianza en el ballotage. Pero la clave del éxito de Lasso es que supo sintonizar el cansancio que provoca la polarización.
Lasso tendrá por delante la dura tarea de conducir un país en crisis, golpeado por la pandemia, con salarios mínimos en caída y una deuda de 70.000 millones de dólares. No la tendrá nada fácil dentro de la Asamblea Nacional, donde su fuerza política cuenta con 30 escaños, contra los 49 del correismo y los 27 del bloque indígena. Necesitará de acuerdos concretos para avanzar en su agenda y no cometer atropellos contra la oposición como sus predecesores.
La extrema izquierda se enfrenta a la derecha populista en Perú
En una disputa atípica, 18 candidatos compitieron por la presidencia de Perú el pasado domingo. Esta fragmentación es el resultado del colapso del sistema de partidos tras las crisis institucionales recurrentes que atravesó el país en los últimos años, en los que la caída de los gobiernos y el procesamiento de los presidentes por corrupción se convirtieron en algo frecuente.
El último presidente electo de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, renunció envuelto en un escándalo por sus vínculos con el caso Odebrecht. También estuvieron vinculados a la megacausa de corrupción de la firma brasileña los expresidentes Alan García, Alejandro Toledo y Ollanta Humala. El sucesor de Kuczynski, Martín Vizcarra, fue destituído por el Congreso de la República a raíz de la investigación por supuestos sobornos cuando era gobernador de Moquegua. Vizcarra fue reemplazado por Manuel Merino, que estuvo solo cinco días en el cargo. Su designación fue muy resistida con protestas en las calles y tuvo que dimitir tras la muerte de dos manifestantes por la represión policial. Este es el contexto que precedió a las elecciones generales y así llegará el país al ballotage del próximo 6 de junio.
La sorpresa del domingo fue el candidato del partido Perú Libre, Pedro Castillo, que se impuso con un margen de 19,09% frente a Keiko Fujimori. La hija del expresidente obtuvo el segundo lugar con sólo el 13,35% de los votos. Dato inédito: ningún candidato logró superar los 20 puntos. También cabe destacar la baja participación de los comicios: se ausentaron 6,6 millones de electores, el 28% del electorado, y se registró un 17,5% entre votos en blanco y nulos. El hartazgo de los peruanos hacia su clase política es evidente.
Castillo es maestro de profesión y líder de una facción disidente del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Perú (SUTEP). El SUTEP tiene un carácter combativo y está ligado al Movimiento por Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), el brazo político del grupo terrorista Sendero Luminoso. Castillo, sin embargo, negó en más de una oportunidad haber formado parte de sus filas. El ballotage está teñido de simbolismo: Alberto Fujimori combatió con dureza a Sendero Luminoso. De hecho, cumple actualmente una pena de prisión por violación de los derechos humanos debido a las matanzas de Barrios Altos y La Cantuta, ambos durante su gobierno y en el marco de sus políticas antiterroristas. En Barrios Altos, un grupo paramilitar asesinó a 15 personas que vinculó equivocadamente a Sendero Luminoso.
Castllo, de 51 años, expone un discurso radical. Plantea propuestas como un «Estado socialista», una ley que «regule los medios de comunicación» y destinar el 10 % del PIB a la educación. El candidato de Perú Libre se ufana de ser un admirador de los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Su plataforma de gobierno se concentra en la intervención del Estado, borrar de un plumazo los tratados de libre comercio, más impuesto a las empresas mineras. También promete una reforma constitucional.
La campaña de este maestro de primaria supo interpretar y captar las necesidades de la población de las sierras central y sur del país, donde la exclusión social es muy fuerte. Hizo hincapié también en los pueblos del interior desplazando a la izquierda progresista con un discurso marcadamente populista. El voto por Castillo tiene un componente de bronca y protesta contra la clase política. También se explica por la indiferencia de la sociedad limeña. La apatía es llamativa, más allá de la inestabilidad institucional, si se miran los resultados económicos de las últimas décadas. El país vivió años de movilidad social ascendente, el 40% de los peruanos son de clase media y la pobreza se redujo a casi el 20%.
¿La vuelta del fujimorismo?
Para quienes no siguen la política peruana es sorprendente que acceda al ballotage la hija de Alberto Fujimori. Pero es la tercera vez que llega a esta instancia electoral. Siempre fue derrotada. La popularidad de Fujimori es llamativa si se tiene en cuenta que no solo el expresidente está en prisión, sino que la misma Keiko Fujimori estuvo en la cárcel en 2018 por lavado de dinero vinculado a la causa Odebrecht, que fue uno de los que financió su campaña presidencial de 2011. Pasó un año tras de las rejas y logró la libertad, aunque por un breve lapso: en enero del año pasado regresó al calabozo, otra vez por cargos de lavado de activos.
La hija del exmandatario, sin embargo, tiene chances ciertas de acceder a la presidencia. Su partido Fuerza Popular envió señales de posibles entendimiento con el economista liberal Hernando De Soto, del partido Avanza País, que sacó el 11,6% en la primera vuelta.
El izquierdista Castillo, en cambio, apeló a los grupos sociales y organizaciones nacionales a entablar un diálogo para avanzar en los cambios estructurales que Perú necesita. Castillo sabe que tiene una elección complicada por delante y también buscó apoyos para la segunda vuelta. Algunos sorprendentes, como el posible respaldo del líder de ultraderecha Rafael López Áliaga, que manifestó coincidencia con algunas de las propuestas de Castillo.
Las elecciones muestran que una tendencia hacia la polarización en América Latina, con tintes de bronca y crisis de los sistemas de partidos. Pero también con algunas señales de freno al populismo. El nuevo mapa político quedará definido con las elecciones constituyentes de Chile, previstas para el 15 y 16 de mayo, y las presidenciales de Brasil en 2022.
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