Italia
Los candidatos a la presidencia de Italia, Silvio Berlusconi (izquierda) y Mario Draghi (derecha)

La semana que viene comienza la votación para elegir al nuevo presidente de Italia. El país se rige por un sistema parlamentario el presidente es elegido en forma indirecta: a partir del lunes 24 de enero se reunirá un cuerpo conformado por todos los diputados y senadores nacionales más 58 representantes de las regiones para elegir al sucesor del mandatario actual, Sergio Mattarella. Por el momento, hay una danza de nombres. Pero solo dos candidatos picaron en punta. Uno es Mario Draghi, un tecnócrata de larga trayectoria que asumió hace un año como primer ministro. El otro, el inoxidable Silvio Berlusconi. Aunque Il Cavaliere se ha mostrado esquivo con respecto a su propia postulación, sus aliados de la centroderecha impulsan su candidatura. Ni Draghi ni Berlusconi tienen los votos suficientes para ser elegidos presidentes. Si nada cambia antes del lunes, la ronda de votaciones comenzará con resultado incierto.

La función principal del presidente de la República es representar la unidad nacional. Por eso se buscan candidatos con conductas intachables y abiertos al diálogo constante. La tradición es que el cargo sea ocupado por personas mayores. Un caso representativo de esto último es el de Giorgio Napolitano: fue presidente hasta los 90 años. Napolitano fue también el único que fue reelegido en el cargo desde la Segunda Guerra Mundial, aunque no terminó su segundo mandato. El cargo se renueva cada siete años. Como en otros sistemas parlamentarios, el presidente es el jefe de Estado, pero no el jefe de Gobierno. Este último está en manos del presidente del Consejo de Ministros, también llamado primer ministro. Es el cargo que actualmente ocupa Draghi. El jefe de Estado, sin embargo, tiene funciones específicas, como el mando de las fuerzas armadas y presidir el Consejo de la Magistratura. Posee también una facultad clave: la posibilidad de disolver el parlamento y llamar a elecciones anticipadas. Por eso el presidente tiene el papel de único árbitro en las crisis de gobierno, algo frecuente en la política italiana.

A sus 85 años, Berlusconi tiene edad suficiente para ser presidente según la tradición italiana. Si bien dominó la política del país durante 20 años, el magnate de medios, multimillonario y tres veces primer ministro es una figura controvertida y resistida. En la última década, Berlusconi atravesó un declive político marcado por los escándalos: fue condenado, en distintas causas, por prostitución de menores, abuso de poder, fraude fiscal y pago de sobornos a un senador. Tiene tres causas pendientes en la justicia.

La imagen de Il Cavaliere se aleja bastante del perfil esperado para un jefe de Estado que encarne la unidad nacional. Pero aún mantiene gravitación en la política italiana y una gran influencia mediática. Berlusconi tiene una fortuna que ronda los 8.000 millones de euros y es dueño de varios medios de comunicación, entre ellos tres canales privados de televisión que utiliza constantemente para promover sus gestiones. Entre ellos, avisos publicitarios que lo presentan como un «héroe de la libertad que puso fin a la guerra fría» y como un «ejemplo para todos los italianos».

Berlusconi es eurodiputado y lidera el partido de centroderecha Forza Italia, que obtuvo el 14% de los votos en las últimas elecciones generales, en 2018. Unos puntos por detrás de la Liga, el partido de ultraderecha liderado por el exministro del Interior, Mateo Salvini. La candidatura a la presidencia de Berlusconi es impulsada especialmente por Salvini y Giorgia Meloni, la líder de Hermanos de Italia, otro partido de extrema derecha. Forza Italia, la Liga y Hermanos de Italia conforman una coalición, que en la práctica es lidierada por Salvini. Il Cavaliere evitó la confirmación de su candidatura en público, lo que generó roces con sus aliados. Salvini le dio un ultimátum, si no confirma antes del lunes su postulación presentará otra alternativa; aseguró que tiene «un plan B que será muy atractivo».

Super Mario

La alternativa a Berlusconi, por ahora, es Mario Draghi, el primer ministro actual. Llegó al gobierno en febrero de 2021 cuando Italia atravesaba una crisis sanitaria por el COVID-19, que hasta la fecha se cobró la vida de 142.590 y desencadenó graves problemas económicos y políticos. El presidente Sergio Mattarella convocó a Draghi para formar un gobierno con un perfil tecnocrático. Es un gobierno de unidad nacional, donde conviven desde la izquierda hasta la derecha, con la excepción de Hermanos de Italia, que se mantuvo en la oposición.

Super Mario, como apodan a Draghi, se ganó la fama de piloto de tormentas durante la crisis del euro. De hecho, es considerado el salvador de la moneda comunitaria. En 2012, cuando era presidente del Banco Central Europeo, Draghi dio un discurso que pasó a la historia por una frase: «Haremos todo lo que sea necesario; y créanme, será suficiente». Se refería a las polīticas para resolver la crisis que ponía en duda la continuidad del euro. La credibilidad de Draghi superó la prueba y la moneda común resistió.

Antes de ser el salvador del euro, Draghi tuvo una exitosa carrera en la banca italiana. Y fue el mismo Silvio Berlusconi, entonces primer ministro, quien lo propuso como presidente del Banco Central Europeo.

El primer año de Draghi en el gobierno mostró buenos resultados. Primero, logró enderezar la golpeada economía: Italia fue el país con la mayor recuperación en 2021. Segundo, consiguió que Italia recibiera más fondos de ayuda por el COVID-19 que ningún otro país de la Unión Europea; un total de 200.000 euros entre subsidios y préstamos a bajas tasas de interés y a largo plazo.

El pasado diciembre Draghi anunció su intención de postularse para la presidencia de la República. Representa todo un dilema para el sistema político italiano. Draghi no solo es la figura estelar del país y el resguardo de la unidad, también es un ícono que da garantías desde lo político económico para la Unión Europea y la comunidad internacional.

Seducir voluntades

Tanto Draghi como Berlusconi tienen un mismo problema: los números no les dan. De la elección que comienza el próximo lunes participan 1009 electores. Para ser elegido se necesitan dos tercios de los votos. El proceso se repite tres veces y, si no hay acuerdo, en la cuarta votación alcanza con una mayoría simple de 505 votos. La derecha suma 480 electores; a Berlusconi le faltan 50 voluntades. Eso explica las dudas de il cavaliere. 

La candidatura de Draghi cuenta con el respaldo de las formaciones de centroizquierda, que suman 420 votos. Tampoco alcanza.

Para lograr una mayoría, Draghi y Berlusconi deben salir a cazar votos entre los electores centristas y del grupo mixto, un centenar de legisladores que se fueron de sus partidos y están abiertos a escuchar ofertas. O conseguir el apoyo improbable de electores del bando contrario. Berlusconi tiene, en este sentido, una ventaja: sabe moverse mejor en esas arenas para seducir los votos que necesita. 

La candidatura de Draghi tiene un problema adicional y es que, si fuera elegido, generaría un vacío de poder que forzaría la conformación de un nuevo gobierno. O el adelantamiento de las elecciones generales, que están previstas para marzo de 2023.

A menos que alguno de los jugadores tenga una carta inesperada bajo la manga, el lunes comenzará una votación con final abierto. Italia se encamina hacia un proceso con un alto grado de incertidumbre, donde los ciudadanos solo serán testigos a la distancia de cómo se definen los destinos del país.