Junio de 1950. Año del Libertador San Martín. El primer gobierno del General Perón esta afianzado en el poder. Los sectores populares han sido finalmente incorporados a la vida política argentina. La Constitución Nacional ha sido reformada posibilitando la reelección presidencial. Se auguran muchos años en el poder para el peronismo. Aún así, el viento de cola de la posguerra y los saldos favorables del comercio exterior han comenzado a menguar y el modelo ya empieza a mostrar sus inconsistencias económicas. Pronto vendrá un nuevo plan quinquenal focalizado en la racionalización y el control del gasto público. Las malas cosechas harán el resto y las inconsistencias estructurales quedaran en evidencia. La incapacidad de resolverlas sacará a la luz la cara perversa del régimen, que callará las críticas y tapará los problemas sin pluritos ni reparos. En ese contexto comienza a implementarse una maquinaria propagandística sin precedentes, que impondra a Perón y Evita como figuras de devoción y fanatismo. No dejarán cabo suelto: en esta Argentina la prensa está censurada, o coartada pues el gobierno ha creado su propia red de medios, que controla en forma directa o a través de allegados.
Para ese frio invierno de 1950, aunque sin la violencia e intensidad de sus últimos años, ya empiezan a ser evidentes los atropellos totalitarios del régimen. Las política nacional no iba a quedar exenta: El presidente de la bancada radical, Ricardo Balbín, es declarado en desacato por el presidente y condenado a 5 años de prisión en marzo de 1950. Perón lo indultará a principios de 1951. Hasta el propio Cipriano Reyes —líder del Partido Laborista— había sido ya ametrallado y encarcelado años antes. Paradójicamente, en un gobierno que ha reconocido enormes derechos a las clases populares y revalorizando la vida democrática del país no hay espacio para los principios más elementales del orden republicano.
Jaqueado y dominado por el oficialismo, el Congreso Nacional continúa siendo el único recinto donde se escucha un discurso distinto al relato oficial, una proclama en contra del despotismo y a favor de la libertad. Ese discurso, esa lucha contra al totalitarismo, cobrará vida principalmente en la voz del ahora jefe de la bancada radical, el doctor Arturo Frondizi.
El debate
Es 22 de junio y hay debate en la Cámara Baja. Soberbio y robusto, John William Cooke es la estrella del oficialismo en el Parlamento. Joven, avasallante, preparado y con buena oratoria, representa el ala más revolucionaria del Movimiento, aunque ya no tiene el brillo de los primeros años. Cualquier tema sirve para repetir la retórica cotidiana de la cámara: el oficialismo humilla y defenestra al radicalismo, y la oposición radical denuncia el despotismo y los atropellos a las libertades del Gobierno.
Esa tarde, Cooke, que se había formado como militante en la UCR, tampoco escatima en ironía contra los miembros del bloque radical. Hace mella en las que considera son contradicciones del radicalismo con provocativas frases como: “¿Qué relación hay entre Yrigoyen y este partido que no vaciló en unirse a la oligarquía y ponerse a las órdenes de un embajador extranjero (Spruille Braden)?”. Se siente impetuoso y triunfante, cuestiona la misma esencia del partido popular y anti imperialista que pregonaba Yrigoyen. Intervenciones programadas de otros diputados dilatan la respuesta radical, hasta que finalmente toma entonces la palabra el doctor Frondizi. Su voz abaritonada irrumpe:
“Tengo la irrenunciable obligación de decir al diputado Cooke –en quien he apreciado sus intelectuales esfuerzos en esta Honorable Cámara para exponer problemas económicos y sociales – que lo he seguido con profunda pena cuando intentó enjuiciar a los diputados que nos sentamos en estas bancas y al radicalismo que representamos con honor y dignidad dentro de la República. Lo escuché con profundo dolor porque, pensando que el señor diputado Cooke —que ha tenido en su vida el honor de militar en las filas de la Unión Cívica Radical, en la que nosotros seguimos militando— tenía, como dijo aquel escritor que vivió en la Argentina, la implacable fe de los conversos para juzgar al partido en el cual él aprendió las grandes orientaciones económicas, sociales, morales y culturales de la Argentina”
La bancada opositora estalla en aplausos y vitoreos. La mayoría oficialista emana gritos de repudio y ofuscación. Cooke vocifera iracundo, fuera de sí: “Yo no soy un converso, el partido lo es. Yo seguí un lineamiento, el partido se desvío.”
Frondizi sigue su discurso. Alude también a comentarios similares, despectivos a la UCR, de los diputados Bagnasco y Albreu. Luego se enfoca en un exabrupto del congresista Berretta, quien afirmó no sentirse injuriado porque lo llamen “totalitario”. Tal era la soberbia del régimen y la moda de los tiempos. Sigue Frondizi: “A otros miembros de este régimen les molesta la palabra totalitario, y a mí no me interesa pronunciarla esta noche como acusación, porque lo grave no es que los diputados de la UCR les digamos totalitarios a los miembros del régimen oficialista, sino que lo terrible para la República es que se realicen actos que están configurando un despotismo que conduce a la aniquilación de las libertades y de la esencia democrática.”
Frondizi da rienda suelta a su pasión republicana y cuestiona la impotencia frente a un régimen que avasalla las libertades políticas más esenciales:
“Si el presente de la UCR es una cosa tan desdorosa, pregunto por qué no se acepta un día la realización de un amplio debate a fondo, para que que hagamos un paralelo doctrinario y práctico entre el radicalismo y el oficialismo, advirtiendo a los señores diputados que la mayoría de nosotros nos sentimos tan fuertes en nuestras posiciones doctrinarias y políticas que vamos a reconocer nuestros propios errores y que no cometeremos el acto que realizan ellos de pretender, muchas veces, justificar un error presente sobre la base de errores del pasado argentino. Si fuese verdad que el pueblo nos ha dado la espalda ¿Cómo se explica que el oficialismo no nos permita ponernos en contacto con ese pueblo? ¿Cómo se explica que nos cierre el acceso a todas las fuentes de expresión hablada o escrita? (…) Y podemos decir que, pese a nuestro escaso número en la cámara, somos una afirmación dentro de la historia argentina y que aún ni en el llano aceptamos llamarnos oposición; somos siempre afirmación de ideales populares, que nosotros consideramos ideales de la argentinidad, porque hay que advertir que aún desde el gobierno, representando posiciones electorales mayores, se puede ser opositor a los grandes ideales argentinos”
El presidente de la Cámara, el oficialista Héctor Cámpora, debe pedir orden reiteradas veces al finalizar las palabras del orador radical. No puede calmar los ánimos. Cooke está desencajado y pide la palabra reiteradamente. Está ansioso y desbordante por hablar:
“Como toda aclaración personal la que voy a realizar será muy breve. El señor diputado se ha referido a mi discurso en los términos severos que yo esperaba, pero me parece que ha excedido el límite de la convivencia parlamentaria al hacerme destinatario de una cita irónica con respecto a los conversos de que habla un escritor.”
Y prosigue:
“Sin perjuicio del planteamiento que corresponde a título personal por esa calificación que me agravia y ofende, debo decir para que sepa la Cámara que yo milité como toda la juventud de mi época en la UCR porque en la década infame era la única posibilidad contra el régimen de la oligarquía, y que cuando apareció un oscuro coronel que encarnaba las síntesis de las aspiraciones populares abandone la UCR. ¡No soy un converso! ¡A mi juicio fue la UCR se desvió de su línea histórica! “
Cooke continúa su discurso lanzando loas a los logros sociales del justicialismo y contrasta cómo, a su parecer, la UCR había sido cómplice de la oligarquía, traicionando las banderas populares. La ovación es abrumadora, en parte por la mayoría oficialista, en otra por lo exaltado que están los congresistas. Pero Cooke no está satisfecho. Frondizi, con magistral altura, le ha llamado converso o, lo que es lo mismo, traidor y arribista en plena sesión parlamentaria.
Terminada la sesión, ya en los pasillos de la Cámara, Cooke irrumpe desbordado a donde se hallaba el bloque radical. “Esto no va a quedar así”, vocifera y señala amenazador a Frondizi. “Yo no soy un converso, conversos son todos ustedes que traicionaron al pueblo”, grita iracundo. “La historia y el pueblo argentino me dan la razón. Esto no va a quedar así”, profetiza exaltado Cooke frente a la efigie serena del presidente de la bancada radical. Frondizi lo mira desafiante y responde: “Me hago cargo de cada una de mis palabras”. Un cada vez más tumultuoso grupo se esfuerza más por agitar y agredir al bando contrario que por separar a los involucrados. Finalmente, la fuerza policial del recinto interviene y da un final forzado a la disputa. No será tal. Pronto continuará disputa por el honor, pero esta vez en un duelo a pistolas.
Continuará…. duelo Frondizi Cooke duelo Frondizi Cooke duelo Frondizi Cooke duelo Frondizi Cooke duelo Frondizi Cooke duelo Frondizi Cooke duelo Frondizi Cooke