*)Por Sebastián Lucas Ibarra.

No hay proceso de integración y socialización más poderoso que la educación. A través de ella  aprendemos a convivir asimilando un conjunto de valores, reglas y conductas culturalmente aceptadas. Al mismo tiempo es el medio convencional por el cual podemos adquirir diversas herramientas y habilidades mediante las cuales desempeñaremos un rol productivo dentro de la comunidad. Es decir nos enseña a convivir con los demás y nos prepara para desempeñar un trabajo acorde a nuestra vocación, interés y talento. Es por eso que todos reconocemos estas inigualables capacidades y potencialidades que tiene la educación como un elemento fundamental, dentro de un plan de desarrollo, para superar los flagelos de la desigualdad, la inequidad y la pobreza.

Interesante es demostrar este impacto de la educación en variables y efectos concretos sobre el desarrollo, especialmente en términos económicos  productivos  porque son aquellos que permiten que el mismo sea solido y sustentable. Es decir, sea endógeno, controlado, orientado y potenciado. En particular me referiré en este artículo a dos cuestiones claves para dicho logro: el aumento de la productividad y la mejora en la competitividad.

El ansiado incremento de la productividad

La resolución 195 de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) es bien clara al destacar los beneficios de la educación en el desarrollo económico: “La formación y el desarrollo de los recursos humanos tienen efectivamente un papel central que cumplir en materia de desarrollo económico, por su incidencia en la innovación tecnológica y de organización de trabajo, en la productividad y en la competitividad, por mencionar sólo algunas de las dimensiones citadas en la nueva norma.”

Si entendemos a la productividad como la relación entre la producción obtenida por un determinado sistema de producción o servicios y  los recursos necesarios para obtenerla, se hace evidente que el aporte de la formación y la capacitación pertinente promueve justamente la eficacia de la misma. Aquellos que mejor lo saben hacer y mejor se organizan es evidente que menos recursos emplearan o mayores réditos tendrán, que aquellos que carecen de la preparación necesaria.

“La tecnología, el otro factor invocado como clave para la elevación de la productividad, no es más que un resultado de la educación, la cultura, la creatividad y los sistemas de administración”.  Es evidente que desde todas las ópticas, la manera más adecuada para potenciar la productividad es la educación y formación de los recursos humanos, ya sea para emplear la tecnología como para desarrollarla. Se concibe entonces que la esencia del aumento de la  productividad es trabajar más inteligentemente y no de manera más “dura”. Esto es cada vez más cierto al estar ya inmersos en la denominada “era del conocimiento”. La misma se fundamenta en una nueva manera de producir fundada en la revolución del procesamiento de la información, derivada de las nuevas tecnologías.

Mejora de la competitividad

La productividad es clave porque hace a la competitividad, es decir que los  productos y servicios sean rentables y atractivos, tanto dentro como fuera del país. Esto posibilita no solo generar empleos ofreciendo productos de calidad al mercado local, sino también exportar producción nacional con la consecuente entrada de divisas clave para el equilibrio de la balanza de pagos.

La misma norma de la OIT explica mejor esta relación clave del proceso de desarrollo económico“A través de su incidencia (de la educación) en el aumento de la productividad, queda comprobado el rol que desempeña la formación en el desarrollo de la competitividad, que en su acepción más literal hace referencia a la capacidad de competir que posee una empresa, sector o país en el marco de la  economía. También alude a la capacidad de generar (sin dejar por ello de seguir abierto a la competitividad internacional) unos niveles suficientemente elevados de empleo y de ingresos.”

Por supuesto que no es sólo la cuestión educativa aquello que incide en el logro de la competitividad ya que es fundamental una estructura productiva que la promueva articulada con las diversas variables macroeconómicas y con alta calidad de instituciones públicas para potenciarlas.  Pero la inversión educativa es una de las maneras más idónea de lograr  la competitividad sistémica, muy diferente a la competitividad precio que se genera artificialmente mediante devaluaciones. Si bien útil y necesaria para sostener el nivel de empleo, esta competitividad artificial inevitablemente es un fenómeno pasajero, ya que los mismos bienes de la económica, y su moneda entre ellos, van a tender con el tiempo a apreciarse.

Una llave al futuro

El mismo hecho de ser competitivos merced a la capacidad de nuestro capital humano es una de las claves fundamentales para insertarse a los desafíos globales del siglo XXI de manera exitosa. La misma norma de la OIT destaca que “la posibilidad que tenga un país de atraer con éxito, asimilar y aprovechar la inversión extranjera directa y la transferencia de tecnología consiguiente, dependerá sobre todo de su propia “capacidad tecnológica”, de la cual forman parte las calificaciones y los conocimientos técnicos de su población activa.”

 Más que nunca, competitividad es la palabra clave del éxito en una economía globalizada que influye enormemente en nuestras vidas cotidianas y en el propio periplo de nuestra joven Nación. Ser competitivos por innovación tecnológica y por capital humano es una garantía para que nuestras relaciones con el mundo sean más provechosas, más solidas y sobre todo más autónomas, dejando atrás lazos aún vigentes de dependencia. Pero comprendamos que no se trata sólo de ser competitivos a cualquier precio y  así recurrir a variables como el uso intensivo de mano de obra barata, la explotación intensiva de recursos naturales, o a continuas devaluaciones, salidas que al fin de cuentas profundizan desajustes, dependencia e inequidad social. Se trata de que los argentinos vivamos mejor, con oportunidades valederas de desarrollo personal en ambiente de paz y concordia, y la educación, enmarcada en un plan maestro de desarrollo, es la clave para generar el capital humano capaz de producir la competitividad sistémica que pueda sustentar, de manera tangible, el bienestar y el desarrollo que anhelamos los argentinos.