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Los gobernadores Raúl Uranga y Carlos Sylvestre Begnis firman el contrato para la construcción del túnel.

Marciano Martínez sabía que era un pedido difícil de cumplir. Pero el brigadier Ricardo Favre se lo había encomendado personalmente, no podía fallarle. Se acercaba la fecha y Raúl Uranga no había confirmado si iba a asistir a la inauguración del túnel subfluvial. Tenía que convencerlo. Uranga había sido el principal impulsor de la obra, que comenzó en su gobierno; necesitaban que fuera a la ceremonia, le explicó el brigadier.

Los militares habían derrocado siete años antes al presidente Arturo Frondizi y a todos los gobernadores. Uranga era uno de ellos. Cuatro años después, un nuevo golpe militar instauró la dictadura autoproclamada Revolución Argentina, que gobernó el país entre 1966 y 1973. Uranga desconfiaba de las Fuerzas Armadas en general y sentía un rechazo especial por Favre. Marciano finalmente lo convenció. Iba a ir, dijo Uranga, pero con dos condiciones: asistir “como un ciudadano más”, sin un rol protocolar, y no recibir ningún reconocimiento de Favre.

La ceremonia incluía la entrega de unas medallas, como recordatorios, a los políticos y funcionarios que habían participado en la construcción del túnel. Dos de ellas tenían un gran peso simbólico: las de Carlos Sylvestre Begnis y Raúl Uranga, los mandatarios de Santa Fe y Entre Ríos que decidieron construirlo. Al entrerriano le irritaba imaginarse la escena del brigadier entregándole la medalla.

La foto más difundida del 13 de diciembre de 1969 muestra un auto oficial que corta con el paragolpes una cinta dentro de túnel. Es el instante de la inauguración. Dentro del Rambler Ambassador azul viajaba el general Juan Carlos Onganía, el presidente de la dictadura. Después de la inauguración, la ceremonia continuó con un acto en Paraná. Marciano Martínez todavía recuerda a Raúl Uranga sentado en un costado de la mesa, porque se negó a ocupar el lugar de honor que le habían reservado, con las piernas largas y flacas cruzadas, anudadas. Estaba nervioso, molesto. El brigadier Favre dio un discurso elogioso sobre la gesta provincial que significó la construcción del túnel y destacó la figura de Uranga. Un momento insoportable. Pero Favre cumplió y no le entregó la medalla. Fue peor: la recibió de las manos del mismísimo Onganía.

Aquel día, hace exactamente 50 años, Entre Ríos quebró el aislamiento. Al igual que Corrientes y Misiones. Hasta entonces, no existían conexiones carreteras con el resto del país y solo se podía cruzar en balsas. Uranga decía que se habían unido las dos Argentinas: la Argentina insular y la Argentina continental. Fue un día histórico, empañado porque el país vivía bajo un régimen autoritario.

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El dictador Juan Carlos Onganía inaugura el túnel a bordo de un Rambler Ambassador, el 13 de diciembre de 1969.
Un camino largo y difícil

La idea de conectar Paraná y Santa Fe por tierra comenzó a circular en 1911. En las décadas siguientes se presentaron propuestas y se discutió si la mejor opción era un puente o un túnel. Ninguna prosperó. Tardaría 50 años en concretarse la conexión. El gobierno peronista de Felipe Texier reflotó el proyecto y encargó un estudio para analizar la factibilidad de construir un túnel. Quedó en los papeles, pero era un primer paso.

Con la llegada de Uranga y Sylvestre Begnis al poder en 1958, el proyecto se convirtió en una prioridad. Entre Ríos era entonces una provincia sin caminos internos ni conexiones por tierra con el resto del país o con Uruguay. Todos los puentes que hoy existen se construyeron después del túnel. El eslógan de la campaña de Uranga respondía a esa realidad: “Hay que sacar a Entre Ríos del barro”.

El aislamiento de la Mesopotamia no era un descuido, era la estrategia defensiva que las Fuerzas Armadas habían diseñado contra una eventual guerra con Brasil. Esa era entonces la principal hipótesis de conflicto del país. La Mesopotamia era un tapón protector, una barrera de barro, pobreza y subdesarrollo.

Por eso el Ejército se oponía a la construcción de un puente o un túnel. Los militares tenían una fuerte influencia en el Ministerio de Obras Públicas de la Nación y lograron bloquear el proyecto, a pesar de que contaba con el apoyo del presidente Frondizi

Los gobernadores reaccionaron. Y encontraron cómo vencer la resistencia militar. En diciembre de 1959, durante un almuerzo en el restaurante Luisito de Paraná, decidieron construir el túnel sin el apoyo del Gobierno Nacional. Optaron por un túnel por una razón estrictamente política: el lecho subfluvial está bajo jurisdicción interprovincial y, por lo tanto, no era necesaria la autorización de la Nación.

Las administraciones públicas se pusieron en marcha y en seis meses se firmó el tratado interprovincial para la construcción del túnel. Fue el primer acuerdo de este tipo entre dos provincias desde la sanción de la Constitución de 1853. El 31 de enero de 1961 se abrieron los sobres de la licitación y se adjudicaron las obras. El proceso se concretó en un plazo tan breve gracias a que se basó en los estudios de Texier. Un año después, el 3 de febrero de 1962, se colocó la piedra fundacional. Pero dos meses más tarde, el golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional paralizó las obras.

El túnel corrió serios riesgos de frustrarse. En 1963, asumieron los gobernadores radicales Carlos Contín y Aldo Tessio y se comprometieron a reanudar la construcción, pero necesitaban financiamiento. El interventor de Entre Ríos Leandro Ruiz Moreno, anterior a Contín, había gestionado un crédito ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), pero el organismo exigía que el proyecto fuera aprobado por el Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE) y que el Gobierno Nacional lo declarara prioritario. La discusión se volvió a empantanar. El CONADE elaboró un informe lapidario en el que desaconsejaba la construcción del túnel porque consideraba que el cruce entre Santa Fe y Paraná podía solucionarse con una “intensificación adecuada del servicio de balsas”.

Contin y Tessio presionaron al presidente Arturo Illia. Tenían un argumento sólido a su favor: los contratos preveían penalidades muy altas si se suspendían las obras del túnel. Las cláusulas habían sido pensadas, justamente, para evitar que se intentara boicotear el proyecto. Funcionó. En 1964, gracias a un acuerdo con el Gobierno Nacional, las obras retomaron el rumbo. Y ya no se detuvieron.

El túnel se convirtió así en una política de Estado: soñado en la época de los conservadores y los primeros radicales, basado en estudios del peronismo, impulsado y concretado por el desarrollismo, defendido por los radicales y completado por un gobierno de facto, pese a las resistencias iniciales de los militares.

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Trabajadores del túnel, en el dique seco donde se fabricaban los tubos
El desarrollo, la cuenta pendiente

El 13 de diciembre de 1969, el río dejó de ser una barrera para el desarrollo de Entre Ríos. Cada año, unos 4,5 millones de vehículos cruzan el túnel. Todos los días, cientos de entrerrianos y entrerrianas viajan a Santa Fe a estudiar, trabajar, enamorarse o divertirse. Viven una vida en las dos orillas.

La provincia cambió mucho en las últimas décadas, pero las consecuencias del largo aislamiento son visibles todavía hoy. Entre Ríos se mantuvo al margen del mayor proceso de industrialización y desarrollo del país, entre 1945 y 1976. En aquellos años, se convirtió en la provincia que más población expulsaba. 

La inauguración del túnel redujo la migración masiva de los entrerrianos, aunque no la detuvo. Con el comienzo del siglo y el boom de las materias primas, la provincia vivió una relativa bonanza y se convirtió en la octava mayor exportadora del país. Pero tiene una economía con una fuerte orientación a la producción primaria, con escaso valor agregado, y un abismo la separa del grado de desarrollo de Córdoba y Santa Fe, las socias de la Región Centro.

El túnel cumple 50 años como testigo de los progresos y las frustraciones de los entrerrianos. Un día como hoy, Uranga y Silvestre Begnis recibieron de las manos de un dictador el reconocimiento por la obra más importante de sus gobiernos. Lo vivieron incómodos, como invitados secundarios de un acto militar. El recuerdo de aquel día es un testimonio de lo difícil y amarga que fue, y es, la lucha contra el aislamiento y el atraso del interior del país. No es la historia ideal que el túnel se merece, pero es la historia real. Tan real como el túnel, que desde hace cinco décadas se hunde en el corazón del río como un monumento al federalismo.