Abundan los auspiciantes de un acuerdo sustancial de la dirigencia argentina para garantizar gobernabilidad tanto desde el Ejecutivo como desde la oposición. Desde las urgencias diarias suele plantearse en torno de la estabilidad monetaria y cambiaria, cuyas crisis recurrentes hacen temblar el andamiaje institucional, sin advertir que tal fragilidad proviene de nuestra crónica crisis social y productiva.
Quedan sin aire, dentro y fuera del Gobierno, los detractores de un entendimiento que sirva de plataforma a coincidencias responsables en torno de políticas de Estado utilizando argumentos displicentes, como que «eso es pura retórica» (sobre el grave supuesto de que no hay cuestiones estructurales pendientes) o también que «no hay con quién hacerlo», sin advertir que la calidad de los representantes es directamente proporcional a la seriedad de lo que se trate. En una línea más constructiva, veamos las condiciones que debería abarcar un acuerdo serio y básico en tres ámbitos principales: el social, el económico y el educativo.
En el terreno social hay que integrar a todos los habitantes, de modo progresivo, en actividades socialmente útiles, con la mayor amplitud imaginable en este concepto: desde cooperativas hasta ONG, y potenciando por diversos medios la incorporación de trabajadores a las pymes. Mirando para atrás, no hay soluciones probadas, pues se quemaron todos los papeles, y las horribles prácticas clientelares aplicadas no deberían desalentarnos, sino servir de inspiración para evitar repetir errores.
En la economía hay que salir del sistema dominado por las finanzas para centrarse en la producción estableciendo prioridades de inversión a lo largo y ancho del país, como la energía (no solo la materia prima, sino también como vector de industrialización y promotor de calidad de vida urbana y rural), para lo que tenemos condiciones óptimas, con abundantes recursos convencionales y no convencionales.
Esto requiere, también tendencialmente, rediseñar el sector público hacia la eficiencia y bajar el gasto improductivo. Hoy la renta generada se esteriliza, se esconde y se atesora; no hay ahorro tangible que la transforme en inversión, sino muy parcialmente. Se debe a que el implacable dispositivo recaudatorio fiscal destruye el núcleo de reproducción del capital y lo transfiere al sistema financiero local e internacional, destinando una parte al «gasto social», que a su vez, ausente de contrapartida laboral, aumenta el endeudamiento sin incrementar el producto. Esto es miope y suicida, aunque hoy sea, a falta de una política expansiva, inevitable en la situación social existente.
La gran transformación social y económica que supone un acuerdo fecundo y operativo tiene un paralelo envolvente en la prioridad educativa: la escuela y los maestros aprendiendo a vivir en este mundo cambiante, adaptándose a los nuevos paradigmas de sociabilidad, intercambio y generación de bienes materiales e inmateriales.
Asumamos que acordar un programa básico como el sintéticamente evocado aquí suena revolucionario. Exige una enorme determinación y un fenomenal liderazgo. Lo hará gente nueva e impensada que surja de la puja política en un ambiente de oxigenación y renovación democrática. Pero no va a aparecer si se mantiene el dispositivo actual de elegir por descarte y en función de los prejuicios más instalados. Por todo esto se plantea un acuerdo superador. Descreídos y pusilánimes, abstenerse.
Fuente: La Nación
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