En la reciente visita de Barack Obama a la Argentina todos los desarrollistas tuvimos la enorme y grata sorpresa de escuchar, en la Cena de Gala en el Centro Cultural Kirchner, que el propio presidente de Estados Unidos nombrara al doctor Arturo Frondizi (1). Yo lo estaba viendo en vivo y confieso que, como muchos de ustedes, me emocioné al instante. Creo que fue orgullo. Sí, fue orgullo. Orgullo por sentir esas palabras como un reconocimiento a su figura de estadista, que sin duda implicaba la sorpresiva mención, tantos años después de su gobierno, por el líder de la potencial mundial imperante.
Dijo, textual, el presidente de EE UU: “En 1961, que fue el año en el que yo nací, dos de nuestros predecesores, el presidente John F. Kennedy el presidente Arturo Frondizi, se juntaron para tener una reunión en La Florida y uno de los temas del día era que se iba a hacer con el tema Cuba, que acciones íbamos a tomar contra ese gobierno“
Que Obama nombrará este histórico suceso fue una acertadisíma elección, pues encontraba el ejemplo perfecto de lo que entiende deben ser las relaciones entre los dos países enmarcado en un tema de plena actualidad como es Cuba. Y es que, con su visita a la Isla aún fresca, por más que tenga enorme valor en sí mismo, el suceso gana en vigencia, relevancia y ejemplaridad.
Algúno podría objetar que presidente Obama no aclaró que Frondizi le aconsejó fervientemente a Kennedy no excluir a Cuba del sistema americano porque un error estratégico mayúsculo que debían evitar. Es cierto que hubiese sido agradable escuchar también ese reconocimiento, pero tampoco se le puede reprochar tanto a quien, justamente, llevó a cabo, aunque desfazado en el tiempo, lo que aconsejó Frondizi. Nos tendrá que bastar saber que el tiempo y los hechos le dieron la razón.
Con respecto a la entrevista en sí misma, desconozco si Obama sabe fehacientemente de qué se habló en ella, donde, por ejemplo, Frondizi le reprochó cordialmente a Kenedy que con la Alianza para el Progeso, Estados Unidos estaba haciendo «peronismo en America Latina». Afortunadamente, nosotros sí podemos tener una invalorable narración de la misma en la pluma del embajador Ortiz de Rozas, quien oficio de traductor y la relató en sus memorias. Sugiero la lean (2).
Aún así, es importante que lo anécdotico no nos distraiga de lo fundamental en la alusión del presidente Obama. El encuentro en Palm Beach fue, sin duda, el momento cumbre de las relaciones entre los gobiernos de Argentina y Estados Unidos, las cuales nunca fueron precisamente fáciles. El que ambos países sean agroexportadores, competitivos entre sí, determinó una natural hostilidad. El imperialismo manifiesto a principios del siglo XX, proclamado en la Doctrina Monroe con el conocido “América para los americanos” (que en buen romance era que la potencia que debía dominar la influencia de toda América eran los norteamericanos), determinó que un país con cabal influencia en el continente como la Argentina considerara una amenaza la injerencia norteamericana y lo viera como un rival y no un aliado (incluso Saenz Peña retrucó con «América para la Humanidad»). La neutralidad en la Segunda Guerra Mundial hizo evidente esta desconfianza, y la famosa proclama “Braden o Perón” sirve como imagen perfecta para comprender el recelo hacía Estados Unidos, inmerso en el sentir popular durante los años previos al gobierno de Frondizi.
Ni Frondizi ni Frigerio eran justamente pro yanquis. Más bien, recordemos, se los acusaba de comunistas. Como pocos, conocían las artimañas del imperialismo y los monopolios extranjeros, pero tenían bien claro que esas fuerzas eran otras muy distintas a las que habían puesto al pueblo norteamericano en la vanguardia del desarrollo. No podían dejar de admirar como en Estados Unidos habían confluido esfuerzo, visión y patriotismo para forjar las bases materiales y espirituales de una gran Nación. Era el gran espejo a donde mirarse. El propio Frondizi lo deja bien claro años antes de asumir la presidencia incluso, en medio del debate legislativo respecto al TIAR (28 de junio 1950):
“Nosotros conocemos y apreciamos la contribución de Estados Unidos al progreso del hombre en muchas latitudes del mundo. Cuando nosotros hablamos de oposición al imperialismo yanqui, estamos expresando nuestra palabra de fe y de amor a ese grande pueblo del Norte, que ha sabido entregar la sangre de sus hijos para la defensa de los grandes ideales humanos.
Nuestro antiimperialismo no es de odio ni al pueblo ni a las instituciones libres de Estados Unidos de Norteamérica, que admiramos, y con los cuales nos sentimos identificados en sus raíces y en su desarrollo. Nuestra posición antiimperialista es posición de odio implacable a los monopolios de ese gran país.”
Pero no sólo Estados Unidos podía servirnos de ejemplo a imitar. En un mundo bipolar, obligado a una coexistencia pacífica, ante un consecuente desarme que implicaría inevitablemente mayores recursos disponibles para inversiones, Estados Unidos era el mecenas perfecto al cual había que seducir y convencer para que nos ayude a financiar el programa de desarrollo. La concientización de la relavancia de Estados Unidos en nuestro desarrollo fue algo inédito en la historia de las relaciones exteriores argentinas. No era una tarea sencilla: recordemos que veníamos de años de rechazo y hostilidad al influjo yanqui e impregnados de un nacionalismo que hacía más foco en los medios que en los fines.
La visita de Eisenhower y la recipróca de Frondizi a Estados Unidos marcan ya un acercamiento inicial y una mutua concientización de la coincidencia de intereses comunes. Con Kennedy, la confianza, la empatía, pero sobre todo la admiración mutua, reflejaron el pico de las relaciones entre los dos países. Fue tan así que. más de 60 años después, un presidente norteamericano lo recordó. Precisamente, vale mucho destacar la madurez, prestigio y autonomía con que se manejaron las relaciones entre ambos países. Recordemos la infantilidad de las “relaciones carnales” de los 90, casi en una situación de sumisión, desprovista de toda dignidad.
Y es que Frondizi se plantó ante Kennedy como un líder regional, y así fue reconocido y respetado por él. Y de la misma manera posicionó a la Argentina. No es un detalle menor que el encuentro de Palm Beach haya sido convocado por JFK de improviso, pidiéndole a Frondizi que desviara su viaje de regreso de la gira por Asía, porque deseaba consultarlo sobre los pasos a seguir en torno a Cuba. Eso fue lo que celebró Obama, la grandeza de un presidente argentino y de la gran Nación que representaba.
Por último, no es menor señalar que quienes promovieron aquella primavera en las relaciones bilaterales de los dos países fueron todos auténticos patriotas que actuaron en concordancia a los intereses nacionales. Esto vale sobre todo para reflexionar sobre las protestas y manifestaciones pseudo-nacionalistas contra la presencia del presidente Obama, llegando a indignarse por la presencia de banderas norteamericanas. ¿Beneficia en algo esa posición los intereses de la Nación?, ¿o acaso no entorpecen aquella relación que Frondizi y Frigerio comprendieron es fundamental para nuestro desarrollo?
Por todo lo expuesto, se puede ver que no es casual ni arbitario que Obama señale aquel encuentro en Palm Beach como el punto desde donde debe continuar y proliferar la relación entre los dos países. Y no sólo eso, sino invitando a la Argentina a asumir, como en aquél entonces, el rol geopolítico que le corresponde. Enorgullece que Arturo Frondizi y su obra sean así reconocidos por él y complace que haya encontrado en el presidente Macri a alguien capaz de continuar su ese camino. La visión estratégica, el patriotismo y la dignidad con que llevo a cabo el doctor Arturo Frondizi tamaña tarea le serán, sin duda, un invaluable modelo de inspiración.