Argentina y EE.UU. han sufrido a lo largo de la historia altibajos marcados por momentos de extrema tensión y momentos de mayor sintonía. Atravesamos etapas que van desde el diálogo entre pares en el siglo XIX hasta las relaciones sin cuestionamientos de los 90 y la confrontación constante a efectos de legitimar internacionalmente el relato construido para consumo interno de algunos sectores de la sociedad.

Políticas y decisiones del pasado dejaron rastros profundos en la relación de América Latina y EE.UU., rastros que se evidencian particularmente en nuestro país, en la antipatía y en el malestar social de los argentinos cuando de EE.UU. se trata. Perón o Braden, las relaciones carnales y el patria o buitres son hitos de nuestra historia reciente que distan de ser las relaciones propicias, maduras y mutuamente beneficiosas que se espera que dos países con diferente peso relativo mantengan en una era marcada por la globalización e integración regional.
La historia de la política exterior entre Argentina y EE.UU., hace cincuenta años, transitó un período diferente. Fue durante la presidencia de Frondizi en Argentina y de Kennedy en EE.UU. cuando ambos países tuvieron un entendimiento equilibrado mediante una relación marcada por el intercambio político y proyectos comunes, en la cual nuestro país tomó un rol preponderante en la región y entabló una relación de pares.

El programa desarrollista de Frondizi contemplaba una instancia superadora del clivaje antinorteamericano o pronorteamericano. Se trataba de una integración donde prevalecían los intereses comunes sobre la histórica polarización. La materialización de ello fue la llamada Alianza para el Progreso, la cual para la época contemplaba la inversión de importantes sumas destinadas al progreso de América en su conjunto.
Además del paralelismo en el contexto político que se puede trazar entre la reciente visita de Obama y el encuentro de Frondizi con Kennedy, también existe un paralelismo económico. Frondizi estaba preocupado por la inflación, la falta de reservas, la ausencia de divisas, el déficit energético, la deuda externa y la necesidad de capitales extranjeros para el desarrollo del país, dado que él sostenía que la toma de capital extranjero no era un mal en sí mismo, sino que su mal uso podría distorsionar su verdadero fin. Como si el tiempo no hubiese pasado, el actual presidente se encuentra con las mismas necesidades y la urgencia de atraer inversiones así como de volver a colocar a la Argentina en la agenda internacional como primeros paliativos.

América Latina atravesó distintas etapas desde regímenes autoritarios, gobiernos neoliberales y más recientemente una oleada de gobiernos populistas. Y hoy se vislumbra una Argentina que parece comprender que necesita de la cooperación con todos los países y busca recuperar la relación que plantearon Frondizi y Kennedy, una relación que no responde ni a la subordinación del pasado ni a arbitrarias relaciones ideológicas.
Pasaron más de cincuenta años y nos encontramos con una región que demanda gestos de desarrollo y tiene la necesidad de una integración no sólo territorial sino también plasmada en la búsqueda de objetivos comunes sin perder la diversidad de cada país. La búsqueda de una Argentina más madura, que deje de pensar con etiquetas del siglo XX para comprender la política en este contexto, en el que atraviesa y está inserta, en el siglo XXI.
Nuestro país se posiciona como una bocanada de aire fresco dando señales de cambio en el extremo sur del continente, donde un presidente conciliador con foco en la gestión y no en la confrontación, con dotes negociadoras y capacidad de reflexión, lidera un país sobre la base del diálogo y la construcción de puentes políticos en lo interno, mientras reinserta internacionalmente a la Argentina defendiendo sus intereses concretos y sin retóricas aislacionistas.

Fuente: Perfil.com América integrada para el desarrollo América integrada para el desarrollo