Naftali Bennett entró el 13 de junio al parlamento israelí con la seguridad de que iba a hacer historia. Tras una larga negociación, Bennett había logrado un acuerdo amplio con ocho partidos muy diversos que tenían un objetivo en común: poner fin al ciclo de 12 años de Benjamín Netanyahu en el poder. En uno de los primeros mensajes tras asumir al frente del Gobierno, Bennett subrayó la importancia de la unidad nacional. «No será sobre mí, sino sobre nosotros», aseguró, en referencia al espíritu pluralista del nuevo ejecutivo.
El nuevo gobierno está integrado por varios exaliados y exministros del rey Bibi, como llaman a Netanyahu. El mismo Bennett es un empresario exitoso que saltó a la arena política de la mano de Netanyahu. Fue su asesor, jefe de Gabinete y ministro en dos carteras, Educación y Defensa. Era el protegido de Bibi.
El aliado clave del nuevo primer ministro es Yair Lapid, el líder de Yesh Atid, un partido laico y centrista. Lapid hizo una concesión extraordinaria en las negociaciones: a pesar de que su partido obtuvo 17 escaños, apoyo la investidura de Bennett, que solo consiguió siete bancas. Sin embargo, Lapid no se quedó con las manos vacías. El acuerdo prevé que Bennett gobierne los primeros dos años y Lapid sea primer ministro la segunda mitad del mandato. Lapid es actualmente «primer ministro alterno» y está a cargo de la cartera de Relaciones Exteriores.
También integran la coalición de gobierno el controvertido nacionalista de extrema derecha Avigdor Lieberman; el partido de centro Hosen L’Israel, de Benjamín Benny Gantz; la formación de derecha Nueva Esperanza, encabezada por Gideon Saar; y el histórico partido Laborista, de la mano de Merav Michaeli. La incorporación que más llamó la atención, no obstante, fue la del partido conservador islámico Ra’am de Israel. Su líder, Mansour Abbas, aceptó la invitación a cambio de que haya una mejora en la calidad de vida de los israelíes árabes y más recursos para las ciudades donde viven.
La votación en el Kneset (el parlamento israelí) fue muy ajustada: la coalición sumó el apoyo de 60 de los 120 legisladores. En una sesión caótica, el nuevo primer ministro fue el blanco de los partidarios de Netanyahu, que lo acusaron de traidor. Bennett, sin embargo, mantuvo la templanza a la hora de su discurso y prometió de manera solemne que su gobierno «trabajará para todo el país en su conjunto, nadie debe tener miedo». Incluso dedicó palabras cálidas hacia el primer ministro saliente y su esposa.
El perfil y los desafíos del nuevo gobierno
Bennett, de 49 años, es un judío ortodoxo moderno y amante de la tecnología. Tiene formación militar, integró las fuerzas de élite Sayeret Matkal y está posicionado ideológicamente a la derecha de Netanyahu. Nunca se ganó del todo la opinión pública israelí. El nuevo primer ministro es un férreo opositor a la creación de un estado palestino, apoya los asentamientos judíos en Cisjordania y favorece directamente la anexión de grandes partes del territorio ocupado.
A pesar de su perfil duro, y como consecuencia de la heterogénea alianza que lo encumbró en el poder, el nuevo primer ministro planteó prioridad la búsqueda de la unidad del pueblo israelí, que deja atrás la era Netanyahu muy dividido y fracturado. Bennett deberá mostrarse como un líder unificador.
Lapid, el primer ministro alterno, tiene un perfil opuesto a Bennett. Es un expresentador de noticias de televisión muy conocido, centrista, laico y defensor de la idea de los dos estados. Lapid recibió el mandato de formar gobierno, ya que lideraba el partido opositor con la mayor bancada en el Kneset. Lo primero que hizo Lapid fue entablar un diálogo con Bennett, a pesar de sus profundas diferencias. Ambos coincidieron en que Israel necesitaba un cambio.
El país llevaba más de dos años sin un gobierno estable. Se habían celebrado cuatro elecciones y los resultados arrojaban un parlamento tan dividido que ningún grupo lograba negociar una mayoría. La alternativa era una alianza amplia o una nueva convocatoria a las urnas. En medio de las negociaciones políticas se produjo un nuevo enfrentamiento con los palestinos, que comenzó con unas protestas en el barrio de Sheikh Harah, en Jerusalén Este, contra la decisión judicial de desalojar a seis familias árabes de sus casas y escaló hasta un bombardeo cruzado con Hamás, en la Franja de Gaza.
La nación sufría un desgaste constante a pesar de que en la última década la economía israelí había duplicado su tamaño. Netanyahu presumía de este éxito, pero las diferencias constantes con sus aliados dentro de su gobierno no cesaron a la vez que las denuncias de corrupción acumularon una constante inestabilidad institucional y una fuerte pérdida de imagen del primer ministro.
Una de las consecuencias de los 12 años de gobierno de Netanyahu es la derechización de la sociedad israelí. Cabe la aclaración de que derecha e izquierda en Israel se definen por una menor o mayor apertura a la negociación con los palestinos. Cuando asumió Netanyahu en 2009, el 70% de los israelíes apoyaba la idea de la creación de un estado palestino, actualmente esta solución apenas es respaldada por un 43% de la población.
La primera prueba de fuego del nuevo gobierno fue el ataque con globos incendiarios que Hamas ejecutó la semana pasada, un mes después de que hubiera finalizado la última escalada bélica. Bennett no titubeo y advirtió que «la paciencia de Israel se agotó» y no tolerará «más violencia» de ningún tipo. Su postura fue acompañada por todo el gabinete de seguridad, toda una señal de que la coalición funciona sin fisuras. Por ahora.
La pregunta central es si la era Netanyahu terminó definitivamente. Bibi es el jefe de la oposición con 30 bancas en el Kneset. Con el respaldo de otros partidos de derecha y religiosos puede sumar una mayoría de 76 escaños. Sabe que el nuevo gobierno es frágil, que la diversidad de ideas puede resquebrajarlo en cualquier momento. Cualquier fisura puede ser una oportunidad para que Netanyahu vuelva al poder. Mientras tanto, se mantiene al acecho.