Populismo
Malena Galmerini, Axcel Kicillof, Cristina Fernández, Sergio Massa y Verónica Magario.

Engañan, infunden ilusiones incumplidas y «miente que algo quedará», frase célebre del nefasto ministro de propaganda de la Alemania Nazi, Joseph Goebbels.

El populismo es eso. Un constante mecanismo de manejos de persuasión hacia el otro con promesas de progreso y desarrollo que con el correr de los tiempos no cumplen las metas establecidas en su ideario. Allí radica su estafa moral.

Pueden mutar de la izquierda a la derecha. Dicen ser lo defensores de los derechos básicos de la sociedad. Usan conceptos nacionalistas con el objetivo de enfervorizar el sentimiento de pertenencia, la unión por lo nacional, y denuestan a través de variadas herramientas la opinión del otro, generando una brecha con ingredientes de rivalidad extrema.

En la práctica, sin embargo, se convierte en un Estado burocrático ineficaz, corrupto y censor de las libertades individuales y colectivas. Que con el transcurso de su existencia empieza a mostrar los  síntomas de las promesas incumplidas, las que generan el atraso del crecimiento y el desarrollo.

Es su gen por naturaleza. Es su forma de dominar al otro. De contaminarlo. Numerosos ejemplos vemos en la actualidad en América Latina. Casos concretos: la Nicaragua de Ortega y el chavismo en Venezuela, entre otros. Y en Europa emergen con odios xenófobos hacia los  inmigrantes, que según ellos son los causantes de los desequilibrios económicos, y resucitan el fantasma de las ideologías que llevaron a la catástrofe del continente.

La ceguera sucedió en Argentina durante 12 años. Y se puede volver a repetir.

Depende de la capacidad de la población de darse cuenta y quitar esa venda.

Todavía estamos a tiempo.