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Vista aérea de un pozo de Vaca Muerta, Neuquén

Cuando asumió como presidente, Frondizi sostuvo: «Debemos alcanzar el autoabastecimiento energético, basado en la explotación de los yacimientos petroleros y carbón y en la utilización de la potencia hidroeléctrica. Ello nos permitirá ir sustituyendo gradualmente las importaciones de petróleo que en 1957 han insumido la cantidad de 318 millones de dólares». Pasaron 60 años y vuelven a presentarse los mismos desafíos, renovados. Tanto es así que, con un par de actualizaciones, el gobierno que asumió en 2015 podría haber utilizado casi las mismas palabras: “Debemos alcanzar el autoabastecimiento energético, basado en la explotación de los yacimientos de gas y la utilización de la energía renovables. Ello nos permitirá ir sustituyendo gradualmente las importaciones de gas y GNL que en 2015 han insumido la cantidad de 3.500 millones de dólares (*)”.

Fuente: Ministerio de Energía – Informe Trimestral de Coyuntura Energética

Pasamos de la Batalla del Petróleo que libró el gobierno desarrollista a la Batalla de la Energía, que tiene dos capítulos principales: la batalla del gas y la batalla de las renovables. Las principales petroleras viraron para convertirse en productoras de energía, evolucionaron hacia la producción con valor agregado: la producción de electricidad. Por eso estas compañías invirtieron en aerogeneradores, energía solar, reconversión de estaciones de servicio para autos eléctricos, entre otras acciones.

La batalla del gas

La demanda de energía eléctrica es exponencialmente creciente, pero la electricidad es una energía secundaria que necesita de una fuente primaria. Y en el mediano plazo, la fuente primaria más limpia y barata es el gas. La mayor parte de la electricidad es generada en centrales térmicas alimentadas a gas. En los años 60, el petróleo representaba más la mitad de la matriz energética argentina y el gas natural alrededor del 20%. En 2018, la participación del petróleo se redujo al 30% y la del gas natural a un poco más de la mitad (*).

Lo cierto es que el petróleo fácil de extraer se acabó y que mejoraron las técnicas que nos permiten descubrir y explotar los hidrocarburos más complicados de extraer. Hoy se pueden realizar pozos de hasta 10 kilómetros de extensión con equipos de perforación que no tienen la necesidad de desmontarse para realizar otro pozo a metros de distancia. Gracias al mejor nivel de procesamiento, podemos analizar el subsuelo con mayor certidumbre que antes. Se estima que la tasa de éxito para descubrir petróleo se encuentra entre un 10% y un 20%, y este proceso se lleva gran parte de la inversión.

Por otro lado, debemos diferenciar lo que son las reservas y los recursos. Las reservas son los metros cúbicos de petróleo y gas que están más próximos a ser extraídos porque el precio del commodity y la tecnología disponible acompañan. Los recursos, en cambio, implican un esfuerzo tecnológico y de inversión adicional.

La energía en petróleo, si se me permite la analogía, es como la medicina, donde el subsuelo es el paciente. Se utilizan técnicas indirectas para determinar si el hidrocarburo se encuentra en esa porción de roca a miles de metros debajo del suelo. Pero determinar si existe petróleo, o no, es lo más similar a una biopsia u operación: se debe perforar un pozo para tener certeza. La perforación convierte el recurso explorado en reservas. Lo que se ha agregado a nuestro panorama petrolero son recursos no convencionales; estos aún deben ser convertidos en reservas.

En el ambiente energético local, durante años se dijo que Argentina era “un país con petróleo, pero no un país petrolero”. Con el protagonismo de los recursos no convencionales podemos dejar de lado esa hipótesis: el país se encuentra segundo en el ranking mundial de gas no convencional y cuarto en petróleo no convencional.

El incremento de la producción de gas no convencional de Vaca Muerta ya es notorio desde principios de 2018. El movimiento en Añelo, Neuquén, se ve reflejado en sus rutas. También en resultados directos: más que duplicó su contribución a la producción de gas de la Argentina.

Fuente: Ministerio de Energía (datos hasta mayo 2018)

La batalla de las renovables

La política energética tiene tres pilares, según el World Energy Council (WEC): la seguridad energética, la mitigación del impacto ambiental y la equidad social. ¿Qué implica la seguridad energética? La administración eficiente del suministro de energía primario, la confiabilidad de la infraestructura energética y la capacidad de los proveedores de abastecer la demanda actual y futura. La diversificación de la matriz energética contribuye a esto. Al incorporar fuentes renovables de energía estamos mejorando nuestra seguridad energética.

Fuente: World Energy Council – Trilemma Index Ranking

La ley 27.191 establece que en 2026 el 20% de la demanda energética deberá cubrirse con energías renovables. Esta iniciativa dio lugar a la convocatoria de muchos de los de 147 proyectos licitados, en su gran mayoría parques eólicos y solares que agregarán una potencia de 4.466,5 MW, algo más del 10% de la potencia eléctrica instalada actual.
Si se implementa efectivamente la ley de generación distribuida —que permite que los consumidores también sean generadores—, se logrará que la red eléctrica del país sea más eficiente y haya más actores generando electricidad. Consecuentemente, mejoraría la seguridad energética. Esta ley incentivaría a agregar más fuentes y disminuir las pérdidas en el transporte de la electricidad.

Ser más eficientes también es parte del autoabastecimiento energético. No solamente es consumir menos, sino consumir energía de forma inteligente. La eficiencia energética se ve reflejada en productos que, con mejor tecnología, consumen menos que uno similar.

Lo desafiante para los argentinos es que nos encontramos de nuevo frente a una nueva batalla que debemos dar, como la que dio el gobierno desarrollista. El objetivo es proveer de energía al país para que podamos tener una mejor calidad de vida, crear más empleo y generar valor agregado, cuidando a la vez el medio ambiente. En definitiva: completar aquella épica batalla del 58 y hacer el desarrollo.