El conflicto entre el monopolio español y el desarrollo capitalista
El surgimiento de una burguesía capitalista en Buenos Aires explica el conflicto con el monopolio comercial español y el desenvolvimiento económico de antes y después de mayo de 1810.(Revolución de Mayo)
La base productiva colonial fue ganadera. La industria estuvo limitada por la ventaja comparativa de la ganadería y por la insuficiencia de mano de obra asalariada; la agricultura, por su parte, fue marginal, los ganaderos y los indios no les dejaban espacio a los agricultores desprotegidos y sin alambrados. Además, la demanda de cueros no dejaba dudas respecto de la rentabilidad de la explotación pecuaria. Félix de Azara en su informe calculaba que el trabajo de 11 hombres en la explotación triguera da un valor de 1534 pesos y en la ganadería de 5250 pesos y aconsejaba en consecuencia. Y el comercio florecía rápidamente por las ventajas del puerto de Buenos Aires, por el comercio legal con la metrópoli y por el contrabando de ingleses y holandeses.
El reclamo de liberar el comercio era una exigencia del desarrollo capitalista, ahogado por el monopolio español y la presión comercial de Lima. Y asimismo estaba incentivado por los intentos ingleses de una vinculación comercial orgánica con el Río de la Plata. La creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 fue el resultado de una comprensión del problema por parte de los Borbones, impulsores en España del capitalismo y el liberalismo. Tendía a conjurar la penetración portuguesa pero también la inglesa.
El auto del virrey Cevallos, que dispuso el comercio libre del puerto de Buenos Aires con la península y con las demás colonias respondió a exigencias de ese desarrollo. Él mismo lo explicó en su informe de 1777: una vara de paño introducida por Lima se vendía en Potosí a 20 ó 25 pesos y la misma tela entrada por Buenos Aires podía ser adquirida en aquella plaza por 4 pesos. Faltaba a los porteños acceder al comercio con los neutrales en el conflicto España-Inglaterra, monopolizado por los comerciantes de Cádiz, y también el comercio abierto con Inglaterra. Era un paso insoslayable para el desenvolvimiento pleno de las fuerzas productivas bloqueadas por el monopolio español.
Eso desenvolvería tensiones durante las tres décadas que quedaban por delante para llegar al proceso revolucionario de Mayo. Por su lado, comerciantes y ganaderos vinculados al monopolio español y, por otro, comerciantes y ganaderos ansiosos de abrir otras perspectivas. El debate llega a su punto más alto en los prolegómenos de Mayo, tiene un significado económico y político muy fuerte y alcanza un alto nivel en el plano de la teoría económica. Manuel Belgrano y Mariano Moreno en sus escritos económicos y posteriormente en sus actos políticos expresaban los intereses de la burguesía progresista ahogada por el monopolio español.
Este conflicto es clave para entender lo que ocurriría después en la joven república y no puede ser examinado con criterios sobre el debate proteccionismo-librecambismo que sólo tendrían validez al promediar el siglo XIX, una vez agotado el ciclo económico que estamos analizando, que se liberó de trabas en 1810 y alcanzó su punto más alto en la época de Rosas y también se agotó con él. La confusión que suele engendrar este conflicto surge del hecho de que el factor dinámico era la implantación plena de la burguesía capitalista en el Río de la Plata. Luego, los comerciantes y ganaderos porteños jugarían un papel retardatario, pero parte de ellos no lo jugaron inicialmente.
Confunde también el hecho de que las artesanías del interior no habían entrado en la fase capitalista o, más exactamente, ineluctablemente tenían que sufrir ante la dinámica interna del desarrollo capitalista en el Plata cuyo obstáculo era el monopolio español. Distinta sería la situación, bien entrado el siglo XIX, cuando conformada la Nación el librecambismo porteño impediría el desarrollo de esas artesanías y su pasaje a formas productivas superiores.
Así se explica que los comerciantes monopolistas porteños más retrógrados trataran de aparecer como defendiendo las artesanías del interior y que revolucionarios como Belgrano y Moreno, representantes de las fuerzas sociales en ascenso, abogaran por la libertad de comercio con Inglaterra. Y así se conformaría un complejo juego de alianzas.
A los partidarios del monopolio les resultaba políticamente inconveniente admitir que sus vínculos de intereses estaban en Cádiz y en cambio era «popular» defender las artesanías del interior del Virreinato y aun de Lima. En la presentación de los comerciantes contrarios al comercio con los neutrales, en 1808, que llevaba la firma del grupo español más progresista, entre los cuales estaba Martín de Álzaga, se decía, al abogar por la prohibición de la entrada de productos extranjeros (no provenientes de España, se entiende), que «los pueblos interiores forman un todo con la capital y su bien común debe preferirse a las miras interesadas de algunos particulares de ésta». Entre las ciudades del «interior» enumeradas por la presentación estaba Lima, pues lejos se estaba de una concepción nacional. Y por cierto que si las manufacturas del interior sufrían la competencia de los productos que ellos introducían con sus asociados de Cádiz el criterio era distinto.
Los comerciantes y ganaderos a los cuales convenía la apertura del comercio con Inglaterra tenían que buscar apoyo en los agricultores y en los estratos populares inferiores. Y asimismo en los economistas y políticos progresistas, conocedores de la ciencia económica e imbuidos del propósito de transformar la sociedad. De allí que Belgrano defendiera ardientemente la agricultura y que Moreno incluyera en su Representación a los labradores. Era el choque de las fuerzas productivas que necesitaban expandirse frente al monopolio que las bloqueaba.
El pensamiento económico de la Revolución: Belgrano y Moreno
Podría incluso razonarse que el librecambismo de Belgrano y Moreno era una tentativa para ponerse a tono con la moda del pensamiento económico en Europa. Pero no es así; esos dos hombres lúcidos veían en la apertura del comercio exterior un factor dinámico necesario ante el hecho concreto de la política comercial española y no una doctrina nacional que debía sacralizarse, como creyeron erróneamente otros argentinos.
Moreno, en su famoso escrito, daba apoyo al planteo jurídico y político, con fundamentos de teoría económica. El núcleo de su razonamiento era que abrirse a la entrada de «efectos extranjeros» significaba la posibilidad de exportar y decía: «con rapidez se fomentaría la agricultura,» si abiertas las puertas a todos los frutos exportables, contase el labrador con la seguridad de una venta lucrativa». La defensa de la introducción de bienes que el Virreinato «no produce» (son palabras del prócer) era marginal a sus propósitos. Y su conocimiento de la ciencia económica se hace evidente cuando refuta el argumento financiero del monopolio y dice: «La plata no es riqueza, pues es compatible con los males y apuros de una extremada miseria; ella no es más que un signo de convención». Un aspecto de las relaciones entre la producción y la moneda que aun muchos no han comprendido.
En Belgrano, que también abogó por la libertad de comercio en el Consulado y en el periodismo, así como abogó por la agricultura y la industria, por el hecho de que dejó mayor cantidad de escritos específicamente económicos, se define con mayor precisión esa postura como una necesidad contingente de la expansión económica y no como una doctrina inmutable. Son innumerables sus trabajos en favor de la industria y de la educación técnica (tenía una concepción de la educación distinta de la que difundiría Sarmiento y de la que deberían abrevar muchos de nuestros especialistas en el tema). En marzo de 1810 escribía: «Ni la agricultura ni el comercio serían, casi en ningún caso, suficientes para establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria . . . si este ramo vivificador no entra a dar valor a las rudas producciones de la una y materia y pábulo a la perenne rotación del otro». Y su defensa del comercio con Inglaterra para romper el yugo colonial no le hizo tragar la píldora librecambista; a pesar de que transcribió una síntesis de la obra de Adam Smith en el número uno del Correo de Comercio, escribiría después con su pluma: «La importación de las mercaderías extranjeras de puro lujo en cambio de dinero, cuando éste no es un fruto del país como es el nuestro, es una verdadera pérdida para el Estado. La importación de las cosas de absoluta necesidad no puede estimarse un mal, pero no deja de ser un motivo real del empobrecimiento de una nación».
La Revolución de Mayo y la expansión capitalista
El triunfo de estas ideas, la apertura del comercio, afianzaría la expansión, capitalista a través de la economía de base ganadera complementada luego con el saladero del cual Rosas sería uno de sus empresarios más activos. Expansión que naturalmente no estaría exenta de conflictos, trasladados del plano económico al plano político en el complicado proceso de conformación de la Nación. Buenos Aires y el litoral se beneficiaron directamente con la Revolución de Mayo y el interior tuvo que pagar el precio de la implantación de una fuerza económico-social más dinámica.
En 1812, un grupo de comerciantes ingleses escribió a Castlereagh: «El consumo de manufacturas británicas ha aumentado en el último tiempo en gran medida. . . la abundancia y, en consecuencia, el bajo precio de los artículos ha colocado al alcance de los habitantes mercaderías que por su baratura se sintieron primero inducidos a emplear y que luego, habiéndose acostumbrado a su uso, ha creado nuevas necesidades» (documentos del Foreign Office citados por Ferns). En 1827 año en el cual es disponible la lista de la aduana, las importaciones de origen británico eran $ 5.730.952 frente a un total de $ 11.267.622; es decir el 50,9 %; le seguía Brasil con el 12,5 %; Estados Unidos con el 12 % y todo el continente europeo con el 19,8 %. El 85 % de las importaciones de procedencia inglesa eran textiles, con lo cual se desplazaban las de otras procedencias y, naturalmente, las de las artesanías locales.
Pero la importación tenía su contrapartida. Era la ley de un capitalismo genuino en ascenso. De 5.652.768 cueros importados por Inglaterra durante el período 1810/1815, procedían del Río de la Plata 4.089.694; es decir, casi las tres cuartas partes. Asimismo, los comerciantes británicos adquirían cueros (además sebo, cerda, huesos) y los colocaban en otras plazas comerciales del mundo; y adquirían otros productos como sal, yerba mate, tabaco. Las descripciones de los hermanos Robertson sobre las operaciones que realizaban son ilustrativas respecto de esta relación, en la cual la aventura se mezclaba con la expansión económica. En la primera década de la Revolución el precio del ganado se triplicó, pasando de 3,3 pesos por cabeza en 1809 a 9,6 en 1819. La euforia de los ganaderos y comerciantes era muy grande, pese a las complicaciones de la guerra y las luchas civiles.
Y el crecimiento de la población bonaerense expresará ese dinamismo. En la época de la creación del Virreinato del Río de la Plata, la población de Buenos Aires (ciudad y campaña) era de 37.130 habitantes; es decir, inferior a la de Córdoba (40.203), y había poblaciones importantes como Tucumán (20.104), Santiago del Estero (15.456), Jujuy (13.619), Catamarca (13.315) y Salta (11.565). Ese cálculo es de 1779; en 1809 había saltado a 92.000 habitantes y en 1829 los habitantes de la ciudad y campaña bonaerense eran 153.000. Entre las dos últimas fechas hubo un incremento del 76%, mientras que en las otras 13 provincias el aumento fue de sólo el 53 %. Se formó así uno de los elementos de la economía capitalista y la expansión no fue mayor por el carácter de su base ganadera. En la segunda década del siglo XIX había escasez de mano de obra. En 1822 el gobierno bonaerense eximió del servicio militar a obreros y peones provenientes de otras provincias mientras durasen en sus empleos; y las famosas disposiciones que reprimían la vagancia fueron también exigencia del desenvolvimiento capitalista, que necesitaba convertir al gaucho en asalariado.