Las viejas formas política –violencia, militarismo, dictadura, demagogia, opresión- que acompañan el atraso económico y social de gran número de naciones, son el reflejo y consecuencia del subdesarrollo. Sobre un  fondo económico-social de altas tensiones, producto del bajo ingreso por habitante, es utópico pedir que la democracia funcione cabalmente sin quebrarse.

En estos países, la democracia, en cuanto gobierno del pueblo, es una conquista arrancada a las oligarquías dueñas de poder económico. Es un compromiso, una transacción ente el pasado autoritario y las formas modernas de convivencia. Si las oligarquías siguen controlando la economía, la transacción perdurará y tendrá vigencia sólo en la medida en que no amenace efectivamente ese control. Los dueños del poder efectivo darán “permiso” a las formas democráticas para que funcionen, puesto que son solamente formas. En tales condiciones, la democracia es siempre una exterioridad, un régimen teórico y provisorio. Si el pueblo irrumpe en esta trama formal y pretende gobernar efectivamente, las minorías que detentan el poder real se encargan de suspender o derogar las instituciones democráticas.

La aparición del capitalismo trajo aparejado un desarrollo económico sin precedentes en la historia de la humanidad y desenvolvió en forma jamás sospechada las fuerzas de la producción social. El vigoroso impulso inicial con que se aventó las relaciones creadas por el feudalismo, se ha venido mitigando ahora, ante el desafío que plantean los pueblos subdesarrollados en su requerimiento de promoción, debe probar que está dispuesto a contribuir con toda su fuerza acumulada a liberar de la miseria y de la esclavitud a las dos terceras partes de la humanidad.

En América Latina, la historia de sucesivos eclipses de la democracia se comprueba en los momentos en que el pueblo, en su generalidad más vasta, asciende al poder: la dictadura, militar o civil, es la respuesta a la respuesta a esta pretensión de las masas o, a veces, es la forma que la masa adopta para imponer sus derechos. Violencia de unos o de otros, expresa la incapacidad de la democracia por sí misma para encauzar un proceso que lleva la turbulencia y la intolerancia en su entraña social y económica.

No puede decirse, por eso, que la democracia sea enteramente una ficción en las naciones subdesarrolladas. En una tendencia, llena de dinamismo, que se entrelaza y se confunde con las otras tenencias dinámicas del cuerpo social: la lucha por el desarrollo, la autonomía económica nacional y la distribución equitativa del ingreso.

Lo que se puede afirmar es que las instituciones políticas son más o menos puras, eficientes o justas porque lo dirigentes se empeñen en perfeccionarlas en teoría. La ilusión de que la democracia vive en sus estatutos y en sus leyes, es muy común en nuestras clases ilustradas; en su afán de mejorar las instituciones, reforman sus normas.

Parecería que fuera más eficaz y conducente actuar sobre las causas que perturban, adulteran o anulan el ininterrumpido proceso de la lucha por la democracia y la libertad plenas de sus pueblos.

Si así se procediera, se vería que las formas políticas no pueden intentar una convivencia que no existe en los hechos, ni colocar en el control de la nación a clases sociales o individuos que están marginados del efectivo dominio de los medios económicos, expresión a su vez del estado de desenvolvimiento alcanzado en las fuerzas productivas.

En una economía en expansión, el poder político se desplaza necesariamente de manos de la minoría tradicional a los nuevos elementos y factores del poder económico, es decir, el poder político se universaliza al tiempo que se desplaza el poder económico de los grupos  tradicionales, representantes de la vieja estructura, al empresariado y los sectores laborales que se transforman conjunta y progresivamente en clases dirigentes. Este proceso profundo de transición crea las condiciones de una democracia auténtica, que da al Estado amplio sustento social.

El gobierno de las minorías, las dictaduras antipopulares, son una expresión del atraso económico, del bajo nivel de vida originado en el lento crecimiento del ingreso. En una estructura económica “bárbara” no puede darse una forma política “civilizada”. A contrario sensu, una estructura en expansión, en crecimiento, genera formas políticas modernas y de sentido nacional.

La contracción y el atraso económico se expresan en la dictadura y la represión políticas, como medios de contención de las graves tensiones sociales. En cambio, una economía en desarrollo, con una alta tasa de crecimiento, crea una masa mayor de bienes, produce abundancia y bienestar, vigorizan y fecundan las prácticas democráticas. Hay una interacción constante entre desarrollo económico y bienestar social, y entre éstos y el progreso y la perfectibilidad de las instituciones.

La movilización nacional para el desarrollo impone la coparticipación de todos los sectores y todas las clases sociales. El pueblo debe participar en la programación del desarrollo y las luchas para lograr sus metas en el menor tiempo posible. Esta participación es la forma real y sustancial de la actividad democrática. El desarrollo económico es así un nuevo factor dinámico del proceso democrático.

El desarrollo económico, al crear riqueza, viabiliza la redistribución del ingreso y eleva la capacidad adquisitiva de la población. Este fortalecimiento y expansión de la demanda vigoriza, a su vez, el mercado interno y asegura la colocación de la producción incrementada. De esta expansión se benefician, también, los sectores sociales que se nutrían de la vieja estructura: el colapso del esquema agro-importador las condena a la extinción como grupo social, mientras que la creación de nuevas relaciones económicas les da la oportunidad de asimilarse con beneficio a los recientes procesos productivos. El fenómeno se ha registrado en países  donde los señores de la tierra, pauperizados ellos también por el deterioro de los precios de las exportaciones primarias y por la creciente contracción de la capacidad importadora, se han desplazado con sus capitales a l producción secundaria, han industrializado el agro.

Esto demuestra el carácter universal de los beneficios del desarrollo, ya que ninguna clase queda marginada en una economía en expansión.

Las formas políticas y jurídicas de la democracia se nutren de esta universalidad y aseguran la vigencia del derecho para todas sus clases, agrupaciones e individuos. El orden jurídico resulta, así, el efecto de la convivencia pacífica, generada por el impulso económico y el bienestar social. Y es, a su vez, condición primordial para que las fuerzas productivas internas y la cooperación financiera externa cuentees con la garantía de la ley igual para todos.