*) Por Mario Rapoport y Leandro Morgenfeld.
Las primeras medidas de Trump generan creciente incertidumbre. Los gobiernos neoliberales latinoamericanos están desorientados. ¿La principal potencia abandona el libre comercio y pasa a ser proteccionista? ¿Estamos ante el fin de la globalización? ¿Qué consecuencias tiene el Muro con México en la relación de Estados Unidos con América latina? Las reacciones esbozadas por Macri, Temer o Peña Nieto parecen destinadas al fracaso: más apertura económica, reivindicación de los Tratados de Libre Comercio, falta de una respuesta regional conjunta y coqueteos humillantes con el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Las políticas que impulsa no son tan originales como parece. La historia, como siempre, puede brindar herramientas para realizar un adecuado diagnóstico y para evitar que la relación bilateral transite caminos ya fracasados.
¿Proteccionismo?
A la hora de analizar las propuestas de Trump, el primer lugar común que hay que descartar es que Estados Unidos no tuvo políticas proteccionistas en los últimos dos siglos. Todo lo contrario. Existen mitos (o más bien visiones falsas de la realidad) difíciles de deshacer, como el que dice que uno de los elementos claves del desarrollo del capitalismo es la libertad comercial, como la que pregonan los economistas neoclásicos. Paul Bairoch, el notable historiador económico belga, demolió con una documentación abrumadora de estadísticas y textos ese mito: “La verdad es que en la historia (del capitalismo) –dice– el libre cambio es la excepción y el proteccionismo la regla”.
Tampoco, como se afirma comúnmente, el siglo XIX fue el siglo de oro del libre cambio, tomando como pauta a la Inglaterra victoriana. Ésta recién abandonó el proteccionismo hacia la mitad del mismo, en 1846, con la abolición de las leyes de granos y tres años más tarde la de las actas de navegación, después de casi ciento cincuenta años de comenzada la revolución industrial y de una dura lucha política entre los liberales y los proteccionistas. Aun así, fue el otoño de 1845, el más lluvioso del siglo en las islas y la desastrosa cosecha de papas en Irlanda, que causó innumerables muertes, los que forzaron al parlamento británico a tomar tal medida. El liberalismo no nació sólo de los libros de Smith y de Ricardo, sino también de las entrañas de una tierra carcomida por el agua y de parte de su sociedad que padecía hambre.
Para eso sirvió la inserción argentina en el mundo en las últimas décadas de ese siglo, para proveer alimentos a la metrópoli adhiriendo a las teorías liberales lo que no le permitió industrializarse ni convertirse en una nación desarrollada. Si en Estados Unidos hubiera triunfado en la guerra civil el sur sobre el norte estaría ahora como la Argentina.
En cambio, remando a contracorriente, cuando Inglaterra entraba al libre cambio, Alemania y Estados Unidos siguieron un curso distinto e implantaron a fondo medidas proteccionistas. Esto les permitió superar en su desarrollo industrial desde comienzos del siglo XX a la mismísima metrópoli británica. En el caso de Estados Unidos ese proteccionismo lo transformó hacia la Segunda Guerra Mundial en la primera potencia económica del planeta. Y, aunque oficialmente pareció adherir en la posguerra al libre cambio, esto no fue cierto para su sector agrario. La gran depresión marcó el fin del proteccionismo arancelario en este rubro y el predominio de una política de subvenciones a los agricultores, de resguardos fitosanitarias y de restricciones cuantitativas, afectando, de un modo similar al causado por los altos aranceles anteriores, ahora reducidos, las exportaciones argentinas a ese país.
El proteccionismo norteamericano fue sostenido ya por su primer secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, y no es una bandera de un solo partido político. Existe un consenso al respecto, aunque los republicanos fueron más propensos en el pasado a adoptar este tipo de medidas, sobre todo arancelarias, porque en él predominan sectores industriales. Pero no es menor el proteccionismo agrario entre los demócratas. Tampoco es una cuestión meramente de aranceles o subvenciones: la invasiones a otros países –apoderándose para siempre o por largo tiempo de sus recursos, como los petroleros, es una forma más rápida y cruenta de proteger sus intereses presentes y futuros– y las políticas multilaterales o los llamadas tratados de libre comercio, como el ALCA o los más recientes transatlántico(TTIP) o transpacífico (TPP), fueron o son mecanismos protectores y expansivos, debido al mayor poder competitivo y el apoyo político que tienen sus empresas o corporaciones para imponer sus reglas. Además, en la fantasía del “libre comercio” predominan los precios de transferencia entre las grandes corporaciones por sobre el comercio de empresas pequeñas y medianas.
Globalización
Los que se refieren hoy a la economía mundial considerando el llamado proceso de globalización como una novedad y afirmando que las economías nacionales están en vías de disolverse, ignoran el grado en el cual, a lo largo de varios siglos, el proceso de mundialización económica ha estado íntimamente articulado a la formación y desarrollo de los espacios económicos nacionales. La mismas grandes corporaciones tienen su asiento en esos espacios cuyos gobiernos impulsan su expansión en el mundo. Discutir el status teórico e histórico de la globalización remite necesariamente a un nuevo debate sobre el papel de los mercados nacionales y de los Estados–nación y los gobiernos que los sustentan como categorías históricas. En este sentido, la realidad es también más fuerte que las teorías neoliberales y por eso muchos no se explican el triunfo de Trump. El hecho es que esa globalización también afectó, luego de la euforia inicial, a los espacios nacionales de las grandes potencias económicas. Si en el siglo XIX, la carencia y el alto costo de sus alimentos obligó a Gran Bretaña a liberalizar su comercio, en el XXI, para explicar el nuevo auge del proteccionismo hay que mirar del lado de la debilidad del empleo y la demanda interna. Para bajar sus costos y competir en los mercados, sobre todo con los chinos, se usaron macroeconómicamente las armas monetarias de la devaluación del dólar o la manipulación de las tasas de interés, pero en lo esencial, la disminución de los costos de las empresas se hizo deslocalizando el empleo.
Se creyó, y esto no vale sólo para Estados Unidos, que esa mano de obra barata, dada la absoluta movilidad de capitales, podía obtenerse trasladando plantas a Asia y África y al los países pobres de Europa Oriental o sustituirla por la robótica. Pero los productos seguían dirigidos mayormente a los mercados occidentales y la reducción del empleo afectó en ellos notoriamente la demanda interna.
Fue entonces que se pensó en la solución mágica, financiar el consumo que hacía falta utilizando el aumento de la abundante liquidez existente. Esto permitiría darle más fluidez al sistema hipotecario, a las tarjetas de crédito y a otras variedades de financiamiento facilitando la salida de la producción en sectores de bajos ingresos o sin capacidad de solventar sus créditos y esas burbujas explotaron produciendo la crisis aun no resuelta del 2007-2008, que dio más argumentos a Trump. Tratados de libre comercio como el del América del Norte (NAFTA), establecido con México y Canadá, hicieron que empresas estadounidenses trasladaran sus plantas de producción en busca de la mano de obra barata al sur del Río Bravo, no habiendo ya la posibilidad de invadir esas tierras militarmente. Esto sumado a la migración de mexicanos en dirección inversa, es uno de los principales argumentos de Trump para proteger el imperio con una especie de muralla china.
El proteccionismo de Trump es, por otra parte, funcional a los intereses de una fracción del gran capital estadounidense, tanto del mercado internista que necesita recomponer sus condiciones de reproducción locales, tanto como los del complejo industrial–militar, en momentos que comienza a surgir la amenaza de una segunda guerra fría (¿Estados Unidos y Rusia contra China?). De todos modos el proteccionismo no puede ser asimilado de ningún modo al que practicaron gobiernos nacionalistas reformistas como el de Perón, Vargas o Cárdenas, ya que en los países latinoamericanos era parte de una estrategia para impulsar la incipiente industrialización.
El mismo error cometen quienes alaban al magnate neoyorkino, suponiendo que el “giro proteccionista” que despliega avala las posiciones críticas de la globalización neoliberal. Trump es parte del capital más concentrado en Estados Unidos, nombró a un ex Goldman Sachs como secretario del Tesoro y pobló sus ministerios de neoconservadores. Por otra parte, anuncia rebajas impositivas para las empresas y quiere recomponer la tasa de ganancia atacando a los sindicatos y flexibilizando las condiciones de trabajo. No es algo distinto de lo que hizo el neoliberalismo: proteger los intereses de las grandes corporaciones estadounidenses. Pero su plan económico se diferencia de sus predecesores demócratas, porque pretende que no sólo las ganancias sino el trabajo permanezcan dentro de Estados Unidos. En empresas como Apple, por ejemplo, sólo un 10 por ciento de su valor agregado quedaba en el país, sus productos se fabricaban en China y Singapur y debían importarse, con el costo adicional que eso suponía y el mayor desempleo interno.
Proteccionismo agrícola
Argentina sufre el proteccionismo estadounidense hace un siglo y medio. Los productores de cítricos de California salieron a aplaudir la suspensión del ingreso de limones tucumanos. El lobby agrícola presionó históricamente al Congreso y al Gobierno Federal para que limitara las compras argentinas. Algunos ejemplos: en 1867, cuando se cerró virtualmente la entrada de lanas argentinas; en 1926, cuando el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos prohibió la entrada de carnes frescas o refrigeradas de regiones con aftosa, perjudicando especialmente a la economía argentina, cuyas principales zonas ganaderas se consideraban afectadas por esta enfermedad aún cuando muchos de esos productos eran aceptados en Inglaterra y Europa continental; en 1930, con la ley arancelaria Smoot-Hawley, que aumentó fuertemente las tarifas aduaneras (las exportaciones argentinas a Estados Unidos se redujeron casi un 75 por ciento entre 1929 y 1931); en 1947, dada la implementación del”Plan Marshall”, según el cual países latinoamericanos quedaron excluidos como proveedores agropecuarios; en 2002 y 2014, con las nuevas leyes Agrícolas, bajo los gobiernos republicanos y demócratas de Bush y Obama, que proveyeron cientos de miles de millones de dólares en apoyo de sus agricultores.
La política exterior de Cambiemos se planteó como objetivo la “reinserción al mundo”, para lo cual Macri dio señales de “confianza” al capital financiero, a fin de atraer inversiones, facilitar la toma de préstamos y abrir nuevos mercados para los exportadores: “tenemos que ser el supermercado del mundo”, proclamó el presidente. Imaginó que se sumaría a los TLC que se están negociando y ensayó una tardía política de alineamiento con las potencias occidentales. No leyó los cambios geopolíticos que se manifestaron con el Brexit y con el triunfo de Trump. La política aperturista, en el momento en que se registra un repliegue proteccionista en Estados Unidos y Europa, no puede ser más inoportuna.
La caída del comercio y los mercados mundiales resultan una consecuencia del accionar de las grandes multinacionales y compañías financieras que apostaron al neoliberalismo. Ahora con Trump, Washington va intentar utilizar tratados bilaterales y establecer alianzas políticas más fuertes con ciertos países en detrimento de otros, entre los cuales seguramente no está la Argentina.
Murallas
La globalización exacerbó el problema de las identidades nacionales y regionales y los nacionalismos neofascistas. Las guerras y conflictos regionales y nacionales han recrudecido así como los atentados terroristas. El mundo de hoy es cada vez más peligroso, y el triunfo de estas derechas neoconservadoras, que en las grandes potencias son proteccionistas y en países periféricos recomiendan el libre comercio, puede terminar mal.
El encarecimiento del crédito, a partir de una esperable suba de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal, obliga a los países latinoamericanos a abandonar las políticas de endeudamiento externo y desplegar estrategias que reviertan la desigualdad y dependencia que se profundizaron a partir de la aplicación acrítica de la globalización neoliberal que impusieron desde los centros del capital trasnacional.
La respuesta de Europa y Estados Unidos es amurallarse. Trump propone, como la China de hace algunos siglos, construir miles de kilómetros de muralla, para protegerse de los bárbaros del sur, los hispanos, estigmatizados como los villanos que truncaron el sueño americano. Los mongoles atravesaron fácilmente las murallas chinas. Nada indica que no pasará lo mismo con estos muros artificiales y discriminatorios
Economista e historiador
Profesor emérito de la UBA
Director del Cihesri (Idehesi-Conicet)
Historiador
Profesor de la UBA
Investigador de Cihersi-Idehesi-Conicet
Fuente: pagina12.com.ar